DÍA DEL SIN TRABAJO
Diálogo extremeño, (real como la vida misma):
Estoy buscando trabajadores
para mi empresa, como estás en paro supongo que te interesará porque las
condiciones creo que son buenas.
Bien, depende. Me interesa el empleo si cobro en negro y
sin papeles.
No, no, yo quiero que mis empleados estén legales, a
cubierto de eventualidades y dados de alta en la Seguridad Social desde el
primer momento.
Entonces, no me interesa, que pierdo la paga que ya
tengo.
También necesito para limpieza y otras actividades, ¿a tu
mujer, no le interesaría trabajar en la empresa?
Pues no, lo mismo digo, que a mi mujer la tengo cobrando
la paga de maltratada.
Este diálogo no es imaginario sino muy real y más frecuente de lo que cabría suponer en paraísos socialistas donde el paro es endémico y mucha gente se ha acostumbrado a no dar un palo al agua y vivir de la sopa boba.
El Uno de mayo era una fiesta del Trabajo, propia de las organizaciones sindicales cuando estaba vigente el marxismo clásico de la lucha de clases antes del posmoderno neomarxismo cultural a lo Gramsci, escuela de Frankfurt o Alinsky, dedicado a la destrucción de la cultura, la intelectualidad, y las instituciones naturales como la familia. La demolición de esas bases de la sociedad tiene consecuencias sobre la actividad económica básica, la que sirve para satisfacer necesidades sociales y como consecuencia sabotea la creación de empleo.
En esa época, hoy periclitada, los sindicatos
solían ser verdaderas agrupaciones de trabajadores mantenidas por éstos y no
brazos o tentáculos del Estado financiados por los presupuestos y protegidos en
falsa bandera por el poder plutocrático más o menos oculto. Y eso cuando
no producen directamente desfalcos tremendos como el famoso de la PSV, quebrada
cooperativa de vivienda de la UGT. Un escándalo de unos 13.000 millones de
pesetas de los que se libró de pagar el sindicato socialista.
Aunque el tema del sabotaje del trabajo mediante la
instauración de paguitas de sopa boba daría para varias tesis
doctorales creo que se puede intentar explicar su razón de ser y utilidad para
el Poder de modo muy sumario.
Las paguitas institucionalizan un factor disuasorio para el
trabajo y por tanto de descomposición social. Distorsionan o impiden la
actividad económica tradicional, sobre todo de la clase media y de la pequeña y
mediana empresa. Favorecen la invasión de inmigrantes con ese pretexto que
también buscan la manera de acceder lo antes posible a otra paguita, vivir del
cuento, y favorecen el Plan Kalergi de sustitución de la población autóctona,
de raza blanca y sociológicamente cristiana.
Desde el punto de vista político crean y mantienen redes
clientelares de voto cautivo para los partidos títeres del Gran capital
plutocrático que se aseguran así la obediencia al poder mercenario o vicario
que ha instalado gracias al poder mediático también bajo su dominio, un poder
político de falsa bandera pues está en contra de los verdaderos legítimos
intereses de los trabajadores.
Las paguitas hay que financiarlas y desde luego así se hace.
Primero con impuestos abusivos soportados por los que aún mantienen una
decreciente y cada vez más precaria actividad como los autónomos o los
empleados de empresas que sobreviven. Y también por deuda creciente. Deuda que
genera intereses, cuyos montantes se distraen de la parte de presupuestos
dedicada a cuestiones importantes pero que generan cuantiosos intereses
cautivos o ingresos a beneficio de la plutocracia financiera globalitaria que
ha instalado a los partidos políticos mercenarios en el poder, para que les
sirvan. Y para colmo, la inflación.
Este círculo infernal pudiera intentar superarse mediante el
auto empleo o el recurso a sociedades para favorecer la pequeña y mediana
empresa. Existen lo que en Teoría económica se llaman recursos ociosos,
conocimientos y necesidades sociales que satisfacer pero la economía de mercado
no funciona por el exceso de impuestos y de normativa restrictiva o limitante
que la obstaculizan o la impiden. Por ejemplo, ahora hay muchos locales vacíos
en las ciudades o fincas rústicas sin trabajar y gentes con alguna capacidad
emprendedora pero a la que en las actuales circunstancias no le salen las
cuentas.
Pues aquí nos encontramos con otra piedra canallesca en el engranaje disuasorio. En Teoría de la Organización es bien conocido que el problema de las estructuras organizativas o administrativas sobredimensionadas no es solo de aumento innecesario de costes en perjuicio del usuario o consumidor final o bien de la cuenta de resultados cuando la hubiera, sino del aumento artificial y contraproducente de los procedimientos de relación asociados. Procedimientos farragosos, costosos o inútiles pero que dan poder casi omnímodo por su dificultad o arbitrariedad en su aplicación a las burocracias que los administran. Burocracias que no aportan ningún valor añadido o utilidad cierta o razonable pero que parasitan inmisericordes a los decrecientes agentes económicos que aún mantienen actividad.
Son clases
extractivas, parásitas que además de vivir a costa del contribuyente y
contribuir a mantener el despotismo político o burocrático dificultan y
retrasan la actividad económica verdadera en manos de la ciudadanía común. En
cierto modo quizás sería menos perjudicial mandarles el sueldo a casa pero que
no intervinieran en los procesos socioeconómicos ni hicieran nada. En España
hemos pasado de unos 800.000 funcionarios al final del régimen anterior cuando
aún no había informática a ya varios millones y creciendo en los diferentes escalones
administrativos de la actual lamentable y ruinosa organización del Estado.
Con los pretextos más peregrinos o sacados astutamente de contexto se perpetran normativas incoherentes, farragosas o demenciales que dificultan o incluso impiden la actividad de la pequeña y mediana empresa y el desarrollo económico. Tal proceso extractivo de las burocracias se ha convertido en una auténtica plaga para la economía de mercado y en hacer la vida más difícil a los ciudadanos que lo padecen. En efecto, hay que considerar el coste total y no solo el sueldo percibido, de proporcionar un empleo. Cuando ese coste es bajo, el empleo aumenta y también lo hace el nivel de base de la economía, ya que hay muchos empleos y, por lo tanto, más gente que tiene dinero para gastar en bienes y servicios.
Cuando ese costo es alto, las bases
socioeconómicas se marchitan, pero los plutócratas se vuelven más ricos, porque
pueden obligar a quienes sí tienen dinero a gastarlo en los negocios que ellos
poseen, cada vez más en régimen de monopolio, en parte gracias a esas
regulaciones abusivas. Debido a que este factor ha sido obviado en la economía
convencional, la captura corporativa de las burocracias gubernamentales se ha
convertido en una plaga para la verdadera economía de mercado. Los
insaciables «regulacionistas» de la izquierda falsaria son cómplices necesarios
del gran Capital monopolístico en este sometimiento y descomposición social.
Para terminar, en Occidente desgraciadamente se están abandonando las actividades primarias y secundarias a favor de la comercialización bajo etiqueta falsa y de un determinado sector «servicios», engordado artificialmente como hemos indicado. Si no hay actividad en los sectores primario y secundario tampoco el de los servicios va a prosperar. Y más cuando el proceso de globalización tendería a eliminar sedes sociales y directivos de los países subordinados.
De donde no hay no se puede sacar y la
capacidad impositiva para mantener el tenderete se resiente o termina
resultando insostenible. La fragilidad del modelo se ha comprobado
dramáticamente con los últimos tristes acontecimientos que nos han mostrado
nuestra dependencia estratégica de la producción asiática y de las ocurrencias
de determinadas organizaciones internacionales que actúan contra los legítimos
intereses nacionales, incluidos los del fomento del trabajo y del empleo.
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