PÀGINES MONOGRÀFIQUES

10/11/23

Aplicar el pensamiento a lo importante: se disfruta más cuando hay gravedad en el tema

DISFRUTAR PENSANDO                      

Este artículo quiere ser un plan de batalla y una hoja de ruta para alcanzar el fin de empezar o volver a disfrutar pensando. Sé que parece difícil, pues cada vez parece haber más gente que ha renunciado a pensar de puro sufrimiento. Pero es precisamente porque es difícil que tenemos que intentarlo.

¿Le gustan Los Simpson? A mí sí. Y no solo porque sean tremendamente divertidos, sino además porque son una radiografía extraordinaria de la sociedad norteamericana, que conviene conocer, dada su relevancia planetaria. Whitehead dijo que toda la filosofía occidental era una serie de notas al pie de la obra de Platón; pues bien: toda la crítica social, política e individual sobre Estados Unidos es una serie de notas al pie de Los Simpson.

En uno de sus capítulos, el incomparable Homer Simpson dice: «En este mundo hay tres tipos de personas: los que saben contar y los que no saben contar». Nos encantan esas dicotomías, ¿verdad? En general, son una bobería, porque cualquier fenómeno humano suele ser más complejo que lo que puede ser descrito en dos opciones. Sin embargo, para explicar qué quiero decir con lo de «disfrutar pensando» tengo primero que concretar a qué pensar me refiero, y eso comporta hablarle de una dualidad que sí me parece que exista: hay un pensamiento rápido —intuitivo y de bajo coste— y otro lento —reflexivo y que exige invertir un esfuerzo—.

Llamamos propiamente pensar a lo segundo; lo primero que conviene hacer, por lo tanto, es intuir y automatizar en lo que se pueda, para reflexionar en lo demás. Y, por encima de todo, renunciar a ideologías, dogmas y seguidismos. Filosofar no es más que eso: pensar largo y profundo en aquello que lo exige. Para lo demás, ligereza y superficialidad nos bastan.

¿Y qué me dice del disfrute? ¿Cuál es su principal problema? Que se acabe, naturalmente. El problema del disfrute es de durabilidad. Si las drogas son un problema es esencialmente porque su efecto se acaba y después te hunden, y el placer del alcohol tiene el mismo defecto. ¿Cómo disfrutar más pensando? Dirigiéndonos a un gozo que virtualmente no se acabe, un disfrute que no solo no nos dañe, sino que nos mejore. Tal cosa existe, y se accede precisamente mediante el pensamiento profundo que funda tres ocupaciones principales: amar, aprender y crear. Son, además, tres de las cosas por las que realmente merece la pena vivir; y no puede uno abordar ninguna de estas tres vías de disfrute sin apelar a las otras.

Amar, por ejemplo, implica ineludiblemente aprender. No puede amarse lo que no se conoce, y amar, en sí, es un aprendizaje. Quien ama crea ese amor, que es un elemento nuevo en el mundo, algo que antes no existía. Aprender exige amar el objeto de aprendizaje y el propio proceso de aprender; de lo contrario, todo se olvida y nada cala. Y aprender es crear en mí un conocimiento antes inexistente. Crear, finalmente, solo es posible amando el campo en el que uno crea y la propia creación generada. Y sin duda es imposible crear sin pasar por un proceso previo de aprendizaje.

¿Qué tienen en común amar, aprender y crear? Que estoy fuera de mí. Me oriento al otro, se me impone la realidad de la que aprendo, me objetivo en mi obra. Ese desinterés me libera. Ahí reside toda la magia y todo el disfrute del pensar en profundidad. Y es asimismo una de las claves para vencer la ansiedad que acogota a tantos, especialmente a los jóvenes, embarcados en un demencial proyecto de autorrealización, felicidad propia, cumplimiento de los propios sueños, etc. Pensar para aprender, crear y amar es un disfrute libre. Cuando estás pensando no necesitas dinero para ello y te gobiernas a ti mismo. Por ser libre eres libre hasta de ti mismo. Y eso es absolutamente maravilloso.

Este pensar que es un disfrute enfrenta diversos obstáculos. Para empezar, el pensamiento es social. No solo pensamos libremente en un acto supremo de libertad: también queremos influir, a veces manipular. También tenemos limitaciones físicas, relacionadas con la atención, la sobrecarga cognitiva y en ocasiones la rumia mental (nuestra tendencia a «rayarnos», que dirían los más jóvenes). Nuestros recursos cerebrales son los que son, y no puede ser órgano de disfrute lo que es órgano de tortura.

Ahora bien, esto ¿cómo se hace en la práctica? ¿Cuál es el método —el camino— para disfrutar pensando? Voy a tratar de ofrecer un marco volviendo un instante a Los Simpson. ¿Ha pensado alguna vez por qué su protagonista se llama Homer (Homero)? Lo crea o no, Homer Simpson es un contemporáneo Ulises. Olvídese por un momento del modo en que es deformado por la caricatura: es un Ulises que supera pruebas y se mete en embrollos junto a diversos personajes, a los que de algún modo lidera. Marge es Penélope, e Ítaca es su hogar. Los estadounidenses tienen una relación conflictiva con la familia; y un profundo anhelo de encontrar un hogar (son colonos, pioneros, conviene no olvidarlo). Lisa es Telémaco, y pueden encontrar al resto de personajes de la Odisea disfrazados en los distintos capítulos. ¡Los griegos, siempre los griegos!

¿Se acuerda del comentario de Whitehead sobre Platón? Pues me dispongo a demostrar que estaba en lo cierto: lo esencial sobre pensar para amar, aprender y crear —sobre disfrutar pensando— se encuentra en uno de sus diálogos, El banquete: Estamos en Atenas, hay un banquete, o sea, una fiesta casera con unos tipos que se juntan para comer, beber y conversar. Están Agatón, Aristófanes, Aristodemo, Erixímaco, Fedro, Pausanias, y por supuesto Sócrates.

En un momento dado, despiden a la hetaira y eligen un tema sobre el que pronunciarse por turnos: Eros, el dios del amor. Las exposiciones se suceden, todas brillantes. Aristófanes habla del mito del andrógino, según el cual el ser humano proviene de un ser circular dividido en dos mitades, razón por la que buscamos sin cesar a nuestra media naranja; la expresión tiene aquí su origen. Llega por fin el turno de Sócrates, que, para empezar, hace algo revolucionario en la cultura del gineceo: declara que todo lo que sabe sobre el amor se lo explicó una mujer, Diotima de Mantinea. Hay que ser muy valiente para decir y escribir eso en la época del gineceo.

Lo que Diotima le enseña a Platón sobre Eros tiene una cuádruple vertiente, Uno, Eros no es un dios, sino un daimon, es decir, una entidad que está entre lo divino y lo humano, y por lo tanto imperfecta (de ahí proviene el término eudaimonia, la felicidad). Dos, Eros es hijo de Poros, la abundancia, y Penía, la pobreza, y por lo tanto para amar no basta con tener recursos, también hay que tener ganas —se crea desde los medios, pero también desde la necesidad—. Pobreza de estímulos y riqueza de deseos: así se ama y se piensa, y eso explica por qué la tecnología «móvil» nos aleja de ello (nos abruma de estímulos y fagotiza nuestro deseo) y la tecnología «libro» nos acerca. Tres, el amor no es amor a la belleza, sino a la creación, a la generación de belleza. Y puesto que para Platón lo bueno, lo justo y lo bello son aspectos diversos de la misma cosa, aquí tenemos unidos de nuevo amar, aprender y crear. Y cuatro, la belleza que habita en nosotros la damos a luz, por así decirlo, en presencia de más belleza, es decir, que los demás son nuestras parteras, y que amor, aprendizaje y creación dependen por completo de las compañías.

Pues bien, este es el método de Platón, de Sócrates, de Diotima para disfrutar pensando: arrimarse a lo bello. En términos prácticos comporta, me parece, dos cosas, que en realidad son una: buenos libros y buenas compañías, es decir, buenas conversaciones. Más allá del azar, sobre el que nada puede hacerse, de la calidad de nuestras conversaciones depende la calidad de nuestras vidas. Y eso no lo pueden decidir Elon Musk, Mark Zuckerberg o Zhang Yiming; no debemos dejarles. Tampoco podemos dejar que elijan de qué hablamos, los politicastros de turno, con esa inmoderada costumbre suya de marcarnos la «agenda mediática». Son muchos nuestros males achacables a la clase política, que con honrosas excepciones se ha convertido en directora de un circo espectacular, zafio e inútil. Pero de entre lo peor destaco que esté reclamando casito a cada instante, que colonice nuestras conversaciones.

Le propongo también que apliquemos nuestro pensamiento a lo importante: se disfruta a tope cuando hay gravedad en los asuntos. Dios, la bondad, la felicidad, la moral, el sentido vital o las drogas; pensar en lo que importa mucho añade sabor a nuestras vidas, y esa misma es la clave etimológica de lo que pretendemos: «sabor» es la misma raíz de sabiduría. Ojalá sepamos también extender este manto disfrutón del pensar a la esfera pública. Nunca ha necesitado tanto la sociedad civil que extendiésemos esta práctica.

DAVID CERDÁ GARCÍA

https://disidentia.com/disfrutar-pensando/  

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