PÀGINES MONOGRÀFIQUES

18/7/20

Un cambio global dependerá de un cambio a nivel personal, familiar y comunitario

EL BUEN VIVIR
Cosmovisiones ancestrales y nuevos paradigmas

El concepto de Vivir Bien (o Buen Vivir) cobró relevancia internacional a finales del siglo XX, coincidiendo con la búsqueda de alternativas frente a los horrores del neoliberalismo. Aunque son traducciones vulgares de los conceptos andinos suma qamaña y sumaq kawsay, Vivir Bien y Buen Vivir reflejan una cosmovisión indígena de vivir en armonía con la naturaleza y con nosotros mismos. No obstante, la creciente popularidad de estos conceptos ha menoscabado su significado. Los gobiernos de Bolivia y Ecuador incorporaron el Vivir Bien y Buen Vivir en sus respectivas constituciones y planes de gobierno en papel, pero no en la práctica.

Y para prosperar en este mundo interdependiente, los proponentes del Vivir Bien han de tejer redes con otros movimientos globales complementarios, labrando así el camino hacia un futuro mejor para todos y todas. 


El renacimiento andino

Tres décadas atrás, pocos eran los sudamericanos que hablaban del Vivir Bien (en adelante abreviado como VB). Quizás hubieran oído hablar de suma qamaña y sumaq kawsay, conceptos fundamentados en los sistemas de sabidurías, práctica y organización de los pueblos nativos de los Andes. VB es una traducción incompleta e insuficiente de este significante cultural que aúna una serie de propósitos más complejos, tales como “vida abundante”, “vida dulce”, “vida armoniosa”, “vida sublime”, “vida inclusiva” o “saber vivir”.

La formulación y aceptación del VB surgió a finales del siglo XX y principios del XXI. Quizá no hubiera ocurrido sin el impacto devastador del neoliberalismo y el Consenso de Washington. La incesante privatización y mercantilización de la naturaleza, junto con el fracaso del socialismo soviético y la falta de paradigmas alternativos, incitaron el redescubrimiento de las visiones y prácticas indígenas.
Más que alternativas radicales al paradigma dominante de desarrollo y progreso, estos conceptos se han transformado en el reclamo publicitario del desarrollo (in)sostenible. Las conclusiones son evidentes: para evadir la cooptación estatista, el verdadero cambio revolucionario ha de basarse en la emancipación y la autodeterminación desde abajo.

Este nuevo concepto de VB aún no había alcanzado la madurez cuando los gobiernos de Evo Morales en Bolivia (2006) y Rafael Correa en Ecuador (2007) dieron el pistoletazo a una nueva fase. Vivir Bien, junto con su homónimo ecuatoriano Buen Vivir, se codificaron en las nuevas constituciones de ambos países, convirtiéndose en la base de varias reformas normativas institucionales. Ambos términos se volvieron ubicuos dentro del discurso oficial y se incorporaron a los planes de desarrollo nacional de los dos países.

El triunfo constitucional del VB suscitó un creciente interés por visiones alternativas y afines, como la “Jurisprudencia de la Tierra” de Thomas Berry. El VB asimismo estimuló nuevas ideas, como los derechos de la Madre Tierra y otros derechos de la naturaleza ausentes de la proclamación original del VB. Mientras tanto, un grupo heterogéneo de académicos y activistas dedicados a avanzar nuevas perspectivas sistémicas, como el decrecimiento, el procomún y el ecosocialismo, vieron en el VB una fuente de inspiración.

A pesar de ello, las grandes expectativas no tardaron en suscitar desacuerdos profundos, sobre todo en cuestiones de implementación. ¿Realmente podemos afirmar que la esencia del VB se está implementando? ¿Es esta la meta hacia la que nos dirigimos o hemos perdido el rumbo? El VB sigue siendo un marco tan poderoso como contencioso para reconceptualizar una sociedad digna. Este ensayo pretende aclarar la promesa y las limitaciones del VB reflexionando sobre tres aspectos: primero, la visión y las prácticas culturales que inspiraron y fundamentan el VB; segundo, una crítica de su implementación a día de hoy; y tercero, su contribución potencial al reto más amplio de alimentar las alternativas sistémicas que tan urgentemente necesitamos.

Elementos Clave

No hay decálogo que valga para el VB, dado que se trata de un marco amplio y en constante evolución. Cualquier intento de definirlo en términos absolutos ceñiría su dinamismo. Aun así, podemos entrever varias interpretaciones comprendidas dentro de una cosmovisión predominante.

El Todo y el Pacha

El punto de partida de toda alternativa sistémica es su entendimiento del todo. Para el VB, “el todo” es el Pacha. Este concepto andino a menudo se traduce sencillamente como “la Tierra” (por eso hablamos de la Pachamama como sinónimo de la Madre Tierra). A pesar de ello, su significado es mucho más amplio y profundo, dado que comprende la indisoluble unidad del espacio y el tiempo. Pacha es el todo en movimiento constante; es el cosmos en un estado permanente de devenir.

Dentro de esta cosmovisión, pasado, presente y futuro coexisten y se interrelacionan dinámicamente. Esto trae a la mente la célebre frase de Einstein: “la distinción entre pasado, presente y futuro es tan solo una testaruda y persistente ilusión”. El VB entiende el tiempo y el espacio como elementos cíclicos, que no lineales, dado que es una visión incompatible con las nociones asentadas del crecimiento y progreso. El tiempo se mueve en forma de espiral; todo adelanto incita un regreso, y todo regreso provoca un adelanto. Esta visión pone en entredicho la validez de la noción de “desarrollo”, de siempre avanzar hacia un punto más alto, siempre buscar mayor perfección. Estas ambiciones ascendentes resultan ficticias en el VB, donde el movimiento se manifiesta en giros, cambios y reencuentros con el pasado, el presente y el futuro.

El VB no es antropocéntrico, es Pachacéntrico. En el Pacha, no existe dicotomía alguna entre seres vivientes y cuerpos inertes –todos tienen vida, y toda vida se comprende como la relación entre todas las partes del todo. Es más, no hay separación entre los seres humanos y la naturaleza. Todos son parte de la naturaleza y el Pacha, en su totalidad, es un ser vivo. 

Coexistiendo en la multipolaridad

La visión del VB percibe la dualidad como una constante, dado que todo se manifiesta en pares contradictorios. El bien y el mal no existen como conceptos absolutos, sino que coexisten entre sí. El todo es y no es. El individuo y la comunidad son polos complementarios de la misma unidad. Sin comunidad no hay individuo, y sin seres singulares no hay comunidad.

Esta bipolaridad –o, mejor dicho, multipolaridad– entre pares es universal: la polaridad entre individuo y comunidad se infunde dentro de la polaridad entre humanidad y naturaleza. La comunidad, por tanto, se convierte en una comunidad que reconcilia lo humano con lo no-humano. Labrar el VB significa aprender a vivir juntos dentro de esta compleja interacción del existir. El reto no es “ser”, sino “aprender a interrelacionarse” con las demás partes contradictorias del todo. La existencia deja de ser un estado estático para convertirse en el concepto relacional de “devenir”.

En las comunidades andinas, la propiedad privada individual coexiste con la propiedad comunal. Evidentemente siempre surgirán tensiones y diferencias entre los miembros de una comunidad, pero, con el fin de resolverlas, se han desarrollado una serie de prácticas culturales basadas en resoluciones redistributivas. Por poner un ejemplo, los más ricos pueden financiar un festín para toda la comunidad u otros actos y servicios que benefician a todos y todas. El peor castigo es ser expulsado de la comunidad ya que esto supone una pérdida de afiliación, esencia e identidad propia.

El VB no es igualitario; la igualdad perfecta es una fantasía dado que las desigualdades y las diferencias son inevitables. La clave es saber coexistir con ellas, y prevenir que las desigualdades y diferencias se calcifiquen en absolutos polarizadores capaces de desestabilizar el todo. El llamamiento fundamental es a aprender, o a volver a aprender, a vivir en comunidad respetando la multipolaridad que es el todo.

Equilibrio dinámico

El VB busca el equilibrio entre los diversos elementos que componen el todo –la armonía entre seres humanos y también entre la humanidad y la naturaleza, lo material y lo espiritual, el conocimiento y la sabiduría y entre culturas diversas e identidades y realidades distintas. Pero no se trata simplemente de una versión menos antropocéntrica y más democrática, holística y humanizada del “desarrollo”, dado que el VB no reconoce las arraigadas nociones occidentales que equiparan el desarrollo con el progreso y con un crecimiento permanente.

Del mismo modo, el VB no busca un equilibrio permanente. Ese equilibrio aparente y manifestado en momentos concretos generará contradicciones y disparidades que incitarán a nuevas acciones para encontrar un nuevo equilibrio. Aquí hallamos el origen del movimiento cíclico a través del espacio-tiempo. La búsqueda de armonía entre los seres humanos y con la Madre Tierra no es la precondición para un estado idílico, sino la continuada razón de ser del todo.

El equilibrio siempre es dinámico. Sólo podemos participar en la búsqueda de un nuevo equilibrio, de una coexistencia armoniosa, tras comprender el todo enmarcado en sus múltiples componentes y su proceso de gestación. El rol de los humanos es el de crear puentes y ser intermediarios dentro del todo, conectando elementos en busca de un equilibrio con la naturaleza y cultivando con sabiduría lo que ella nos ha regalado. Bajo esta perspectiva, los seres humanos no son “productores”, “conquistadores” o “transformadores” de la naturaleza, sino “cuidadores”, “cultivadores” y “mediadores”. 

Complementariedad

La complementariedad o interdependencia es esencial para alcanzar un equilibrio integrado entre los opuestos que, unidos, forman un todo. El objetivo no es cancelar al “otro”, sino agrandar ambos perfiles hacia una nueva síntesis, buscando formas de complementar y completar la totalidad de las partes, inclusive las antagónicas. Las diferencias y las particularidades son parte de la naturaleza y la vida. Jamás seremos todos los mismos e iguales. El objetivo es respetar la diversidad buscando maneras de articular la experiencia, compartir el conocimiento y entender los ecosistemas.

“Saber vivir” es practicar un pluriculturalismo que aspira a reconocer la diferencia y aprender de ella sin caer en la arrogancia o el prejuicio. Aceptar la diversidad revela otros verdaderos “Buenos Vivires” más allá de la interpretación andina, que perduran con la sabiduría, el conocimiento y las prácticas de las gentes que desean ejercer sus propias identidades.

Bajo el prisma de la complementariedad la competición es algo negativo, dado que unos ganan mientras otros pierden, desequilibrando así la totalidad. La interdependencia se optimiza sumando fuerzas con la convicción de que, cuanto más trabajemos juntos, más fortaleceremos la resiliencia de todos y cada uno de nosotros. Más que implicar una neutralidad entre polos opuestos, la complementariedad reconoce el potencial de la diversidad para equilibrar e integrar las contradicciones del todo.

En conclusión, el VB es el punto de encuentro de la diversidad. “Saber vivir” es practicar un pluriculturalismo que aspira a reconocer la diferencia y aprender de ella sin caer en la arrogancia o el prejuicio. Aceptar la diversidad revela otros verdaderos “Buenos Vivires” más allá de la interpretación andina, que perduran con la sabiduría, el conocimiento y las prácticas de las gentes que desean ejercer sus propias identidades. En vez de una regresión utópica a un pasado idealizado, son perspectivas que miran hacia adelante a sabiendas de que, a lo largo de la historia, ha habido, hay y habrá muchas variedades de organización cultural, económica y social que, en la medida en la que se complementan mutuamente, pueden ayudar a superar las crisis sistémicas a las que se enfrenta la humanidad. 

Descolonización

El VB contempla una lucha sempiterna por la descolonización. La conquista española de hace 500 años catapultó un nuevo ciclo que no concluyó con la independencia de las repúblicas en el siglo XIX. Por el contrario, ese ciclo perdura bajo formas y estructuras de dominación poscoloniales.

El proceso de descolonización supone un cambio que transciende cualquier autonomía formal para desmantelar los sistemas políticos, económicos, sociales, culturales y mentales heredados que continúan dominándonos. Podemos lograr la independencia de un poder extranjero, pero continuar siendo económicamente dependientes de él. Podemos lograr cierta soberanía económica, pero mantener la subyugación cultural. Podemos dar pleno reconocimiento a nuestra identidad cultural con una nueva constitución, pero seguir presos de los valores consumistas de Occidente.

Llegados a este punto nos topamos con lo que quizá sea la parte más difícil del proceso descolonizador: liberar nuestras mentes y almas de una jaula forjada en conceptos ajenos y erróneos. Construir el VB supone descolonizar tanto nuestros territorios como nuestros seres. La descolonización del territorio da lugar a la autogestión y autodeterminación a todos los niveles. La descolonización del ser es aún más compleja y supone prevalecer sobre todos los modos, creencias y valores que impiden nuestra reconexión con el Pacha. El primer paso es ver a través de nuestros propios ojos, pensar nuestros propios pensamientos y soñar nuestros propios sueños. Este viaje comienza en el lugar donde hallamos nuestras raíces, nuestra identidad, nuestra historia y nuestra dignidad. Descolonizar es reclamar nuestra vida, recuperar el horizonte. 

Cooptación

Institucionalizar y formalizar una cosmovisión inevitablemente provocará su desmembramiento. Se destacarán ciertos aspectos, mientras otros quedarán por el camino. Algunos significados persistirán, mientras otros se disiparán. Al final descubrimos un cuerpo mutilado que, por mucho que llegue a un público más amplio, se verá incompleto.

Distorsiones como esta han sido la tónica del VB bajo los gobiernos de Evo Morales y Rafael Correa. Por primera vez, tras siglos de exclusión, se reconoció la visión de los pueblos indígenas, incorporándose como elemento fundamental de las agendas políticas de ambos países. Vivir Bien y Buen Vivir quedaron plasmados, con términos distintos, en las nuevas constituciones de Bolivia (2008) y Ecuador (2009), respectivamente. La versión ecuatoriana enfatiza una visión centrada en los derechos, mientras que la boliviana se inclina hacia un concepto ético y moral.

Por mucho que su incorporación supusiera un logro destacable, el Buen Vivir y el Vivir Bien coexisten incómodamente con la visión desarrollista y productivista dominante. No es de extrañar pues que el Vivir Bien y el Buen Vivir perdieran mucha substancia a lo largo del camino. En lo que a Bolivia se refiere, más que transformar la sociedad según los preceptos del VB, el gobierno ha perseguido un modelo populista, extractivista y, en esencia, ligado a la explotación de recursos naturales no renovables y en condiciones cada vez más autoritarias.

Por mucho que su incorporación supusiera un logro destacable, el Buen Vivir y el Vivir Bien coexisten incómodamente con la visión desarrollista y productivista dominante. No es de extrañar pues que el Vivir Bien y el Buen Vivir perdieran mucha substancia a lo largo del camino.

Si nos ceñimos a los indicadores económicos dominantes, la experiencia boliviana ha sido todo un éxito: el PIB ha crecido, la pobreza extrema se ha reducido y la inversión pública se ha incrementado. Esta inversión, junto con nuevos programas sociales y subvenciones en efectivo condicionadas, ha reducido la desigualdad salarial. Y la calidad de vida ha mejorado para varios sectores de la población, lo que explica la popularidad de la que sigue disfrutando el gobierno.

A pesar de ello, Bolivia no camina hacia el VB. Los indicadores económicos de ese objetivo no son el PIB, el índice Gini, los indicadores de pobreza del Banco Mundial o estadísticas similares. Lo que verdaderamente importa es si las comunidades urbanas y rurales y los movimientos y organizaciones sociales se están fortaleciendo; si han incrementado su capacidad de autogestión, su creatividad y su resiliencia; si se han producido mayores niveles de solidaridad; si se practica la complementariedad y si se contribuye a la regeneración de la naturaleza. Bajo estos criterios, Bolivia deja bastante que desear. 

La bonanza económica boliviana depende de la extracción. El incremento de control estatal sobre recursos de gas natural, combinado con un auge en productos básicos –y su consecuente demanda de materias primas bolivianas– multiplicó por ocho los ingresos gubernamentales en el periodo 2005-2013, motivando mayor inversión pública y la expansión de servicios básicos.2 Pero, a día de hoy, el modelo está en crisis: los precios de los hidrocarburos y las materias primas han disminuido, y el país se enfrenta a una caída en picado en cuanto a exportaciones y reservas internacionales, además de una deuda externa que crece a pasos agigantados.

El auge económico no solo benefició a las industrias extractivas, sino también a la agroindustria. La ley boliviana del 2010 sobre los derechos de la Madre Naturaleza, que le otorga derechos y protege su integridad, solo existe en papel. Los transgénicos se han adueñado de la producción de soja (desde un 21% de la totalidad de las exportaciones en el 2005 a un 92% en el 2012) mientras que la producción de maíz sigue el mismo cauce4. Los parques nacionales y las zonas protegidas están amenazadas por carreteras y presas. La deforestación, antaño en declive, está en aumento mientras que el gobierno facilita la expansión de la agroindustria a expensas de la jungla.

Pero, con sus exuberantes finanzas, Bolivia hizo oídos sordos ante la necesidad de diversificar la economía. Consecuentemente, la economía actual es aún más dependiente de la extracción de recursos que durante los años del auge. Los planes prospectivos del gobierno de aquí al 2025 demandan mayor explotación de los hidrocarburos, nuevas megapresas para exportar electricidad y la expansión de la industria, con su concurrente pérdida de jungla. Todas estas estrategias conllevan impactos medioambientales masivos e implicaciones económicas problemáticas.

El gobierno tiene la opción de abjurar de esta réplica de la “vieja modernidad” que coletea desde el siglo XX. En vez de hacer hincapié en las corporaciones estatales, podría, y debería, seguir un modelo capaz de sumar los últimos adelantos tecnológicos a una perspectiva comunitaria y social. Por ejemplo, el futuro de la energía está en las renovables, no en la extracción de combustibles fósiles. El desarrollo de programas comunitarios, municipales y residenciales de energía solar y eólica podría transformar el rol de los bolivianos, dejando de ser meros consumidores para convertirse en productores de electricidad que basan la producción energética en renovables y no en su actual dependencia del 70 % en el gas natural. El futuro de la agricultura no pasa por la expansión de la agroindustria, sino por una agroecología y agricultura forestal que impulsan el liderazgo y la soberanía alimentaria de las comunidades indígenas y campesinas.

En último lugar, aunque no menos importante, las desigualdades exacerbadas no desaparecerán mientras los países sigan aferrados al extractivismo. Tal disparidad no puede resolverse a golpe de subvenciones en efectivo condicionadas. La redistribución no puede limitarse a la reasignación de aquella fracción de las ganancias no apropiada por los sectores económicos más poderosos. La búsqueda de igualdad no puede reducirse a programas de bienestar mientras los grandes terratenientes, las empresas extractivas y los bancos siguen acumulando ganancias masivas.5 Las inequidades estructurales precisan cambios estructurales en las instituciones, no solo meros parches para los impactos humanos más desdeñables de una sociedad altamente sesgada. 

Más allá del estatismo y el extractivismo

En Bolivia hay un enorme abismo que separa el discurso de la realidad y la ley de la práctica. En esta última década los derechos de la Madre Tierra jamás han prevalecido sobre los intereses que incitan a la extracción, polución y depredación de la naturaleza. Para implementar los derechos de la Madre Tierra se necesitan mecanismos y regulaciones autónomas que reduzcan y penalicen los continuos ataques a los ecosistemas y, por encima de todo, que promuevan la restauración y recuperación de zonas previamente degradadas. Aun así, el gobierno no ha mostrado interés alguno en limitar sus proyectos extractivistas.

El rol fundamental del Estado debería ser fomentar y ayudar en la coordinación de redes locales de producción, intercambio, crédito, sabiduría tradicional e innovación. Esto difiere marcadamente de la visión predominantemente estatista de Bolivia, articulada por su vicepresidente de la siguiente manera: “el Estado es lo único que puede unir a la sociedad, es el que asume la síntesis de la voluntad general y el que planifica el marco estratégico y el primer vagón de la locomotora”.6 Esta visión es la antítesis del VB.

Por mucho que la derecha neoliberal haya perdido poder, la de Bolivia es una democracia endeble, sustentada por un parlamento que aprueba ciega y rutinariamente los decretos presidenciales. Necesitamos una democracia verdadera para avanzar en la autogestión, autodeterminación y empoderamiento de las comunidades y organizaciones sociales. Una democracia más popular y descentralizada es la única manera de identificar y corregir los errores en el camino hacia una nueva ecosociedad y, por tanto, requisito previo al VB.

Un gobierno central que reduce la participación pública a un mero ejercicio formal y que coacciona a las organizaciones sociales mientras controla rígidamente el poder es la antítesis del progreso hacia una democracia real. Pero no tiene por qué ser así. Más que depender del clientelismo, el Estado podría empoderar a las comunidades y organizaciones sociales. ¿Cómo? Animándoles a analizar, debatir, cuestionar y desarrollar políticas públicas que, asimismo, podrían ponerse en práctica sin tener que esperar la luz verde del Estado.

Un gobierno central que reduce la participación pública a un mero ejercicio formal y que coacciona a las organizaciones sociales mientras controla rígidamente el poder es la antítesis del progreso hacia una democracia real. Pero no tiene por qué ser así.

Los conceptos de suma qamaña y sumak qawsay perduraron durante siglos en conflicto con el estado inca, el estado colonial, el estado republicano y ahora con el estado neoliberal. Hablamos de prácticas y visiones comunitarias muy arraigadas, pero jamás reconocidas por los poderes establecidos de cada una de esas épocas. La “estatización” del VB ha menoscabado su potencial para fomentar la autogestión y visión crítica del status quo.

Típicamente, el objetivo de la izquierda marxista es conquistar el poder estatal para cambiar la sociedad desde arriba. En contraste, la experiencia boliviana de la última década demuestra que, en lo que al VB se refiere, la toma de poder debería servir para promulgar la emancipación y autodeterminación desde abajo, y cuestionar y subvertir las estructuras coloniales que o bien persisten o bien se reproducen dentro del nuevo estado “revolucionario”. Todo movimiento político que proyecte lograr la transformación social mediante las estructuras del poder se mueve por arenas movedizas, ya que son inevitables los impactos y efectos secundarios nocivos, tales como las tentaciones del privilegio y la corrupción, las alianzas y los compromisos pragmáticos y el espejismo de la permanencia en el poder.

La mejor manera de evitar la cooptación de las lógicas del poder es concediendo legitimidad a los contrapoderes autónomos, no como clientes pasivos del Estado, sino como entidades verdaderamente capaces de contrapesar las fuerzas conservadoras y reaccionarias, tanto las que persisten como las que crecen en el entramado de las nuevas estructuras de poder. Por encima de todo, la vitalidad del proceso transformativo debe impulsar la idea y la práctica del procomún en toda la sociedad y entre la sociedad y la naturaleza. 

Alternativas sistémicas

La experiencia de la última década manifiesta la imposibilidad de promulgar el VB en un solo país. La interdependencia de la economía global siempre ejercerá presiones forzosas para someter a las naciones al paradigma predominante capitalista, productivista, extractivista, patriarcal y antropocéntrico. Por ello, el futuro del Vivir Bien depende de la recuperación, reconstrucción y empoderamiento de otras visiones, y del éxito paralelo de otras “Grandes Transiciones”.* Se trata de un proceso global y en constante interacción y complementariedad con otras perspectivas de alternativas sistémicas.

La prosperidad del VB y otras alternativas paralelas dependerá de su capacidad de expandirse más allá de las fronteras nacionales que las vieron nacer y hacia los países que colonizan el planeta. Sin propagarse hacia los centros de poder global, correrían el riesgo de aislarse, perder su vitalidad y, en última instancia, repudiar los mismísimos principios y valores que las propiciaron.

La búsqueda de complementariedad entre el VB, el ecosocialismo, el procomún, el decrecimiento, el ecofeminismo, y otras visiones alineadas es beneficiosa para todas ellas.El objetivo no es desarrollar una visión unitaria, sino tejer una diversidad de estrategias en búsqueda de respuestas holísticas. A fin de cuentas, todas las visiones y estrategias para una Gran Transición tienen sus flaquezas y virtudes. El VB, por ejemplo, no tiene respuestas adecuadas para enfrentarse al patriarcado, el capitalismo, la globalización o el poder estatal. Sus elementos clave como la totalidad, la complementariedad, la multipolaridad, el equilibrio dinámico y la descolonización son esenciales, pero no suficientes por sí solos para transformar el sistema vigente.

Estos sistemas que se refuerzan mutuamente –capitalismo, productivismo, extractivismo, plutocracia y antropocentrismo– agravan la crisis de nuestra comunidad global. Sus lógicas se ejecutan a todos los niveles, desde lo político hasta las relaciones personales, desde las instituciones a la ética, desde la memoria histórica a las visiones de futuro. Asumir que podemos resolver uno de ellos sin enfrentarnos al resto sería un grave error.

Jamás superaremos el capitalismo sin cuestionar un sistema de producción que normaliza la explotación de la naturaleza y la reproducción de las estructuras de poder autocráticas y patriarcales. Igualmente, sería imposible restaurar el equilibrio de los sistemas de la Tierra sin salir de la lógica del capital, con su necesidad de comercializarlo todo y, perversamente, hallar nuevas oportunidades de negocio dentro de la crisis. Esta realización es una de las contribuciones del ecosocialismo.

La crisis sistémica de nuestro tiempo pone en peligro los múltiples ecosistemas que han generado multitud de organismos, incluyendo la raza humana. La estabilidad climática que dio pie a la agricultura asentada y a numerosas civilizaciones corre peligro. Si el frágil equilibrio entre la atmósfera, los océanos, la tierra cultivable y la radiación solar sigue en entredicho, precipitaremos la desaparición de numerosos organismos, es decir, una sexta extinción masiva.

Estos retos no se solucionan sustituyendo el capitalismo y la propiedad privada por un capitalismo de Estado mal llamado “socialismo”. Un siglo de experiencia ha dejado patente que una alternativa ecológica y emancipadora al mercado libre no puede relegar todos los aspectos de la vida al control estatal. Para ser efectivas, la redistribución y la sostenibilidad requieren actores ajenos al mercado y el Estado. Esta es la gran contribución que aporta el procomún, con su hincapié no solo en el bien común, sino también en las personas que organizan y autogestionan ese bien en comunidad.

Vale la pena reiterar que la lógica del capital no funciona en aislamiento. Se alimenta y apoya en el antropocentrismo y el patriarcado, en la concentración de riqueza y la plutocracia, y en una cultura consumista que incita a la competición y el individualismo. La expropiación y socialización del capital por parte del Estado es incapaz de alterar la esencia productivista y extractivista del capital –y puede hasta reforzarla y agravarla. Las lógicas del capital pueden seguir predominando incluso después de que el Estado haya nacionalizado las mayores empresas.

El extractivismo jamás será sostenible y la humanidad no tendrá ningún futuro mientras sigamos arrasando la naturaleza. Socializar empresas no es suficiente: hay que transformarlas respetando los ciclos vitales de la naturaleza y del bienestar. El crecimiento productivo ilimitado es imposible dentro un planeta finito: hay que abandonar de una vez por todas el imperativo de crecimiento del capitalismo. El decrecimiento nos invita a concebir un futuro sin crecimiento económico y basado en escalas humanas y naturales.

Para superar el capitalismo, necesitamos una nueva visión de la modernidad. Mientras el “desarrollo” siga anclado en la idea de que todos vivamos y consumamos como las clases medias altas, jamás sobreviviremos y mucho menos superaremos la lógica del capital y el crecimiento ilimitado. Para satisfacer las necesidades básicas sin incrementar el consumismo, se necesita una sociedad autoorganizada y autogestionada. Dejar el liderazgo en manos de un Estado que solo sabe imponerlo desde arriba no puede menos que provocar autoritarismo y tensiones sociales. Esto no supone que el Estado no pueda y deba regularizar en contextos apropiados, pero únicamente como apoyo de una sociedad cada vez más capaz de gestionar los recursos vitales con frugalidad. A fin de cuentas, la clave de la transformación social depende de la capacidad de las personas que construyan una modernidad distinta y centrada en el equilibrio, la moderación y la simplicidad desde los comunes.

Un cambio global verdadero dependerá de un cambio a nivel personal, familiar y comunitario. El ecofeminismo evidencia la necesidad de buscar complementariedad dentro del cambio entre las esferas públicas y las privadas. Revolucionar las relaciones humanas en el núcleo más íntimo de nuestras vidas es el anclaje necesario para una transformación sostenible. Aun así, el desmantelamiento de las estructuras patriarcales es difícil, dado que su reproducción permanece insidiosamente invisible dentro de la familia, el sindicato, la comunidad, el partido político, la escuela y el gobierno.

Por mucho que el capitalismo haya exacerbado esta dinámica, la realidad es que no la creó, ya que el patriarcado es una constante en prácticamente todas las sociedades precapitalistas. Por tanto, el desmantelamiento del capitalismo por sí solo no conllevará al desmantelamiento del patriarcado. Las experiencias del capitalismo de Estado demuestran que los acuerdos y valores sociales patriarcales son perfectamente capaces de sobrevivir y prosperar tras la nacionalización o expropiación del capital privado. No olvidemos que el concepto original del Vivir Bien no se oponía explícitamente al patriarcado, aunque su visión de un equilibrio entre humanidad y naturaleza sí lo precisa.

Al igual que el sistema de capitalismo global al que se enfrenta, el proceso dinámico de construir alternativas está en evolución constante. Asimismo, buscar la complementariedad y las sinergias comunes al VB, el ecosocialismo, el procomún, el decrecimiento, el ecofeminismo y otras propuestas dará pie a múltiples y diversas interacciones. Aunque no sea fácil, suscitar un enfoque atrevido y sinérgico será la única forma de superar los errores de la fragmentación y las fuerzas de la cooptación para construir la Gran Transición que tanto necesitamos.

Pablo Solón Romero es un activista y diplomático boliviano. En la actualidad es director de la  FUNDACIÓN SOLÓN  y lidera el "observatorio boliviano de cambio climático y desarrollo". 

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