PÀGINES MONOGRÀFIQUES

2/11/18

Nos centramos tanto en lo que creemos perder) que no vemos aquello que ganamos

LAS BUENAS NOTICIAS


A lo largo y ancho del blog The Oil Crash se han discutido en numerosas ocasiones los problemas que a la sociedad industrial le va a causar la disminución de la energía disponible. Con harta frecuencia, nos hemos entretenido a analizar hasta qué punto el descenso energético puede comprometer la misma continuidad de nuestra sociedad, y si al final vamos a colapsar o no. Todo el discurso que hemos hecho hasta ahora es que la paulatina pérdida de la energía disponible es un problema gravísimo y que solo nos va a deparar pesar y sinsabores, permitiéndonos solo matizar si éstos serán más o menos profundos, más duros o más sobrellevables. El caso es que, después de los más de ocho años desde que abrí esta bitácora, aún no hemos analizado la parte positiva del descenso energético.

Y sin embargo existe, realmente, un lado positivo asociado al declive energético. El hecho de que en las próximas décadas tengamos que vivir con menos energía implica que necesariamente en ciertos aspectos se van a suceder una serie de mejoras bastante sustanciales con respecto a la situación actual. Estas mejoras, por supuesto, no cancelan o eliminan los deterioros que vamos a sufrir en otros ámbitos; pero tener constancia de estos efectos benéficos puede ayudarnos tener una perspectiva más correcta de cuál es el escenario con el que vamos a tener que lidiar. Y es que muchas veces creemos que en el futuro todo será mucho más difícil porque asumimos que tendremos que continuar destinando los mismos recursos a hacer las mismas cosas que hacemos ahora, cuando en realidad es probable que algunas cosas mejoren por sí solas y así nos aligeren en parte la pesada carga que se nos viene encima.


Nunca antes habíamos hablado de esto, y posiblemente es un buen momento para tratar este tema. Es el momento de hablar de las buenas noticias. En lo que sigue, haré una enumeración no exhaustiva de las mismas, explicándolas y contextualizándolas.

1. Vamos a limitar el Cambio Climático

En la actualidad el incremento de la concentración de CO2 atmosférico continua por encima de las 2 partes por millón (ppm) al año. En recientes declaraciones, el Secretario General de Naciones Unidad, Antonio Guterres, afirmó que “el cambio climático avanza más rápido que nosotros” y que las sociedades humanas se han de conjurar para evitar lo peor de esta amenaza, y en todo caso antes de 2020. Por supuesto, no hay ni el más mínimo indicio de que se vaya a proceder a una descarbonización tan drástica y rápida en los próximos dos años. Sin embargo, el inevitable y probablemente precipitado descenso de la producción de petróleo, justamente con la crisis económica que se desencadenará, tendrán un efecto demoledor sobre la demanda y consumo del petróleo (ya saben, la espiral) y provocará un efecto similar al que vimos en 2009 y los años siguientes: un sensible descenso de las emisiones de CO2. Pero en este caso, a medida que la crisis se vuelva sistémica e instalada, el descenso no será puntual, sino permanente. Bien es cierto que, en la desesperación del capitalismo actual por sobrevivir un poco de tiempo más, en el corto plazo se recurrirá sin duda a fuentes de energía más contaminantes y con mayores emisiones de CO2 por julio de energía producido, pero aún así nuestra curva final de emisiones va a ser sensiblemente inferior a la que prevén los modelos climáticos.

Cabe hacer dos matizaciones importantes a esta última afirmación. La primera, que todos los modelos del IPCC sobre la previsión de la evolución del clima del planeta contemplan un gran porcentaje de absorción de las emisiones de CO2 a través de tecnologías de captura y secuestro de carbono, tecnologías que no están desarrolladas ni mucho menos implantadas a una escala significativa. Así pues, la caída de emisiones asociada al descenso energético del petróleo y demás materias primas no renovables no va a mejorar mucho las previsiones climáticas que se hacen actualmente, porque éstas contemplan esa captura de carbono que no se va a producir. La segunda matización es que, dada la inercia del clima, incluso aunque ahora mismo se detuvieran las emisiones el planeta seguiría calentándose durante muchas décadas, y no se compensarían los efectos del actual cambio climático en marcha hasta que no pasase por lo menos un milenio, que es el tiempo que necesita la Tierra para deshacerse del actual exceso de CO2 atmosférico.

A pesar de todo ello, el descenso energético va implicar, sin duda, que no vamos a desestabilizar el clima tanto como lo haríamos si pudiéramos, si tuviéramos más combustibles fósiles disponibles; y esto seguro implica que el problema tendrá una magnitud más manejable (dentro de lo difícil que será gestionarlo en todo caso).

2. Vamos a detener (en parte) la contaminación

Relacionado con lo anterior, el descenso energético va a implicar un descenso del comercio global, del transporte de mercancías, de producción de las mismas y de generación de residuos. La actividad industrial se va a reducir enormemente y tendrá que volverse mucho más eficiente en el aprovechamiento de las materias primas. Por todo ello, la cantidad de residuos generados va a ser mucho menor que la actual, probablemente varios órdenes de magnitud inferior. Lo cual va a ser muy conveniente, porque la enorme presión humana sobre el planeta está creando problemas gravísimos, y aunque tendremos que lidiar con muchos de los problemas generados por nuestros residuos durante muchas décadas, posiblemente incluso milenios, el hecho de no generar más será sin duda muy útil. Además, al dejar de generar más residuos le vamos dando una oportunidad a la capacidad de reciclaje/regeneración del planeta que aún no hemos dañado de irlos eliminando.

3. Vamos a reducir nuestra presión sobre los ecosistemas

El potencial destructivo de la Humanidad está enormemente amplificada por la abundancia de energía asequible. El esquilmamiento de las pesquerías, el acoso a las últimas reservas de animales salvajes, la profunda transformación de la biosfera planetaria para acomodar las masivas actividades agro-ganaderas… todo eso va ir disminuyendo de intensidad a lo largo de las próximas décadas porque simplemente no vamos a tener suficiente energía para continuar con la actual borrachera extractiva y destructiva. Aquellos ecosistemas más dañados, desestabilizados o directamente destruidos irán siendo progresivamente sustituidos por otros nuevos, que pueden ser muy diferentes a los anteriores y no necesariamente muy ventajosos para los seres humanos. La principal salvedad es que en el corto plazo, en la agonía del capitalismo financiero global, lo más probable es que se intenten explotar de manera muy insostenible algunos ecosistemas fundamentales (por ejemplo, con la tala incontrolada de bosques para producir leña que se queme tanto para calefacción como para producir calor de uso industrial o gases combustibles para vehículos). Pero en el medio y largo plazo, la necesidad de adaptarse a los límites biofísicos, que además serán más territorializados, hará que se alcancen nuevos equilibrios (que en algunos casos implicarán la erradicación local de la especie humana).

4. No se va a producir la Singularidad

Una de las obsesiones recurrentes de los especialistas tecnológicos y económicos de nuestro tiempo es que, con las progresivas mejoras en el desarrollo de la Inteligencia Artificial (AI) y con la extensión de internet, en un momento próximo se producirá la Singularidad: un momento a partir del cual la AI será capaz de automejorarse de manera exponencial y que hará que la AI supere a toda la capacidad intelectual humana, lo cual llevará de manera natural a que la AI tome el control del planeta. La hipótesis de la Singularidad Tecnológica tiene dos graves problemas, hoy por hoy. El primero es que los avances en AI, importantes como son, están siendo bastante exagerados por la prensa generalista, y lo cierto y verdad es que aún estamos muy lejos de que la AI sea capaz de hacer cosas que un humano encuentra básicas (al margen se encuentra la objeción no resuelta planteada por Roger Penrose de que la inteligencia humana no es de naturaleza algorítmica y por tanto no es imitable por las AI clásicas). El segundo problema, poco estudiado en general, reside en el hecho de que los grandes expertos están dando por hecho que la AI sería un ente con poca carga material o prácticamente inmaterial, cuando es justamente lo contrario: en la actualidad, las operaciones ordinarias de internet suponen aproximadamente el 5% del consumo de electricidad mundial, y de seguir aumentando al ritmo actual serían ya el 20% del consumo eléctrico en 2025. Pero si uno tiene en cuenta el coste energético de fabricación de todos esos equipos (desde los grandes centros de datos a los miles de millones de ordenadores y teléfonos móviles, pasando por los centenares de miles de kilómetros de cableados diversos), las cantidades de energía consumidas anualmente son varias veces mayores, de modo que en la actualidad las Tecnologías de la Información y las Comunicaciones (TIC) implican el consumo de más del 4% de toda la energía (no solo electricidad) del mundo, y de seguir así llegaría rápidamente a más del 25% antes de una década. En modo alguno las TIC son inmateriales; peor aún, las más avanzadas tecnologías utilizan elementos químicos difíciles y caros de producir, las denominadas tierras raras, las cuales no solo llevan a importantes guerras comerciales entre los países, sino que comportan un gran consumo de energía en su extracción y procesamiento. El caso es que la Singularidad no se va a producir porque el planeta no puede soportar su inmensa huella energética y material.

5. No se van a destruir empleos por culpa de la robotización

Como una derivada a menor escala de lo anterior, otra de las amenazas con la que los expertos nos amedrentan no se va a producir: la de la substitución masiva de empleos por culpa del avance tecnológico y la robotización. Entendámonos: la robotización —más bien, la automatización— de muchos procedimientos fabriles no es algo que se vaya a producir, sino que hace ya décadas que se produjo, principalmente en aquellas tareas que se podían fácilmente automatizar; es el caso, por ejemplo, de muchas cadenas de montaje fabriles. Y sin embargo, en muchos procesos la supervisión humana sigue siendo algo fundamental, porque los actuales sistemas de AI siguen siendo demasiado imperfectos, demasiado limitados para lidiar con la enorme diversidad y casuística de los problemas físicos reales que uno se encuentra en el mundo real. Eso explica, por ejemplo, los sucesivos problemas que se ha encontrado el fabricante de coches eléctricos Tesla, que de prometer grandes producciones de coches gracias a la automatización extrema de sus fábricas se ha encontrado que la automatización extrema es menos eficiente que el uso de humanos para tal fin —pero, claro, a los humanos hay que pagarles un sueldo. Y si la cosa no acaba de pitar en una línea de ensamblaje, pueden hacerse Vds. una idea de lo lejos que estamos de que se sustituyan otros empleos más sofisticados en entornos menos controlables. El tema de la robotización es muy caro a los sumos sacerdotes de esa secta religiosa destructiva conocida como liberalismo, porque justamente les permitiría conseguir una productividad por trabajador infinita (al no tener trabajadores), pero es una completa falacia lógica. Y es que robotizar todos los ámbitos implicaría una inversión de recursos descomunal, de entrada para crear la AI, pero también para desarrollar todos esos programas que se adapten a entornos complejos (y los entornos meramente verbales no son menos complejos que los completamente físicos) y para crear los sistemas físicos que, al final, tienen también una base material.

6. Vamos a relocalizar los empleos

Uno de los grandes problemas de nuestro tiempo es la hipermovilidad: nos movemos continuamente, rápidamente, por todas partes. Nos vamos de vacaciones a, literalmente, el otro extremo del mundo (bueno, los que pueden permitírselo), pero incluso para ir a trabajar y el resto de actividades cotidianas nos desplazamos decenas, a veces incluso centenares de kilómetros. Los trabajadores son expulsados del centro de las ciudades por culpa de los altos precios de la vivienda, sobre todo en aquéllas que padecen ese proceso denominado gentrificación, y se ven obligados a vivir en la periferia y a incrementar su tiempo de transporte diario (ya se sabe, los ricos pagan con dinero y los pobres con tiempo). Los trabajadores menos cualificados, encima, han perdido su trabajo ya que las fábricas se han trasladado a otros países de mano de obra más barata, y los productos ya elaborados se traen desde allí en grandes cargueros. Es un flujo rápido y constante de personas y materiales.

Todo este desenfreno ha sido posible gracias a los combustibles fósiles, a la enorme cantidad de energía barata de la que disponíamos. Pero eso es justamente lo que se está acabando. En los años que vendrán, en el transcurso de las próximas décadas, la producción de cualquier bien que se quiera comercializar aquí tendrá que radicarse en algún lugar cercano, porque transportar bienes y personas ya no será tan barato; a veces ni tan siquiera será posible. Y eso implica que se va a volver a crear empleo localmente, empleo que va a estar bastante menos automatizado, porque algunos procesos automáticos implican un gran gasto energético. Quizá no sean grandes empleos, quizá los salarios no serán tan grandes, pero cuando el fragor del derrumbe de nuestro castillo de naipes haya cesado habrá muchas oportunidades de trabajo para los que se sepan adaptar.

Los riesgos del descenso energético siguen siendo los mismos que eran: podemos sucumbir al autoritarismo y a las guerras, podemos colapsar en mayor o menor medida, puede haber problemas de escasez de alimentos o de agua potable, podemos destruir aún muchos ecosistemas al aferrarnos a un modelo inviable, y tendremos que lidiar en todo caso con un cambio climático que va a persistir durante mucho tiempo. Y sin embargo, saber que a pesar de todo habrá efectos benéficos, puede ayudar a centrar nuestra atención en esos otros aspectos cuyo devenir es más incierto o de seguro peor.

Nos centramos tanto en lo que perdemos (o en lo que creemos perder) que no vemos aquello que ganamos. Entre otras cosas porque la ganancia en muchos casos se produce mediante la eliminación de algo; algo que es malo en realidad, pero que es algo que se pierde, de las misma manera y por la misma razón que perderemos cosas buenas. Lo más curioso es que habrá no pocas personas que interpretarán esa eliminación de algo malo como una pérdida cuando en realidad es una ganancia (como si, por ejemplo, nos disgustase la eliminación de un tumor porque, al fin y al cabo, el tumor era parte de nuestro cuerpo). Tenemos tan subvertidos los valores que no sabemos siquiera qué es lo que tiene sentido defender, qué es lo que verdaderamente deberíamos preservar y qué en realidad deberíamos eliminar. Así que quizá la primera cosa a recuperar es el sentido común.



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