EL CAMINO IMPOSIBLE HACIA
LA TRANSICIÓN RENOVABLE
En añadidura, hacer toda esa transformación en el contexto que
supone el desafío del peak oil, momento probablemente ya superado,
en conjunción con los probablemente ya pasados picos del carbón y
del uranio, y el no demasiado lejano pico del gas, implica que en
relativamente poco tiempo vamos a necesitar mucha energía que ya no
tendremos. Y que quizá el foco se debería poner en ver cómo se
tienen que diseñar los escenarios para que la transición renovable
sea estable, pues sin planificación podríamos acabar siguiendo un
callejón sin salida (como los primeros resultados del proyecto
MEDEAS – que serán presentados el próximo septiembre, por cierto
parecen indicar).
En ese momento, mi interlocutor suele responder que todo lo que sea
ir incrementando el potencial de generación renovable nos hace
avanzar en la necesaria transición energética. Esa respuesta (la de
que ir añadiendo sistemas de generación renovable es siempre
avanzar en la buena dirección) demuestra, entre otras cosas, que mi
interlocutor no ha entendido lo que le acabo de decir. Pues
justamente uno de los problemas que tenemos es que, para que la
transición renovable llegue a buen puerto y no nos conduzca más
rápidamente al colapso, se requiere un alto grado de planificación.
Que la transición renovable, para que sea efectiva, requiere un alto
grado de planificación, es algo que choca con las expectativas de la
mayoría de los expertos, y no hablo aquí sólo de los despistados
de los que me suelo mofar. Incluso a aquellos expertos con posiciones
más aperturistas, que comprenden que lo que llamamos (sin serlo)
libre mercado no lo puede regular todo, les resulta incomprensible
que se tenga que tomar una medida tan drástica como inhibir la
autoregulación y marcar férreamente desde una autoridad central qué
se debe hacer y cómo se debe hacer. Sin embargo, tenemos ya muchos
indicios de que tal planificación es absolutamente necesaria.
Por ejemplo, en el trabajo que publicamos en 2012 (en el que
asumíamos muchas simplificaciones pero como mínimo introducíamos
planteamientos realistas sobre la capacidad tecnológica de los
sistemas a utilizar y sobre el uso de materiales requeridos)
llegábamos a la conclusión de que la meta del 100% renovable podría
ser alcanzada pero
-
se tenía que implantar, a escala mundial, una economía de guerra inmediatamente y durante los siguientes 30 años;
-
se necesitaría un grado de cooperación internacional a una escala nunca vista; y
-
una vez llegado al 100% renovable se tendría que abandonar para siempre el objetivo del crecimiento, pues el abastecimiento energético ya no podría crecer sobre el nivel conseguido, y todo lo más que se podría hacer sería repartir lo que hubiese.
Existe entre los especialistas una gran (y alarmante) disparidad de
opiniones sobre el potencial renovable y muchas discrepancias en cómo
se podría construir un mix 100% renovable a escala global —conviene
aclarar primero que por tal cosa queremos decir uno capaz de producir
una cantidad de energía que mantuviera una parte substancial de la
actual sociedad industrial; obviamente, si colapsáramos por completo
las sociedades humanas sobrevivientes serían 100% renovables a la
fuerza, pero lógicamente a un nivel energético muchísimo menor que
el actual. Y las diferencias de opinión son tan grandes que algunos
expertos afirman que se podría mantener el objetivo del crecimiento
durante muchas décadas aún, mientras que otros indican que es
imposible de conseguir el 100% renovable, si lo que se pretende es
mantener el nivel de consumo similar al actual.
Pero, a pesar de esas diferencias, los estudios medianamente serios
suelen llegar a una conclusión no demasiado diferente de la de
nuestro trabajo de 2012, es decir, que es necesario tomar medidas muy
drásticas de planificación en el uso de recursos y en las políticas
energéticas e industriales para poder conseguir el objetivo 100%
renovable, y que tales políticas tendrían que ser vigentes durante
muchos años. En algunos casos, análogamente a nuestras
conclusiones, se explicita la imposibilidad de seguir creciendo; en
todos ellos, queda claro que hay que poner coto a los sistemas de
libre mercado e imponer una planificación obligatoria a escala
mundial.
Éste es uno de los grandes problemas de la transición a un modelo
de producción de energía 100% renovable (se sobreentiende siempre,
manteniendo la sociedad industrial). Y es que, con esos
planteamientos, el mix energético 100% renovable es incompatible con
la economía de mercado. El problema es muy profundo, pues no afecta
solamente a la producción y distribución de energía: dentro de un
paradigma capitalista se podría llegar a aceptar que la energía
fuera un servicio nacionalizado, con tal de que se permitiera que el
resto de actividades fuera completamente liberalizado; sin embargo,
dado que la energía es la precursora de la actividad económica (la
energía es la capacidad de hacer trabajo, y porque somos grandes
consumidores de energía podemos incrementar enormemente el PIB
—recordemos que el incremento de consumo de energía es responsable
del 60% del incremento del PIB), si uno limita el uso de la energía
(y la planificación energética no se limita a la producción, sino
que abarca también quién usa y cómo usa la energía) toda la
actividad económica acaba sometida a planificación.
Éste es el gran problema de la transición energética. No es sólo
que se consiga una rentabilidad a la altura de las expectativas de
los inversores, sino que, en cuanto se habla de un cambio radical y a
gran escala de la matriz energética, se hace necesario cambiar todo
el sistema productivo y, por ende, el sistema económico. Yendo más
lejos aún, no queda más remedio que abandonar dos pilares del
capitalismo: la liberalización económica de los sectores
productivos y el crecimiento perpetuo. Debido a eso, es completamente
natural que los grandes capitalistas sientan una profunda aversión
por la transición energética, a la que ven como poco menos que un
neocomunismo disfrazado de ecologismo (aunque, como ya vimos, el
comunismo tiene el mismo problema de insostenibilidad energética que
el capitalismo).
No deja de ser curioso que la bastante manifiesta aversión de los
máximos exponentes del capitalismo a la transición renovable sea
interpretada por los grupos pro transición como un miedo a la
posibilidad de democratizar el acceso a la energía, ya que
—interpretan estos grupos— la producción de energía renovable
sería de manera natural descentralizada (o sea, que cada hijo de
vecino podría producir su propia energía, como suelen decir).
Dejando al margen si los sistemas renovables podrían producir tanta
energía como se piensan (cosa en sí misma discutible, habida cuenta
de los límites de los sistemas renovables), resulta obvio que la
liberalización real y absoluta de la producción de energía no es
realmente lo que preocupa a los capitalistas, como tristemente
muestra el caso de España (pues si es preciso se usa el poder
político, completamente cooptado por el económico, para introducir
barreras de acceso al mercado al productor minorista).
En realidad, el problema de los sistemas renovables, además de sus
límites, es que la producción de energía de origen renovable
(dejando de lado la hidráulica) tiene una baja densidad energética
y baja exergía. En todas las transiciones energéticas que ha vivido
la Humanidad desde el principio de la Primera Revolución Industrial,
siempre se ha pasado de fuentes de energía menos densas
energéticamente a otras más densas energéticamente, y además las
fuentes antiguas no eran abandonadas, sino que todo se iba
acumulando. En este caso, se requiere no sólo sustituir una energía
densa y versátil, como la que nos proporcionan los combustibles
fósiles, por una menos densa y menos versátil, y encima al tiempo
ir eliminando el uso de los combustibles fósiles por la doble
necesidad de su producción decreciente y por la lucha contra el
cambio climático.
Como digo, la restricción es doble: por un lado, es necesario
reducir nuestras emisiones de CO2 a un ritmo muy rápido para evitar
desestabilizar aún más el clima de nuestro planeta; pero, por el
otro, aún cuando quisiéramos alargar la época de los combustibles
fósiles todo lo posible, el progresivo y termodinámicamente
inevitable descenso de la producción de energía fósil minará la
viabilidad de nuestro sistema económico, condenándonos a una crisis
que no acabará nunca. Bajo tales restricciones, nuestro sistema
económico está tocado de muerte y es inevitable buscar un sistema
de planificación energética y económica, como comentábamos más
arriba, pero no por cuestiones ideológicas, sino meramente lógicas.
Parafraseando a Bill Clinton, podríamos decir: “¡Es la
Termodinámica, estúpido!” Sin embargo, la mayoría de los grupos
ecologistas y concienciados con el medio ambiente insisten en las
vías evolutivas y posibilistas, como el ejemplo que explicaba al
principio de este post. Estas personas creen de buena fe que el ir
incorporando sistemas renovables va contribuyendo, aunque sea poco a
poco, a disminuir las emisiones de CO2 y nos lleva por la buena
dirección. Una buena dirección sobre la que siempre he dudado, y
que por las razones expuestas en este post es más bien un malgasto
de recursos, puesto que con ella no se consigue una disminución del
consumo de combustibles fósiles y no se va a la raíz del problema.
En suma, alentar las vías evolutivas dentro del mecanismo de un
(presunto) libre mercado no es más que una distracción inútil,
cuando lo que ya es inaplazable es un cambio del sistema económico y
productivo. Sin embargo, todos somos conscientes de que el discurso
de la mayoría de las organizaciones pro transición energética
sigue encerrado en el posibilismo de una evolución del sistema, en
vez de plantear abiertamente una revolución del sistema.
Por supuesto mi posición no sólo es minoritaria, sino también
bastante impopular. Por todo ello, viendo la falta de avances reales
hacia una transición energética que merezca tal nombre mientras que
en la prensa se jalean como si fueran grandes logros cambios
verdaderamente anecdóticos, y viendo cómo proliferan los análisis
que anuncian décadas de precios bajos del petróleo cuando
claramente nos dirigimos hacia una caída abrupta de la producción
que generará un nuevo shock de precios (que la Agencia Internacional
de la Energía espera para antes del final del 2018), lamentablemente
sólo puedo ser pesimista en lo que a nuestro futuro inmediato se
refiere.
Tal y como lo veo, un cierto grado de colapso es ya inevitable,
porque sólo cuando haya graves disfuncionalidades a gran escala se
comprenderá que hace falta algo más que un cambio cosmético y
posibilista. Es una manera necia de obrar, pues para cuando los
problemas tengan tal magnitud tendremos menos recursos y menos margen
de maniobra para actuar de manera eficiente, pero aún quiero creer
que en ese momento podremos implementar los cambios que todos
necesitamos y que a todos nos benefician.
(Publicado
previamente en The
Oil Crash.)
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