PÀGINES MONOGRÀFIQUES

19/7/16

El 80% de lo que se produce es esencialmente superfluo

PARA ENTENDER LA IDEA DE DECRECIMIENTO

Los mitos del “progreso” y las distintas idolatrías del “desarrollo” son los principales escollos para entender de qué va la cosa cuando hablamos de Crecimiento Cero o de Decrecimiento. 

Recientemente la “Universidad de Verano” que organiza anualmente Edgar Morin consagró sus deliberaciones a preguntarse “¿Qué queda del desarrollo sustentable?”. Justo en ese contexto aparece con nitidez la envergadura teórico-política de esta vertiente de la ecología política que no se contenta con la crítica a los “excesos” del desarrollismo sino que cuestiona en su raíz el modelo cultural que está por detrás de todos los paradigmas de crecimiento económico en el mundo (incluido el modelo chino que aparece emblemáticamente como el colmo de una visión salvaje de los paradigmas del “progreso”).

Como suele ocurrir con las ideas radicales, las tesis del decrecimiento hacen ruido a las mentalidades cientificistas instaladas, al realismo político de los grupos de izquierda, al status quo académico que tardará mucho en entender cuál es la agenda donde se inscribe este debate fundamental. Las tesis desarrolladas por gente como Serge Latuche o Alain de Benoist hace rato que han impugnado en su raíz el modelo de crecimiento del mundo occidental que lleva ineluctablemente a la eco-depredación del planeta. Ello incluye una crítica radical al modelo tecno-científico que está en la base, a los sistemas educativos que reproducen la mentalidad desarrollista, a las políticas públicas que en el mejor de los casos no pasan de la retórica de la “protección medio-ambiental”.

Lo que se produce en el mundo -y cómo se produce— corresponde a modelos culturales íntimamente imbricados con los juegos de intereses de clases y grupos bien identificados. Los modelos de consumo que se reproducen planetariamente son igualmente expresiones de un paradigma cultural que no es inocente. Podemos constatar que el 80% de lo que se produce en el mundo es esencialmente superfluo. El modelo energético que sustenta este modo de producción mundial es absolutamente insostenible. No hay solución verdadera al drama de la muerte ecológica del planeta arrastrando el modelo de consumo dominante: su sustento ético, su legitimación estética, sus coartadas políticas.

En Venezuela la discusión sobre un asunto aparentemente menor como el “desabastecimiento” conecta inmediatamente con esta agenda controversial. ¿Qué es eso de “abastecimiento”? ¿Quién decidió que son estos o aquellos los productos y servicios que la gente debe consumir? La trampa es hacer creer que el asunto es tener anaqueles llenos o anaqueles vacíos. ¿Y cuándo discutimos la cuestión de la naturaleza misma de esa producción? ¿Dónde debatimos sobre la manera cómo se produce lo que se consume? ¿Con quién debatimos la cuestión crucial de otras pautas de consumo, otro modelo energético, otros valores de uso, otro concepto de “necesidad”?

Estos son apenas algunos indicios de los tremendos problemas que están en la agenda mundial de debate de una nueva ecología política. No decimos que hay aquí una “solución” mágica a los entuertos de toda una civilización. No se trata de “salvar” la Modernidad (como quisieran los habermasianos) sino de hacer aflorar un nuevo humus civilizatorio que instaure las condiciones para otro modo de vivir. Ello no se decreta. Se trata más bien de hacer los enlaces entre una voluntad emancipatoria que lucha a diario contra las miserias del poder y el horizonte utópico de una “sociedad-mundo” (Edgar Morin) que le ha torcido el cuello a la globalización depredadora.

La vía del decrecimiento es una apuesta epistemológica y socio-política que se inscribe en el corazón mismo de los debates Modernidad-posmodernidad. Allí hay espacio para los grandes vuelos teóricos y también para emplazar al pragmatismo político que es incapaz de hacerse cargo de las implicaciones de la gestión pública cotidiana. No se trata sólo de “llenar los anaqueles” sino de poder discutir al mismo tiempo lo que está por detrás de esa sencilla operación. Allí nada es inocente.

Rigoberto Lanz

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