Las
monedas locales, monedas no oficiales que únicamente tienen valor en
una ciudad o en una pequeña región o comunidad, están intentando
abrirse camino, poco a poco, para convertirse en una especie de
“vacuna social” que aminore los efectos perniciosos de las crisis
monetarias y financieras globales, que tantos costes sociales y
sufrimientos producen en grandes capas de la población mundial.
Justo
antes de la crisis financiera global que comenzó en 2007, el Fondo
Monetario Internacional (FMI) contabilizó las crisis sistémicas que
se habían vivido desde 1970: 328 crisis (entre bancarias y
monetarias). Es decir, prácticamente 9 crisis sistémicas por año a
escala mundial. Según el propio FMI, la actual globalización ha
incrementado la frecuencia y la propagación de estas crisis
financieras, aunque no necesariamente su gravedad. Ni siquiera los
propios reguladores tienen constancia efectiva a día de hoy de las
innumerables innovaciones financieras legales puestas en marcha por
las entidades bancarias y que son potencialmente peligrosas para
desatar una nueva crisis.
Prácticamente
podríamos decir que vivimos en permanente peligro de “epidemia
financiera” y que va a seguir siendo así en el futuro si nadie lo
remedia.
Por
poco interés que pongamos en identificar los sectores de la
población que pagan el grueso de las crisis financieras, vemos que
las víctimas de estas “epidemias” recurrentes siempre son los
mismos: las masas asalariadas menos cualificadas, determinados
sectores de las clases medias y los miembros más vulnerables de la
sociedad. Y así, una crisis tras otra. Por tanto, ni las propias
clases obreras en general, ni los sectores de la población ya
atrapados en la pobreza estructural parece que puedan tener la más
mínima posibilidad de aspirar a un futuro mejor. De cada crisis
saldrán mucho más maltrechos de lo que salieron de la anterior.
En
este contexto, ¿pueden las monedas locales considerarse como una
vacuna que genere anticuerpos contra los efectos perniciosos de las
crisis epidémicas financieras? El concepto de “resiliencia”
puede darnos alguna clave para responder a esta pregunta. La
resiliencia es un concepto de la Física que define la capacidad de
un metal para doblarse sin llegar a partirse. Un concepto muy de moda
también en la psicología moderna, definido como la capacidad para
adaptarse a las adversidades y aprender a sacar los aspectos
positivos de las mismas.
Para
entender mejor este concepto, desde el punto de vista de la economía
social, usamos un ejemplo tan sencillo como ilustrativo, que tomamos
prestado de la naturaleza: el oso panda. Este gracioso mamífero
posee un aparato digestivo más propio de un carnívoro que de un
herbívoro, sin embargo su dieta está compuesta exclusivamente (el
99% de lo que ingiere) por tallos de bambú. Su organismo es un
ejemplo de eficiencia extrema, pues ha conseguido sobrevivir con esta
monodieta vegetal, que parece serle tan poco favorable, durante
millones de años. El panda sería un ejemplo clarísimo de mínima
resiliencia, ya que cualquier circunstancia que afecte negativamente
al ecosistema de los bosques de bambú, como ya está ocurriendo por
la propia acción del hombre, es una amenaza absoluta para su
supervivencia como especie.
Trazando
un simple paralelismo podríamos decir que el dinero (el dólar, el
euro,…) sería el bambú que alimenta el organismo económico de
las comunidades locales. No hay duda de que el modelo de monedas
únicas conforma un sistema monetario supereficiente en la escala
macroecómica de la globalización, pero si bajamos a un nivel más
micro, como en el caso de las economías locales, cuando se produce
una situación de crisis nos encontramos con situaciones de severos
ajustes, despidos masivos, reducciones de salarios, desaparición del
crédito, etc, del tal manera que el flujo de dinero disminuye y deja
de llegar a la economía de una forma continua, dejando a los tejidos
socioeconómicos locales carentes del único alimento del que
dependen. El sistema de monedas únicas deja en evidencia la escasa
resiliencia de nuestras economías locales, que en épocas de crisis
languidecen como lo harían los entrañables pandas sin bambú. Con
las desastrosas consecuencias sociales por todos conocidas.
Cuando
hay una crisis –y ya hemos visto que son más habituales de lo que
imaginábamos-, en las economías locales no desaparecen las
necesidades de las personas y las empresas, tampoco las capacidades y
el potencial de las mismas para dar respuesta a aquellas necesidades,
lo que se produce es simplemente la paralización de la economía
porque no circula el dinero que le sirve de alimento. Sin embargo,
cuando en las economías locales se introduce un sistema de
“alimentación” dual, con una “moneda única” para las
operaciones macroeconómicas y otra moneda local para los
intercambios en la escala más cercana (poniendo en contacto recursos
potenciales con necesidades no satisfechas a escala local), la
resiliencia de la economía local se incrementa exponencialmente y su
resistencia a los efectos de las crisis también, dando además
estabilidad a todo el sistema. Visto así, las monedas locales sí se
pueden considerar, al menos desde un punto de vista teórico, una
eficaz vacuna contra las epidemias del sistema financiero global.
¿Llegarán a poder serlo alguna vez en la práctica?
EL EJEMPLO DEL WIR SUIZO
La
dualidad monetaria es precisamente el secreto del modelo suizo. En la
economía suiza conviven dos monedas, el franco suizo y el
franco Wir,
lo que entre otros condicionantes, la convierte posiblemente en la
economía más estable del mundo, aún cuando las transacciones en
Wir apenas representan el 0,32% del PIB suizo. Podríamos decir que
el Wir es la pequeña dosis que genera un beneficioso “efecto
vacuna” en todo el cuerpo financiero suizo.
De
las monedas locales y regionales que surgieron para ayudar a la gente
a sobrevivir a la depresión económica que siguió al hundimiento de
la Bolsa de 1929, el Wir es la única que aún sobrevive. Su modelo
se inspiró en los sistemas alemanes de “comercio sin dinero en
efectivo”, que funcionaron tras la gran depresión siguiendo las
teorías económicas de Silvio Gesell y que fueron rápidamente
fulminados por el estado alemán.
Lo
mismo ocurrió en otros lugares. Por ejemplo en Austria, donde tuvo
lugar en 1932 lo que se conoció como “el milagro de Wörgl”, una
pequeña ciudad que al crear su propia moneda pasó, en plena
depresión, de tener un paro superior al 30% a lograr el pleno
empleo. Su éxito contagió a todo el país, e incluso a otros como
Estados Unidos, pero rápidamente el estado austriaco debió pensar
“que las medicinas solo las podía recetar él” y prohibió de
raíz las monedas locales. Ya sin vacuna, el desempleo
inevitablemente volvió a superar de nuevo el 30% en Wörgl. En
Estados Unidos, tampoco Roosevelt permitió que se implantaran estos
sistemas, que habían sido estudiados y recomendados por su asesor
económico Irving Fisher y se decantó por desarrollar su conocido
New Deal.
Nada
nuevo bajo el sol. En el ámbito sanitario, crear una vacuna
gratuita, por ejemplo para combatir la malaria, nunca contará con
las simpatías ni el apoyo de las grandes multinacionales
farmacéuticas. De la misma forma, disponer de sencillas “vacunas
monetarias” para proteger las pequeñas economías locales no
parece que vaya a ser una prioridad para quienes detentan los
privilegios y el monopolio de dirigir los sistemas monetarios
globales, ni para los poderes políticos de cualquier ámbito, que
siempre son reacios a apoyar aquello que no controlan. Casos como el
Banco Palmas en Brasil, que pasó de ser cuestionado a contar con el
máximo apoyo del gobierno carioca, o algunos proyectos en que la
Unión Europea está apoyando experiencias piloto de monedas locales
de algunas ciudades del viejo continente, de momento parecen ser la
excepción que confirma la regla.
En
cualquier caso, en la actualidad se estima que hay en todo el planeta
cerca de 5.000 sistemas monetarios alternativos (más de un centenar
en España) experimentando la capacidad de estas herramientas para
generar “defensas” que ayuden a sobrevivir a los grupos
económicamente más vulnerables. De momento, las dificultades son
muchas y los resultados relativamente modestos, pero se puede estar
fraguando la base sobre la que se asiente un poderoso movimiento que
marque el devenir de la nueva economía.
EL
CARÁCTER SOCIAL DE LAS MONEDAS LOCALES
Poco
a poco va llegando a la opinión pública esta eclosión de sistemas
monetarios alternativos o complementarios (no confundir con las
criptomonedas, que salvo honrosas excepciones son sistemas puramente
especulativos). De alguna manera se está cumpliendo la predicción
del economista Bernard Lietaer, uno de los más prestigiosos
analistas de los sistemas monetarios, que, además de presidir el
Banco Central de Bélgica, fue uno de los responsables del diseño
del ECU, precursor del Euro, la moneda única europea. Lietaer
predijo un futuro en el que las monedas únicas nacionales
convivirían con multitud de monedas locales funcionando de forma
paralela y se declaró activo defensor de la bondad de este modelo
para conseguir la estabilidad del sistema monetario global.
Lietaer,
entre otros, ayudó a acuñar la definición de las monedas locales
como “el dinero de la gente”, poniendo el énfasis en su carácter
social. Porque uno de los aspectos más revolucionarios que consiguen
este tipo de herramientas es recordar a la gente que el dinero es uno
de los grandes inventos de la humanidad y que se puede crear
simplemente por un acuerdo entre los miembros de la comunidad. La
gente puede crear su propio dinero de una forma consciente y eficaz,
con unas normas de uso claras, voluntarias y viables, y además
controlarlo de una forma totalmente democrática.
DOS
GRANDES TIPOS DE MONEDAS LOCALES
Aunque
no hay dos modelos de monedas sociales iguales entre sí, la mayoría
comparten una serie de características que vienen marcadas
precisamente por el carácter eminentemente social que tienen: la
solidaridad y la sostenibilidad son valores esenciales en ellas. En
general operan con una paridad 1:1 respecto a la moneda oficial, es
imposible especular con ellas y suelen conllevar desincentivos para
la acumulación como la oxidación (una especie de tasa de interés
negativo). Algunas utilizan billetes de papel y otras mediante
monederos electrónicos. En cuanto a su denominación, se suelen
emplear indistintamente las expresiones de monedas locales, sociales
o en algunos casos complementarias.
A
nivel general, podemos definir dos grandes categorías (aunque pueden
establecerse otras muchas en función del criterio de clasificación
elegido): las
monedas
de
crédito mutuo y las monedas complementarias.
En
las de crédito mutuo la moneda se crea en el momento de la
transacción, de tal forma que el que compra tendrá en su cuenta un
saldo negativo por el valor de la transacción y el que vende un
saldo positivo por el mismo valor. La suma de los saldos siempre
tiene que ser cero. Se suelen establecer límites tanto a los saldos
negativos como a los positivos para garantizar que todos aportan y se
benefician del sistema de una forma más o menos equilibrada. Todo se
basa en establecer una comunidad de confianza. En muchos casos
utilizan sencillas cartillas donde se van anotando todas las
transacciones, aunque luego haya un posterior control informático de
las mismas. Uno de los ejemplos más llamativos de este tipo de
monedas son los Bancos del Tiempo, donde la unidad monetaria es la
hora. En España una de las monedas de este tipo de mayor éxito es
El Puma,
creada en el barrio del Pumarejo de Sevilla. Las hay con interesantes
peculiaridades como la Mola (Hortaleza
– Madrid) donde las monedas se generan a partir del reciclaje de
materia orgánica o el Henar (Alcalá
de Henares) donde parte de la masa monetaria se crea a través de un
juego.
A
las monedas complementarias les diferencia que están respaldadas en
moneda oficial, algo que no ocurre con las de crédito mutuo. Así
este tipo de monedas tienen una cuenta de respaldo en un banco
tradicional, donde se depositan tantas unidades de moneda oficial
como unidades de moneda local circulen en el sistema. Es un modelo
más indicado para que el comercio local participe en la red, ya que
tiene garantizado el rescate de sus fondos en moneda oficial cuando
lo necesite. Ejemplos de monedas de este tipo son el Ekhi (Bilbao),
el Jarama (Rivas
Vaciamadrid), o el Boniato,
la moneda del Mercado Social de Madrid.
Recientemente
algunas entidades municipales también se están sumando al
movimiento de creación de monedas sociales dando un importante
respaldo institucional y sobre todo económico a su funcionamiento,
con interesantes resultados. Algunas cuentan incluso con financiación
de la Unión Europea. En España, dos ejemplos interesantes en este
sentido son la Ossetana (San
Juan de Aznalfarache) y la Grama (Santa
Coloma de Gramanet).
Por
último, a escala europea podemos citar dos monedas complementarias
de gran proyección mediática internacional: Bristol
Pound (Reino
Unido) y Chiemgauer
(Alemania).
No hay comentarios:
Publicar un comentario