EL DECRECIMIENTO DESDE LAS AULAS
El Decrecimiento
como corriente crítica al actual sistema de producción capitalista
es una revolución cultural, social, ideológica y educativa que debe
ser insertada dentro del sistema educativo como una respuesta crítica
a los problemas a los que se enfrenta actualmente el mundo
capitalista consumista y globalizado.
Las bases sobre las
que sustento la necesidad de dar a conocer esta revolución
ideológica, cultural, y social es la propia idea o concepto de
desarrollo, donde se plantea un nuevo enfoque sobre los aspectos que
se vinculan al desarrollo. Y considero fundamental que este llegue a
las aulas como una vía alternativa o posibles vías alternativas de
desarrollo.
En este aspecto me
parece fundamental distinguir lo que son las propuestas de desarrollo
sostenible, donde no se
disminuye el crecimiento sino que simplemente se plantea una
reformulación del mismo en términos de sostenibilidad. Hecho que
hace que muchos nos cuestionemos esta alternativa, optando por ir a
la propia raíz de lo que representa el problema: el propio
crecimiento. La cuestión es: ¿crecer para qué?, ¿con qué
finalidad, con qué motivo, en qué sentido?
Es necesario un
análisis más profundo del propio concepto de desarrollo omitiendo
del mismo la asociación o similitud al que ha sido vinculado hasta
la actualidad con el crecimiento económico.
Desarrollo
no significa crecimiento económico, o no de forma intrínseca; el
desarrollo no tiene por qué venir dado de la mano de un aumento
económico, ni se puede derivar de este hecho un mayor estado de
bienestar o de alcanzar otros aspectos fundamentales que definen el
progreso,
como es la educación, la igualdad, la participación ciudadana o el
medio ambiente.
O no, desde
luego, desde un punto de vista en el cual el concepto de desarrollo
se vincula a una serie de aspectos o valores relacionados con una
cultura determinada en un momento de la historia, en el que por tanto
hace referencia a una serie de cuestiones relacionadas con
construcciones de la realidad en base a valores sociales y
culturales, así como otras cuestiones como el contexto social,
cultural, político, económico, o el propio entorno natural. Por lo
que del desarrollo, como definición universal, podemos extraer la
idea de alcanzar mejoras en la sociedad en todas sus esferas, aunque
dependerá de cada una de las culturas o comunidades lo que sea
considerado como tal.
Cuando se habla de
crecimiento en el ámbito del progreso
o del desarrollo
en raras ocasiones nos encontramos un crecimiento ligado al aumento
de conocimiento, al incremento del tiempo personal, al aumento de las
relaciones humanas o de la libertad del individuo, de la
participación social o de la igualdad de género. Más bien se
asocia la idea de desarrollo al crecimiento económico como base
principal que sustenta el desarrollo de la sociedad, sin tener en
cuenta que este no tiene por qué ir asociado a un mayor reparto de
la riqueza, un incremento en la igualdad, ni en una sociedad más
participativa, ni más informada, ni con más libertades, ni con más
tiempo y calidad de vida, ni siquiera una sociedad más feliz.
La razón está en
que la riqueza económica permite el desarrollo y dotación de
determinados servicios como son los educativos, sanitarios, pero la
vorágine del sistema de producción consumista actual convierte este
fenómeno en una verdadera trampa sin salida, donde para poder
obtener estos servicios o este estado
del bienestar debo pagar
un precio muy alto. El coste no es otro que el aumento de desigualdad
a nivel mundial, la brecha Norte Sur, la desigualdad social, el
deterioro del ecosistema, la sobreexplotación de los recursos y la
disminución del tiempo, el poder, los derechos y la libertad del
individuo. Un sistema donde la meta final es que todos seamos
consumidores de los productos que elaboramos de manera que se
mantenga el círculo vicioso sin fin, o hasta que el mundo explote.
Para poder tener
todo lo que considero imprescindible
y necesario
—y aquí entra la labor publicitaria y de los medios de
comunicación como estrategia de marketing y de creación de
realidades ficticias — debo consumir hasta morir, para tener un
empleo, y poder acumular y comprar cosas. Es necesario tener cosas,
renovarlas y cambiarlas cuando estás queden obsoletas y pasadas de
moda y así continuar con la cadena. La obsolescencia programada y
percibida han sido ejes clave para la imposición del sistema
productivo tal y como lo conocemos en la actualidad.
El lado oscuro es
la infelicidad, esa otra cara de la moneda que nadie o casi nadie
quiere ver, el alto coste que debe pagar por ello el individuo, la
falta de tiempo y de libertad., la desigualdad y la miseria, la
perdida de los recursos naturales y la escasez. O, como expone
sabiamente Samuel Alexander (2015), la renuncia a algo tan valioso
como el “tiempo y libertad para alcanzar otras metas vitales —el
tiempo con la familia, la participación política y comunitaria, la
creación artística o la espiritualidad— con el objetivo de tener
una vida más llena, feliz y libre en armonía con la naturaleza”.
Muchos de los
problemas a los que se enfrenta la sociedad actual, problemas a
escala planetaria, están intrínsecamente relacionados con el afán
de incrementar, aumentar y generar más producción, más riqueza,
más abundancia, dando por supuesto el hecho de que esto es positivo.
Se fabrica, se invierte y se crean multitud de productos, servicios,
bienes y recursos materiales que son totalmente innecesarios, donde
la justificación máxima viene dada por la generación de empleo y
de un aumento de la sociedad del bienestar.
Pongo en duda esa
sociedad de bienestar,
que yo denomino sociedad
del malestar por el
aumento de los problemas de salud derivados del estrés, la ansiedad,
la depresión, el insomnio, la mala alimentación, así como
incremento de enfermedades asociadas a la contaminación y la mala
alimentación, y de los problemas sociales relacionados con la
desigualdad social, el incremento de la pobreza en los países del
Sur, la precariedad laboral, la falta de tiempo para dedicar al
cuidado de los hijos, de la familia, de los ancianos, de la
realización personal, o del disfrute de la vida sin vinculación a
algo que redunde en productividad económica. Así como un incremento
de los conflictos a nivel internacional, porque en este mundo todo
está conectado, desde el terrorismo hasta la inmigración, o ¿acaso
no es todo una lucha por los recursos existentes, donde el origen de
dichos problemas a los que se enfrenta la sociedad está relacionado
con la desigualdad?
Respecto al
argumento de la generación de empleo para que gracias al sistema
todos podamos vivir en ese estado narcótico del bienestar,
es sólo un falso reflejo, ya que el análisis de la realidad nos
muestra un panorama bien distinto. Lo primero es que ese crecimiento
genera desigualdad social, desigualdad Norte-Sur, para exponerlo en
términos muy claros, para que unos vivan muy bien (y cuestiono esta
denominada calidad de vida en muchos términos) otros deben vivir muy
mal (hablo concretamente de explotación laboral, explotación
infantil, contaminación y destrucción de recursos naturales).
Si el acceso
masificado a los productos nos hace creernos que existe una menor
desigualdad social es que nos hemos puesto una venda en los ojos. El
producto que compras lleva el sello de la explotación laboral, falta
de seguridad laboral, precariedad y empleo temporal, la pérdida de
libertad del individuo, a cambio de un producto asequible a tu
bolsillo para que el propio productor sea el propio comprador, o
donde el sello de la explotación en otro país perdido del mundo o
aislado del selecto conjunto de países considerados desarrollados
(de nuevo planteo la duda de qué denominamos por desarrollo, y el
propio reduccionismo del termino con un carácter claramente
etnocéntrico del mismo, obviando la cantidad de ideas, enfoques o
valores sociales y culturales que puede entrañar el propio
concepto). La realidad es que el coste del producto adquirido es muy
alto ya que para pagarlo has debido hacer muchas horas extras,
trabajar por salarios irrisorios o formar parte, de manera indirecta,
del entramado de explotación mundial y de destrucción del
ecosistema.
Como expone Julio
García Camerero, en su Manifiesto
de la Transición al Decrecimiento Feliz:
La gente solo quiere ver que puede seguir adorando al Dios crecimiento. Ya que el Poder Mediático ha introducido este chip, de esta mayor mentira de la historia, en el cerebro de todo terráqueo. Es por esta circunstancia por lo que, hoy en día casi todos los esfuerzos verdes, NO HABLAN DE DECRECIMIENTO (por temor a perder votos) solo se atreven a intentar simplemente reformar esa sociedad, de tal modo que se reduzca algo su agresión al medio ambiente, siempre reformismos insuficientes, y por esto prácticamente no hay campañas de decrecimiento (ni en movimientos verdes-ecologistas, ni en partidos verdes).Y precisamente por eso es indispensable denunciar a fondo las ATROCIDADES DEL CRECIMIENTO.
Decrecer
implica por tanto reducir nuestro impacto en el medio ambiente,
reciclar y reutilizar, algo que da lugar a un amplio abanico de
posibilidades de crecimiento en otros ámbitos como el del
conocimiento, la libertad o la igualdad, así como espacio para el
mantenimiento de la producción, pero racionalizada, limitada y
basada en unas necesidades y servicios que responden a la calidad de
vida de las personas y del medio ambiente. También da lugar a la
reinvención de nuevos empleos y formas de emprender ligados a una
cultura del reciclaje, de la reutilización, de la sostenibilidad y
de una sociedad de verdadero bienestar, donde se reduzcan las
jornadas laborales, promoviendo la generación de otro tipo de
riqueza como es el cultivo de las relaciones humanas, la dedicación
a la familia, el cuidado de los hijos y de los mayores, la
realización o autorrealización personal y profesional y el disfrute
de la vida y de la naturaleza.
La propuesta del
Decrecimiento no es una visión basada en la escasez sino en la
abundancia de aspectos que para el individuo son fundamentales, que
sustentan su sentido del ser y del universo, que se relacionan con
las necesidades vitales y con las motivaciones de estos para alcanzar
una vida plena y satisfactoria. No
abundancia de cosas, sino de experiencias, de relaciones, de
conocimientos, de vida.
Esto no significa un retroceso a una edad de piedra ni la pérdida de
todos los bienes materiales sino una revolución cultural y del
pensamiento en el que se racionaliza la producción y la compra,
donde se tienen en cuenta los aspectos sociales, medioambientales, y
se promueva la libertad individual.
Me reafirmo en que
compramos basura, comemos basura y nos ponemos basura, y digo esto
porque el sistema en que se producen los productos que llegan a
nuestras manos, están manchados por la explotación, manchados por
la destrucción del ecosistema, manchados por la falta de calidad de
los mismos. Lo que comemos no es sano, lo que nos viste contamina y
aboca a miles de personas a la pobreza extrema y, lo que es más
importante, nos hace cada vez más dependientes y menos libres para
tomar nuestras propias decisiones.
Este mundo hace
tiempo que da señales de caducidad, la caducidad de un sistema
cíclico que contiene crisis, hambrunas, migraciones masivas, muerte
y destrucción a escala planetaria, y todo ello en aras del alabado
crecimiento económico o mal denominado desarrollo.
Hay que comenzar a plantearse que tal vez no necesitemos diez pares
de zapatos, ni tres ordenadores, dos televisiones, dos coches, ni
cambiar el salón de tu casa cada año, y esto debe comenzar desde el
sistema educativo, desde edades tempranas.
Esta revolución debe
comenzar desde lo local, desde las pequeñas comunidades, desde el
entorno rural o urbano, desde lo público pero también desde lo
privado, desde la propia familia, este proceso debe ser un movimiento
social que imponga cambios al sistema. Es la sociedad civil y los
propios movimientos sociales los que determinan los cambios sociales,
por tanto debe ser algo que se construya desde la ciudadanía. Y es
algo que conlleva un cambio profundo de todas las esferas sociales, a
largo plazo, sin fórmulas mágicas, basado en el conocimiento, la
información, la sensibilización desde la infancia hasta la vejez.
La cultura de la
producción local, la vuelta al entorno natural, la apropiación del
espacio natural en las ciudades, la vuelta a los oficios relacionados
con la reparación, la reutilización, la creación de legislación y
políticas de protección medioambiental, de calidad, de exigencias
de derechos laborales a nivel internacional, la inclusión de la
educación medioambiental y del propio decrecimiento en el sistema
educativo, son algunas de las medidas que fomentan el cambio, un
cambio que ha de ser social, educativo, cultural, económico y
político.
Lo que no es viable
ni racional es creer que podemos seguir viviendo en una cultura del
despilfarro como la actual, como si el mundo fuese infinito y sin
pensar en las consecuencias futuras; esperar una solución mágica en
manos de la ciencia o la tecnología capaz de resolver todos los
males de nuestra civilización y dotarnos de nuevos recursos sin
tener que realizar esfuerzos ni reducir nuestro consumo. No podemos
vivir de forma irresponsable, se requiere una voluntad política y
una ciudadanía informada, responsable y activa que tome consciencia
de los problemas reales a los que nos enfrentamos como sociedad con
una visión amplia y global, más allá del confort
de nuestras vidas, de la seguridad de lo conocido, para dar una
respuesta que traiga consigo un cambio social, económico, político
y educativo que permita que nuestros hijos, nuestros nietos y el
resto de generaciones futuras puedan tener una calidad de vida
garantizada.
Como profesora,
como madre y como socióloga considero clave una educación basada en
una mirada crítica a nuestro sistema de producción, desde una
global, objetiva, crítica. Una mirada amplia del mundo. Y creo
firmemente que debe comenzar desde esferas clave como la familia, el
barrio, las escuelas, las universidades, las comunidades, desde la
propia ciudadanía.
Es necesario una
solidaridad intergeneracional que tome conciencia de la importancia
de decrecer en términos económicos para crecer en términos
sociales, intelectuales, y espirituales. Y es necesario la
implicación de la educación en estos términos, dentro de la
escuela y de las universidades, de la capacidad de dar a conocer, de
analizar, de fomentar el desarrollo de ciudadanos críticos,
informados y participativos, para ello es fundamental analizar los
problemas a los que se enfrentan las sociedades y las generaciones
futuras, despertar del sueño irreal y dar a conocer la opción de
decrecer para crecer, para crecer en desarrollo humano y
medioambiental.
Bibliografía
-
Alexander, S. (2015). “Simplicidad”. En: D´Alisa, G., Demaria, F. & Kallis, G. (Eds) Decrecimiento: vocabulario para una nueva era. Icaria. Barcelona. Pp 212-216.
-
Garcia Camarero, J. (2017): Manifiesto de la transición hacia el decrecimiento feliz. La Catarata. Madrid.
-
García Camarero, J. (2010). El decrecimiento feliz y el desarrollo humano. La Catarata. Madrid
-
Latouche, S. (2003). “Por una sociedad de decrecimiento” en Le Monde Diplomatique, 97 (Edición Española).
Publicado en:
No hay comentarios:
Publicar un comentario