Cosmovisiones ancestrales y nuevos paradigmas
El concepto de Vivir Bien (o Buen Vivir) cobró relevancia
internacional a finales del siglo XX, coincidiendo con la búsqueda de
alternativas frente a los horrores del neoliberalismo. Aunque son traducciones
vulgares de los conceptos andinos suma qamaña y sumaq
kawsay, Vivir Bien y Buen Vivir reflejan una cosmovisión indígena de
vivir en armonía con la naturaleza y con nosotros mismos. No obstante, la
creciente popularidad de estos conceptos ha menoscabado su significado. Los
gobiernos de Bolivia y Ecuador incorporaron el Vivir Bien y Buen Vivir en sus
respectivas constituciones y planes de gobierno en papel, pero no en la
práctica.
Y para prosperar en este mundo interdependiente, los
proponentes del Vivir Bien han de tejer redes con otros movimientos globales
complementarios, labrando así el camino hacia un futuro mejor para todos y
todas.
El renacimiento andino
Tres décadas atrás, pocos eran los sudamericanos que
hablaban del Vivir Bien (en adelante abreviado como VB). Quizás hubieran oído
hablar de suma qamaña y sumaq kawsay, conceptos
fundamentados en los sistemas de sabidurías, práctica y organización de los
pueblos nativos de los Andes. VB es una traducción incompleta e
insuficiente de este significante cultural que aúna una serie de propósitos más
complejos, tales como “vida abundante”, “vida dulce”, “vida armoniosa”, “vida
sublime”, “vida inclusiva” o “saber vivir”.
La formulación y aceptación del VB surgió a finales del
siglo XX y principios del XXI. Quizá no hubiera ocurrido sin el impacto
devastador del neoliberalismo y el Consenso de Washington. La incesante
privatización y mercantilización de la naturaleza, junto con el fracaso del
socialismo soviético y la falta de paradigmas alternativos, incitaron el
redescubrimiento de las visiones y prácticas indígenas.
Más que alternativas radicales al paradigma dominante de
desarrollo y progreso, estos conceptos se han transformado en el reclamo
publicitario del desarrollo (in)sostenible. Las conclusiones son evidentes:
para evadir la cooptación estatista, el verdadero cambio revolucionario ha de
basarse en la emancipación y la autodeterminación desde abajo.
Este nuevo concepto de VB aún no había alcanzado la
madurez cuando los gobiernos de Evo Morales en Bolivia (2006) y Rafael Correa
en Ecuador (2007) dieron el pistoletazo a una nueva fase. Vivir Bien, junto con
su homónimo ecuatoriano Buen Vivir, se codificaron en las nuevas constituciones
de ambos países, convirtiéndose en la base de varias reformas normativas
institucionales. Ambos términos se volvieron ubicuos dentro del discurso
oficial y se incorporaron a los planes de desarrollo nacional de los dos
países.
El triunfo constitucional del VB suscitó un creciente
interés por visiones alternativas y afines, como la “Jurisprudencia de la
Tierra” de Thomas Berry. El VB asimismo estimuló nuevas ideas, como los
derechos de la Madre Tierra y otros derechos de la naturaleza ausentes de la
proclamación original del VB. Mientras tanto, un grupo heterogéneo de
académicos y activistas dedicados a avanzar nuevas perspectivas sistémicas,
como el decrecimiento, el procomún y el ecosocialismo, vieron en el VB una
fuente de inspiración.
A pesar de ello, las grandes expectativas no tardaron en
suscitar desacuerdos profundos, sobre todo en cuestiones de implementación.
¿Realmente podemos afirmar que la esencia del VB se está implementando? ¿Es
esta la meta hacia la que nos dirigimos o hemos perdido el rumbo? El VB sigue
siendo un marco tan poderoso como contencioso para reconceptualizar una
sociedad digna. Este ensayo pretende aclarar la promesa y las limitaciones del
VB reflexionando sobre tres aspectos: primero, la visión y las prácticas
culturales que inspiraron y fundamentan el VB; segundo, una crítica de su
implementación a día de hoy; y tercero, su contribución potencial al reto más
amplio de alimentar las alternativas sistémicas que tan urgentemente
necesitamos.
Elementos Clave
No hay decálogo que valga para el VB, dado que se trata
de un marco amplio y en constante evolución. Cualquier intento de definirlo en
términos absolutos ceñiría su dinamismo. Aun así, podemos entrever varias
interpretaciones comprendidas dentro de una cosmovisión predominante.
El Todo y el Pacha
El punto de partida de toda alternativa sistémica es su
entendimiento del todo. Para el VB, “el todo” es el Pacha. Este
concepto andino a menudo se traduce sencillamente como “la Tierra” (por eso
hablamos de la Pachamama como sinónimo de la Madre Tierra). A
pesar de ello, su significado es mucho más amplio y profundo, dado que
comprende la indisoluble unidad del espacio y el tiempo. Pacha es
el todo en movimiento constante; es el cosmos en un estado permanente de
devenir.
Dentro de esta cosmovisión, pasado, presente y futuro
coexisten y se interrelacionan dinámicamente. Esto trae a la mente la célebre
frase de Einstein: “la distinción entre pasado, presente y futuro es tan solo
una testaruda y persistente ilusión”. El VB entiende el tiempo y el espacio
como elementos cíclicos, que no lineales, dado que es una visión incompatible
con las nociones asentadas del crecimiento y progreso. El tiempo se mueve en
forma de espiral; todo adelanto incita un regreso, y todo regreso provoca un
adelanto. Esta visión pone en entredicho la validez de la noción de
“desarrollo”, de siempre avanzar hacia un punto más alto, siempre buscar mayor
perfección. Estas ambiciones ascendentes resultan ficticias en el VB, donde el
movimiento se manifiesta en giros, cambios y reencuentros con el pasado, el
presente y el futuro.
El VB no es antropocéntrico, es Pachacéntrico. En
el Pacha, no existe dicotomía alguna entre seres vivientes y cuerpos inertes
–todos tienen vida, y toda vida se comprende como la relación entre todas las
partes del todo. Es más, no hay separación entre los seres humanos y la
naturaleza. Todos son parte de la naturaleza y el Pacha, en su totalidad, es un
ser vivo.
Coexistiendo en la multipolaridad
La visión del VB percibe la dualidad como una constante,
dado que todo se manifiesta en pares contradictorios. El bien y el mal no
existen como conceptos absolutos, sino que coexisten entre sí. El todo es y no
es. El individuo y la comunidad son polos complementarios de la misma unidad.
Sin comunidad no hay individuo, y sin seres singulares no hay comunidad.
Esta bipolaridad –o, mejor dicho, multipolaridad– entre
pares es universal: la polaridad entre individuo y comunidad se infunde dentro
de la polaridad entre humanidad y naturaleza. La comunidad, por tanto, se
convierte en una comunidad que reconcilia lo humano con lo no-humano. Labrar el
VB significa aprender a vivir juntos dentro de esta compleja interacción del
existir. El reto no es “ser”, sino “aprender a interrelacionarse” con las demás
partes contradictorias del todo. La existencia deja de ser un estado estático
para convertirse en el concepto relacional de “devenir”.
En las comunidades andinas, la propiedad privada
individual coexiste con la propiedad comunal. Evidentemente siempre surgirán
tensiones y diferencias entre los miembros de una comunidad, pero, con el fin
de resolverlas, se han desarrollado una serie de prácticas culturales basadas
en resoluciones redistributivas. Por poner un ejemplo, los más ricos pueden
financiar un festín para toda la comunidad u otros actos y servicios que benefician
a todos y todas. El peor castigo es ser expulsado de la comunidad ya que esto
supone una pérdida de afiliación, esencia e identidad propia.
El VB no es igualitario; la igualdad perfecta es una
fantasía dado que las desigualdades y las diferencias son inevitables. La clave
es saber coexistir con ellas, y prevenir que las desigualdades y diferencias se
calcifiquen en absolutos polarizadores capaces de desestabilizar el todo. El
llamamiento fundamental es a aprender, o a volver a aprender, a vivir en comunidad
respetando la multipolaridad que es el todo.
Equilibrio dinámico
El VB busca el equilibrio entre los diversos elementos
que componen el todo –la armonía entre seres humanos y también entre la
humanidad y la naturaleza, lo material y lo espiritual, el conocimiento y la
sabiduría y entre culturas diversas e identidades y realidades distintas. Pero
no se trata simplemente de una versión menos antropocéntrica y más democrática,
holística y humanizada del “desarrollo”, dado que el VB no reconoce las arraigadas
nociones occidentales que equiparan el desarrollo con el progreso y con un
crecimiento permanente.
Del mismo modo, el VB no busca un equilibrio permanente.
Ese equilibrio aparente y manifestado en momentos concretos generará
contradicciones y disparidades que incitarán a nuevas acciones para encontrar
un nuevo equilibrio. Aquí hallamos el origen del movimiento cíclico a través
del espacio-tiempo. La búsqueda de armonía entre los seres humanos y con la
Madre Tierra no es la precondición para un estado idílico, sino la continuada
razón de ser del todo.
El equilibrio siempre es dinámico. Sólo podemos
participar en la búsqueda de un nuevo equilibrio, de una coexistencia
armoniosa, tras comprender el todo enmarcado en sus múltiples componentes y su
proceso de gestación. El rol de los humanos es el de crear puentes y ser
intermediarios dentro del todo, conectando elementos en busca de un equilibrio
con la naturaleza y cultivando con sabiduría lo que ella nos ha regalado. Bajo
esta perspectiva, los seres humanos no son “productores”, “conquistadores” o
“transformadores” de la naturaleza, sino “cuidadores”, “cultivadores” y
“mediadores”.
Complementariedad
La complementariedad o interdependencia es esencial para
alcanzar un equilibrio integrado entre los opuestos que, unidos, forman un
todo. El objetivo no es cancelar al “otro”, sino agrandar ambos perfiles hacia
una nueva síntesis, buscando formas de complementar y completar la totalidad de
las partes, inclusive las antagónicas. Las diferencias y las particularidades
son parte de la naturaleza y la vida. Jamás seremos todos los mismos e iguales.
El objetivo es respetar la diversidad buscando maneras de articular la
experiencia, compartir el conocimiento y entender los ecosistemas.
“Saber vivir” es practicar un pluriculturalismo que
aspira a reconocer la diferencia y aprender de ella sin caer en la arrogancia o
el prejuicio. Aceptar la diversidad revela otros verdaderos “Buenos Vivires”
más allá de la interpretación andina, que perduran con la sabiduría, el conocimiento
y las prácticas de las gentes que desean ejercer sus propias identidades.
Bajo el prisma de la complementariedad la competición es
algo negativo, dado que unos ganan mientras otros pierden, desequilibrando así
la totalidad. La interdependencia se optimiza sumando fuerzas con la convicción
de que, cuanto más trabajemos juntos, más fortaleceremos la resiliencia de
todos y cada uno de nosotros. Más que implicar una neutralidad entre polos
opuestos, la complementariedad reconoce el potencial de la diversidad para
equilibrar e integrar las contradicciones del todo.
En conclusión, el VB es el punto de encuentro de la
diversidad. “Saber vivir” es practicar un pluriculturalismo que aspira a
reconocer la diferencia y aprender de ella sin caer en la arrogancia o el
prejuicio. Aceptar la diversidad revela otros verdaderos “Buenos Vivires” más
allá de la interpretación andina, que perduran con la sabiduría, el
conocimiento y las prácticas de las gentes que desean ejercer sus propias
identidades. En vez de una regresión utópica a un pasado idealizado, son
perspectivas que miran hacia adelante a sabiendas de que, a lo largo de la
historia, ha habido, hay y habrá muchas variedades de organización cultural,
económica y social que, en la medida en la que se complementan mutuamente,
pueden ayudar a superar las crisis sistémicas a las que se enfrenta la
humanidad.
Descolonización
El VB contempla una lucha sempiterna por la
descolonización. La conquista española de hace 500 años catapultó un nuevo
ciclo que no concluyó con la independencia de las repúblicas en el siglo XIX.
Por el contrario, ese ciclo perdura bajo formas y estructuras de dominación
poscoloniales.
El proceso de descolonización supone un cambio que
transciende cualquier autonomía formal para desmantelar los sistemas políticos,
económicos, sociales, culturales y mentales heredados que continúan
dominándonos. Podemos lograr la independencia de un poder extranjero, pero
continuar siendo económicamente dependientes de él. Podemos lograr cierta
soberanía económica, pero mantener la subyugación cultural. Podemos dar pleno
reconocimiento a nuestra identidad cultural con una nueva constitución, pero
seguir presos de los valores consumistas de Occidente.
Llegados a este punto nos topamos con lo que quizá sea la
parte más difícil del proceso descolonizador: liberar nuestras mentes y almas
de una jaula forjada en conceptos ajenos y erróneos. Construir el VB supone
descolonizar tanto nuestros territorios como nuestros seres. La descolonización
del territorio da lugar a la autogestión y autodeterminación a todos los
niveles. La descolonización del ser es aún más compleja y supone prevalecer
sobre todos los modos, creencias y valores que impiden nuestra reconexión con
el Pacha. El primer paso es ver a través de nuestros propios ojos, pensar
nuestros propios pensamientos y soñar nuestros propios sueños. Este viaje
comienza en el lugar donde hallamos nuestras raíces, nuestra identidad, nuestra
historia y nuestra dignidad. Descolonizar es reclamar nuestra vida, recuperar el
horizonte.
Cooptación
Institucionalizar y formalizar una cosmovisión
inevitablemente provocará su desmembramiento. Se destacarán ciertos aspectos,
mientras otros quedarán por el camino. Algunos significados persistirán,
mientras otros se disiparán. Al final descubrimos un cuerpo mutilado que, por
mucho que llegue a un público más amplio, se verá incompleto.
Distorsiones como esta han sido la tónica del VB bajo los
gobiernos de Evo Morales y Rafael Correa. Por primera vez, tras siglos de
exclusión, se reconoció la visión de los pueblos indígenas, incorporándose como
elemento fundamental de las agendas políticas de ambos países. Vivir Bien y
Buen Vivir quedaron plasmados, con términos distintos, en las nuevas
constituciones de Bolivia (2008) y Ecuador (2009), respectivamente. La versión
ecuatoriana enfatiza una visión centrada en los derechos, mientras que la
boliviana se inclina hacia un concepto ético y moral.
Por mucho que su incorporación supusiera un logro
destacable, el Buen Vivir y el Vivir Bien coexisten incómodamente con la visión
desarrollista y productivista dominante. No es de extrañar pues que el Vivir
Bien y el Buen Vivir perdieran mucha substancia a lo largo del camino. En lo
que a Bolivia se refiere, más que transformar la sociedad según los preceptos
del VB, el gobierno ha perseguido un modelo populista, extractivista y, en
esencia, ligado a la explotación de recursos naturales no renovables y en
condiciones cada vez más autoritarias.
Por mucho que su incorporación supusiera un logro destacable,
el Buen Vivir y el Vivir Bien coexisten incómodamente con la visión
desarrollista y productivista dominante. No es de extrañar pues que el Vivir
Bien y el Buen Vivir perdieran mucha substancia a lo largo del camino.
Si nos ceñimos a los indicadores económicos dominantes,
la experiencia boliviana ha sido todo un éxito: el PIB ha crecido, la pobreza
extrema se ha reducido y la inversión pública se ha incrementado. Esta
inversión, junto con nuevos programas sociales y subvenciones en efectivo
condicionadas, ha reducido la desigualdad salarial. Y la calidad de vida ha
mejorado para varios sectores de la población, lo que explica la popularidad de
la que sigue disfrutando el gobierno.
A pesar de ello, Bolivia no camina hacia el VB. Los
indicadores económicos de ese objetivo no son el PIB, el índice Gini, los
indicadores de pobreza del Banco Mundial o estadísticas similares. Lo que
verdaderamente importa es si las comunidades urbanas y rurales y los
movimientos y organizaciones sociales se están fortaleciendo; si han
incrementado su capacidad de autogestión, su creatividad y su resiliencia; si
se han producido mayores niveles de solidaridad; si se practica la
complementariedad y si se contribuye a la regeneración de la naturaleza. Bajo
estos criterios, Bolivia deja bastante que desear.
La bonanza económica boliviana depende de la extracción.
El incremento de control estatal sobre recursos de gas natural, combinado con
un auge en productos básicos –y su consecuente demanda de materias primas
bolivianas– multiplicó por ocho los ingresos gubernamentales en el periodo
2005-2013, motivando mayor inversión pública y la expansión de servicios
básicos.2 Pero, a día de hoy, el modelo está en crisis: los
precios de los hidrocarburos y las materias primas han disminuido, y el país se
enfrenta a una caída en picado en cuanto a exportaciones y reservas
internacionales, además de una deuda externa que crece a pasos agigantados.
El auge económico no solo benefició a las industrias
extractivas, sino también a la agroindustria. La ley boliviana del 2010 sobre
los derechos de la Madre Naturaleza, que le otorga derechos y protege su
integridad, solo existe en papel. Los transgénicos se han adueñado de la
producción de soja (desde un 21% de la totalidad de las exportaciones en el
2005 a un 92% en el 2012) mientras que la producción de maíz sigue el mismo
cauce4. Los parques nacionales y las zonas protegidas están
amenazadas por carreteras y presas. La deforestación, antaño en declive, está
en aumento mientras que el gobierno facilita la expansión de la agroindustria a
expensas de la jungla.
Pero, con sus exuberantes finanzas, Bolivia hizo oídos
sordos ante la necesidad de diversificar la economía. Consecuentemente, la
economía actual es aún más dependiente de la extracción de recursos que durante
los años del auge. Los planes prospectivos del gobierno de aquí al 2025
demandan mayor explotación de los hidrocarburos, nuevas megapresas para
exportar electricidad y la expansión de la industria, con su concurrente
pérdida de jungla. Todas estas estrategias conllevan impactos medioambientales
masivos e implicaciones económicas problemáticas.
El gobierno tiene la opción de abjurar de esta réplica de
la “vieja modernidad” que coletea desde el siglo XX. En vez de hacer hincapié
en las corporaciones estatales, podría, y debería, seguir un modelo capaz de
sumar los últimos adelantos tecnológicos a una perspectiva comunitaria y
social. Por ejemplo, el futuro de la energía está en las renovables, no en la
extracción de combustibles fósiles. El desarrollo de programas comunitarios,
municipales y residenciales de energía solar y eólica podría transformar el rol
de los bolivianos, dejando de ser meros consumidores para convertirse en
productores de electricidad que basan la producción energética en renovables y
no en su actual dependencia del 70 % en el gas natural. El futuro de la
agricultura no pasa por la expansión de la agroindustria, sino por una
agroecología y agricultura forestal que impulsan el liderazgo y la soberanía
alimentaria de las comunidades indígenas y campesinas.
En último lugar, aunque no menos importante, las
desigualdades exacerbadas no desaparecerán mientras los países sigan aferrados
al extractivismo. Tal disparidad no puede resolverse a golpe de subvenciones en
efectivo condicionadas. La redistribución no puede limitarse a la reasignación
de aquella fracción de las ganancias no apropiada por los sectores económicos
más poderosos. La búsqueda de igualdad no puede reducirse a programas de
bienestar mientras los grandes terratenientes, las empresas extractivas y los
bancos siguen acumulando ganancias masivas.5 Las inequidades
estructurales precisan cambios estructurales en las instituciones, no solo
meros parches para los impactos humanos más desdeñables de una sociedad
altamente sesgada.
Más allá del estatismo y el extractivismo
En Bolivia hay un enorme abismo que separa el discurso de
la realidad y la ley de la práctica. En esta última década los derechos de la
Madre Tierra jamás han prevalecido sobre los intereses que incitan a la
extracción, polución y depredación de la naturaleza. Para implementar los
derechos de la Madre Tierra se necesitan mecanismos y regulaciones autónomas
que reduzcan y penalicen los continuos ataques a los ecosistemas y, por encima
de todo, que promuevan la restauración y recuperación de zonas previamente
degradadas. Aun así, el gobierno no ha mostrado interés alguno en limitar sus
proyectos extractivistas.
El rol fundamental del Estado debería ser fomentar y
ayudar en la coordinación de redes locales de producción, intercambio, crédito,
sabiduría tradicional e innovación. Esto difiere marcadamente de la visión
predominantemente estatista de Bolivia, articulada por su vicepresidente de la
siguiente manera: “el Estado es lo único que puede unir a la sociedad, es el
que asume la síntesis de la voluntad general y el que planifica el marco
estratégico y el primer vagón de la locomotora”.6 Esta visión
es la antítesis del VB.
Por mucho que la derecha neoliberal haya perdido poder,
la de Bolivia es una democracia endeble, sustentada por un parlamento que
aprueba ciega y rutinariamente los decretos presidenciales. Necesitamos una
democracia verdadera para avanzar en la autogestión, autodeterminación y
empoderamiento de las comunidades y organizaciones sociales. Una democracia más
popular y descentralizada es la única manera de identificar y corregir los
errores en el camino hacia una nueva ecosociedad y, por tanto, requisito previo
al VB.
Un gobierno central que reduce la participación pública a
un mero ejercicio formal y que coacciona a las organizaciones sociales mientras
controla rígidamente el poder es la antítesis del progreso hacia una democracia
real. Pero no tiene por qué ser así. Más que depender del clientelismo, el
Estado podría empoderar a las comunidades y organizaciones sociales. ¿Cómo?
Animándoles a analizar, debatir, cuestionar y desarrollar políticas públicas
que, asimismo, podrían ponerse en práctica sin tener que esperar la luz verde
del Estado.
Un gobierno central que reduce la participación pública a
un mero ejercicio formal y que coacciona a las organizaciones sociales mientras
controla rígidamente el poder es la antítesis del progreso hacia una democracia
real. Pero no tiene por qué ser así.
Los conceptos de suma qamaña y sumak
qawsay perduraron durante siglos en conflicto con el estado inca, el
estado colonial, el estado republicano y ahora con el estado neoliberal.
Hablamos de prácticas y visiones comunitarias muy arraigadas, pero jamás
reconocidas por los poderes establecidos de cada una de esas épocas. La
“estatización” del VB ha menoscabado su potencial para fomentar la autogestión
y visión crítica del status quo.
Típicamente, el objetivo de la izquierda marxista es
conquistar el poder estatal para cambiar la sociedad desde arriba. En contraste,
la experiencia boliviana de la última década demuestra que, en lo que al VB se
refiere, la toma de poder debería servir para promulgar la emancipación y
autodeterminación desde abajo, y cuestionar y subvertir las estructuras
coloniales que o bien persisten o bien se reproducen dentro del nuevo estado
“revolucionario”. Todo movimiento político que proyecte lograr la
transformación social mediante las estructuras del poder se mueve por arenas
movedizas, ya que son inevitables los impactos y efectos secundarios nocivos,
tales como las tentaciones del privilegio y la corrupción, las alianzas y los
compromisos pragmáticos y el espejismo de la permanencia en el poder.
La mejor manera de evitar la cooptación de las lógicas
del poder es concediendo legitimidad a los contrapoderes autónomos, no como
clientes pasivos del Estado, sino como entidades verdaderamente capaces de
contrapesar las fuerzas conservadoras y reaccionarias, tanto las que persisten
como las que crecen en el entramado de las nuevas estructuras de poder. Por
encima de todo, la vitalidad del proceso transformativo debe impulsar la idea y
la práctica del procomún en toda la sociedad y entre la sociedad y la
naturaleza.
Alternativas sistémicas
La experiencia de la última década manifiesta la imposibilidad
de promulgar el VB en un solo país. La interdependencia de la economía global
siempre ejercerá presiones forzosas para someter a las naciones al paradigma
predominante capitalista, productivista, extractivista, patriarcal y
antropocéntrico. Por ello, el futuro del Vivir Bien depende de la recuperación,
reconstrucción y empoderamiento de otras visiones, y del éxito paralelo de
otras “Grandes Transiciones”.* Se trata de un proceso global y
en constante interacción y complementariedad con otras perspectivas de
alternativas sistémicas.
La prosperidad del VB y otras alternativas paralelas
dependerá de su capacidad de expandirse más allá de las fronteras nacionales
que las vieron nacer y hacia los países que colonizan el planeta. Sin
propagarse hacia los centros de poder global, correrían el riesgo de aislarse,
perder su vitalidad y, en última instancia, repudiar los mismísimos principios
y valores que las propiciaron.
La búsqueda de complementariedad entre el VB, el
ecosocialismo, el procomún, el decrecimiento, el ecofeminismo, y otras visiones
alineadas es beneficiosa para todas ellas.7 El objetivo no es
desarrollar una visión unitaria, sino tejer una diversidad de estrategias en
búsqueda de respuestas holísticas. A fin de cuentas, todas las visiones y
estrategias para una Gran Transición tienen sus flaquezas y virtudes. El VB,
por ejemplo, no tiene respuestas adecuadas para enfrentarse al patriarcado, el
capitalismo, la globalización o el poder estatal. Sus elementos clave como la
totalidad, la complementariedad, la multipolaridad, el equilibrio dinámico y la
descolonización son esenciales, pero no suficientes por sí solos para
transformar el sistema vigente.
Estos sistemas que se refuerzan mutuamente –capitalismo,
productivismo, extractivismo, plutocracia y antropocentrismo– agravan la crisis
de nuestra comunidad global. Sus lógicas se ejecutan a todos los niveles, desde
lo político hasta las relaciones personales, desde las instituciones a la
ética, desde la memoria histórica a las visiones de futuro. Asumir que podemos
resolver uno de ellos sin enfrentarnos al resto sería un grave error.
Jamás superaremos el capitalismo sin cuestionar un
sistema de producción que normaliza la explotación de la naturaleza y la
reproducción de las estructuras de poder autocráticas y patriarcales.
Igualmente, sería imposible restaurar el equilibrio de los sistemas de la
Tierra sin salir de la lógica del capital, con su necesidad de comercializarlo
todo y, perversamente, hallar nuevas oportunidades de negocio dentro de la
crisis. Esta realización es una de las contribuciones del ecosocialismo.
La crisis sistémica de nuestro tiempo pone en peligro los
múltiples ecosistemas que han generado multitud de organismos, incluyendo la
raza humana. La estabilidad climática que dio pie a la agricultura asentada y a
numerosas civilizaciones corre peligro. Si el frágil equilibrio entre la
atmósfera, los océanos, la tierra cultivable y la radiación solar sigue en
entredicho, precipitaremos la desaparición de numerosos organismos, es decir,
una sexta extinción masiva.
Estos retos no se solucionan sustituyendo el capitalismo
y la propiedad privada por un capitalismo de Estado mal llamado “socialismo”.
Un siglo de experiencia ha dejado patente que una alternativa ecológica y
emancipadora al mercado libre no puede relegar todos los aspectos de la vida al
control estatal. Para ser efectivas, la redistribución y la sostenibilidad
requieren actores ajenos al mercado y el Estado. Esta es la gran contribución
que aporta el procomún, con su hincapié no solo en el bien
común, sino también en las personas que organizan y autogestionan ese bien en
comunidad.
Vale la pena reiterar que la lógica del capital no
funciona en aislamiento. Se alimenta y apoya en el antropocentrismo y el
patriarcado, en la concentración de riqueza y la plutocracia, y en una cultura
consumista que incita a la competición y el individualismo. La expropiación y
socialización del capital por parte del Estado es incapaz de alterar la esencia
productivista y extractivista del capital –y puede hasta reforzarla y
agravarla. Las lógicas del capital pueden seguir predominando incluso después
de que el Estado haya nacionalizado las mayores empresas.
El extractivismo jamás será sostenible y la humanidad no
tendrá ningún futuro mientras sigamos arrasando la naturaleza. Socializar
empresas no es suficiente: hay que transformarlas respetando los ciclos vitales
de la naturaleza y del bienestar. El crecimiento productivo ilimitado es
imposible dentro un planeta finito: hay que abandonar de una vez por todas el
imperativo de crecimiento del capitalismo. El decrecimiento nos
invita a concebir un futuro sin crecimiento económico y basado en escalas
humanas y naturales.
Para superar el capitalismo, necesitamos una nueva visión
de la modernidad. Mientras el “desarrollo” siga anclado en la idea de que todos
vivamos y consumamos como las clases medias altas, jamás sobreviviremos y mucho
menos superaremos la lógica del capital y el crecimiento ilimitado. Para
satisfacer las necesidades básicas sin incrementar el consumismo, se necesita
una sociedad autoorganizada y autogestionada. Dejar el liderazgo en manos de un
Estado que solo sabe imponerlo desde arriba no puede menos que provocar
autoritarismo y tensiones sociales. Esto no supone que el Estado no pueda y
deba regularizar en contextos apropiados, pero únicamente como apoyo de una
sociedad cada vez más capaz de gestionar los recursos vitales con frugalidad. A
fin de cuentas, la clave de la transformación social depende de la capacidad de
las personas que construyan una modernidad distinta y centrada en el
equilibrio, la moderación y la simplicidad desde los comunes.
Un cambio global verdadero dependerá de un cambio a nivel
personal, familiar y comunitario. El ecofeminismo evidencia la
necesidad de buscar complementariedad dentro del cambio entre las esferas
públicas y las privadas. Revolucionar las relaciones humanas en el núcleo más
íntimo de nuestras vidas es el anclaje necesario para una transformación
sostenible. Aun así, el desmantelamiento de las estructuras patriarcales es
difícil, dado que su reproducción permanece insidiosamente invisible dentro de
la familia, el sindicato, la comunidad, el partido político, la escuela y el
gobierno.
Por mucho que el capitalismo haya exacerbado esta dinámica,
la realidad es que no la creó, ya que el patriarcado es una constante en
prácticamente todas las sociedades precapitalistas. Por tanto, el
desmantelamiento del capitalismo por sí solo no conllevará al desmantelamiento
del patriarcado. Las experiencias del capitalismo de Estado demuestran que los
acuerdos y valores sociales patriarcales son perfectamente capaces de
sobrevivir y prosperar tras la nacionalización o expropiación del capital
privado. No olvidemos que el concepto original del Vivir Bien no se oponía
explícitamente al patriarcado, aunque su visión de un equilibrio entre
humanidad y naturaleza sí lo precisa.
Al igual que el sistema de capitalismo global al que se
enfrenta, el proceso dinámico de construir alternativas está en evolución
constante. Asimismo, buscar la complementariedad y las sinergias comunes al VB,
el ecosocialismo, el procomún, el decrecimiento, el ecofeminismo y otras
propuestas dará pie a múltiples y diversas interacciones. Aunque no sea fácil,
suscitar un enfoque atrevido y sinérgico será la única forma de superar los
errores de la fragmentación y las fuerzas de la cooptación para construir la
Gran Transición que tanto necesitamos.
Pablo Solón Romero es un activista y diplomático boliviano. En la
actualidad es director de la FUNDACIÓN
SOLÓN y lidera el "observatorio boliviano de cambio
climático y desarrollo".
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