No
es posible acometer un cambio hacia un sistema justo, equitativo y
sostenible sin tener en cuenta a la población rural y al territorio
que ocupan; y todo parece indicar que el discurso de las fuerzas
progresistas que apuestan por una transición ecológica no está
llegando a estos lugares.
La
falta de propuestas o de capacidad para transmitir sus ideas en el
mundo rural condena a
las fuerzas progresistas y ecologistas a un papel residual en esta
franja electoral, hecho que imposibilita o al menos dificulta la
superación del Status Quo dentro del poder político. Los partidos
tradicionales se sienten muy cómodos con esta situación en la que
los problemas rurales y de los municipios de menor tamaño no reciben
el foco mediático dentro del debate político más allá de aquellos
momentos en los que ocurren hechos que obligan a los medios de
comunicación y en consecuencia a los políticos a referirse a ellos.
Y
es que la ausencia de un debate abierto a la sociedad en general
sobre estas temáticas permite que todo siga igual en el campo
electoral, lo que otorga una ventaja de entrada a aquellos que usan
el clientelismo como forma de acumular votos y poder.
Pero, bien sea
por falta de agudeza o de esfuerzo, tampoco parece que aquellos
espacios políticos que se denominan del cambio hagan grandes
esfuerzos por incluir los problemas de estos lugares en eso que hoy,
y permítanme el anglicismo, se llama “discursive frame”. No hay
verdaderos esfuerzos por parte de una parte mayoritaria de estos
espacios por poner en el centro del ojo público los problemas del
rural ni su necesaria relación con las soluciones al problema
ambiental. Algunos parece que creen que, para captar la gran
preocupación ciudadana sobre los problemas ambientales, que los
estudios estadísticos demuestran que existe, es suficiente con
repetir conceptos como transición energética sin dotarlos de
contenido alguno.
Pero
un aspecto me preocupa todavía más de ciertas partes de la
progresía, el hecho de que en muchas ocasiones si aparezcan
conclusiones e ideas sobre la temática rural, pero desde una visión
“urbanocéntrica” que en ningún caso se ha interesado en
escuchar las posturas e incluir total o parcialmente (o al menos
reflexionar sobre) las ideas de las gentes que allí viven y los
motivos de éstas. Los actores que ocupan y/o tienen un interés
directo sobre este territorio perciben que otros (que seguramente se
llenan la boca con palabras como municipalismo) quieren cambiar su
realidad sin tenerlos en cuenta; que cual déspotas “ilustrados”
quieren cambiar el rural sin el rural. Y esto jamás será posible,
para actuar sobre un territorio es necesario contar con la voz del
que lo habita y trabaja, es necesario un diálogo constructivo que
lleve al aprendizaje mutuo y que tenga la capacidad de llegar a
consensos sociales urbano-rurales que sean incorporados dentro del
discurso político hacia una sociedad más justa.
No
es posible la transición ecológica sin afrontar de cara la cuestión
rural, ya no solo por ser necesaria para tener la capacidad de
arrebatar el poder a las fuerzas liberal-conservadoras, sino también
por el simple hecho material de tener que afrontar cuanto antes
planes que reviertan la terrible situación que se atraviesa en
muchas de estas realidades. Problema además que no solo concierne al
que lo vive, sino que amenaza a la sociedad en su conjunto.
Estos
planes requieren de la actuación y la sabiduría de aquellos que
recuerdan el funcionamiento de los sistemas agrícolas tradicionales
que en el pasado permitían la manutención de las poblaciones
locales sin romper (radicalmente) con el equilibrio ecosistémico.
Muchos dirán que el afán de escuchar a aquellos que recuerdan el
sistema productivo agrícola previo a la revolución verde no es más
que la pretensión de volver a un pasado idealizado, pero no se da
cuenta de que en realidad son ellos los que idealizan la modernidad.
No es cuestión de usar el “delorean” y volver al pasado, se
trata de innovación social, de generar un diálogo discursivo entre
la ciencia y los saberes que han funcionado durante siglos para
llegar a conclusiones que permitan afrontar las condiciones del
presente de la forma más eficiente posible. Y no entiendan
eficiencia desde la perspectiva empresarial que no va más allá del
coste-beneficio monetario sino concebida como la capacidad para
conseguir dotar a la población de sus necesidades con los menores
efectos sociales y ambientales negativos posibles. Eficiencia para
conseguir una sociedad mejor que viva mejor y en armonía con su
entorno.
Antes
me he referido a la revolución verde, término que se refiere al
proceso de industrialización de la agricultura sustituyendo la
fertilización con biomasa local y la mano de obra por fertilizantes
químicos y el uso de maquinaria dependiente de combustibles fósiles.
Un proceso que modifica el metabolismo social, es decir, los flujos
de materiales y energía en el seno de una sociedad; se han
sustituido unos sistemas productivos agrícolas que aprovechaban al
máximo los recursos del territorio por una especialización salvaje
e ineficiente dependiente de insumos que provienen del exterior y que
destinan la producción a lugares remotos, provocando además la
rotura del equilibrio agro-silvo-pastoril.
La
agroecología pretende; a través de una reconexión entre el humano
y el medio y de los canales cortos en los procesos de producción,
distribución y consumo; superar esta lógica de la Revolución
Verde. Pero no nos engañemos, la intensificación necesaria de la
producción agroecológica que permita la soberanía alimentaria no
es posible bajo el contexto actual del rural abandonado. Para
sustituir la agricultura industrial es necesaria fuerza de trabajo en
la huerta y en la generación de fertilizantes orgánicos a partir de
la biomasa local y las deposiciones de los animales pastoreados.
También necesitamos, por descontado, que la fuerza de trabajo que
llegue (y la que se quede en) a las zonas rurales sea aleccionada por
aquellos que ya conocen la tarea.
Volvemos,
por lo tanto, al principio de este artículo, hay que escuchar al
rural. Es muy fácil culpar al agricultor y al ganadero de llevar a
cabo una producción poco sostenible cuando no cuenta con los
recursos humanos necesarios para realizar su actividad de otro modo.
No pretendo con esto idealizarlos, por supuesto que se necesitan
cambios en la mentalidad de la sociedad rural e iniciativas que
cambien la forma de hacer las cosas; pero reconozcamos, al menos, que
esto forma parte de un problema mucho más complejo. Hay que escuchar
al rural repito, y al joven que se va porque no tiene las
infraestructuras y servicios necesarios para que su lugar de
nacimiento sea un lugar atractivo para desarrollar una trayectoria
vital, cosas tan básicas como facilidades en la movilidad, buenas
conexiones de internet, oportunidades de ocio, educación y sanidad
de calidad… Y no llega con fijar población, hay que atraerla, y
para ello necesitamos comenzar a invertir en desarrollo rural en
lugar de construir más autopistas, reconociendo cosas como que en
estas zonas los automóviles son una herramienta necesaria y no el
capricho de quienes lo llevan por el centro de las grandes urbes.
Comencemos,
por lo tanto, desde el progresismo y el ecologismo, a poner todos
nuestros esfuerzos en incluir las demandas de este sector poblacional
y fomentar su participación en la creación del discurso. Cambiemos
el rural con el rural, y ganemos, con ellos, el poder que otorga la
capacidad de cambiar la realidad.
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