La crisis del coronavirus pone de actualidad
planteamientos como los de la “vida sencilla”, el “buen vivir” o la ”slow
life”, que hace décadas que proponen modelos de éxito y calidad de vida
alternativos al consumismo. Covid-19 lleva meses poniendo nuestras vidas patas
arriba. Cuando las crisis explotan, normalmente lo hacen destapando nuestras
debilidades y ofreciendo también oportunidades para aumentar nuestra
resiliencia. O sea, permitiéndonos desarrollar nuevas maneras de prevenir y
afrontar las dificultades propias de nuestra existencia, personal y colectiva.
Hace unas semanas publiqué un
artículo en Opcions sobre la actual crisis sociosanitaria.
Reflexionaba sobre las fragilidades que pone de manifiesto, como el exceso de
turismo o la contaminación atmosférica, que han contribuido a aumentar la
extensión y la letalidad de la pandemia. Valoraba también las posibilidades que
la nueva situación nos ofrece. Dos ejemplos alentadores recientes son la
apuesta de diversas ciudades europeas por cerrar
carriles a los vehículos privados para aumentar el espacio para peatones y
ciclistas, y el plan
de impulso a la bicicleta propuesto por la ministra Teresa Ribera.
Hoy quiero darle vueltas a un asunto que el nuevo
coronavirus también destapa, y que nos toca de manera más íntima. Me refiero a
la velocidad de nuestro día a día y a nuestra relación con la soledad y la
lentitud.
Muchas personas nos hemos visto privadas en los últimos
meses de buena parte de nuestras actividades, desplazamientos y relaciones
personales habituales. Lo que nos ha dado la oportunidad de encontrarnos, como
pocas veces antes, con nosotras mismas. Lo que no es demasiado habitual en una
época caracterizada por la velocidad y el exceso de estímulos.
UN “RECESO ESPIRITUAL” FORZOSO
El distanciamiento físico nos enfrenta a un “receso
forzoso”. Que en muchos casos, como explicaba
Pepe Mújica a Jordi Évole, nos empuja a preguntas sobre el sentido de
nuestra existencia: ¿A qué estoy dedicando mi vida y mi tiempo? ¿A aquello que
realmente me gusta y me parece importante? Jorge Alemán hacía también un recomendable análisis en
una línea semejante.
De hecho “cuarentena” es un término usado tanto para el
aislamiento por motivos sanitarios como para los retiros voluntarios que buscan
la “purificación espiritual”. El origen del término parece deberse a los 40
días que Jesucristo pasó en el desierto buscando su transformación a través de
la soledad y el silencio.
Los objetivos de un “receso espiritual” pueden ser
diversos pero, en general, estas bellas palabras de Josefina Aldecoa resumen la
esencia de lo que las personas buscamos cuando nos permitimos -o cuando la vida
nos “obliga” a hacer un alto en el camino:
“No hay que tener miedo al cambio, sino buscarlo. Porque
cambiar es detenerse en el camino y subirse a un alto para ver lo que va siendo
nuestra vida, en qué se parece a lo que nos gustaría que fuese”.
QUE NUESTRA VIDA SE PAREZCA A NUESTROS VALORES
Las palabras de Aldecoa coinciden con bastante exactitud
con un objetivo central del consumo consciente: acercar nuestra vida, nuestra
práctica cotidiana, a nuestros valores y objetivos vitales. Cambiar nuestra
manera de consumir sería, pues, un hecho liberador y una fuente de
satisfacción, en la medida en que una mayor coherencia entre nuestros valores y
nuestra cotidianidad nos hace sentir, en general, más realizadas (siempre que
no intentemos llevar la coherencia a un extremo).
Pero tengo la sensación que los agentes que promovemos el
consumo consciente, la sostenibilidad o la economía social a menudo nos
centramos en su papel como herramienta de “compromiso social y ambiental”, más
que en su potencialidad como propuesta de acercarnos a vidas más “ligeras” y
conectadas con nuestros deseos y anhelos profundos.
Puede parecer que sintamos cierta desconfianza sobre lo
que puede pasar si damos rienda suelta a nuestros deseos. ¿Nos llevarán nuestros
anhelos a prácticas insostenibles como querer tener un coche deportivo o una
piscina climatizada privada, o a viajar sin descanso alrededor del mundo
mediante constantes viajes en avión?
Y no es extraño que sintamos tal desconfianza, porque si
algo hace bien el modelo consumista es generar deseos. El capitalismo es sexy.
Es un sistema extraordinariamente bueno prometiéndonos —y a menudo,
consiguiendo— vidas, o trocitos de vida, atractivos y seductores. ¿No sientes
placer cuando estrenas un Iphone? Y si algo es capaz de generar agregación de
voluntades sociales —y electorales— es la ilusión por, simplemente, vivir
mejor.
¿EXISTEN PROPUESTAS DE CALIDAD DE VIDA ALTERNATIVAS AL CONSUMISMO?
Como explicaba en mi artículo sobre
el “día sin compras”, las propuestas alternativas pecamos demasiado a
menudo de hacer propuestas “a la contra”, demasiado moralistas, poco
sugerentes... Planteamientos que, excepto para minorías altamente sensibilizadas,
no son demasiado atrayentes ¿Qué podemos hacer entonces para mejorar nuestras
vidas y atraer hacia nuestras propuestas a sectores menos receptivos?
En esta línea, me parecieron una evolución lemas como “En
Navidad, libérate del consumismo”, utilizado en una campaña navideña de consumo
responsable en Manresa hace más de una década, o el “Menos para vivir mejor”
del “2009: año del decrecimiento con equidad”, de Ecologistas en
Acción.
Aunque, si analizamos estos mensajes con más
detenimiento, son campañas que, incluso si avanzan hacia un modelo diferente
(la liberación, el vivir mejor), siguen partiendo de una oposición y del marco
(“consumismo”, carro de la compra, “menos” -consumo-) al que pretenden
presentar una alternativa.
VIDA SENCILLA, VIDA LENTA… ¡BUEN VIVIR!
Pero también existen propuestas que plantean, de manera
netamente positiva, modelos de éxito, felicidad y calidad de vida sostenibles.
Conozcámoslas:
- El “buen vivir” (Sumak Kawsay en lengua quechua) es una propuesta política, cultural y social desarrollada principalmente en Ecuador y Bolivia en la última década del siglo XX, como paradigma alternativo al desarrollo capitalista. Está inspirada en tradiciones, términos y propuestas de diversos pueblos indígenas, que aluden a “vidas en plenitud” sustentadas en valores éticos. Se ha incorporado a las constituciones de Ecuador (2008) y Bolivia (2009).
- La vida
sencilla, vida simple, simplicidad voluntaria o downshifting es
un estilo de vida influenciado por motivaciones espirituales, de salud,
ecologistas o de justicia social. También se conoce por otras
denominaciones como vida modesta o minimalismo. Se caracteriza por priorizar
el valor de la realización, las relaciones personales y el tiempo libre a
la acumulación de dinero o bienes materiales. Ha sido practicado y promovido en los últimos 4.000 años por diversos
grupos y tradiciones religiosas y espirituales (hindúes, abrahámicas,
budistas, cristianas, mahometanas…), así como por teorías filosóficas
(epicureísmo, estoicismo).
Como expresiones o tendencias de las últimas décadas podemos citar la “vuelta al campo”, el movimiento de ecoaldeas, las casas pequeñas o Tiny House, el rechazo del trabajo asalariado (uno de los tótems de nuestra cultura) o el downshifting (“reducción de marcha”).
Carlos Fresneda explicaba en su ensayo “La vida simple” (1998) que se calculaba
que en Estados Unidos, país de la fast food y la fast life, 20 millones de
“downshifters” habían dejado sus empleos “bien establecidos” en busca de tiempo
para cuidarse y cuidar a la gente que quieren, tener más tiempo para hacer lo
que les gusta y vivir más cerca de la naturaleza.
Hablando de downshifting
y de crítica al trabajo asalariado como centro de nuestra existencia, la actual
crisis ha provocado el
reavivamiento a nivel global del debate sobre la necesidad de una renta básica
universal, o al menos una renta mínima -defendida incluso desde
posiciones liberales-. Debate que sin duda se acentuará en los próximos
años debido a la progresiva sustitución de mano de obra humana debido a la
extensión de la robótica.
- El movimiento
lento es una tendencia cultural que tiene por expresión más
conocida la slow food o comida lenta. El término se acuñó en 1986 en
Italia en una protesta por la apertura de un McDonalds en la Piazza di
Spagna de Roma. En 1989 Slow
Food se funda oficialmente como movimiento internacional.
El movimiento cuenta con otras expresiones como las Cittaslow o ciudades lentas, red fundada en 1999 que cuenta más de 100 municipios adheridos en Alemania, Gran Bretaña, Holanda, Noruega o España.
CONCLUSIONES
No es extraño que nuestra velocidad y nuestra relación
con el tiempo sean, a menudo, hábitos más difíciles de transformar que otras
prácticas de consumo, en los que la alternativa sostenibilista es menos
exigente en cuanto a su exigencia de reducir nuestra marcha.
De hecho también en los entornos vinculados a la
sostenibilidad o la economía social encontramos a menudo maneras de hacer y
ritmos de vida con altas dosis de estrés y productivismo. Las causas de esta
dificultad son múltiples. Factores materiales como la precariedad económica y
laboral o los precios de la vivienda juegan un gran papel en muchas ocasiones.
Pero creo que no son los únicos elementos a tener en cuenta.
En cuanto a nuestras motivaciones íntimas, creo que, en
muchas ocasiones, una de ellas es que la alta velocidad de nuestros ritmos de
vida nos permite no tener que enfrentarnos al miedo que nos produce mirar
hacia nuestro interior. Quizás porque no somos conscientes de que, si nos
atrevemos a levantar nuestras alfombras y barrer lo que se ha acumulado debajo,
los monstruos suelen convertirse en tesoros. Porque -como nos enseñan la
mayoría de tradiciones filosóficas, religiosas y espirituales de todos los
tiempos-, si conseguimos amigarnos con la soledad y el recogimiento podemos
acercarnos a niveles de gozo y paz interior difícilmente alcanzables a mayor
velocidad.
Pero los ritmos y estímulos actuales no ayudan.
Por eso este parón forzoso es una oportunidad para
acercarnos a la “vida lenta”, la simplicidad… Propuestas que, a pesar de ser
ingredientes esenciales en la receta del consumo consciente y la
sostenibilidad, a menudo no tenemos tan presentes en nuestro día a día.
La buena noticia es que el debate sobre formas de vida
más sencillas se está extendiendo gracias a la actual crisis. No es extraño en
las últimas semanas encontrar artículos y reflexiones en este sentido en
grandes medios de comunicación, e incluso en la voz de sociólogos y
analistas conservadores como Narciso
Michavila.
*Este artículo fue publicado anteriormente en catalán
en Sostenible.cat.
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