MANIFIESTO POR UNA VIDA MEJOR
¡Víctimas del régimen
del demasiado, uníos!
Los breves lapsos de moderada libertad —aquellos que nos
conceden las vacaciones estivales o a veces, los puentes largos— vienes
acompañados habitualmente de una mezcla de bajona y lucidez que nos hace
preguntarnos por las vidas que, individual y colectivamente, llevamos. Aun
cuando la sana desconexión se diluye cada vez más por vía de la
hiperconectividad y la no interrupción de la riada de últimas horas, parece que
basta distanciarse unos pocos días de las rutinas cotidianas para tomar
perspectiva y reflexionar sobre el sentido de todo esto. La primera cuestión es,
¿qué nos pasa?. La segunda es si podemos salir de ello.
Sobre la colonización del tiempo
“La regla del 8-8-8 para mejorar la autoestima y afianzar el pilar de tu bienestar”, anuncia un titular del periódico digital El Confidencial. Como una fórmula para optimizar el tiempo de trabajo, el de ocio y el de sueño, así se plantean en las secciones de salud o sociedad, las web sobre estilos de vida,
esta nueva “tendencia” de wellbeing (el bienestar en su variante de tenernos satisfechos y tranquilos para rendir mejor). Como si la regla de “ocho horas de trabajo, ocho horas de recreo, ocho horas de descanso”, que el socialista Robert Owen acuñara, no tuviera más de 200 años, como si no hiciera más de un siglo que este objetivo, asumido por la lucha obrera, empezara a concretarse, primero en Uruguay y luego en la Unión Soviética. Lo que hace dos siglos era una teoría con miras a la paz social, y un siglo después una ambiciosa conquista del proletariado, se ha convertido en pleno siglo XXI en una tendencia.Hay una palabra que
creo que digo poco, como que me cuesta pronunciarla, me da miedo hacerlo,
parece que va a salir de mi boca pero mis labios lo impiden: NO. No voy a
hacerlo, esto NO, así NO, NO me apetece. Creo que mi bienestar pasa por
practicarla más a menudo.
No tengo tiempo. Geografías de la precariedad se
llama el libro en el que el sociólogo Jorge Moruno analiza esto de vivir con la
lengua afuera. “El trabajo precario contemporáneo se parece más al del siglo
XIX que al del siglo XX”, constataba el autor en una entrevista en
la que señalaba cómo la precariedad “dinamita las viejas fronteras entre el
tiempo de trabajo y el tiempo de no trabajo, gracias al uso de las tecnologías”,
empujándonos a un estado constante de disponibilidad. Desde las revistas te
invitan a recuperar con ayuda de la autodisciplina y el coaching algo
que el entorno te pone imposible: la indisponibilidad. Pues, defiende el autor
en su obra, la inseguridad asociada a la precariedad nos condena a estar
siempre ahí para lo que surja: “Una sociedad encadenada a pagar y a trabajar de
lo que sea y cuando sea para ganar dinero”. Concluye Moruno: “El no tiempo es
la no libertad”.
A la no libertad que produce la disponibilidad continua se
le suman otras precariedades, las de los vínculos emocionales, de sentido, que
establecemos con el mundo. Se llama alienación al “proceso mediante el cual un
individuo se convierte en alguien ajeno a sí mismo, que se extraña, que ha perdido
el control sobre sí”, y es a lo que conduce, según el filósofo alemán Harmut
Rosa, la aceleración social en la que vivimos, resultado de tres aceleraciones:
la de la producción, la del consumo y la de la comunicación.
El pensador alemán apunta a que en esta sociedad del
crecimiento continuo nuestras tareas, adquisiciones y relaciones entran en una
lógica acumulativa que desborda ampliamente los límites materiales, temporales
y físicos del mundo. Un sistema donde la estabilidad está en la dinámica, donde
no se puede parar nunca. Según ejemplificaba Rosa en una entrevista,
vivimos como en una escalera mecánica descendiente: “Si tratas simplemente de
permanecer donde estás entonces gradualmente vas descendiendo. Así que tienes
que correr más rápido hacia arriba. Solo para mantenerte en el sitio”. No tiene
por qué haber coacción en ello, el imperativo está culturalmente asumido:
“Queremos ir rápido, no es solo que lo podamos hacer”.
Para correr sin parar hace falta un cierto entusiasmo, una
energía creativa, un compromiso, vampirizado por las lógicas de la producción.
Así lo identifica la escritora Remedios Zafra en su obra El entusiasmo,
precariedad y trabajo creativo en la era digital. El valor de mercado de
este entusiasmo, del “júbilo” ante la tarea, en un ámbito en el que muchas
veces el salario es más emocional que material, se articula con el FOMO, el
miedo a perderse algo, pero también a desaparecer. Así, frente a un entusiasmo
“inducido, alimentado por la cultura y por las lógicas de mercado”, y a veces para
acceder a un trabajo, en su ensayo Zafra apunta a otro tipo de entusiasmo, el
que no tiene valor de mercado, el interior. Para la autora, “el entusiasmo,
cuando viene de la pasión íntima, requiere de espacio y tiempo”.
Si la falta de tiempo no deja espacio para chapotear en las
aguas del propio entusiasmo, bucear, hacer el muerto, y nos obliga a tragar
agua en los rápidos de un entusiasmo orientado al propio posicionamiento en el
mercado, la velocidad tampoco favorece el pensamiento: “Pensar en la época
actual es como pensar en un presente continuo”, explica Zafra, un presente
acechado de caducidad y precariedad. Bracear en la corriente nos lleva más a la
urgencia de la acción que a la ralentización, tantas veces necesaria para la
reflexión: “Ante la celeridad, la inercia solo tolera ideas preconcebidas. Es
decir, aquellas que ya estaban en nosotros”.
Hace poco una amiga
artista nos propuso a un grupo el ejercicio de observar en una proyección sus
cuadros, lentamente, dedicando un tiempo determinado a cada uno de ellos antes
de pasar al siguiente. En la habitación oscura no había nada más que observar
que sus preciosos y abstractos horizontes, la mirada no podía escapar de ellos.
Pero lo intentaban, esperábamos que pronto llegara el siguiente, por la espina
dorsal comenzaba un ardor, comenzábamos a mover las piernas, sentíamos la
tensión en el cuello…yonkis de la estimulación sufriendo por otra dosis de
contenido. El ejercicio fue un éxito, fuimos conscientes de que vivimos presos
de lo que ella denomina la hipertrofia visual.
Sobre el pastoreo de la atención
El 11 de enero de 2023 fue un día para la historia de la
atención humana. Se publicó la sesión 53 de BZRP, aquella en la que Shakira
cantaba “una loba como yo no está pa tipos como tu”. La semana después no había
escolar que no se supiera la letra, grupo de WhatsApp donde no se hubiese
debatido sobre el tema, ni publicación digital o en papel que no recogiera un
artículo de opinión sobre el evento.
En El eclipse de la atención: recuperar la
presencia, rehabilitar los cuidados, desafiar el dominio de lo automático,
coordinado por Amador Fernández Savater, este último dialoga con Yves Citton,
autor a su vez del libro Pour une écologie de l'attention quien
defiende que la crisis de la atención no es nueva y que ya hace siglos que
diversos teóricos han venido investigando lo que, en términos de época, se
considera una escalada inasumible en la cantidad de estímulos. En este marco,
Fernández Savater le pregunta a su interlocutor si el problema de la crisis de
atención actual tiene más que ver con la dispersión de nuestra concentración o,
al contrario, con vivir con la atención homogeneizada, presa de objetivos de
terceros. Lo que llaman una homologación de la atención.
Aunque en nuestra época la oferta de estímulos se despliega
en miles de canales, no son pocas las veces en que gran parte de la humanidad
parece hablar de lo mismo: fenómenos como “Tipos como tú” son debatidos desde
el feminismo, desde una mirada anticapitalista, desde el antirracismo, desde la
derecha, desde la izquierda, del derecho, del revés, una gran diversidad que
tiene sin embargo una cosa en común: un festival de clics y de pasiones se
agita en torno a un solo fenómeno. Y, como urge posicionarse, como advertía
Zafra, esto se hace desde posturas preconcebidas.
Franco ‘Bifo’ Berardi, entrevistado también por Fernández
Savater en El eclipse de la atención, rescata el
ejemplo del expresidente estadounidense Donald Trump para abordar la cuestión
de la captura de la atención, entretenida por “tormentas de mierda”. El
gobierno de la atención supone pues “una forma de control amable” que depende
de “un espíritu distraído”, que justamente no ponga atención en que su atención
está siendo dirigida. La inercia, la “tormenta de mierda” continua que nos
satura la mente, desactiva la capacidad de atención. Si el pensamiento se
precipita, se llena, deja de estar disponible “para acoger la verdad”, explica
Fernández Savater retomando la perspectiva de Simone Weil, quien relaciona
atención con el vaciamiento y la espera.
Sobre la desconexión con la naturaleza
Hay quien el vaciamiento lo va a buscar al campo. Un artículo de
una revista femenina se preocupa por los problemas de atención “que sufren
nuestros hijos”, relacionándolo con la exposición a la tecnología y a las
agendas saturadas —el “no tengo tiempo” traspasado al sistema familiar— que
llevan a la infancia, a ser una indoor generation. La redactora
cita a la OMS: según este organismo, pasamos —no aclaran quiénes— un 90% del
tiempo en interiores. De esto se deriva una desconexión con el afuera y, cómo
no, un síndrome, del Trastorno por Déficit de Naturaleza. Para mejorar la
concentración, la creatividad y la salud física y mental, el artículo propone,
aunque no con esa palabra, “consumir” más naturaleza, hacer más actividades en
el campo. Por ejemplo, los japoneses “baños de bosque”, otra tendencia
del wellbeing en alza, un “baño de beneficios”, según se
presenta en un artículo patrocinado
por una multinacional de seguros que tiene entre sus proyectos de
responsabilidad corporativa plantar árboles. El Shinrin Yoku sería “un paseo
inmersivo por un bosque no transitado que se recorre de forma pausada con los
cinco sentidos”. Detenimiento y atención para combatir el régimen del
demasiado, el estrés y la ansiedad que provoca una sociedad sin tiempo, sin
límites.
¿Es esto lo que hay?, ¿no queda más remedio que vivir sin
tiempo, alienadas de nosotras mismas, con la atención secuestrada, y consumiendo
naturaleza de vez en cuando como si fuera un ansiolítico?
¡Súbditos del régimen del demasiado, uníos!
Por un frente común por la liberación del tiempo
Si los fines de semana de dos días se consiguieron fue,
claramente, por la lucha obrera, pero no solo de la forma, digamos, más
clásica. Manifestaciones y huelgas, piquetes y presión sindical son necesarias
herramientas para ganar derechos, pero a la conquista de los dos días de pausa
también ayudó, digamos, la pulsión libidinal, y en concreto, los San Lunes. San
Lunes es el nombre que se le dio a la costumbre de los trabajadores (obviamente
liberados de los cuidados) de saltarse el primer día de la semana laboral para
reponerse del desfase de su única jornada de asueto, el domingo. Originado por
la resaca o la pereza, el absentismo masivo empujó a los patrones a tener que
ir liberando paulatinamente tiempo del sábado para el ocio y descanso de sus
trabajadores, si querían contar con ellos los lunes por la mañana.
El ejemplo lo cita una de las principales impulsoras de la
semana de cuatro días laborales, Josefina Martínez, en el artículo “Ganar la batalla por el tiempo. Revolucionar
la vida”. En el texto argumenta que el reclamo de una reducción del horario
laboral sin reducción salarial no debería pasar por “convencer a las grandes
empresas de que ‘empaticen’ con los trabajadores y acepten de buena gana
una reducción de sus beneficios. Eso no ha ocurrido nunca en la historia”.
El argumento de que trabajadores más felices y con mejor
conciliación son más productivos saca la batalla por el tiempo del conflicto de
clase y la redistribución de la riqueza, y sobre todo, elude que desde que se
conquistaron las 40 horas laborales, hace un siglo, la productividad se ha
multiplicado sin que eso haya convencido al empresariado de reducir la
jornada. Por todo esto, Martínez apuesta pues por la lucha obrera y
social, autoorganizada y desde abajo.
Mientras tanto, al modo del San Lunes, no son pocas las
personas que se van descolgando del régimen de entrega del tiempo y la
energía que vivimos, como deja entrever desde hace unos años el fenómeno de la
Gran Renuncia, un desenganche que las revistas de tendencias, una vez más,
captan con sus titulares clickbaits: “los lazy girls job”,
que indican que la superwoman deja paso a las jóvenes que no
quieren matarse trabajando, el “quiet quitting” o renuncia silenciosa,
una ruptura con el compromiso al trabajo, a lo Great Dimission, que
no implica renunciar a la nómina, algo que no todo el mundo puede permitirse.
Sobre la “Gran Deserción” reflexiona Fernández Savater a
raíz del último libro de Bifo, Disertate [¡Desertad!] en
el que el autonomista italiano estudia el fenómeno por el cual tantas personas
deciden desconectarse del mundo, alejándose así de lo que Fernández Savater
define como el sujeto contemporáneo del rendimiento, siempre comprometido a dar
más: “La felicidad del desertor pasaría por este abandono de la obligación-goce
de rendir, de acumular, de controlar. ¿Puede esta deserción tornarse movimiento
colectivo, estratégico, organizado?”, se pregunta y cita un ejemplo: el
movimiento de los Desertores Felices, un grupo de “ingenieros, técnicos e
investigadores franceses, unidos en su rechazo a “robotizar, mecanizar,
optimizar, acelerar y deshumanizar el mundo”, que llama a pasar a “una gran
dimisión constructiva, creativa, ofensiva”. Y es que lo de desertar, apuntan
ambos autores, va más allá de romper con el trabajo, tiene que ver con un
descuelgue más amplio que afecta a “la política, la economía y los medios de
comunicación, el trípode actual del statu quo”.
Estamos desperdiciando
las capacidades de la vista como si fuera un torrente infinito, deberíamos
desintoxicarnos de las imágenes como se desintoxica de la droga.
Por una soberanía de la atención
También de la atención a las “tormentas de mierda”, se puede
desertar. Preguntado por la posibilidad de una “huelga de atención”, en El
eclipse de la atención Bifo señala toda la energía que le dedicamos a
lo que no nos gusta: “Hablemos mejor de algo que amamos, algo de lo que
justamente no se habla lo suficiente, porque nos pasamos el tiempo hablando de
lo que detestamos”. Sustraer nuestra energía de estas tormentas y reapropiarnos
la atención “nos coloca en situación de experimentación, de escucha creativa
del mundo, de nosotros mismos”, dice a su vez Fernández Savater. Se trata, como
recuerda el título del libro, de superar los automatismos “en busca de algo
distinto, más abierto y más libre”. La batalla por la atención se presenta así
como una “dimensión más de la política emancipatoria, de la política como
práctica de transformación del mundo, como pregunta colectiva por lo común”.
Oier Etxeberría, que integra en el El eclipse de la
atención reflexiones desde lo artístico, explica: “Las artes de la
atención pueden dar lugar a formas eficaces de estar en el presente. Dialogar
con nuestro propio yo y perder la ansiedad ante lo que está en continua
fluctuación”. Es desde ahí donde, a la manera de la huelga de atención, se
ensayan también resistencias contra el automatismo. Etxeberría da otro ejemplo,
el del colectivo Estar Ser, que indaga en métodos para “reconectarnos con la
atención creadora en cualquier marco de la vida cotidiana, mediante la
ejecución colectiva de distintos protocolos y ejercicios pactados. Nos invitan
a dedicar a los objetos —artísticos o no— una especie de atención profunda y
sostenida durante un tiempo determinado”. De boicotear la inercia habla también
Zafra cuando expone: “Mi impresión es que otras formas de resistencia a la presión
simbólica de la velocidad y el exceso son posibles. Una revolucionaria suerte
de intersticios blancos. Tiempos propios, espacios vacíos que nos facilitan
cambiar de unas ideas a otras, cortocircuitar verdades creadas, ser palancas
subversivas”.
Por un decrecimiento alegre
Frente a la aceleración que nos alinea, Rosa habla de la
necesidad de avanzar hacia una buena vida, o una vida que merezca la pena ser
vivida, por retomar la perspectiva feminista. “El Buen Vivir es la satisfacción
de las necesidades, la consecución de una calidad de vida y muerte digna, el
amar y ser amado, el florecimiento saludable de todos y todas, en paz y armonía
con la naturaleza y la prolongación indefinida de las culturas humanas”, reza
por su parte el Plan Nacional para el Buen Vivir 2009-13 del Estado
ecuatoriano, que incorporó este principio en su Constitución. “Supone tener
tiempo libre para la contemplación y la emancipación”.
“Eso que tú llamas decrecimiento es exactamente lo que
llamamos Buen Vivir”, cuenta Serge Latouche en una entrevista que le dijeron en una visita al país
latinoamericano. El teórico francés resalta en esta conversación que el
decrecimiento trasciende las medidas económicas y ecológicas, “hay una
filosofía y una ética basada en el sentido de los límites y la mesura”. Una
empresa política que, recuerda Yayo Herrero en su reciente libro Toma
de Tierra, debe complementarse con un acto de valentía que implica “mirar
la realidad cara a cara y esforzarse para que otras también la miren. Ser
valiente es intentar tejer con otros y otras un hilo que liga el reconocimiento
de la violencia, el miedo y el dolor con una resistencia que se empeña en
transformarlos en vida y alegría”.
https://www.elsaltodiario.com/pensamiento/manifiesto-una-vida-mejor
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