Imagínate atada de pies y manos
tratando de buscar desesperadamente algo que pueda cortar esas ataduras.
Ataduras que no sólo suponen el confinamiento y no poder pisar la calle, sino
también temblar al mirar la cuenta bancaria después de cada compra o racionar
la comida y los tiempos para no morir de angustia.
Porque, aunque a veces parece que
nos quede lejos, hoy son miles las personas que no tienen la posibilidad de
vivir de otro modo. Son muchas de nuestras vecinas y vecinos con las que
compartimos aplausos a las 8 de la tarde, personas que nunca pensaron verse en
una situación así porque siempre han “ido tirando” y normalizando la
precariedad.
Personas que se levantan por la
mañana pensando en cómo van a hacer frente al virus, pero sobre todo pensando
en qué pasa ahora que han perdido sus ingresos. Personas que se han quedado sin
empleo y no saben o no pueden tramitar el paro, personas que, aun haciendo
malabares, saben que no van a poder llegar a fin de mes. Miles de personas que
no saben qué van a hacer para alimentar a sus hijas e hijos y para las que la
guerra del papel higiénico hace tiempo que quedó en una mera anécdota porque
solo tienen espacio para tantas y tantas preguntas que les abruman, les ahogan
y les angustian.
Personas que se pierden en la
maraña de decretos y declaraciones de prensa, y que buscan ávidas en los
telediarios por si Fernando Simón les da una solución científica a cómo pagar
las facturas de los suministros cuando las empresas vuelvan a pasar amenazas,
listas de morosas y avisos de impago. Personas que temen al virus, sí, pero a
las que les atemoriza mucho más el día en que esto finalice y no tengan a donde
ir, no puedan pagar la luz, el agua o la casa.
La universalidad es lo único que puede
acolchar la caída
Ante esta realidad, ¿cuál es el
miedo a afrontar la creación de una renta básica incondicional para todo el
mundo? ¿Cuál es la pega? ¿A qué estamos esperando? ¿Somos capaces de empatizar
con todas ésas que transitaban sobre cuerdas muy finas, precarias y pegajosas y
que ahora se caen al vacío más oscuro donde no hay nada que las sujete? Porque
para quien aún no se haya dado cuenta, la hostia, con perdón de la expresión,
es universal. Y la universalidad es lo único que puede acolchar la caída.
MÁS ALLÁ DE LOS DATOS
Diariamente desayunamos, comemos
y cenamos (si tenemos suerte) con datos macro que están muy lejos del día a día
de las personas (pese a que indudablemente nos afectan). PIB, déficit,
recuperación en forma de V… Datos que para muchas personas son incomprensibles,
pero entre los que encuentran la certeza de que, si vamos a una crisis como la
del 2008, ahora están peor y con menos herramientas para superarla.
En nuestra opinión, hay que
responder a esta emergencia social dotando de recursos a quien no los tiene. Y
hay que hacerlo ya, porque sobrevivir al confinamiento también es eso. Actuar
en el hoy, para poder transitar el mañana.
Porque la crisis económica ha
golpeado a casi toda la población. Pero mientras quienes han perdido algo de su
riqueza por la caída brusca de las bolsas o por el cierre de sus grandes
empresas ven adelgazar sus beneficios, los millones de personas que se están
quedando sin empleo no solo tendrán “pérdidas” en sus ingresos, sino que se
están quedando sin presente y sin futuro.
¿Y hay alguien que hable de
justicia en medio de tanto discurso bélico? Sabemos de sobra que, o emprendemos
un giro radical o las consecuencias de esto, una vez más, las pagarán quienes
ya la están sufriendo en su día a día de hambre y angustia: las clases medias y
bajas. Es momento de elegir entre una sociedad que se polariza cada vez más,
con ricos más ricos y pobres más pobres, o una sociedad más justa.
Y aún hay quien, indignada, se
lleva las manos a la cabeza porque escucha a gente hablar de la posibilidad de
un ingreso para todo el mundo. Sin embargo, somos muchas más las que nos
indignamos porque los bancos no nos vayan a devolver los más de 60.000 millones
de euros que aún nos deben.
Un ingreso sin condiciones que,
tras una profunda reforma fiscal, posibilite el reparto de una riqueza que
generamos entre todas pero de la que sólo se benefician unas pocas.
Un ingreso suficiente que nos
ayude a levantar la cabeza y que nos dé cobertura para que nadie se ahogue. Un
ingreso suficiente para que toda la ciudadanía tenga claro que el día después
de todo este embrollo, pase lo que pase, ni perderá su casa, ni se quedará sin
luz o sin agua. Un ingreso suficiente que nos permita extender la solidaridad y
poner en valor los cuidados como lo que esta crisis nos ha enseñado que son:
imprescindibles para la vida, esenciales.
Un ingreso suficiente que, en
definitiva, nos permita poner en valor lo que realmente importa: la salud de
todas. La salud como algo más que ausencia de enfermedad.
En estos tiempos de
excepcionalidad debemos explorar nuevos paradigmas con medidas tan sencillas
como revolucionarias. Medidas que nos permitan reducir de verdad esos números
tan duros a los que nadie mira. Que nos permitan tener humanidad y primar el
bien común. Que nos permitan no decirle a una persona sin hogar que lleva un
mes en un espacio seguro que, cuando esto acabe, su vida volverá a no valer
nada y se volverá a quedar en la calle.
FRENTE AL ASISTENCIALISMO
Es necesario profundizar en
medidas universales frente a las políticas asistencialistas que estigmatizan al
obligarte a demostrar diariamente lo pobre que eres. Además, la gestión de este
tipo de prestaciones sometería a mucha presión a unas instituciones públicas
debilitadas por años de recortes y malas prácticas. Universalidad e
incondicionalidad para no depender de frágiles parches que se van poniendo unos
encima de otros y que amenazan con dejar las heridas al aire y al albur de una
nueva infección.
Una prestación monetaria,
universal, individual, incondicional y suficiente para poder llevar una vida
digna. Una prestación que se ajuste mediante la declaración de la renta del año
2021 (ante la lógica imposibilidad de institucionalizar una renta básica
incondicional en tan solo unos días) y que, en este momento, evite el colapso
de las instituciones ante lo que se viene. Sólo esta herramienta nos permitiría
afrontar una solución en común, sin dejar a nadie atrás.
La Renta Básica, ya sea con
carácter de emergencia o integral, debe ir acompañada de otras medidas ya que
no estamos ante una solución mágica a todos los problemas sociales, pero sin
duda, nos permitiría salir de esta situación sin dejar a nadie atrás.
No hay comentarios:
Publicar un comentario