PÀGINES MONOGRÀFIQUES

21/7/20

Que miles de personas se involucren en el cambio cultural que se avecina

LOS CUATRO PILARES DE LA COLABORACIÓN EXTREMA

Vivimos en un mundo individualista que se enfrenta a amenazas globales. La crisis de la Covid-19 ha puesto en evidencia la necesidad de crear nuevas redes, de tejer nuevas alianzas y colaborar de forma más rápida, flexible y coordenada.

Este coronavirus es solo una de las muchas amenazas globales a las que se enfrenta la humanidad. El calentamiento global, la contaminación de los océanos, los movimientos migratorios… Los grandes retos de nuestro tiempo no pueden ser abordados de forma individual sino coordenada. Y la actual crisis ha demostrado las carencias de los organismos internacionales.

No es que la OMS, la ONU o la OTAN hayan fracasado en sus cometidos, es que fueron creados en un contexto diferente y un nuevo escenario necesita dotar a estos actores de nuevos mecanismos. Esta es la base de la llamada cooperación extrema, una idea que vienen desarrollando innovadores sociales desde hace años, alertando de la necesidad de crear nuevos canales de comunicación.


Leonardo Maldonado es uno de estos innovadores. Es miembro de Ciudades +B, uno de los promotores de esta iniciativa que se ha plasmado en cinco cuadernos. Es un «emprendedor social y serial», como él mismo se define, que apuesta por un cambio radical que empieza por nosotros mismos. «No es un problema estatal o legal, sino cultural, de cómo concebimos la manera de convivir», dice.

Maldonado habla de colaboración extrema y de la obsolescencia de la gobernanza global, pero no apuesta por destruir los foros ya existentes, sino por acelerarlos y modernizarlos. «Creemos que no estamos inventando nada, sino poniendo nombre a algo que ya existe», reflexiona. «Hablamos de una colaboración abierta, global, en la cual se puedan articular miles de acciones de una manera no centralizada ni jerarquizada». Este nuevo tipo de colaboración se basa en cuatro pilares:

El cambio de mentalidad

«Si nos entendemos los unos a los otros como enemigos, hacerle agujeros al barco del otro tiene todo el sentido del mundo», explica Maldonado. «Si por el contrario nos sentimos todos en el mismo barco, esto nos parecerá una locura. Por lo tanto estamos ante un problema político, tenemos que construir un barco común, un nosotros”.

Vivimos en un mundo fragmentado en naciones, religiones e ideales políticos. Divisiones mentales y fronteras imaginarias que hemos ido poniendo, en una retórica frentista que lleva construyéndose milenios. Solo en las últimas décadas, después de dos guerras mundiales, se ha ido desmantelando este relato, tejiendo redes entre países para crear mecanismos internacionales, foros de debate para afrontar problemas globales. Y reales.

«Nos hemos inventado un millón de maneras de enfrentarnos los unos a los otros y ensalzar nuestras diferencias», opina Maldonado. «Pero para poder enfrentar estos grandes problemas globales, necesitamos crear un relato común». Antes de empezar una guerra se crea un relato épico, un listado de agravios. De la misma forma, si queremos ser compañeros de batalla tenemos que conformar un relato común. «En el caso hipotético de que lo logremos», avanza Maldonado, «la siguiente pregunta es ¿cómo colaboramos?».

El consenso está sobrevalorado

El sentido común nos traiciona, nos hace pensar que colaborar pasa por ceder, por construir espacios de consenso. Pero no siempre es así. «La práctica de los últimos diez años nos da a entender lo contrario», rebate Maldonado. «Hay espacios de colaboración que podemos construir sin necesidad de consenso».

Los organismos internacionales son extremadamente jerárquicos. Tienen pesos y contrapesos, mecanismos y burocracia. Esto los convierte en organizaciones muy garantistas, pero a la vez extremadamente lentas. Y muchos de los problemas a los que se enfrentan son acuciantes, igual habría que probar nuevas aproximaciones.

Si previamente hemos construido una ética superior, defiende Maldonado, podremos dirigirnos hacia ella, aunque cada uno lo haga de forma distinta. Este emprendedor social pone ejemplos de una colaboración similar aplicada a otros campos. «Cuando se construyó la Wikipedia, no se obligó a la gente a que participara, ni se hizo que los participantes tuvieran que escribir sobre todos los temas», explica. «Se dejó, se deja, que cada cual aporte lo que quiera según sus gustos y pasiones».

De la misma forma, continua Maldonado, los proyectos de open source apuestan por un modelo similar en el que cada uno aporta lo que quiere o puede, convencido de que hay una obligación moral, no legal, que le anima a ello. Este mecanismo podría ser aplicado también a ciertos foros internacionales, proponiendo avances asimétricos pero mucho más rápidos que los actuales.

La inclusión de las empresas

«Tenemos que dejar de pensar que lo público es aquello que tiene que ver con el estado, lo público es aquello que tiene que ver con todos», arranca Maldonado. Por eso, la teoría de la colaboración extrema defiende su inclusión en este proceso. Una vez hemos construido un relato común y hemos convencido a los diferentes actores de que aporten, cada uno según sus capacidades e intereses, tenemos que sumar a este esquema al sector privado.

«Dejar lo público solo en manos del Estado y la ciudadanía deja a un jugador gigante fuera de juego», reflexiona Maldonado. Lo ideal sería tener un Estado fuerte que pudiera hacer frente a los grandes retos del futuro, pero la situación actual deja claro que el papel de la empresa puede ser complementario e importante. Twitter y Facebook (mal que le pese a Marck Zuckerberg) tienen mucho que aportar a la lucha contra la desinformación. Las miles de empresas que cambiaron su modelo de producción en todo el mundo durante la pandemia para crear mascarillas, respiradores o material médico son otro ejemplo reciente. «Estamos convencidos de que se puede usar la fuerza de la empresa para forzar los cambios planetarios a la velocidad que se requiere», abunda Maldonado. «En vez de mirarlos como el enemigo, la colaboración extrema los ve como a un aliado central».

El papel de la ciudadanía.

Suena a frase hecha, pero la ciudadanía tiene el poder. Esta fue la máxima de las distintas revoluciones sociales, la máxima que se grabó en muchas constituciones. Pero nunca ha tenido tanto sentido como en la actualidad, cuando la capacidad de organización de los ciudadanos tiene el poder de forzar cambios más allá de unas puntuales elecciones.

No hablamos solo de las manifestaciones, que con las redes sociales tienen una capacidad de expandirse por el globo y de organizarse de forma mucho más efectiva. En la moderna sociedad de consumo hay otras formas de cambiar hábitos que parecían inamovibles. «Cuando la ciudadanía rechaza las bolsas de plástico, estas dejan de producirse. Cuando rechaza las botellas, estas desaparecen», explica Maldonado.

Al ser activos en la economía, en nuestra forma de consumir, somos activos políticamente. Por eso desde esta iniciativa de colaboración extrema, hablan de una nueva metodología. Una que permitiría que miles y decenas de miles de personas participen en el juego, que se involucren en el cambio cultural que se avecina. Que colaboren, que a fin de cuentas de eso va la colaboración extrema.

por Ximena Arnau          


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