MEGAMENAZAS
Nouriel Roubini es uno de los analistas
económicos más influyentes y certeros del mundo. En 2006, fue apodado «Doctor
Fatalidad» por su vaticinio de la crisis financiera. Dos años más tarde, se vio
que estaba en lo cierto.
En este libro Megamenazas
(Deusto, 2023), Roubini expone diez
amenazas terribles que se ciernen sobre nosotros, a nivel global. Se
trata de amenazas económicas, financieras, geopolíticas, tecnológicas,
sanitarias y medioambientales. Según él, «unas políticas adecuadas podrían
evitar parcial o totalmente una o varias de ellas, pero en conjunto, la
desgracia parece prácticamente asegurada porque las soluciones más plausibles
son complejas y costosas y están cargadas de fricciones políticas y
geopolíticas». Es decir, que aunque no sea lo más acertado, lo más cómodo a
corto plazo es no hacer nada decisivo.
Esas amenazas podrían provocar grandes daños y miseria; y no se pueden resolver de forma rápida ni fácil. Además, todas ellas están relacionadas entre sí.
Para este analista, «nos enfrentamos a un cambio de régimen,
pasando de una época de relativa estabilidad a una de grave inestabilidad,
conflicto y caos». Si se cumplen sus predicciones, no solo perderemos un
planeta sano y sostenible, sino también la batalla ante enfermedades infecciosas
y, posiblemente, también la paz entre las grandes potencias. Para resolver esto, el autor mantiene que
necesitamos tres factores: suerte, crecimiento económico y cooperación mundial. Desde Blogsostenible, no estamos de
acuerdo en el segundo aspecto, porque el crecimiento económico siempre se
hace a costa de degradar el planeta. Por tanto, cambiamos ese «crecimiento
económico» por austeridad y solidaridad (decrecimiento).
Aunque parten de puntos de vista distintos, las conclusiones
se parecen a las que llegan R.
Fernández y L.
González en su compendio En
la espiral de la energía, por ejemplo en su rechazo a posibles
soluciones que hoy no existen y que probablemente nunca lleguen a
existir: tecno-optimismo o
hipotéticas soluciones económicas.
La madre de todas las crisis de deuda
Desde hace bastantes años, nosotros y otras fuentes muy
solventes, nos esforzamos por advertir que se está cociendo una crisis
económica brutal. Nosotros le pusimos el nombre de la
GRAN CRISIS. Resulta inquietante que este analista también lo augure
poniendo una fecha aproximada: en
esta década, o en la próxima. Roubini dice: «Si tenemos que
dar con un nombre para la crisis que se avecina, llamémosla la gran
crisis de deuda estanflacionaria».
La economía vive hinchando y explotando burbujas, alternando
momentos de bonanza y de crisis, pero lo que está por venir podría ser de tal
calado que será mucho peor que todas las crisis anteriores. El autor dice que
«el mundo entero se parece cada vez más a Argentina» (que se endeuda una y otra
vez y no es capaz de afrontar sus obligaciones). La deuda pública de los gobiernos y la privada sube a un ritmo muy
alarmante. A finales del 2021, la deuda mundial sobrepasaba el 350% del PIB mundial.
Ese nivel de endeudamiento es una locura para cualquier economía. Cuando una
familia supera su nivel de deuda vienen problemas graves (desahucios, embargos,
etc.). Sin embargo, los estados no paran de endeudarse más y más, hasta límites
sencillamente insostenibles y por tanto, son deudas
imposibles de pagar.
Roubini no está en contra de endeudarse, y además, tiene
claro que ante problemas de deuda no
solo es culpable el deudor, sino que los prestamistas son cómplices (por correr en busca de
rápidos beneficios, sin analizar bien el riesgo). Si inviertes pensando solo en
ganar mucho, puede que pierdas todo. Un ejemplo es la inversión en criptomonedas y otros
activos sin valor intrínseco, para los que se crean burbujas en las
que solo muy pocos pueden ganar mucho, mientras que son muchos los que pierden.
No olvidemos que «las burbujas siempre preceden a las quiebras y caídas, pero
esta vez la escala supera con creces a todas las precursoras» (ahora hay más
deuda que nunca).
Cuando un gobierno no puede devolver sus deudas (ni puede
endeudarse más porque nadie se fía), viene la recesión. Por lo pronto, EE.UU. ha aumentado su techo de deuda para esquivar la
crisis. Esto simplemente retrasa y aumenta la crisis. Por otra
parte, los mercados emergentes fuertemente endeudados pueden sufrir
«consecuencias demoledoras»; de tal forma que «en lugar de exportar bienes o
materias primas exportarán ciudadanos» (como ya se
está viendo).
Ante problemas de impago de deudas, hay instituciones
internacionales (FMI o Banco Mundial) que pueden ayudar a camuflar los errores
o la mala suerte (a cambio de ciertas medidas
más o menos discutibles). Sin embargo, «cada vez es más difícil encontrar
una ayuda sólida» y, además, hay riesgo de empeorar los problemas. Una
alternativa que suele elegirse es el rescate a empresas (España prestó dinero a los bancos en la
crisis de 2008, pero ya se ha anunciado que no van a devolverlo). Roubini
aclara: «la socialización de deuda
privada insostenible suele conducir a deuda pública insostenible».
Resumiendo el caso de Estados Unidos, afirma que cuando
mandan los republicanos (ultra derecha), recortan los impuestos, fingiendo que
equiparan el dinero perdido a sus recortes en el gasto (para ayuda social), «y
por lo general fracasan». Por su parte, los demócratas (derecha moderada)
costean programas sociales sin aumentar los impuestos lo suficiente para
sufragarlos. Conclusión: la deuda sube con ambos partidos.
No solo crece la deuda pública. La deuda privada también
está aumentando a un ritmo exagerado, para viviendas, educación, ropa… A nivel
particular lo más inteligente es reducir la deuda lo más rápido posible, aunque
sea a costa de una austeridad
inteligente. Esa es la receta de la escuela austríaca. Sin embargo, cuando se trata de gobiernos, las
normas no son las mismas que para particulares, porque los Estados tienen otros
mecanismos (emitir bonos, fabricar más dinero, estimular la demanda…). Por
eso, los keynesianos tienen
otro sistema para evitar la crisis: inyectar efectivo como sea. Es decir,
«gastar más para resolver los problemas de deuda» (aumentar la deuda pública).
Si se consigue mantener el crecimiento económico, la cosa puede funcionar, pero
dado que el crecimiento no puede ser infinito, es predecible que «algún tipo de
acontecimiento acabará por pinchar la burbuja de la deuda mundial». Y estamos «al borde del precipicio».
Otra solución es el impago
de la deuda, con sus consecuencias (contracción del crédito, quiebra de
empresas, desempleo, hogares que pierden sus ingresos y sus casas, inflación,
estanflación) Roubini apunta a que esto
será lo que ocurrirá y avisa: «va a ser desagradable».
¿Habrá dinero para sanidad y pensiones?
Esta es otra megamenaza para Roubini. Algunos proponen
retrasar la edad de jubilación, lo cual puede traer inestabilidad social (como
ha ocurrido en Francia). El envejecimiento de la población reduce la oferta de
trabajadores y aumenta los gastos en jubilaciones y sanidad, pero hay que
estudiar otros
factores (como una menor delincuencia, por ejemplo).
Ante este problema, algunos políticos proponen erróneamente
fomentar la natalidad. Es un error, porque agrava el problema para el
futuro. El crecimiento demográfico
no puede mantenerse indefinidamente, por lo que el problema del
envejecimiento tendrá que ser afrontado tarde o temprano. Si es tarde, la
humanidad tendrá que solucionarlo en un mundo más desgastado, con mayor
cantidad de ancianos y donde los problemas actuales sean aún más acuciantes.
La falta de
trabajadores se resuelve con dos medidas importantes: aumentar la
libertad de circulación de personas (inmigración)
y reducir
la jornada laboral. Roubini también propone aumentar los impuestos a los
multimillonarios, aunque esto puede tener el efecto contraproducente de que
huyan a paraísos
fiscales. Una ventaja importante de la inmigración es que los inmigrantes
envían dinero a sus países de origen, lo que contribuye a estabilizar economías
en países empobrecidos. Según el economista Dani Rodrik, una inmigración
más libre es mejor para el PIB mundial que la liberalización del comercio y
de los movimientos
de capital. Por supuesto, no todo es positivo, ya que la inmigración podría
implicar reducción de salarios.
Y a ese problema, se suma la pérdida
de empleos por la creciente robotización. Dos soluciones ineludibles para
afrontar esto son la ya mencionada reducción de la jornada laboral y, por
supuesto, hacer que los robots y
computadores paguen impuestos como otro trabajador.
Abaratar los préstamos es una alternativa cortoplacista,
porque ello fomenta la afición al riesgo de pedir más y más dinero prestado.
Demasiadas familias, empresas y gobiernos han caído y están cayendo en ese
error. Se generan burbujas
inmobiliarias, las cuales aumentan el número de endeudados y también el de
desahuciados, además de graves
destrozos ambientales. Desde la política, se puede intervenir para evitar
recesiones. Inyectar dinero en el
sistema y aumentar el gasto público no siempre funciona bien, porque
acaba subiendo la inflación y la deuda pública. Roubini propone ser keynesiano al principio de una crisis, cuando hay falta de
liquidez (Facilitar el acceso al dinero), pero más adelante adoptar posturas en
la línea de la escuela austríaca (austeridad
y reducción de deuda).
Lo que Roubini viene
a decirnos es que aunque hay shocks imprevisibles, podemos
prepararnos para cuando vengan, aunque no sepamos cuándo. «Los cracs se
producen porque en los buenos tiempos no somos inteligentes ni prudentes. No
fomentamos lo bastante el ahorro en los sectores privado y público. Dejamos que
el crédito y el endeudamiento se salgan de control».
En la actual situación, el riesgo es de estanflación (estancamiento
con inflación), la unión de desempleo,
recesión e inflación. El economista Arthur Okun inventó el índice de miseria: una simple suma de la tasa porcentual de
inflación con la tasa porcentual de desempleo. Cuanto mayor es este índice,
peor es la situación.
Y todo esto en un clima en el que algunos proponen gastar
más (aún) en defensa (y para esas personas la guerra en Ucrania y las
locuras de Putin son la excusa ideal).
Emergencia climática desatendida y criptomonedas
Roubini nos
advierte que el cambio climático es una fuerza que no pueden ignorar los bancos
centrales y que empujará hacia la estanflación, al menos de cuatro formas:
- Sequías que expandirán
los desiertos (en África, suroeste de EEUU., sur de Europa).
- Aumento insuficiente en energías
renovables, lo cual aumenta el precio de la energía.
- Catástrofes naturales que,
evidentemente, frenan la industria.
- Nuevas pandemias globales,
provocadas por la destrucción de ecosistemas o por el derretimiento del
permafrost, que podría liberar virus congelados.
También apunta a otros factores como la militarización del
dólar, los cada vez más frecuentes ciberataques y la desigualdad.
Reconoce que la innovación tecnológica podría influir positivamente (tecno-optimismo),
pero también negativamente,
pues «la inteligencia artificial,
la automatización y la robótica no son un bien en estado puro» (podrían
alterar profesiones e industrias enteras, aumentando la desigualdad).
El libro afirma que la desigualdad es un grave problema que la inflación
inevitablemente empeora. En Blogsostenible advertimos hace tiempo de este
problema y dimos siete
soluciones. Roubini resalta la necesidad de controlar especialmente a los
que suelen quedarse atrás en una recesión: mujeres, minorías y pobres. Y advierte: «No cometas el error de
pensar que la desigualdad de la riqueza solo perjudica a los que están en los
peldaños más bajos». «La
desigualdad es uno de los retos más terribles de nuestro tiempo».
Para este economista, las criptomonedas (que prefiere llamarlas shitcoins,
del inglés shit, mierda) son también amenazas a la estabilidad financiera. Algunos motivos
son su escasa estabilidad o su limitada escalabilidad. Además, en un mundo donde
hay que reducir el consumo de energía, el sistema blockchain la
dispara. Por si fuera poco, las criptomonedas se usan para ocultar ingresos
a defraudadores y delincuentes de
diversa índole (terroristas, traficantes). Los incautos que invierten en esas
monedas etéreas podrían estar colaborando con la delincuencia internacional y
perder su dinero de un día para otro por invertir en «enormes riesgos», que en
gran parte son «manipuladores esquemas Ponzi» (estafas piramidales).
«La desglobalización es una megamenaza»
Para Roubini, la globalización tiene
más ventajas que inconvenientes. En el libro enumera tanto unas como otras,
pero se olvida de los daños ambientales (por ejemplo, del transporte) y del
enorme riesgo de depender del comercio internacional. Lo hemos visto con
la COVID-19 y
con un pequeño fallo en el canal
de Suez.
Efectivamente, la globalización traslada la producción a
donde los salarios son más bajos. Con eso «cambiamos buenos puestos de trabajo
con buenos salarios por importaciones baratas», y concluye que el proteccionismo —imponer barreras
al comercio con aranceles— acaba aumentando los precios de los productos
importados. Roubini olvida contabilizar las ventajas de una menor contaminación
global. Naomi Klein advirtió
claramente en uno
de sus libros contra los peligros del excesivo libre
mercado y, en
otro, contra los peligros que el capitalismo ejerce sobre la naturaleza.
Es cierto que algunos partidos de ultraderecha usan la
globalización como medio para justificar el racismo porque, supuestamente,
los inmigrantes roban empleos
a los nativos, o gastan recursos de sanidad. Según Roubini,
la realidad es que «la
contribución económica de los inmigrantes supera con creces cualquier carga
para las finanzas públicas». No parece justo que, mientras el
dinero fluye libremente, las personas pobres sufran toda clase de barreras.
Por otra parte, se reconoce que las multinacionales
pueden abusar de los trabajadores en los países pobres, además de
extraer recursos naturales «sin pensar en el impacto a largo plazo»
(y no dice, ni una palabra, del impacto ambiental ni de la falta de derechos
humanos en ciertos países, como
China). Además de eso, la guerra de Ucrania nos ha mostrado los peligros de
la dependencia energética excesiva de países como Rusia, y por eso Roubini
habla de una globalización friendshoring,
centrada en el comercio y la inversión entre amigos y aliados.
El autor se queja de las protecciones que dificultan la
globalización, tales como las normas
ambientales y las reivindicaciones de privacidad (por parte de Europa al imponer controles y frenar
el flujo de datos de poderosas empresas tecnológicas de Estados Unidos). Alega
que Europa lo hace para aumentar sus ventajas tecnológicas, cuando lo más
probable es que solo se pretenda proteger el derecho a la privacidad de los
europeos. De hecho, EE.UU. también impone controles de privacidad a empresas
extranjeras (particularmente las de China). «Los datos son el nuevo petróleo»,
afirma este economista.
Roubini es un ejemplo de un economista educado en las
ventajas del libre mercado y desinformado respecto a la importancia de la
naturaleza y a cuánto la economía depende de la ecología (Georgescu-Roegen
ya advirtió sobre ello). No obstante, intenta hacer un análisis completo de
las ventajas e inconvenientes del libre mercado y reconoce que, a pesar de
estar a favor del mismo, no garantiza un mundo equitativo en el que todos estén
mejor. Para que unos tengan
precios baratos, otros tienen que perder sus empleos. El autor no
dedica aquí ni una palabra a comentar los males que genera el consumismo (por
ejemplo, los datos ambientales), y se dedica a resaltar las bondades del
«aumento neto de la producción global», dejando claro que su objetivo es crecer (en
un mundo que necesita justo lo contrario: decrecer).
Ante el aumento de la pobreza y
la desigualdad,
Roubini sostiene que «la globalización redistribuye la riqueza» (aunque no sea
de forma justa ni equitativa), y propone «políticas más generosas para las
personas que sufren para que todos estén mejor con un comercio más libre. Para
él, la tecnología ha hecho
desaparecer más empleos que la globalización y no se trata de
copiar a los luditas ingleses que a principios del XIX destrozaban los telares
mecanizados para conservar sus empleos. Es cierto que los
robots y los ordenadores están eliminando puestos de trabajo de forma masiva,
a la vez que mejoran nuestra calidad de vida. Nuestra sociedad debe buscar
formas urgentes de resolver el problema de alimentar y satisfacer a millones
de desempleados. El economista Richard
Baldwin predijo una «convulsión globótica» (globalización y
robótica) que acabará en un enfrentamiento entre los humanos y las máquinas que
los sustituyen. Como hemos dicho, nosotros proponemos implantar impuestos a los robots y a los
ordenadores que desplacen el trabajo humano, así como reducir la jornada laboral (trabajar
menos para repartir mejor el empleo donde sea posible). Se puede hacer
manteniendo el salario o bajándolo ligeramente, de forma no proporcional (a
cuenta de los impuestos a la mecanización) Incluso una microrreducción
de la jornada sería algo positivo. Además, proponemos otras medidas
variadas para atajar este grave problema.
El teletrabajo está
haciendo que muchos empleados puedan vivir en países que les permiten bajar sus
honorarios (contables, agentes de seguros, abogados, programadores). Aunque
Roubini critica la desglobalización y olvida tratar ciertos
problemas, debe conocer sus amenazas ya que lo que finalmente propone es
una globalización lenta.
La Inteligencia Artificial es otra megamenaza
«No importa cuál sea tu trabajo, la IA podría acabar
haciéndolo mejor». Roubini nos pinta un futuro distópico donde las máquinas
podrían desplazar a los humanos y generar nuevos problemas (como en relatos de
ficción como Prefiero que me mientan o Son superiores, pero no en todo). Las tres leyes de
la robótica de Asimov podrían
ser insuficientes ante el aluvión de problemas que la IA puede conllevar (p.e.,
discriminación de todo tipo).
John Maynard Keynes y Bertrand De Jouvenel son
economistas que nos han advertido claramente de los peligros de economizar
mano de obra, cuando esta es abundante, y de despilfarrar recursos
materiales y energéticos, cuando estos son escasos. Y, sin embargo, la
tendencia de la IA es a sustituir el trabajo humano, aunque sea bajo la bandera
de beneficiar a las personas. Todos los sectores están afectados
(camareros, cocineros, profesores, sanitarios, conductores, contables…) y,
aunque se crearán nuevos empleos hay algo cierto: «el sector tecnológico emplea
a muchas menos personas que otros sectores más antiguos» y «la IA invade más puestos de trabajo que las
revoluciones anteriores».
Incluso, Roubini añade: «Cuando los ordenadores desarrollen
la motivación para aprender por sí mismos a una velocidad de vértigo sin
dirección humana se producirá una explosión de inteligencia». Preguntamos: ¿A
alguien le extrañaría que las máquinas concluyan que los humanos son una plaga
que habría que exterminar? ¿Estamos ante una precuela de Terminator?
Sin duda, la IA y la robotización hará más ricos a los más
ricos. Por tanto, es previsible
que, más aún, aumente la desigualdad (con las consecuencias
negativas y soluciones que debieran ser bien conocidas). Las
soluciones que sugiere el libro son una Renta
Básica Universal y gravar a la IA y a los robots (porque los
ricos son un auténtico problema para la humanidad).
Otra guerra fría
Según el dictador de China, Xi Jinping,
su país y Estados Unidos pueden
prosperar juntos; pueden ser rivales sin derramar sangre. Ahora bien, cualquier
excusa (como la anexión de Taiwán a
China) podría ser el origen de una guerra multilateral. Para Roubini, la actual
guerra fría es otra megamenaza que avanza en muchos terrenos, no solo el
económico o el militar, a pesar de que ambos países «tienen muchas razones
para colaborar».
Roubini aconseja que Europa se desvincule de China lo que pueda, aunque
advierte que el desacople total sería terriblemente caro para ambas partes. Lo
que no hay duda es de que las compras
masivas de Europa a China es una forma de dar dinero a un gigante que
no encaja con los más mínimos valores éticos: China es una dictadura que viola
los Derechos Humanos y contribuye a emisiones de contaminación
intolerables, por citar algunas cuestiones.
¿Un planeta inhabitable?
Abordar el problema climático requiere una cooperación internacional, que se ve
entorpecida por la rivalidad EEUU-China. Conocemos las terribles
consecuencias que nos esperan si no actuamos y a pesar de ello
seguimos sin movernos.
Roubini advierte: «A no ser que vivas en un lugar elevado,
en latitudes frías, con abundante agua potable y ricas tierras de cultivo,
prepárate para mudarte». Debemos contar con migraciones
masivas, y no solo de personas, sino también de microbios. A estas alturas,
Roubini es muy claro: «Debatir
sobre las causas del cambio climático hace que perdamos un tiempo valioso» (ya
está bien demostrado que el origen es antropocéntrico).
En su rápido repaso por los múltiples desastres
involucrados, está la subida del nivel del mar, que desafía no solo a ciudades
y países costeros, sino a diversos emplazamientos con desperdicios peligrosos y
con reactores nucleares. La salinización de acuíferos agravará el problema de
la escasez
de agua debido, entre otros motivos, a la sobreexplotación y a la
contaminación. También hay que tener en cuenta las sequías masivas,
incendios, desertización, huracanes y tifones, enfermedades zoonóticas por la
destrucción de ecosistemas,
etc. Como economista, Roubini tiene claro que las pérdidas van a ser
billonarias (con b), por lo que cualquier inversión en prevención será
rentable.
Roubini reconoce ciertos, aunque insuficientes,
avances en algunas áreas, como las renovables y
la electrificación, y comenta la contradicción que supone que muchos procesos de la transición ecológica
requieren de energía fósil para hacerla posible (la extracción de
los minerales
para las renovables o para el coche
eléctrico, el cual hace que sea casi imposible un coche ecológico). En
muchos casos, lo que se está haciendo es trasladar egoístamente las cargas
económicas y los problemas ambientales a las generaciones futuras, a veces,
bajo la «creencia mágica de que las nuevas tecnologías y el aumento de la
riqueza resolverán el problema». Roubini alerta de las falsas promesas de la
geoingeniería, tales como la captura
de carbono, o la liberación de partículas en la alta atmósfera para frenar
el calentamiento. Ese tipo de técnicas requieren una «inversión estratosférica»
y tienen efectos laterales imprevisibles (como perjuicios a la agricultura, que
evidentemente depende del sol).
Los impuestos
al carbono podrían permitir tanto la reducción de la
contaminación como la captura de fondos para
financiar la transición. Sin embargo, esto supone un aumento de costes, lo cual
puede ser algo indeseable para ciertos colectivos. Roubini afirma que la media
mundial del impuesto sobre el carbono es de 2 dólares por tonelada de CO2, pero
debiera estar en 200 dólares por tonelada para que las temperaturas no suban
más de 2ºC. «Tres grados de
calentamiento global son bastante probables y realmente desastrosos».
Este economista nos alerta de la «bomba de relojería
medioambiental» que supone particularmente África, pero en realidad la
bomba es planetaria. «Los que
hoy no ven ninguna megamenaza en el cambio climático se preguntarán por qué no
hicimos nada cuando tuvimos la oportunidad de actuar». La causa es que
«hemos escuchado a la gente equivocada», no
a los científicos. Tal vez, vemos que actuar es «demasiado caro»; y no
queremos mirar el precio de la inacción.
Conclusiones
Al final del libro, Roubini hace dos predicciones posibles,
una pesimista y otra más o menos optimista (como en Dos futuros posibles tras una pandemia). En la opción distópica resume los
peores efectos de los problemas comentados. Además, alerta de argumentos populistas (como los
que auparon al Brexit o hicieron ganar a Donald Trump). Para manipular a la
opinión pública, se usan frases sencillas, que buscan enemigos imaginarios para
confrontarnos y crear el caldo de cultivo para sus políticas. De ahí que surjan
movimientos antimusulmanes, antisemitas, antiinmigrantes, anti-LGTBI,
antiecologismo, anticiencia, antirenovables (o pronucleares), etc. Son gentes
que utilizan bien los medios de comunicación para manipular y crear noticias falsas que provoquen indignación.
Un ejemplo, fue el asalto al Capitolio de EE.UU. en enero de 2021. Este tipo de
hechos pueden acabar en guerras civiles, advierte.
En el escenario
optimista-utópico, supone que el crecimiento económico lo resuelve todo, porque, según él,
«genera recursos que pueden ayudarnos a abordar costosos proyectos públicos
para prevenir el cambio climático, el envejecimiento y el desempleo
tecnológico, o a hacer frente a futuras pandemias». Roubini se pregunta si la
innovación tecnológica ayudará a crecer para salir de nuestros problemas. En
nuestra humilde opinión, la respuesta es muy sencilla: NO,
porque es precisamente la tecnología la que ha generado los mayores
problemas. En teoría, podría traer soluciones, pero en la práctica es muy
dudoso que el ser humano las aplique de forma altruista. En este escenario
utópico, Roubini parece rememorar la contradicción de un
chiste de El
Roto al decir que «nuestro objetivo debe ser seguir creciendo, pero
también frenar bruscamente las emisiones de gases de efecto invernadero».
Respetar los ecosistemas reduciría
el riesgo de enfermedades zoonóticas, pero el ser humano es reacio a valorar
cuánto cuesta una pandemia que no ha ocurrido. Y cuando ocurre, ya es tarde
para prevenir. Roubini fantasea con que el crecimiento podría
aliviar los problemas de deuda, y traer energía barata, desalinización
asequible, y carne cultivada en laboratorio. Pero no habla de que el
crecimiento no puede ser mantenido indefinidamente por lo que, si llega ese crecimiento,
será para retrasar y aumentar la crisis que nos espera. Desde el ecologismo, la
solución es la contraria: un decrecimiento
sensato y ordenado.
Finalmente, Roubini se plantea si el bienestar de los
últimos 75 años (en los países ricos) no ha sido solo una excepción en la
Historia. El principio del siglo XX fue realmente aterrador: dos guerras
mundiales, la mortífera gripe española, hiperinfación y luego la Gran
Depresión, crisis financieras, deflación, regímenes populistas y autoritarios
(Alemania, Italia, España). Para aumentar nuestra preocupación, ahora tenemos un escenario más complicado: un
sistema financiero en peor estado, mayor desigualdad, armas más peligrosas (peligro
nuclear incluido), y el cambio climático, que ha venido para cambiarlo todo
(queramos o no, como
explicó N. Klein).
La solución está en colaborar con corazón altruista, sabiendo que cuando la cooperación fracasa, los resultados
son peor para todos.
Por lo dicho, vemos que no estamos de acuerdo en todo lo que
dice Roubini, pero sí en lo esencial; y también en su mazazo final: «demorarse
es rendirse».
https://blogsostenible.wordpress.com/2023/07/11/libro-megamenazas-de-nouriel-roubini/
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