LA GRAN GUERRA DEL SIGLO XXI
LA GUERRA
ANTROPOLÓGICA
Miklos Lukacs (Lima,
1975) está especializado en filosofía de la tecnología. Acaba de publicar el
libro “Neo entes: tecnología y cambio antropológico en el siglo XXI” en el que
alerta del peligro del transhumanismo.
Habla del progresismo como una religión. ¿Cómo nos la vende
el transhumanismo?
Nos lo venden como una mejora material, como una idea de progreso en la que el ser humano es mejorado, y ese ser humano reemplaza a Dios, se convierte en Dios gracias a la tecnología. El problema de este planteamiento es que es una promesa falsa y vacía. Porque para aspirar a ese proceso la condición sine qua non es que el ser humano deje de ser humano. Vas a progresar, pero el costo de ese progreso es que dejes de ser lo que eres. Así, el Homo sapiens puedes transicionar hacia un Homo Deus o hacia cualquier tipo de forma, lo que yo llamo un neo-ente. Básicamente, la tecnología te va a permitir ser lo que quieras ser y esa es una de las promesas del progreso.
Ese progreso tecnológico va a ir acompañado de un progreso
moral posmoderno, en el que todas las categorías valóricas que estableció el
judeocristianismo en los 2000 años anteriores pasan a ser irrelevantes. Esta
moral progresista es completamente anticristiana. Vamos a ser mejores en lo
intelectual, en lo cognitivo, en lo físico y en lo moral, pero está moralidad
es una amoralidad porque no tiene ningún tipo de hitos ni bandera. Es una moral
relativista.
La idea del Homo Deus me recuerda al hombre nuevo
soviético y a otros experimentos similares, desvincular al hombre de sus raíces
y moldearlo como si fuera arcilla.
Efectivamente, esta idea del hombre nuevo no es nueva, viene
de muy atrás. Por ejemplo, cito a los pensadores de la Ilustración del siglo
XVIII, especialmente al marqués de Condorcet y a Denis Diderot, que ya jugaban
con esta idea de la perfectibilidad perpetua del ser humano. Diderot ya
planteaba el superhombre reconfigurando y redefiniendo el ser humano. Eso no
era posible en el siglo XVIII, pero hoy sí lo es. Tecnologías como la
Inteligencia Artificial, la edición genética o la robótica tienen el potencial
probado de reconfigurar al ser humano como especie.
Volviendo al pasado, el darwinismo, con su idea del ancestro
común, es un torpedo a la línea de flotación del cristianismo que colocaba al
ser humano en una categoría especial, como la criatura predilecta de Dios.
Luego llega Herbert Spencer con el darwinismo social y la supervivencia del más
fuerte, del que saldrán el racismo científico y la eugenesia. Todo este proceso
rompe la categoría cristiana de que todos somos iguales, somos hijos de Dios, y
en el siglo XX vemos las consecuencias. Por ejemplo, el comunismo y la
aspiración del homo sovieticus, un hombre invencible aunque no en
el aspecto individual, sino en el colectivo, como parte de la Unión
Soviética.
Pero toda esta idea del progreso tecnológico como garante
de un mundo mejor ya se ha demostrado falsa. A principios del siglo XX se
hablaba del fin de la guerra por los avances del progreso, el resultado fueron
la Primera y la Segunda Guerra Mundial.
Sí, por eso está idea de progreso plantea que el ser humano
es imperfecto, inferior e indeseable, y que necesita ser mejorado. Es una idea
de progreso profundamente antihumanista y anticristiana. Es una idea que va
contra el ser humano. El crítico principal de esta idea de progreso es John
Gray, sobre todo en su obra “Perros de paja”, donde establece que es absurdo
pensar que el progreso tecnológico conlleva uno moral. Gray sostiene
correctamente que el ser humano no ha cambiado, en lo esencial seguimos siendo
lo mismo que hace 2000 años.
No obstante, esta idea es transversal a todos los
movimientos progresistas posmodernos: la tecnología es el motor del cambio. Por
lo tanto, independientemente de los debates políticos o económicos, no se
pueden entender los procesos actuales sino se incorpora la variable científica
y tecnológica. Si la omitimos, estaremos construyendo una dinámica política
contemporánea que no es precisa. Por ejemplo, lo que generó la primera
revolución industrial fue una tecnología, la máquina de vapor. Treinta años
después aparecen las industrias textiles, es decir, la tecnología generó un
nuevo proceso económico: el capitalismo moderno. Las nuevas tecnologías son
órdenes de magnitud superiores a la máquina de vapor, porque no sólo tienen el
potencial de modificar el entorno del ser humano, sino de reconfigurar al
propio ser humano.
Estás tecnologías están dando lugar a un nuevo modelo
económico, que es el paso de la economías físicas a las digitales. Ese nuevo
modelo va a establecer nuevas relaciones de poder económico y nuevas formas de
dinámica política. Por lo tanto, leer la política actual con lentes del pasado,
con esas disputas entre izquierda y derecha nacidas en el siglo XVIII, es
anacrónico. La guerra del siglo XXI no es solamente una guerra política,
económica, cultural o social. La gran guerra del siglo XXI es la guerra
antropológica entre las visiones progresistas que conciben al ser humano como
mejorable y las que defienden que el ser humano debe mantener su dignidad e
integridad. El ser humano al servicio de la tecnología versus la tecnología al
servicio del ser humano.
Estamos viendo cómo empiezan a aplicarse leyes trans en
distintos países. Si aceptamos que una persona defina su sexo a voluntad, ¿no
abrimos la puerta a otros fenómenos como los transedad o los transespecies?
Es precisamente eso. Estas variaciones a partir del ser
humano o de otras especies es a lo que yo llamo neo-entes, aunque mi definición
no se limita al mundo físico y comprende también creaciones digitales. Y ya
estamos viendo esa reconfiguración del ser humano porque ya no se puede
distinguir al hombre de la mujer. En nombre de este progreso tecnológico se
vacían de contenido ontológico todas las categorías de ser humano. Esto
significa que no hay una categoría sexual, sino cientos de géneros, o que no
hay diferencia entre adultos y niños, no sólo en lo ontológico sino también en
lo moral con respecto a las decisiones que pueden tomar, y todos se incluyen en
el término “personas”. Así, escuchamos decir a políticos progresistas que la
diversidad sexual la disfrutan las “personas” siempre que haya consentimiento.
El prefijo “trans” no es aleatorio. Se llega al
transhumanismo, es decir a la transición del humano, desde categorías
pretranshumanistas: transexuales o transgénero, transraza, transedad,
transespecies, transcapaces… Puedes meter cualquier cosa en la categoría trans
y de ese modo se vacía el contenido ontológico del ser humano. Puedes ser
cualquier cosa, esta es la redefinición, y usar la tecnología para cambiar,
para la reconfiguración. Lo vemos con la presencia de las mujeres trans en las
competiciones de belleza o en los deportes femeninos. Redefinición y
reconfiguración del ser humano.
¿No teme que le acusen de conspiranoico?
No, no me importa. Aquí el término “conspiranoico” nace de
la ignorancia de las personas en cuanto a los desarrollos científicos y
tecnológicos recientes, como, por ejemplo, que a partir de células madre se
pueden obtener gametos masculinos y femeninos, es decir, espermatozoides y
ovulos. Esto se logró en 2014 y fue publicado por la revista “Nature”, la
revista científica más prestigiosa del mundo. Esto ha permitido que el año
pasado el Instituto Weizmann en Israel creará embriones artificiales de ratones
a partir de esos gametos. Técnicamente, se podrían obtener espermatozoides de
las células madre de una mujer, por lo que se elimina al hombre del proceso
reproductivo. Y aquí entran las nuevas masculinidades, el heteropatriarcado y
todos estos ataques brutales a la masculinidad.
¿Y cuál sería el propósito, el objetivo final, de todo
este proceso de reconfiguración?
Todo esto tiene un fin que en su matriz lleva a la agenda
principal que regula todas estas intervenciones, que es la agenda del medio
ambiente. Esta es la agenda madre del progresismo porque a partir de ella se
culpa al ser humano de la crisis ambiental. El ser humano, con esa herramienta
terrible que es el capitalismo, es culpable del cambio climático y representa
un riesgo existencial. Es la “plaga humana” que acuña David Attenborough en
2013, que usa el capitalismo para destruir la madre tierra y es, por tanto, una
amenaza para la existencia de nuestra especie. Ese riesgo existencial demanda
medidas que son moralmente justificables para salvar el planeta. Ahí entra el
control demográfico y todas las agendas: aborto, ideología LGBT, educación
sexual, feminismo radical e ideología trans. La diversidad, en la que se
adoctrina a los niños y los adolescentes, promueve relaciones sexuales no
heterosexuales, es decir, que no llevan a la procreación y buscan, en el fondo,
la reducción de la población.
Luego está el feminismo, que no es el empoderamiento de la
mujer, sino que busca criminalizar el comportamiento sexual natural del hombre.
Después viene el especismo y el animalismo, donde aumenta la moralidad del
animal y disminuye la calidad moral del ser humano. Humanizas al animal y
deshumanizas al humano. Y finalmente la eutanasia que, al igual que el aborto,
cosifica e instrumentaliza al ser humano que se convierte en una pieza
dispensable. Ya no es cuestión de ayudar a esa persona a salir adelante, sino
que en la relación costo-beneficio es más barato que se mate.
El peligro real de toda esta guerra antropológica es que
finalmente, y bajo criterios malthusianos y postdarwinianos, se justifican
todos los medios para reducir la plaga. Es un proyecto abiertamente eugenésico,
y ya sabemos cómo acaban en la historia todos estos proyectos eugenésicos. El
mayor riesgo es que toda la reproducción humana sea puesta en manos de la
tecnología y ese sí sería el fin del ser humano. Sería la creación del Homo
Deus, pero no de toda la población sino de la minoría que controla,
comercializa, fabrica, regula y supervisa estas tecnologías. Ya tenemos
técnicas de pre-implantación genética y de fecundación in vitro; la ley
triparental de Reino Unido ya existe; en la Universidad de Eindhoven se está
trabajando en la creación de úteros artificiales humanos e incluso existen
niñeras de Inteligencia Artificial postparto para controlar el desarrollo de
los bebés sin presencia humana. No es ciencia ficción, es una realidad.
¿Hay resistencia a esta agenda transhumanista?
Sí, hay una resistencia muy grande. El problema es que la
mayoría de la gente intuye que esto está mal y repudia las agendas trans, LGBT
o feministas, pero no saben exactamente qué es lo que pretenden estas agendas.
Y luego existe una falta de iniciativa política porque las poblaciones han sido
amansadas bajo una técnica de agotamiento y desmoralización: covid, crisis
económica y energética, etc. El problema es que si la gente no reacciona a
tiempo nos enfrentaremos a un sistema de coerción muy bien establecido mediante
el control tecnológico.
https://disidentia.com/la-gran-guerra-del-siglo-xxi-es-la-guerra-antropologica/
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