SIMONE WEIL: Por qué leerla y qué leer de ella
Simone Weil (1909-1943) quizá no sea una de las autoras más
conocidas del siglo XX, pero en los últimos años ha vuelto a ser más apreciada.
Poco tiempo después de muerta tuvo una primera ola de reconocimiento,
liderada por el esfuerzo de Albert Camus de editar su obra y la enorme
estimación que hizo de Weil, a quien llamó "el más grande
espíritu de nuestra época". Actualmente, la obra de Weil, pese a no
entrar de lleno en el terreno de los estudios feministas o en alguna otra
categoría en boga, está siendo fuertemente revalorada por la academia
y paralelamente goza de un nuevo impulso editorial, haciéndola cada
vez más popular.
No sería demasiado extraño que, con el tiempo, Weil sea reconocida como la más original e importante mujer filósofa del siglo XX, pese a que sólo vivió 34 años y no alcanzó a madurar algunos aspectos de su pensamiento. Pero fueron 34 años de una enorme vitalidad y una búsqueda política, intelectual y espiritual incesante. Esta valoración de Simone Weil obedece a que en ella ocurrió algo extraordinario: la combinación de una inteligencia privilegiada y una compasión deslumbrante, la unión más luminosa del corazón y del cerebro que vio el siglo XX en Occidente.
Esto podría no ser tan relevante en el caso de otro autor en
el que podemos bien disociar su vida de su obra, pero en el caso de Weil su
obra son sus diarios y sus correspondencias, y, aunque están lejos de ser
"confesiones", somos testigos allí de una escritura transparente
que nace al mismo tiempo de su sufrimiento, de su compasión y de su
erudición.
Vida de Simone Weil
Simone Weil nació en París el 3 de febrero de 1909 en
el seno de una familia judía (no practicante) de clase alta. Su hermano
mayor, André, fue un niño prodigio y vivió una infancia "comparable a la
de Pascal". Estimulada por el genio de su hermano, Simone aprendió griego
y latín en la infancia y se acercó al mundo intelectual de André.
Increíblemente Simone creció pensando que su intelecto era deficiente
–acaso padeciendo una cierta discriminación de género: ella era
"bonita" y su hermano "brillante"– y esto la incitó
a desarrollar una disciplina que sería esencial en su vida y su
pensamiento. A los 14 años tuvo una crisis de identidad de la cual logró
escapar resolviendo cultivar el poder de la atención, pues entendió que
cualquier persona capaz de entrenar la atención, no obstante sus facultades
naturales, podría acceder al "reino trascendente de la verdad". Dicha
idea estuvo seguramente influenciada por su hermano, quien sería uno de
los grandes matemáticos del siglo XX y quien vio a las matemáticas como una
forma de acceder a una realidad eterna detrás de las apariencias.
Weil estudió la preparatoria con el filósofo Émile Chartier
(mejor conocido como Alain), quien le inculcó un profundo amor por Platón.
Posteriormente se matriculó en la École Normale Supérieure, la
escuela de estudios superiores más prestigiosa de París, en la misma generación
que Simone de Beauvoir, obteniendo el primer lugar en los exámenes. A los 22
años Weil obtuvo el equivalente a una maestría en filosofía y comenzó su
carrera de docente. Una de las pasiones de Weil fue dar clases. Lo hizo
incluso en periodos de guerra y mientras trabajaba en la fábrica Renault, en
condiciones infrahumanas (en donde se enroló para entender lo que la clase
trabajadora vivía), así como también en una segunda etapa, en la que se enamoró
del trabajo cultivando la tierra.
Weil leía a campesinos y trabajadores las obras de Homero,
Platón o Goethe, entre otros, en el idioma original, y luego les traducía y
explicaba. Dicho al paso, puede decirse que en ese gesto se muestra uno de los
aspectos centrales de su pensamiento: su firme creencia en la
importancia de las raíces. Con "raíces" Weil se refería
fundamentalmente a la relación con la tierra y con el trabajo (usar las manos y
encontrar sentido en lo que se hace) y a las raíces intelectuales y
espirituales de una cultura, de las cuales se nutre el alma humana a través del
conocimiento de las tradiciones filosóficas, literarias y religiosas. El gran
problema del hombre moderno, observó, es su desarraigo.
En Simone Weil se conjugaron la espiritualidad con la
política de una manera poco vista antes. En su primera juventud se unió al
Partido Comunista, pero observó rápidamente algunos de los vicios y problemas
del marxismo (y produjo algunas de las más tempranas y lúcidas críticas). En su
casa en París dio asilo a diferentes "revolucionarios" y exiliados,
incluyendo a Trotsky, con quien sostuvo cordiales pero intensas discusiones.
Viajó a Alemania cuando Hitler apenas tomaba el poder y notó, de nuevo con
inédita anticipación, el gran problema que sería el nacionalismo hitleriano, en
el que observó un modelo de fanatismo religioso secularizado. Participó también
en la Guerra Civil española y en diferentes movimientos sociales de su época.
Durante la Segunda Guerra Mundial, Weil logró viajar a
Londres desde Nueva York (donde se encontraba con sus padres) para participar
en el gobierno francés en el exilio. Redactó diversos panfletos políticos
y buscó crear una nueva constitución. Su proyecto más entrañable y quizá
descabellado, el cual tenía obsesivamente en la mente cuando murió, era
aterrizar en paracaídas en el campo de batalla con un cuerpo de enfermeras
élite, capaces de entregar provisiones, dar asistencia médica y ayudar a
los heridos a tener una buena muerte. En agosto de 1943 murió de tuberculosis,
según el parte médica debido a que se negó a comer.
Aparentemente Weil había tomado la actitud de solidarizarse
con sus connacionales en la Francia ocupada y consumir la misma cantidad de
alimento que estos podían consumir bajo el régimen nazi. Uno de su biógrafos
dijo que "murió de compasión" y su amigo y editor, el
filósofo Gustave Thibon, escribió sobre Weil: "era un alma transparente
que estaba lista para reintegrarse a la luz original".
Pensamiento de de Simone Weil
Weil había vivido, sin buscar demasiado y sin ningún apegó a
la religión organizada, una serie de experiencias místicas en las que entró en
contacto con la divinidad, acercándola al misticismo cristiano. Paralelamente
se encendió en ella un deseo de conocer en profundidad los grandes sistemas de
pensamiento religioso de Oriente, lo que la llevó a aprender sánscrito y
a estudiar particularmente la Bhagavadgita.
En sus últimos cuadernos asistimos a una intensa meditación
soteriológica que combina elementos de la mística cristiana con el platonismo,
el estoicismo, el hinduismo, el taoísmo, el budismo y una inclinación creciente
hacia aspectos más esotéricos, con ecos de la alquimia y de una especie de
química y biología espiritual que en tiempos recientes ha hecho que su obra sea
vinculada con el "espiritualismo" francés.
Quizá el aspecto más fascinante y poco dilucidado de la obra
de Weil es su reflexión sobre la salvación o la trascendencia del alma humana
en términos enteramente basados en la energía, teorizando un modelo de
nutrición sutil –física, intelectual, moral y espiritual–, orientado a
provocar el descenso de la gracia (la energía luminosa y compasiva) y la
supresión o superación de la gravedad (el estado que busca ejercer el propio
poder sobre las cosas). Como sostuvo su maestro Platón en el Timeo,
Weil entendió que el ser humano es una planta cuyas raíces están en el
cielo y que debe alimentarse únicamente de luz. Esto significa poner atención a
las cosas que realmente están vivas y elevan el espíritu y abandonar todos los
falsos brillos que drenan la energía, generan apego y egoísmo, y de los cuales
se alimenta la sociedad de masas, materialista y nihilista, que en el fondo es
el ersatz de la religión (una religión "sin
misticismo").
¿Por qué leer a Simone Weil actualmente?
La primera razón a considerar, es que Simone Weil es una
gran escritora, algo que no ocurre siempre con un filósofo. Ocurrió con Platón,
Kierkegaard, Nietzsche o Pascal (autores con los que Weil tiene
ciertas afinidades estilísticas o temáticas) pero no con Hegel o con Kant,
por citar algunos ejemplos. La prosa de Weil es algo que debe experimentarse y
que está supeditada en cierta manera al accidente de que su obra son sus
diarios. Esto nos permite una ventana directa hacia su pensamiento
(y eso es algo fabuloso, pues la mente de Simone Weil es una de las cosas
más hermosas que pueden presenciarse).
Lo que vemos en sus cuadernos son los procesos
circulares, espirales, no-lineales del pensamiento con los que Weil
va penetrando un objeto y refinando su entendimiento.
Procede primero contemplando un tema, presentándolo en su apariencia
desnuda o literal, establece conexiones analógicas, posibles
interpretaciones simbólicas, y luego lo deja respirar
y regresa sobre él, en diferentes registros: meditaciones de
corte místico, interpolaciones de los clásicos, glosas de pasajes en
sánscrito o griego, versos de Homero, el Tao Te Ching o San Juan
de la Cruz o sus propios poemas, fórmulas matemáticas, especulaciones
sobre la naturaleza de las plantas, la luz y la entropía, y frases cortas
centelleantes en las que de repente Weil parece arribar a iluminar la
esencia o verdad irreductible, generalmente con sublime economía de términos,
ofreciendo una definición que es como un grano de oro. Este último aspecto es
lo que ha hecho que Weil sea tan antologizada, pero es importante notar que sus
frases aforísticas son los resultados de un arduo proceso de destilación
filosófica, de una lucha con el objeto que, con una presión sostenida,
llega a convertir al carbón en diamante.
Simone Weil es absolutamente relevante en nuestra época,
pues como observa Roberto Calasso, tuvo una de las intuiciones
más tempranas sobre la naturaleza de la sociedad secular, que en nuestro
tiempo se ha convertido en un nuevo ídolo, en una voz colectiva que
legisla sobre lo real diciéndonos qué es lo correcto y lo deseable
y, unida a la técnica y al capitalismo, va reemplazando las viejas
tradiciones y conocimientos por modos novedosos y desarraigados de concebir el
mundo, básicamente como un concurso de fuerzas, de voluntades de poder que
buscan imponerse la una sobre la otra, ciegamente, sin propósito ni
soporte en la verdad, la belleza y el bien.
Al mismo tiempo, su pensamiento no fue solamente
una especulación teórica, fue una puesta en práctica de la vieja noción de
la filosofía como un ejercicio espiritual y de la vida como un infinito
compromiso ético, de cara al prójimo, en quien encuentra un valor
absoluto.
En un mundo en el que todo gira en función del éxito y las
apariencias, del poder y el dinero, del placer y la ganancia personal, y
en el que nuestros héroes y modelos son futbolistas o popstars,
o incluso meros activistas o influencers, tenemos en Simone Weil
uno de los últimos grandes ejemplos de una existencia completamente pura,
auténtica y virtuosa, con la grandeza de una tragedia griega y la bondad de
la vida de un santo.
En un mundo incierto y espectral, Simone Weil nos ofrece
algo real, algo completamente sincero y de calidad literaria y moral, en lo que
podemos confiar y encontrar inspiración. No sólo existen personas buenas,
existen personas buenas que son geniales y que están dispuestas a morir por lo
que creen. A Weil probablemente no le gustaría que se exaltará su persona y
preferiría simplemente que se le leyera, sin mayores lisonjas, pero cabe
mencionar que las mismas virtudes que fueron evidenciadas por los eventos de su
vida y los relatos de sus amigos y familiares, son enteramente consistentes con
lo que plasmó en su obra.
Por último hay que subrayar un aspecto del pensamiento de
Weil que es relevante actualmente: su teoría de la atención.
Weil es quizá la pensadora que más profundamente ha reflexionado sobre la
naturaleza de la atención en la historia de la literatura y la filosofía
occidental. Weil desarrolla en torno a la atención una ética, una
epistemología, una hermenéutica, una especie de soterología e incluso un
modelo de educación. La función de la educación, señala, debe ser entrenar la
atención. No enseñar qué pensar, sino cómo pensar
y más aún cómo esperar para que el conocimiento llegue a alumbrar al
estudiante.
Weil consideraba que la atención pura es una forma de
oración –haciendo eco de Malebranche–un estado de concentración, resonancia y
apertura a través del cual una persona puede acceder a un unión mística con su
objeto. Asimismo, la capacidad de entregar nuestra atención indivisa a las
personas desafortunadas o miserables, sin proyectar nuestro propio contenido,
es la auténtica compasión y generosidad, una habilidad que no se puede
conseguir de otra forma, ni con todo el dinero del más acaudalado de los
millonarios o de los filántropos.
El énfasis en la atención es importante actualmente,
pues vivimos en un mundo regido por la economía, una economía mayormente digital, esto es, basada
en datos e información, y lo que consume la información que siempre debe
estar circulando es la atención humana. La facultad esencial que tenemos para
nutrirnos de objetos saludables que elevan nuestro espíritu, regulan
nuestros deseos y enfocan nuestra imaginación, está siendo bombardeada por
las empresas tecnológicas que monetizan cada instante de atención en línea. La
obra de Weil no sólo dimensiona nuestra facultad de atención, sino que
la poetiza y nos inspira a cuidarla y cultivarla, pues se trata de la
luz misma de nuestra mente, la herramienta principal que tenemos para construir
nuestras experiencias y, a través de una ortopraxis, lo que nos permite acercarnos a
lo divino.
¿Qué leer de Simone Weil?
Simone Weil publicó muy poco en vida, sobre todo algunos
ensayos. Especialmente notable es La Ilíada o el poema sobre la fuerza,
una sencilla pero profunda reflexión sobre dicha obra atribuida a Homero, la
gran épica fundacional de Occidente, en la que Weil muestra sus dotes de
clasicista y su penetrante intuición.
El grueso de su obra son sus Cuadernos (Cahiers),
los cuales han sido publicados por la editorial francesa Gallimard y,
aunque no de manera completa, en español por la editorial Trotta.
Dichos "cuadernos" han sido la fuente principal de la
mayoría de sus obras temáticas. Sin duda el lector deberá considerar leer
sus Cuadernos si es que realmente quiere acceder al universo
rutilante y por momentos vertiginoso de Weil.
Sin embargo, la obra de Weil ha sido objeto de estupendas
antologías realizados por sus amigos Thibon y el padre Perrin. Así que una
buena lectura inicial, sin tener que entrar directo a lo profundo, por así
decirlo, es el texto más conocido: La gravedad y la gracia, una selección de
sus pensamientos más significativos y luminosos, agrupados de manera temática y
que elegantemente dan una imagen de la visión global weiliana (si bien ésta es
necesariamente fragmentaria y poco sistemática).
La otra gran antología de la obra de Weil es A la espera de Dios, compilada
por el padre Perrin a partir de la correspondencia entre ambos y de un
excelente ensayo Reflexiones sobre el buen uso de los estudios
escolares como medio de cultivar el amor a Dios, en el
que Weil esboza su teoría de la educación basada en la atención. Este texto es
especialmente recomendable para aquellos que tienen una afinidad por
lo espiritual y religioso.
El pensamiento político, ético y educativo de Weil se
encuentra formulado en la obra que compuso mientras era parte del gobierno
francés en el exilio, Echar
raíces, un texto que puede leerse como el intento de crear una
nueva constitución, en base a una visión holística –platónica y
estoica– del individuo, en la que figura de manera importante el acceso a
la cultura, a la belleza y a la vida en la naturaleza. Como ella misma dice, de
manera enigmática, se debe tener acceso a contemplar siempre "la
serpiente de bronce" (haciendo referencia al famoso pasaje
bíblico). Se trata no sólo de los derechos espirituales de las personas,
sino también, antes que nada, de las obligaciones morales del individuo. La
otra obra importante que conforma una especie de unidad en este sentido
es Opresión y
libertad, en la que aparece la crítica de Weil al marxismo (y
por supuesto también al capitalismo y a la sociedad tecnificada).
Pero, como ya hemos recalcado la obra de Weil, en toda su
luminosidad e intensidad, sólo puede apreciarse con justicia leyendo
directamente sus cuadernos. Gallimard ha publicado sus Cahiers en
cuatro volúmenes con un excelente aparato crítico que contiene traducciones de
las citas en griego, sánscrito, latín y otros idiomas. La prosa de Weil no
emplea demasiados ornamentos o construcciones complejas, por lo cual constituye
una excelente forma de aprender francés en el caso de los lectores que no
conocen el idioma y tienen una disposición más aventurera. Por supuesto, el
lector que conoce el idioma debe dirigirse sin titubeos a sus Cahiers,
una de las obras cumbres del pensamiento del siglo XX, pese a que quizá
por su naturaleza sui generis (¿la de Weil es una obra de
filosofía, literatura o misticismo?) no suelen mencionarse cuando se
discuten las grandes obras del pasado siglo.
En español Trotta ha publicado Escritos de Londres y
últimas cartas, texto en el que pueden leerse las
últimas anotaciones de Weil (ciertamente algunas de las más brillantes a
la vez que obsesivas y conmovedoras). Bajo el sello de Trotta también se
encuentra El
conocimiento supernatural, un texto más amplio que recoge también
apuntes provenientes de sus últimos cuadernos. En la misma línea,
la editorial ha publicado un voluminoso tomo titulado
simplemente Cuadernos,
el cual constituye sin duda la mejor alternativa para el lector que no lee
francés y quiere adentrarse profundamente en el pensamiento de Weil.
Por último cabe mencionar que la Universidad de Québec en
Chicoutimi ha puesto en línea una buena parte de la obra publicada de
Simone Weil, la cual carece de derechos de autor en Canadá. Este acervo
admirable puede encontrarse en este enlace.
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