PÀGINES MONOGRÀFIQUES

18/6/18

Un hombre sabio dijo una vez que es inmoral todo lo que es innecesario

HACIA EL DECRECIMIENTO O HACIA EL COLAPSO
Ya en el año 1972, los resultados del informe del Club de Roma sostenían como tesis principal que “en un planeta limitado, no es posible un continuo crecimiento”. Partiendo de esta sencilla verdad, partiendo de la crisis ecológica, del fracaso del desarrollo del Sur y del fracaso del desarrollo absurdo del Norte, muchos intelectuales, entre los cuales Georgescu-Roegen, Ivan Illich, Cornelius Castoriadis, Bonaiuti, Sneider, Serge Latouche, Giorgio Mosangini han empezado a reflexionar sobre la hipótesis de la construcción de una sociedad en crecimiento o decrecimiento, como un camino para salir del modelo económico actual y romper con la lógica del crecimiento continuo.

Esta tesis se estructura sobre unas conclusiones tan sencillas como obvias, o sea que, “la humanidad al igual que cualquier forma de vida, se enfrenta a una dependencia absoluta de energía y materia que se degradan irrevocablemente”. El modelo dominante de crecimiento del Norte, afortunadamente en crisis, sustentado en el desgaste continuo de energía y de materia finita e irrecuperable, es el camino más corto para llegar al colapso total y al agotamiento de los recursos del planeta. Con estas premisas nos preguntamos: “¿Será cierto que el crecimiento (aumento del PIB) será la única salida a esta crisis y por ende a la crisis del crecimiento económico?”

En este último período estoy leyendo y escuchando muchos análisis económicos sobre la crisis actual. Sea los economistas neoliberalistas como muchos economistas de izquierda, parten del supuesto que hay que aumentar el crecimiento económico, con la única diferencia que el segundo grupo hace un poco más de énfasis sobre la necesidad de un crecimiento económico con justicia social. Esta manera de posicionarse me parece que refleja un enfoque muy limitado y productivista. Según los economistas tradicionales mientras el PIB aumenta, un país está mejor, pero se olvidan estos economistas, de aclarar que el PIB (índice puramente cuantitativo y macroeconómico) no es otra cosa que la medida de la “riqueza de un país en términos típicamente mercantilistas y monetarios. No se preguntan si este aumento del PIB contribuye efectivamente al bienestar de las personas y de la colectividad. Le pongo dos ejemplos muy sencillos.

Si se lograra desarrollar un programa de economía familiar campesina, gracias al cual todas las familias campesinas puedan producir también bienes de autoconsumo, cuales carne, huevos, verdura, maíz, frijoles, frutas, introduciendo posiblemente la agroecología, estas familias campesinas estarían aportando muy poco al aumento del Producto Interno Bruto, en cuanto que este tipo de producción de bienes no es intercambiada por dinero, pero estas familias estarían aumentando considerablemente su calidad de vida.

Otro ejemplo todavía más sencillo. Si se lograra disminuir en Nicaragua la venta y el consumo del alcohol con la relativa reducción de muchos accidentes relacionados con esta adicción, se contribuiría a disminuir el Producto Interno Bruto, pero se aumentaría la calidad de vida de muchas personas. Estos pequeños y sencillos ejemplos demuestran que la categoría del aumento del Producto Interno Bruto es una categoría muy relativa y deformante para definir el desarrollo real de la economía del país y del bienestar económico de su población. Es por eso que continuaremos insistiendo que el enfoque dominante del crecimiento económico, de esta religión de las tasas de crecimiento, religión sea de la derecha como de muchas izquierdas, nos está llevando a un callejón sin salida, al abismo y al colapso. La única diferencia es que muchos economistas de izquierda se deleitan haciendo más énfasis en un crecimiento económico sostenible; este enfoque tiene la triste ventaja que nos llevará al colapso de manera más lenta que las teorías de los neoliberalistas. Crecimiento, crecimiento, crecimiento, es el rosario de esta religión, de esta droga productivista y consumista que tiene la ganancia, el consumismo y la producción de mercancías, que no son bienes, como su único Dios.

Este pensamiento único identifica calidad de vida con un mayor crecimiento, mayor productividad, mayor poder de adquisición, y por ende, mayor consumo. Pocos se han puesto a pensar que crecimiento y sostenibilidad son dos conceptos antagónicos y antónimos. Cuanto más aceleramos el crecimiento económico, más rápido se dará el agotamiento de los recursos naturales y por ende más rápido se dará el colapso del planeta, con humanidad incluida. Gandhi se preguntaba con mucha sabiduría: “Inglaterra ha utilizado un cuarto de los recursos del planeta para llegar a su actual estadio de desarrollo… ¿Cuántos recursos necesitará la India para llegar al mismo desarrollo?.

Frente a este panorama futuro sin salida, el concepto del decrecimiento no es un opcional sino una necesidad. El decrecimiento no es una teoría estructurada, no es una receta preconstituida, no es un programa cerrado, pero es un posible camino para repensar y reformular “otra economía”. Para el decrecimiento lo importante es empezar a disminuir el consumo de materia prima y el consumo de energía y empezar a construir una economía que produzca bienes en función de las necesidades de las personas y no mercancías de todo tipo en función de la mercantilización de las personas y de la naturaleza. En la lógica del decrecimiento disminuye el PIB, pero aumenta la calidad de vida de las personas y se conserva el planeta para las futuras generaciones.

Este planteamiento precisa de una nueva visión política, no técnica, que ayude la sociedad a una transformación cultural y de conciencia. Los grandes interrogantes como: ¿qué hay que producir, para qué, cómo producir, por qué producir, no pueden estar sujetas a la visión economicista y monetaria del pensamiento único dominante. Nadie tiene la solución inmediata, pero es un proceso y los posibles caminos de esta “otra economía” pasan por estrategias nuevas y diversas, como una economía social y solidaria, la producción sustentable a escala local, la agricultura agroecológica, la soberanía alimentaria, un consumo responsable, un comercio equo y solidario, la autoproducción de bienes y servicios, la inversión en bienes fundamentales como la casa, los hospitales, caminos de penetración para el campo, medios de locomoción eficaces y públicos, una fuerte inversión en la educación y salud, la austeridad, una vida sobria, etcétera.

En mi artículo anterior “hacia un nuevo modelo de economía mundial” sostenía que Nicaragua, como otros países del Sur, pueden convertir esta crisis en una oportunidad única para “repensar” otro modelo de desarrollo. Los países del Norte actualmente en “desbandada” por el miedo y la perspectiva de no poder continuar con su consumismo irracional, consumismo aun subsidiado por los países del Sur, están buscando una salida a la crisis con las mismas recetas “economicistas” de siempre, con la novedad coyuntural de una presencia más eficaz del Estado.

Ojalá que los países del Sur no caigan en la trampa de enfrentar esta crisis con las mismas políticas y recetas del Norte, un modelo de sociedad del crecimiento que ha producido y produce enormes injusticias y está acabando con el planeta y con todos nosotros. Me parece que el momento es propicio para que el Sur rompa con la dependencia económica y cultural del Norte, buscando modelos autónomos que no se inserten en la lógica del crecimiento continuo. Es el momento de empezar un viraje en la construcción de una economía a servicio de toda la humanidad, porque tenemos que aprender “a vivir y a producir de otra manera para vivir mejor todos y todas”.


Es obvio que hay que repensar radicalmente todo el sistema sin basarse en una escala de valores cuantitativos si no reconceptualizando la economía dentro de la esfera de lo social, buscando nuevas formas de organización social y económica. Este enfoque presupone una verdadera revolución cultural que permita sustituir los valores dominantes, como egoísmo, competición, consumismo ilimitado, globalización desenfrenada del mercado, por valores como altruismo, cooperación, importancia de la vida social, economía local, etcétera.

Quisiera terminar con esta cita: “un hombre sabio dijo una vez que es inmoral todo lo que es innecesario. Si es así, nuestra entera civilización, de principio a fin, está erguida sobre la inmoralidad”.



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