COLAPSOPRAXIS: URGE PASAR A LA ACCIÓN
CONOCEMOS LA TEORÍA
Decisiones radicales, acción urgente, adaptación profunda…
Parece que los adjetivos que usamos para describir todo lo relacionado con el
colapso ecosocial denotan cada vez una mayor constatación de su gravedad y de
que tenemos un plazo mínimo para reaccionar. El tiempo de margen que teníamos
para realizar una transición se está acabando. Si no aprendemos desde ya a
vivir con menos energía y materiales y si no cambiamos nuestra forma de
producir y consumir perderemos la opción de poder elegir entre decrecer de una
manera utópica, racional y socialmente justa, o bien, de una forma distópica y
dolorosa para la mayor parte de la humanidad.
Hace una década podríamos haber enfocado la transición de
una manera más suave. De hecho, escuchábamos en alguna charla y leíamos en
los Papeles ecosociales de Fuhem sobre el
movimiento lento, la simplicidad
voluntaria o las iniciativas
de transición.
También aprendíamos de Ted Trainer cómo era La Vía de la Simplicidad. En 2012 nos animaba en este libro a buscar un camino alternativo que «se caracterice por la frugalidad, la autosuficiencia, el localismo, la cooperación, una economía orientada a las necesidades y bajo control participativo, y valores positivos».
Trainer nos advertía del peligro de tener un enfoque reformista, ya que el sistema existente no puede arreglarse y debe ser reemplazado. Nos invitaba a construir sistemas radicalmente nuevos, pero no de una manera precipitada, sino con un trabajo sensibilizador como base, ya que «la vía de la simplicidad no puede funcionar sin una motivación en la cual la gente halle fuertes recompensas y valores intrínsecos a vivir de manera sencilla, cooperativa y autosuficiente».
Si construir pequeños espacios
resilientes ya nos parece una ardua tarea, el autor nos recuerda que nuestro
objetivo último deben ser los cambios estructurales y que estos «solo tendrán
lugar a gran escala cuando mucha gente comprenda la necesidad de los mismos y
esté dispuesta a apoyar la acción política que pueda conseguirlos». Así que ya
vamos muy tarde, si hay que realizar un colosal trabajo educativo.
Parece que Ted Trainer y el colapsólogo francés Pablo
Servigne en algunos aspectos son del mismo sentir. Este último hace casi una
década reconocía que la transición no solo necesita un movimiento poderoso de
base, sino también una visión política a largo plazo. De 2011 a 2015 escribió
varios informes y un libro sobre la resiliencia. En ellos nos presentaba
algunas de las claves para una transición, que sea lo menos traumática posible.
Nos explicaba que debíamos apostar por un cambio anticipado y planificado. Para
ello sería necesario aceptar colectivamente que el antiguo sistema debe
desaparecer y, por otro lado, estar convencidos de que precisamos una gran
cantidad de «islotes» de resiliencia pequeños, autónomos y diversos,
construidos por la ciudadanía y protegidos a mayor escala por las
instituciones. Ahí es nada.
En el libro Petit traité de résilience locale (2015)
nos cuenta que, aunque el colapso ya sea inevitable, sí podemos atenuar ciertos
efectos: anticipando una gran vuelta intencional hacia lo local, reinventando
una aproximación a lo colectivo (bienes comunes), con una economía low-tech,
participando en iniciativas de transición, desarrollando una alimentación
sin petróleo y un largo etcétera de múltiples caminos, que tienen en
común el ser resilientes. Este libro propone cuatro aproximaciones al concepto
de resiliencia:
- Cuál
podría ser nuestra visión común de la resiliencia. El hecho de
que no exista consenso ni siquiera sobre su definición refleja nuestra
dificultad a la hora de ponernos de acuerdo sobre una visión del mundo. La
resiliencia, tanto de una sociedad como de una comunidad local, depende no
solo de cada elemento sino, sobre todo, de las interconexiones entre todos
sus elementos. Un pequeño cambio puede provocar que la resiliencia de todo
el sistema cambie radicalmente. Por lo que nuestro objetivo sería aumentar
la probabilidad de mantener trayectorias deseables en ambientes
turbulentos.
- Cómo
afrontarla ante un desafío global. Por ejemplo, con una reducción
de la complejidad y de la interdependencia (estimulando la creación de
nuevos empleos locales que usen una tecnología low-tech),
reorganizando las ciudades (limitando la dependencia a los combustibles
fósiles, racionando la energía…), o bien, con una nueva concepción de las
infraestructuras (haciendo frente a los cortes de electricidad e
implicando a los usuarios con campañas de sensibilización).
- Cómo
vivirla a escala local. Se tendrá que aplicar un nuevo diseño a
los territorios (por ejemplo, las biorregiones) que necesitarán adaptarse
en respuesta a la evolución de sus necesidades y a autoorganizarse
movilizando los saberes tradicionales y el conocimiento del medio natural.
Además, la mayor parte de las actividades deberán servir para mantener y
regenerar las funciones ecosistémicas, produciendo bienes comunes,
reduciendo la huella ecológica, creando órganos de gestión energética,
etc.
- Cómo
desarrollarla desde una perspectiva interior. Este autor enfatiza
en que un cambio de rumbo hacia nuevos horizontes pasa necesariamente por
un camino interior y por poner en cuestión nuestra visión del mundo. Nos
cuenta que, a nivel personal, la clave es psicológica y
nos insta a ver la transición como una aventura en la que depositar
nuestra esperanza y energía. Mientras, a nivel colectivo, tenemos que ir
tocando el fundamento de nuestro comportamiento, reinventando nuestros
mitos, yendo del mito del progreso a un esfuerzo colectivo de imaginación
y anticipación ante los mejores escenarios posibles. Quizá imaginar,
planear, construir localmente el descenso de energía… sea el reto de
nuestra generación (2011a).
Por otro lado, para dar la vuelta a nuestro imaginario,
Servigne nos invita a hablar en positivo. No hay ninguna duda de
que este cambio semántico juega un papel fundamental en el éxito del Movimiento de Transición. Tenemos que
prepararnos para un futuro más austero, más autosuficiente, que favorezca lo
local… Pero este paso hacia nuevas formas de vida no tiene por qué plantearse
como algo decadente o menguante. Antes bien, la transición invita a construir,
a aumentar nuestra resiliencia, a una renovada prosperidad de muchas economías
locales, diversificadas, fuertes y estables, basadas en la justicia social y la
protección de la biosfera.
En el informe sobre resiliencia en tiempos de catástrofe, se
nos presenta el mito de que el individuo cuando está solo es un ser racional,
mientras que en grupo puede llegar a ser primitivo y bárbaro (presunción que ya
rebatimos en la
reseña del libro que escribió con Gauthier Chapelle sobre la ayuda mutua).
En relación con el mito de que los humanos en el momento de una catástrofe
somos presas del pánico de masas y nos dejamos llevar por comportamientos
egoístas, la experiencia nos dice que lo normal es que la gente se comporte de
manera calmada y no pierda su capacidad de discernir. Antes de nada, los
individuos buscamos seguridad, no la violencia; más bien somos cooperativos y
altruistas. Es más, cuando el colapso se acerca, contamos con lazos sociales
que nos unen, construimos relaciones de confianza recíproca y colaboramos hacia
un objetivo común.
Todos estos comportamientos están asociados a la aparición
de nuevas normas sociales, emergiendo un nuevo orden social. Lo más importante
y urgente para prepararnos ante el colapso es la construcción de tejido
social a nuestro alrededor (resiliencia colectiva o comunitaria)
porque para tener éxito dependemos de la cantidad y calidad de tejido social ya
existente. Esas competencias sociales locales son nuestra única garantía de
resiliencia en tiempos de catástrofe. ¿Qué puede pasar a largo plazo? Como decíamos,
la batalla se sitúa en el terreno del imaginario y de la creación de nuevos escenarios de futuro.
Inventar nuestro propio futuro nos libera del sentimiento de impotencia, nos
permite concentrarnos en lo positivo y participar en la construcción de
proyectos empoderantes.
Empezamos a caminar
Hay que huir del pesimismo, más que del realismo: alcanzar
un mundo que respete los límites del planeta va a conllevar unos cambios sin
precedentes. Pasar a la acción es la única manera que tenemos de salir del
embrollo y, afortunadamente, ya existen iniciativas que están funcionando, que
podríamos analizar, aprender de ellas y adaptar lo aprendido en nuestras
comunidades locales. Probablemente una de nuestras tareas, hoy en día, sea dar
a conocer esas alternativas.
Tenemos grandes retos por delante: el decrecimiento de la
economía de los países del Norte Global, regenerar los ecosistemas y la
justicia social, y mejorar la calidad de vida de los países del Sur global, a
la vez que aprendemos de ellas y ellos.
Los movimientos de transición llevan años reinventando
prácticas y modos de vida que comparten una visión austera, solidaria y
democrática. Podemos encontrar información sobre cómo construir resiliencia en nuestra
comunidad en la Red de
Transición, o bien, ver alternativas diversas de asentamientos, que se han
diseñado de forma participativa para que sean sostenibles a largo plazo, en
los espacios de encuentro de ecoaldeas.
Por otra parte, el colectivo Steady State Manchester ha
publicado A Viable
Future. Explorations in post-growth que trata diferentes tipos de
opciones creativas en escenarios de postcrecimiento. Pasan de la teoría a la
práctica, combinando una perspectiva local (alternativas populares) con un
prisma global en un marco de crisis ecosocial. Proponiendo, por ejemplo:
- Comprender
e imaginar los límites a los que nos tenemos que adaptar en una etapa de
poscrecimiento.
- Construir,
entre todas y todos, un futuro viable que ponga en el centro a las
personas, las comunidades, al planeta y no a las finanzas.
- Repensar
radicalmente nuestras prioridades.
- Luchar
contra la tóxica adicción al crecimiento económico, aportando todo tipo de
ejemplos, desde campañas a nivel local como políticas económicas.
- Desmontar
falsas soluciones, como el Green New Deal, el desacoplamiento,
la economía circular…
- Dar la
vuelta al camino de privatizar las ganancias y socializar los costes y las
pérdidas.
- Invitar
a todo el mundo a contribuir en la construcción de resiliencia colectiva.
Todo ello con propuestas prácticas en distintos sectores
(económico, social, medioambiental, político, de gestión…). Igualmente, hace
unos días, Ecologistas en Acción ha publicado el nuevo informe Alternativas
ecosociales para colapsar mejor, en el que muestran cuatro proyectos
que ejemplifican algunos de los aspectos más importantes de las tareas
esenciales para el sostenimiento de la vida. En concreto, hablan sobre el
proyecto agroecológico del municipio de Urduña, el trabajo de la cooperativa
Cal Cases sobre vivienda, la cooperativa A3 calles sobre los cuidados y la
comunidad energética Alumbra que trata la cuestión energética. Necesitaríamos
más publicaciones como estas, en las que se divulguen las iniciativas que están
funcionando, no para replicarlas tal cual, pero sí para que nos sirvan como
fuente de inspiración.
Necesitamos pasar de la colapsosofía a la colapsopraxis
Cuando Pablo Servigne estuvo en Barcelona, presentando el
libro Colapsología (traducción al castellano de Comment
tout peut s’effondrer de 2015) nos contó que su objetivo inicial era
publicar tres libros relacionados con el colapso: el que acabamos de mencionar
para dar herramientas para comprender lo que nos está pasando; un segundo
libro, Une autre fin du monde est possible publicado en 2018,
que trata la colapsosofía o la parte emocional y, por último, una publicación
sobre la colapsopraxis o la parte práctica (política, luchas, acciones…). Esta
última no se ha publicado aún. Servigne nos contó que Jean-Pierre Dupuy hablaba
del catastrophisme éclairé como la necesidad de anunciar la
desgracia con el fin de que esta no se produzca. Y ese es el lema de muchas y
muchos divulgadores del colapso, intentando transmitir la urgencia de pasar a
la acción.
El hecho de que nos urjan los cambios no debe hacernos bajar
la guardia, ya que se van a presentar muchas propuestas que reflejan el
llamado gatopardismo (cambiarlo todo para que nada cambie).
Tenemos que seguir teniendo una mirada crítica cuando nos hablen de
transiciones rápidas, que no incidan sobre la necesidad de decrecimiento de los
países del Norte global, ni se mencionen cambios de modelo sino que, por el
contrario, rezumen cierto nuevo capitalismo verde.
Sin embargo, tampoco es momento para tomárnoslo con calma.
En estos últimos años se está desarrollando un movimiento, de origen inglés,
sobre la adaptación profunda (deep adaptation) o radical (según la
traducción francesa adaptation radicale). Jem Bendell nos cuenta
que en 2018 envió un informe a una publicación especializada en el desarrollo
sostenible y dadas las razones que argumentaron para no publicar su artículo,
como no quería desdecirse de la esencia de su mensaje (que era la
inevitabilidad del colapso de la civilización industrial a corto plazo) se
animó a publicarlo en el sitio web del Institute for Leadership and
Sustainability (IFLAS) de la Universidad de Cumbria, donde daba clases. Idea
que, posteriormente, plasmó en un libro titulado Deep adaptation:
navigating the realities of climate chaos.
En los meses siguientes el artículo fue leído cientos de
miles de veces, suscitando numerosos debates sobre la perspectiva de un cambio
climático catastrófico que pone en peligro la vida en el planeta e inspirando a
movimientos como el de desobediencia civil por el clima, la biodiversidad y la
justicia social, Extinction
Rebellion, que nació unos meses después. Desde entonces se está
desarrollando un nuevo pensamiento que promueve la adaptación radical a las
nuevas condiciones que vamos a vivir o, mejor dicho, que estamos empezando a
vivir. Este movimiento despliega todo un abanico de iniciativas que pretenden
imaginar maneras de limitar los daños, salvar lo que sea posible y abrir un
campo de posibilidades para el futuro.
Asimismo, Jem Bendell creó el Deep Adaptation Forum, con el fin
de invitar a la participación para que aportemos ideas sobre cómo plantar cara
a este terrible reto. El pasado febrero, la revista Yggdrasil le
hizo una interesante entrevista titulada: «Il
est grand temps de proposer des stratégies bien plus audacieuses que les
stratégies d’adaptation classiques». Este texto propone un programa de
adaptación radical bajo cuatro principios fundamentales, denominados 4R:
- Resiliencia,
planteándonos lo que es o no preciso preservar.
- Renuncia,
que supone el abandono de ciertos privilegios, creencias o comportamientos
que solo empeoran la situación. Por ejemplo: el abandono de algunos tipos
de consumo o de ciertos sectores industriales…
- Restauración,
que implica que las comunidades y los individuos volvamos a encontrar esas
actitudes y maneras de vivir, dejadas de lado por esta civilización dopada
con combustibles fósiles. Por ejemplo: retomar una alimentación local y de
temporada, aumentar la producción de bienes y servicios a nivel
comunitario…
- Reconciliación,
preguntándonos qué nos podría ayudar a afrontar las dificultades que se
avecinan.
Recopilando el desafío que nos presenta Servigne: tenemos que actuar con la cabeza, comprendiendo lo que está pasando (colapsología), con el corazón, imaginando otros mundos y encontrando ánimo (colapsosofía) y, con las manos, luchando contra el viejo sistema y construyendo alternativas (colapsopraxis).
Hay quien piensa que es irresponsable, sobre todo si procedes del mundo universitario, anunciar un colapso inminente de la civilización industrial, por el impacto que pueda tener en aquellos que lo lean o escuchen. Antes bien, Jem Bendell piensa que lo irresponsable es no compartir este análisis.
De la misma manera, Yayo Herrero comenta esta idea en un artículo del
especial de la revista Ecologista sobre «¿Transiciones o colapso? El ecologismo
social ante el necesario cambio de rumbo». En él nos dice que no tenemos casi
ninguna certeza sobre si seremos o no capaces de forzar las transiciones
necesarias, pero sí hay dos cosas claras: «la urgencia en el cambio y que
tenemos la responsabilidad de intentarlo, cambiar el rumbo suicida de la
historia y reinventar un mundo social y ecológicamente sostenible».
En esa amplia comunidad deben poder participar las
iniciativas locales y las propuestas globales, las tradiciones clásicas y las
corrientes renovadas, la acción social y la acción institucional, y todo en un
ejercicio de construcción de tejido social que beba de un imaginario y un
horizonte de paz, justicia, igualdad y derechos sociales dentro de los límites
del planeta».
https://www.15-15-15.org/webzine/2022/10/08/colapsopraxis-urge-pasar-a-la-accion/
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