Entrevista
a Mar Cabanes e Ignacio Mancebo, de Cooperativa La Zafra
Tras cuatro
años dedicados a la consultoría y la dinamización agroecológica
en Ciudad Real, hace uno que Mar e Ignacio regresaron al pueblo de
Mar, Monòver (Vinalopó Mitjà), para recuperar las tierras de su
familia e iniciar un proyecto de vida propio centrado en el cuidado
de la tierra. Han creado una cooperativa, La Zafra, y han empezado
por los viñedos y por la elaboración de vino «hecho con cariño».
A finales de
este verano, Mar e Ignacio pegaron las etiquetas en sus primeras
botellas de vino para la venta, un rosado llamado Nu (desnudo), sin
vestidos químicos. Las pusieron en sus cajas y las cargaron a los
mercados agroecológicos cercanos. Dicen que ese momento fue de los
más emocionantes que han vivido hasta ahora, después de haber
cuidado tanto todo el proceso y cada botella: servirlo para que
personas desconocidas lo probaran, compartir el proyecto de forma
directa, responder preguntas, recibir impresiones, poner las
botellas en sus bolsas de papel y, al final del día, preguntarse
dónde habría ido cada una, en qué momentos y encuentros
participarían, con qué compañía y en qué lugar. El mensaje de
su página web es «vinos hechos con cariño» y es que, según Mar,
a las cepas solo les falta ponerles nombre.
Entre
las tierras de la familia hay también almendros y olivos, cultivos
de secano característicos de las comarcas del sur, que también
esperan manejar pronto con la idea de transformar sus productos para
darles valor añadido. La miel es otro de sus proyectos más
inmediatos y en la única hectárea que tienen con regadío quieren
poner huerta y frutales.
Mar,
¿cómo ha sido tu relación con la tierra y con el vino a lo largo
de tu vida?
Mar: Mi
relación con la tierra viene de la infancia. Las tierras han
pertenecido a mi familia desde hace al menos cinco generaciones.
Siempre se han dedicado a la tierra, y aunque mi padre ya tenía
otro trabajo, electricista, los fines de semana y en vacaciones nos
íbamos toda la familia al campo. Todos mis recuerdos de infancia
son del campo, de La Zafra, casi ninguno del pueblo; he tenido un
vínculo muy fuerte, por eso creo que siempre he valorado mucho la
tierra.
En casa
hacíamos vino de una forma muy artesana, un poco precaria, pero que
a Ignacio y a mí nos ha dado una base de conocimiento. Parecía que
con poquito podía hacerse vino, entonces ha sido más fácil
«atrevernos» a hacerlo. La uva de la familia se ha llevado siempre
a la cooperativa, pero cada vez la pagaban peor. Por eso, cuando
empezamos a pensar en venirnos y en hacer el relevo de la generación
de mi padre y mi tío a la nuestra, pensamos en elaborar en una
microbodega.
¿Cómo
llegasteis a la agroecología?
Mar: Yo estudié
publicidad, pero desde siempre he tenido muy clara la importancia de
la agricultura social. El tiempo que pasé en Guatemala con
comunidades rurales también influyó. Fue en 2004, cuando aún no
se hablaba apenas de agroecología ni de soberanía alimentaria,
pero allí ya se practicaba. La parte más teórica la conocí
gracias a una comisión de agroecología del 15M de Ciudad Real y
posteriormente creamos ASACAM (Agroecología y Soberanía
Alimentaria en Castilla-La Mancha), una asociación para trabajar
proyectos de incidencia política, formación y asesoramiento, y
empezamos a trabajar en el tema.
Ignacio: En mi
caso fue por trayectoria académica y profesional. Yo soy de Ciudad
Real y allí estudié Ingeniería Técnica Agrícola, aunque mi
relación con el campo era testimonial. No me gustaba la carrera y
solo encontré afinidad con la gente que se dedicaba a la
agricultura ecológica, pero la agricultura ecológica se me quedaba
corta porque le faltaba posicionamiento político. Cuando acabé de
estudiar me quedé en la universidad como investigador y seguí
acercándome a la agroecología de forma autodidacta hasta que
finalmente cursé el Máster de Agroecología. Junto con Mar y otras
personas comenzamos con ASACAM.
¿Vuestra
trayectoria en la asesoría de proyectos agroecológicos facilitó
la decisión de crear La Zafra?
Ignacio:
Sí, hizo que tuviéramos los argumentos muy claros y que la parte
de planificación técnica y económica fuera relativamente fácil
de aplicar en nuestro caso. Tomamos la decisión gracias a tres
reflexiones: en primer lugar, aunque en Ciudad Real nos dedicábamos
a facilitar que la gente pudiera llevar a cabo su proyecto, nos
apetecía tener uno propio; en segundo lugar, era complicado vivir
como consultores en agroecología; y, por último, Mar siempre había
tenido ganas de volver a La Zafra y le preocupaba que las tierras se
perdieran. Sin este tercer motivo quizá nos hubiéramos planteado
empezar en Ciudad Real, pero aquí hay tierras y facilidades.
¿Qué
aspectos destacaríais del proyecto que estáis poniendo en marcha?
Mar: Aparte de
que es un proyecto donde todo es artesanal, natural y sin químicos,
una de las cosas importantes para mí es que pueda servir para
encontrar una alternativa y que no se pierdan las tierras por culpa
del modelo productivo que hay en esta zona. La mayoría de familias
tienen todavía tierras con olivo, viña y almendro; hoy es
imposible vivir de eso. Lo mantienen las personas mayores, pero
nuestra generación no va a seguir porque no compensa trabajar para
sacar 800 o 1000 euros brutos anuales por hectárea… A mí me
parece interesante el proyecto como búsqueda de un modelo que, de
forma sostenible en el tiempo, pueda cubrir las necesidades
económicas de dos personas o de una familia modesta. Nuestro modelo
podría replicarse en muchos pueblos, no supone mucho esfuerzo y dos
personas pueden combinarlo con otras cosas.
Ignacio:
Yo destacaría la escala de la empresa, que al ser tan pequeña es
muy fácil de replicar. Se trata de cultivos de secano y eso es muy
valioso porque la inmensa mayoría del territorio es de secano y hay
que revalorizarlo. Me gustaría hacer un ejercicio de transparencia
y explicar cuánto gastamos de agua, de gasóleo, etc., porque es
muy poco.
¿Pensáis
que habría gente interesada en replicar vuestra iniciativa?
Mar: Es verdad
que es muy difícil empezar de cero porque hay que endeudarse.
Imagínate comprar las tierras, un tractor, la nave, un sitio para
la elaboración… La clave es que hay mucha gente de nuestra edad
que ya tiene todo eso de sus familias. Sería una solución
económica y social para muchas personas y se evitaría el abandono
de tierras. Las cuentas salen, pero cuesta dar el paso. Ahora
producimos 1500 botellas, con 5000 podríamos vivir. Monòver tiene
10.000 habitantes, nos bastaría con que la mitad comprara una
botella al año, y si comprasen dos, podría haber otro negocio
igual. Si ocurriera lo mismo con el pan, la fruta, etc., esta sería
una forma de que el mundo rural tuviera vida. Debería haber muchos
proyectos así, podrían dar salida a mucha gente y harían que se
valorara el territorio como algo vivo y no solo como paisaje.
Ignacio: En
Ciudad Real nos dimos cuenta que la gente joven sí que quiere
dedicarse al campo, pero no hay espacios que promuevan esa
inquietud, ni en el ámbito familiar ni en los medios de
comunicación. En los espacios de formación se contagia el
entusiasmo gracias a ese proceso de aprendizaje colectivo, pero
luego, cuando se enfrentan con su entorno, se echan atrás porque
hay mucha presión: la gente se burla, no encuentran apoyo ni
confianza. Para sacar adelante un proyecto hay que verlo muy muy
claro y depende del cúmulo de experiencias previas… es difícil
que la juventud lleve herramientas suficientes en la mochila como
para enfrentarse a esto. Al final hacen lo que es más fácil.
¿Qué
agricultura hay a vuestro alrededor?
Mar: Hay muchos
hombres mayores que nos dicen que la agricultura no tiene futuro.
Además, no entienden nuestro modelo y piensan que estamos jugando,
pero poco a poco ya nos van teniendo un poco de respeto. Son
sentimientos encontrados: les gusta que haya gente joven, pero no le
ven mucho sentido.
Por otro lado,
en la zona se están extendiendo los cultivos superintensivos y los
grandes propietarios locales están comprando tierras para
transformarlas en regadío. De lejos se ve claramente la diferencia
entre el secano tradicional y este tipo de cultivo intensivo:
regadío, espaldera, plásticos, mano de obra contratada (en muchos
casos, inmigrantes) y en condiciones laborales muy precarias… Lo
malo es que la gente no lo ve mal, porque dice que al menos la
tierra se pone a producir. Es increíble ver cómo este modelo va
avanzando y arrasando con viñedos antiguos, incluso con cepas
viejas de gran valor que no nos dio tiempo de salvar.
¿En
este tiempo, habéis podido recuperar técnicas o saberes
tradicionales para vuestro proyecto?
Mar: Nosotros
no teníamos ni idea de cómo se elaboraba el vino antiguamente ni
de lo importante que era en esta zona. Nos contaron algo desde
L’Almorquí, un proyecto agroecológico cercano y empezamos a
investigar. Antes en Monòver casi todas las casas de campo tenían
una bodega dentro; cada familia tenía su parcela, pero llevaban la
uva a elaborar a las casas que tenían bodega y después lo vendían
fuera. Queda poca gente que se acuerde y nos damos cuenta que no se
les ha preguntado nunca. De hecho, nosotros hemos aprendido de forma
autodidacta, leyendo mucho, haciendo pruebas y visitando bodegas
similares a la nuestra.
Ignacio: Hablan
mucho de cuando se usaba tracción animal y eso es muy interesante
porque implica no solo el labrado de la viña, sino también el
cuidado de los animales —qué sembrar para alimentarlos—, el
manejo del monte… Pero sobre otras prácticas de cultivo, hay que
tener en cuenta que se trata de personas de setenta y pico años,
muy influenciadas por la revolución verde, por eso lo que hacemos
en nuestras fincas, como las cubiertas verdes, son cosas impensables
para ellos y, menos aún, el hecho de utilizar al ganado para
controlar la hierba.
Mar: Lo que
quisiéramos recuperar es el arreglo de los ribazos. Antes, cuando
venía una riada o cuando era necesario, todo el vecindario, de
forma comunitaria, colaboraba en los arreglos de ribazos y caminos.
Ahora ya no se hace.
¿Por
qué elegisteis la forma de cooperativa?
Ignacio: Por
principios. Teníamos claro que la figura que eligiéramos tenía
que ser sin ánimo de lucro y eso acotaba mucho las opciones,
entonces nos decidimos por la cooperativa. Nos identificamos
totalmente con los principios cooperativos: horizontalidad, igualdad
en las condiciones de trabajo, etc. También es importante que la
gente que quiera lanzarse entienda que no tiene por qué hacer una
S. L., que se puede hacer de otra manera y no por eso deja de ser un
trabajo: puedes ganarte la vida sin buscar beneficio empresarial,
pero cuesta hacer entender lo que puede aportar la horizontalidad en
el trabajo y en los procesos productivos.
Mar: Nos parece
muy importante que la forma jurídica de nuestro proyecto refleje
nuestros valores y nuestra forma de relacionarnos con el entorno y
entre nosotras. En este sentido, la cooperativa, además de sus
principios sociales, nos permite tener una estructura democrática e
igualitaria entre las dos partes que formamos La Zafra. Muchos
proyectos pequeños como el nuestro, donde trabaja una pareja joven,
suelen presentarse bajo la figura de una persona autónoma, que
muchas veces es el hombre, reproduciendo el mismo modelo de siempre:
trabajan ambos, pero solo cotiza él. Creo que, aunque es más
complejo con respecto a su estructura: contabilidad, libros,
registros… Es importante que las personas que sustentan los
proyectos tengan el mismo valor y los mismos derechos.
¿Cómo
de importante es trabajar en red para vuestro proyecto?
Ignacio: Los
retos que tenemos son políticos y socioculturales, entonces no
tiene sentido afrontarlos de manera individual. No hay solución en
la búsqueda individual de respuestas, eso nos lleva al
emprendimiento, un modelo competitivo e individualista que
profundiza el problema. No hay otra opción que trabajar en red
porque desde un proyecto no puedes abordarlo todo: normativas,
cambio político, cambio climático, circuitos cortos de
comercialización… Participamos en REAS (Red de Economía
Alternativa y Solidaria), en el SPG (Sistema Participativo de
Garantías) de Alacant, en FEVECTA (Federación Valenciana de
Cooperativas de Trabajo Asociado). Queremos incorporarnos a la
Plataforma per la Sobirania Alimentària del País Valencià y nos
gustaría trabajar con pequeñas bodegas para comprar los
suministros (botellas, etc.) y comercializar juntas, por ejemplo,
porque siendo tan pequeños todo nos sale más caro. Somos recién
llegados, pero estamos en ello.
Mar: El trabajo
en red para la comercialización en canales cortos es fundamental.
Ahora estamos vendiendo en los mercados de Elx y Arrels (Sant Joan
d’Alacant), en una tienda de Alicante (Espacio Romero) y en las
tiendas de La Camperola (Elx y Santa Pola), ambos proyectos
cooperativos, y la idea es hacerlo también en grupos de consumo,
tiendas y restaurantes que entiendan el proyecto. En estos canales
se da un espacio muy bueno para contar de dónde es el vino y lo que
hay detrás. Esto no deja de ser activismo nunca porque sigues
trabajando por un cambio social.
Y
con toda esta entrega ¿cómo lleváis la separación entre trabajo
y vida?
Ignacio: Yo
siento que ahora es menos conflictivo que cuando trabajábamos de
técnicos. Este es un proyecto de vida. El ocio y el tiempo libre
quizá son conceptos muy capitalistas, pensados para gastar dinero y
consumir.
Mar: Cuando
hemos cogido vacaciones ha sido para visitar otros proyectos. Para
mí podar un par de horas o salir a dar una vuelta por las viñas o
a ver el terreno de las colmenas casi forma parte de los cuidados
porque es de las cosas que ahora más me llenan. Después de estos
años tenemos la sensación de que es parte de nuestra vida, pero de
una forma tranquila. Como productora tienes otros ritmos, pero ves
resultados; es muy agradecido. Te duelen los riñones y los brazos
cuando llevas un rato podando, pero miras atrás y ves todo el
trabajo que has hecho esa mañana y te sale una sonrisa.
Por
Patricia Dopazo para la Revista
Soberanía Alimentaria
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