PÀGINES MONOGRÀFIQUES

26/7/18

Vacaciones con mi cuerpo como vehículo y con un ritmo a escala humana

VIAJAR SIN PRISA, CONSUMIR MENOS PLANETA


Hay muchas opciones para vivir unas vacaciones inolvidables sin tocar un coche: a pie, en bici, en velero o en compañía de un caballo! Para descubrir mundo, el único motor que hace falta es la ilusión de dejar atrás la rutina y fundirse con el paisaje.

El coche repleto de maletas y la carretera por delante. Un billete de avión en la mano y la maleta a punto de facturar. Son dos imágenes que para muchos son sinónimo de vacaciones. Pero dos formas de viajar con elevadas emisiones de CO2 asociadas y, por lo tanto, con un elevado coste ambiental. En este reportaje exploramos formas de vacaciones sostenibles: a pie, en bicicleta, a caballo o en velero. Son experiencias en las que lo importante no es ir muy rápido ni muy lejos. Las personas con quienes hemos hablado hacen un elogio a la lentitud y a la proximidad. Nos explican que, para salir y maravillarnos, no hay que dejar más huella que la de nuestros pies.

Cicloturismo en família
Lluïsa cumplió su primer año en Holanda, viajando en un remolque de bicicleta al ritmo de los pedales de sus padres, Joan y Marta. Ahora tiene doce años y no conoce unas vacaciones sin una bicicleta de por medio. Sabe que sus viajes familiares son bastante diferentes a los de sus amigas del colegio.


Joan y Marta no son de los que se echan atrás a la hora de viajar con hijas pequeñas. Después de Lluïsa nació Núria, que ahora tiene nueve años. Cuando tenía tres meses y medio compraron un adaptador para bebés para su remolque de dos plazas y en pleno mes de julio pedalearon po Europa, los cuatro. Y la tercera hija, Caterina, que solo se lleva un año con la mediana, a los seis meses ya hizo su primer viaje en bici. “Cuando eran pequeñas, el secreto era ir despacio y escoger rutas más llanas. Aprovechas para pedalear cuando duermen y paras a menudo –nos comenta Marta–. Lo que tiene de bueno la bici: puedes parar en cualquier parte, al aire libre, en medio de la naturaleza, a comer o a dar el pecho”.

No se mueven de forma 100 % sostenible porque cogen el coche particular hasta el punto de inicio de la ruta. Lo dejan ahí las tres semanas que están pedaleando y, si la ruta que han escogido no es circular, cargan las bicis en el tren hasta el punto donde han dejado el vehículo. “Nuestro sueño es irnos desde la puerta de casa en bici –dice Marta–, pero aún son muy pequeñas y en verano hace demasiado calor para eso”.

Como expertos en cicloturismo, recomiendan recorrer pocos kilómetros cuando se viaja con niños. Además, por Europa, aparte de la buena señalización de las rutas, dormir nunca es un problema. Hay muchas opciones y no hace falta exprimir las fuerzas para llegar al lugar donde has planeado pasar la noche.

Se alojan siempre en campings y duermen en tienda de campaña. Solo acuden a albergues cuando hay alguna emergencia o si llegan a pueblos donde no existe ninguna otra opción. “Pero eso no pasa casi nunca”, dice Marta. Además, desde hace dos años son miembros de Warm Showers, una red de economía colaborativa donde ofreces tu casa para acoger cicloturistas, y a la inversa. No hay intercambio monetario sino de experiencias, culturas, comidas y consejos entre viajeros ciclistas y locales. “Que venga alguien a dormir es toda una experiencia para los cinco porque conocemos gente de otras culturas y regiones del mundo sin movernos de casa. Les ofrecemos cenar, dormir y el desayuno”.

Este verano hicieron su primer viaje transoceánico y cogieron un avión, pero eso no impidió que las bicicletas fueran su motor de movimiento. Durante las tres semanas de ruta, cada noche la pasaron en casa de un warm shower. “Al final, el intercambio con la gente local acaba siendo el 50 % del viaje –dice Joan–. Ves como viven, comes con ellos, te explican las rutas en bici, las tradiciones de la zona y puedes compartir lo que has visto durante el día”.

Ligeros de equipaje, cargados de experiencias

Insisten en que la logística de viajar los cinco en bici no es tan complicada. Joan se encarga de organizar la ruta sobre el mapa y de la mecánica de las bicis; Marta, del equipaje. El secreto: poco peso. “Hace muchos años que lo hacemos y solo hemos ido incorporando hijas”. Llevan muy poca ropa (tres mudas cada uno) y cada cuatro días las van lavando en los campings o las lavanderías que encuentran por el camino. También cargan la tienda de campaña, el hornillo, los sacos de dormir y las herramientas, muy importantes para ser autónomos en las pequeñas reparaciones. La comida la compran cada mañana. “Normalmente hacemos sándwiches y fruta al mediodía y, para la cena, utilizamos el hornillo”, dice Marta. Caterina, la pequeña, añade que también compran chucherías de vez en cuando para tener energía mientras pedalean.

Se desplazan un máximo de sesenta kilómetros al día, pero si fuera por Lluïsa, serían más. “Si un día haces diez o quince, no pasa nada. No vamos a hacer deporte. Vamos a hacer cicloturismo”, aclara Joan. Se mueven con bicicletas híbridas adaptadas para cicloturismo, con cuadro reforzado, portapaquetes delante y detrás, y guardabarros. Lluïsa lleva una tipo mountain bike. Núria y Caterina van con bicis estándar de su edad, también con portapaquetes y, si puede ser, guardabarros. “Tienen que ser bicis robustas, especialmente las nuestras, porque llevamos más equipaje”, dice Marta. Este año cada una va con su bici, “¡todos libres!”, dice Joan. Pero se han ido adaptando según las edades de las niñas: primero iban con el remolque (donde llevaban una hija o dos), después dos hijas en el remolque y un followme tandem (un sistema para pegar las dos bicis “adulto-niña”). Ahora ya pedalean los cinco de forma autónoma.

Aconsejan poner buenas alforjas impermeables en la bici para asegurar que la ropa estará siempre seca. No gastan demasiado dinero en equipamiento. De hecho cada año han ido realizando una pequeña inversión e insisten en que el material que compran “es para toda la vida”. Hace casi doce años que tienen las mismas alforjas y a las niñas les compraron un saco de adulto precisamente para que lo pudieran aprovechar durante años. Joan destaca que hay mucha producción local de bicicletas y complementos. En cuanto a la ropa, “vamos muy normales, no le prestamos demasiada atención”, comenta. “No utilizamos prendas técnicas sintéticas y deportivas porque un cicloturista no tiene las mismas necesidades que un ciclista”.

Aparte de viajar de forma sostenible, dejan claro que les gusta hacerlo en familia. “Estamos las 24 horas juntos y siempre volvemos muy contentos –dice Marta–. De hecho, una vez que hicimos una escapada a Londres nos preguntamos: ¿qué hacemos en Londres sin bicis?”

Con un caballo por compañía

A Anaïs, cuando viaja, no le interesa ver muchas cosas, sino “estar”. “No me interesa ver todas las montañas ni todas las cascadas, sino vivir la rutina de la gente que me aloja, ver cómo viven y comer lo que comen”. No le gusta el turismo consumista y combina esta filosofía con los viajes a caballo, animales con los que ha convivido desde muy pequeña. Cuando tiene vacaciones, sale a descubrir los rincones de los Pirineos a caballo con el mínimo imprescindible: una tienda de campaña y una cuerda suficientemente larga para tirar línea (de árbol a árbol) y permitir que el animal pueda moverse durante la noche.

Son animales de manada. Pero a Anaïs le gusta salir de la zona de confort. Sabe que es importante planificar bien la ruta y crear un vínculo de confianza con el animal. Además, reivindica que hay que olvidarse del “montar a caballo” porque es muy gratificante llevarlo caminando, con los pies en el suelo, y mirándose de vez en cuando a los ojos.

Organiza rutas de una semana por los Pirineos o por comarcas del norte de Cataluña, parando a dormir en casas de turismo rural. Comenta que en nuestro país no hay tanta tradición de viajar a caballo como en otras zonas de Europa. Por eso su clientela es sobre todo extranjera. Le gusta enseñar el país a un ritmo más lento, sin coste elevado para el medio ambiente y con un gran respeto por el animal. “En un día se pueden hacer entre 15 y 35 kilómetros, según los integrantes del grupo”.

No hay límite de edad para viajar con caballos. Anaïs incluso ha acompañado a personas de ochenta años. Eso sí, pide que los niños ya hayan cumplido los doce. Comenta que ha recorrido varias rutas con madres e hijas, pero sobre todo lo más habitual es que se apunte gente suelta, parejas y grupos de amigos.

Los que viajan a caballo quieren conocer el territorio desde otra óptica, realizar una inmersión en el país estando en la naturaleza, alojándose en casas de gente local y yendo por lugares a los que no llegarías nunca en coche. Lo que les une es la pasión por el animal y la naturaleza, pero también el placer de observar el entorno desde la perspectiva que te da la altura del caballo y caminar al ritmo del animal. También están las rutas pack trip en grupo, donde lo llevas todo encima y duermes a la intemperie. “Hay una persona de intendencia que prepara la comida para los viajeros y los caballos”. Para Anaïs, antes de salir, hay que preguntarse cuáles son los mínimos que necesitamos para viajar, llevar poco peso y poca comida y que todo sea lo más local posible.

Ahora da prioridad a los viajes con caballos en los que el animal lleva la carga, los viajeros caminan a su lado y, cuando deciden montar, lo hacen a ritmos más lentos. Quiere impulsar la práctica del “caminar más y montar menos” para potenciar una visión de respeto hacia el animal. “Es sostenible moverse a caballo, pero también tiene que ser sostenible para el caballo”, comenta. Son animales preparados para rutas largas pero, según ella, recorren demasiados kilómetros a la semana (más de 200) y se les fuerza a ir demasiado rápido. Además, sube gente muy diferente: los que saben montar y los que no. Y esto representa un doble esfuerzo también para el animal, que tiene que estar constantemente equilibrando pesos.

El cuerpo como vehículo

Joana tiene 36 años y ha viajado en vacaciones sobre todo en autostop, en bicicleta –a través de vías verdes– y a pie, haciendo ruta de montaña. El verano pasado escogió el Camino de Santiago por el norte.

Quería que fuera poco masificado y que tuviera paisajes poco urbanos e industriales y el Camino del Norte tiene paisajes muy bonitos y vas bordeando todo el rato entre el interior y la costa”. Decidió “saltarse” algunos tramos de etapas que pasaban por grandes ciudades y recorrerlos en transporte público. Esquivó Bilbao, Santander y Gijón, pero desde Irún hasta Santiago y la continuación hasta Finisterre lo hizo a pie. “Fueron 35 días en total. Cuando caminas dependes de tu físico y tu mente, de la comida y el agua, de una ducha y una cama para descansar y de los objetos que te caben en una mochila de no más de 30 litros”.

Joana recuerda la importancia de llevar muy poco peso. “Eso te hace plantear realmente qué necesitas y qué no. Es un buen ejercicio”. Durante el viaje se tuvo que enviar por correo a casa tres kilos y medio de objetos. “Te das cuenta de que realmente llevas muchas más cosas de las que necesitas y que gestionarlas provoca mucho ruido mental y, por lo tanto, mucho cansancio”.

Para ella, las vacaciones son descanso, sobre todo mental, y para descansar necesita estar liberada al máximo de objetos y rebajar la actividad a las funciones más básicas: caminar a un ritmo concreto, en silencio, durante horas, oxigenando la vista con la belleza del entorno y el cuerpo con el aire limpio, e interaccionar y socializar en momentos puntuales, normalmente en los albergues de peregrinos. Las vacaciones, para ella, son un pequeño paréntesis de libertad en el que vive fuera de la rueda cotidiana del trabajo (en la que a menudo depende del coche) y el entorno urbano. Puede vivir más despacio y conectar con el entorno sintiendo que forma parte de él, en lugar de “usarlo”.

Antes de planificar las vacaciones Joana tiene una “vocecita interior” que la censura si se plantea coger un avión para irse lejos, porque sabe que es una acción que tiene un gran impacto ambiental. “Hace unos años estuve un verano de vacaciones en Brasil y por las dimensiones del país parecía que si no cogías unos cuantos aviones no verías nada”. Joana constata que en su entorno existe todavía el prejuicio de “cuanto más te mueves, más conoces” y ella cree que es justo a la inversa. “Ves, pero no conoces porque no tienes tiempo de ‘mirar’ y menos de interaccionar con la realidad e impregnarte de ella. Parece que conocer es consumir imágenes, paisajes, emociones fuertes y grandes experiencias, y ese quizás es el planteamiento del ‘hacer turismo’ y ver lo que otros han decidido que se tiene que ver, los monumentos o espacios top ten”.

A mí me gusta más viajar que hacer turismo”, comenta; a pesar de que es consciente de que requiere más tiempo, tiempo del que no disponemos por el formato de vacaciones que tenemos. Las vacaciones me hacen aumentar la conciencia de pertenencia al planeta, sobre todo si las hago con mi cuerpo como vehículo y con un ritmo a escala humana, como es el de caminar o ir en bicicleta”.
Reportaje completo en cuaderno Opcions nº 54

Marta Molina


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