HACER O TENER,
HE AHÍ EL DILEMA
Cuando hacemos alguna cosa solamente con el objetivo de tener más,
quizás estamos tomando un rumbo incierto. Los bienes, el dinero, los objetos
materiales son sumamente impredecibles: vienen y van. Hoy están aquí y tal vez
mañana ya no. Pero si sabemos hacer, si hacemos bien lo que hacemos, siempre
habrá una oportunidad de volver a comenzar.
Si
hacemos un trabajo solamente por tener
dinero para comprar todo aquello que se nos cruce por delante, subordinamos de
manera insana nuestro desarrollo intelectual y profesional. Es decir,
minusvaloramos nuestras posibilidades de crecimiento y la potencialidad de
nuestras capacidades reales.
“Felicidad no es hacer lo que uno quiere sino querer lo que
uno hace”
–Jean Paul Sartre–
La
idea, sin duda alguna, es conciliar ambos parámetros (el hacer y el tener),
porque tampoco podemos negar que vivimos en un contexto social en el que el
tener es básico y esencial para cubrir determinadas necesidades.
Hacer: el dilema de los anhelos y el crecimiento personal
No
siempre podemos comprar todo lo que se nos antoja, pero esto no es algo
negativo. Todas esas renuncias a los caprichos materiales,
son límites constructivos. Nos recuerdan que somos humanos y que, como tales,
hay un límite para todos nuestros deseos, materiales o no. Y, aunque parezca
extraño, también nos ayudan a aceptar la muerte: el límite definitivo.
A
todas luces, la apuesta por hacer, en lugar de tener,
es muy interesante, pero requiere de más esfuerzo, paciencia y dedicación. Se
debe contar con una virtud que pocos alcanzan en la vida: la capacidad para
renunciar, en función de valores superiores o de una meta más trascendental. El consumo nos pone al frente de cientos de
productos e insiste en que los necesitamos. Solo quien ha desarrollado una
conciencia elevada puede comprender que no es así.
Quienes
están más preocupados por tener que por hacer, son capaces de dedicar
toda su vida a un trabajo que, en el fondo, detestan o que les proporciona muy
pocas satisfacciones. Si les preguntas, te dirán que deben hacer ese sacrificio
porque les pagan bien. De esta manera, terminan teniendo lindas casas en las
que nunca están, bellos muebles que jamás usan, hijos para los que no tienen
tiempo, parejas para las que no tienen cariño, etc.
Finalmente,
cada decisión en la vida implica un coste: ganas algo, pero también pierdes
algo. Cada uno decide qué está dispuesto a ganar o perder. Se cuentan por
cientos los testimonios de personas que eligieron tener, en lugar de ser o hacer, y al final se arrepintieron.
Envejecen obsesionados con obtener dinero de más, y cuando se dan cuenta, ya no
tienen vida para disfrutarlo.
El
tener: el dilema de la satisfacción y el saco roto
El
primer escollo que encontramos en el camino es la pregunta: ¿trabajar para
crecer y realizarse o trabajar para sobrevivir? La realidad nos exige que
produzcamos dinero, nos guste o no, ya que difícilmente logramos vivir sin
este, o al menos nos exponemos a una gran incertidumbre.
El
problema del “enfoque del tener” es que se convierte en un saco que no tiene
fondo. Fácilmente la obsesión se transforma en una compulsión, que
retroalimenta a la propia obsesión.
Después
de una adquisición, la emoción generada puede ser realmente intensa. Una especie de baño
de optimismo con la compra del nuevo teléfono o del coche último modelo, o del
vestido más caro de la temporada más reciente. Pero ese estado de exaltación
pasa muy pronto. Entonces, la única manera de volver a sentir entusiasmo es
encapricharse con un nuevo objeto y recorrer el mismo ciclo.
No
es sano tener mucho por fuera, si hay un vacío por dentro. Esas compensaciones
pasajeras están llamadas a alimentar una insatisfacción frecuente. Esto es así
porque en el “camino de tener” se van dejando de lado los afectos, la capacidad
para gozar de las cosas pequeñas, el cultivo de lazos significativos… Y todo
eso es lo que verdaderamente le otorga un sentido a la vida.
El hacer y el tener: un binomio que no debe entrañar
contradicción
Siguiendo
con nuestra reflexión, el lema saludable sería:
“no vendernos por dinero, pero tampoco quedarnos sin cubrir nuestras
necesidades básicas”. Evidentemente, esta es una lógica sana que nos permitiría
sobrevivir sin dejar de ser lo que somos o lo que aspiramos a ser.
Lo
saludable es que cada persona cuente con un medio económico para sobrevivir:
que cuente con capacidad de compra para obtener lo que necesita realmente para
“vivir con calidad”. El problema está precisamente en ese concepto de “vivir
con calidad” y en los medios que se emplean para alcanzarlo.
El
dinero y los bienes materiales no son enemigos de la calidad de vida;
todo lo contrario: son absolutamente necesarios para garantizarla. Lo que sí
estrangula a nuestra existencia es el vivir en función de caprichos materiales,
que alcanzamos muchas veces con un dinero que no tenemos. Eso es lo que nos
vuelve esclavos del tener. Eso es lo que convierte el hacer en un medio y no en
un fin.
Quien
sabe hacer, quien puede hacer, seguramente siempre encontrará un medio para
tener. Pero esto no se aplica al caso opuesto: quien tiene, no siempre sabe o
puede hacer. Alguien que vive en función de hacer, probablemente deje huella de
su existencia en el mundo y en quienes le rodean. Alguien que solo vive para
tener, probablemente solo termine siendo el esclavo de un consumismo que no
tendrá descanso ni piedad.
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