¿ECONOMÍA COLABORATIVA vs ALTRUISMO?
El trueque de toda la
vida ha degenerado en un mercadillo virtual donde se regatea el precio de los
favores. La vecina que te daba sal para la cena ha sido reemplazada por una app
que te saca del apuro si apoquinas. ¿La colaboración y la solidaridad están a
la venta?
Tú me echas una mano con la mudanza y yo te riego las plantas cuando te vayas de viaje. Cerramos el acuerdo entrechocando dos jarras de cerveza, un brindis que sella el clásico «hoy por ti, mañana por mí». La cosa se pone turbia cuando uno de los dos saca la cartera para compensar al otro. Entonces desatamos una disonancia económica, la más gorda, chirriante y paradójica de los últimos tiempos: ¿esto es un favor o un servicio?
La economía colaborativa ha existido desde siempre, aunque parezca que se inventó antes de ayer. Es la frontera entre reciprocidad y trabajo la que se ha difuminado con los años, ahora que el viejo trueque ya es digital y se tropieza con los intereses del capitalismo.
Poca broma: un informe reciente de la Ostelea School of Tourism & Hospitality calculaba que la economía colaborativa aumentaría sus ingresos un 2.000% en una década, hasta alcanzar los 335.000 millones de dólares en 2025. Solo el tiempo dirá si la pandemia del coronavirus ha catapultado o frenado esta trayectoria meteórica.La rentabilidad y el lucro no casan bien con las
transacciones donde no hay pasta de por medio, y mucho menos con la voluntad de
dar sin recibir nada a cambio. Así que últimamente cuesta encontrar alguna
traza de colaboración en la economía colaborativa. Eso nos pasa porque no
sabemos ni de qué estamos hablando.
«El apellido colaborativa funciona como un
paraguas donde se refugian multitud de significados y prácticas sociales»,
explica Pedro Salguero González, investigador social. Bajo el mismo techo
conviven la economía compartida, basada en el intercambio y el beneficio mutuo;
y la economía bajo demanda, el modelo que comercializa esas prácticas a gran
escala. Esta última ha ganado peso, se ha comido su propósito original y apenas
ha dejado algunas migas de cooperativismo en el plato. «El capitalismo no es
idiota», profundiza Salguero. «Se adapta a la diferencia, la fagocita y la
devuelve convertida en un producto con una lógica capitalista envuelta en un
turbante».
‘COLABORATIVOS’ QUE EMPOBRECEN
En el juego del mercado liberal suelen perder los
trabajadores. Los curritos de la economía bajo demanda han
vivido un bum seguido de un plof que solo puede entenderse en el contexto de la
crisis económica de 2008. La precariedad y un marco jurídico laxo se han cebado
con los conductores que transportan personas, paquetes y comida a domicilio.
También sufren los recaderos que intentan ganarse la vida a
base de chapuzas y apaños puntuales pactados en un clic. Estos nuevos oficios
no están hechos para trabajar a jornada completa y llegar a fin de mes.
Hay trabajadores quemados que se han emancipado de las
grandes plataformas para emprender por su cuenta. Es el caso de La Pájara, una
cooperativa de ciclomensajería que contrata a sus empleados, los da de alta en
la Seguridad Social, regula sus horarios y les concede las vacaciones
correspondientes. Estos derechos laborales básicos son, por desgracia,
revolucionarios en la economía colaborativa. Pero es con la dignidad laboral
recobrada como el reconocimiento social del trabajador resurge. La Pájara cobra
un poco más por sus servicios y los clientes pagan para apoyar su ética. El
espíritu de colaboración asoma la patita en esos euros extra.
Y parece que por ahí van los tiros. Las últimas resoluciones
judiciales sientan las bases para una regulación favorable a los trabajadores.
«La economía colaborativa prosperará cuando esté alineada con sus valores
originales», vaticina Raúl Jaime Maestre, profesor e investigador en Algoritmia.
«Existirá un reequilibrio de los beneficios: los beneficios económicos siguen
ahí, pero solo pueden coexistir junto con los beneficios sociales y
medioambientales».
VIDA DE BARRIO EN UNA ‘APP’
En los márgenes aún queda espacio para la verdadera economía
compartida, como el couchsurfing (dormir gratis en sofás
ajenos para ahorrarse el hotel) y el carsharing (compartir
coche para pagar la gasolina a pachas y tener a alguien con quien charlar por
el camino). Además, los negocios colaborativos se están reconciliando con su
vocación social a través de otras iniciativas que utilizan la tecnología no
para ganar dinero, sino para tejer redes vecinales en internet.
¿Tienes
sal? es una app que tiende puentes virtuales entre los vecinos que
han dejado de saludarse en el ascensor. Sirve para compartir consejos y
recomendaciones, conocer gente nueva, intercambiar objetos y encontrar ayuda
para tareas cotidianas sin rascarse el bolsillo. La digitalización, aprovechada
de este modo, devuelve la colaboración y la solidaridad a la calle. «Ha
cambiado la forma de consumir, pero no de relacionarnos con nuestro entorno»,
dice Sonia Alonso, cofundadora del proyecto.
En la misma línea trabaja Nextdoor, otro
vecindario online que le ha dado un empujón al cooperativismo
de proximidad. Joana Caminal, country manager de Nextdoor en
España, también opina que la interacción humana prevalece sobre el consumo de
masas: «Puede que el sistema económico no esté diseñado para las curas. Pero
las personas, nuestros barrios, nuestros vecinos, sí lo estamos».
Las representantes de estas apps creen que
la economía bajo demanda, esa que ha transformado los favores en servicios,
nunca podrá competir con la vecina que te da sal para la cena ni derrocará al
amigo que te ayuda a montar los muebles nuevos. Les da la razón Antonio García
Tabuenca, decano y director académico de la cátedra ORFIN, Observatorio de la Realidad
Financiera, de la Universidad de Alcalá y Thinking Heads: «Las oportunidades
serán siempre más atractivas para iniciativas más pequeñas en las que la
solidaridad y el encuentro son más cómplices».
Salguero, el investigador social, advierte sobre un peligro
sigiloso que acecha a estas organizaciones colaborativas: la posibilidad de
caer, ellas también, en las redes del capitalismo. Nuestros
valores y relaciones han sobrevivido al salvajismo mercantil, pero hay
que cuidar las condiciones y los derechos de quienes hacen posible el quid
pro quo de barrio. Al final se trata de que todos salgamos ganando.
por Lucía Mos
https://www.yorokobu.es/esta-la-economia-colaborativa-acabando-con-el-altruismo/
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