Entendiendo el paradigma vigente
El manifiesto incide, de forma escueta, en el
gran reto que tenemos por delante, cambios radicales, una “Gran
Transformación”, que se verá obstaculizada por la inercia y los
intereses de los que son los ganadores bajo la organización social
actual.
Entender estas dificultades es vital, y para
ello nos puede ser de gran ayuda el autor que aparece implícitamente
citado en el manifiesto.
Según
Karl Polanyi, en su libro La Gran Transformación:
Todos los
tipos de sociedades están sometidos a factores económicos. Pero
únicamente la civilización del siglo XIX fue económica en un
sentido diferente y específico, ya que optó por fundarse sobre un
móvil, el de la ganancia, cuya validez es muy raramente conocida en
la historia de las sociedades humanas: de hecho nunca con
anterioridad este rasgo había sido elevado al rango de justificación
de la acción y del comportamiento en la vida cotidiana. El sistema
de mercado autorregulador deriva exclusivamente de este principio.
[...]
Como las
máquinas complejas son caras, solamente resultan rentables si
producen grandes cantidades de mercancías. No se las puede hacer
funcionar sin pérdidas, más que si se asegura la venta de los
bienes producidos, para lo cual se requiere que la producción no se
interrumpa por falta de materias primas, necesarias para la
alimentación de las máquinas. Para el comerciante, esto significa
que todos los factores implicados en la producción tienen que estar
en venta, es decir, disponibles en cantidades suficientes para quien
esté dispuesto a pagarlos. Si esta condición no se cumple, la
producción realizada con máquinas especializadas se convierte en un
riesgo demasiado grande, tanto para el comerciante, que arriesga su
dinero, como para la comunidad en su conjunto, que depende ahora de
una producción ininterrumpida para sus rentas, sus empleos y su
aprovisionamiento. […]
En
relación a la economía anterior, la transformación que condujo a
este sistema es tan total que se parece más a la metamorfosis del
gusano de seda en mariposa que a una modificación que podría
expresarse en términos de crecimiento y de evolución continua.
Comparemos, por ejemplo, las actividades de venta del
comerciante-productor con sus actividades de compra. Sus ventas se
refieren únicamente a productos manufacturados: el tejido social no
se verá pues afectado directamente, tanto si encuentra como si no
encuentra compradores. Pero lo que “compra” son materias primas y
trabajo, es decir, parte de la naturaleza y del hombre. De hecho, la
producción mecánica en una sociedad comercial supone nada menos que
la transformación de la sustancia natural y humana de la sociedad en
mercancías. La conclusión, aunque resulte singular, es inevitable,
pues el fin buscado solamente se puede alcanzar a través de esta
vía.
Es
evidente que la dislocación provocada por un dispositivo semejante
amenaza con desgarrar las relaciones humanas
y con aniquilar
el hábitat
natural del hombre.
Esta dislocación social se habría aceptado
por la promesa de una abundancia material sin precedentes, promesa
que se cumplió en una parte del mundo. La sociedad se desgarró y se
volvió a recomponer innumerables veces: hubo guerras, catástrofes,
revoluciones y medidas paliativas como salarios mínimos, prohibición
del trabajo infantil y educación gratuita, entre otras, pero la
aniquilación del hábitat natural del hombre fue progresando, de
forma lenta pero constante.
La orientación de la acción humana hacia la
ganancia, y la subordinación del hombre y la naturaleza a la ley de
la máquina, nos habría conducido a la organización social en la
que estamos atrapados, en la que una parte, importante pero
subordinada, “la economía”, se habría convertido en el todo
relevante y la biosfera y la sociedad en meros apéndices. Esa visión
habría encontrado eco en paradigmas “científicos” como el de la
economía neoclásica.
Aunque por supuesto, es tan sólo una
representación falsa de la realidad. La cuestión es si seremos
capaces de retirar el velo a tiempo para ser conscientes del orden
correcto
El
nuevo paradigma, la nueva forma de organización e integración
social, que nosotros hemos llamado el bienvivir,
aunque posee muchas aristas que debemos ir definiendo, podría ser
representado por esta segunda imagen, donde la economía, el
individuo, la sociedad y la biosfera se relacionan de forma armónica,
asumiendo los límites reales de cada uno de los subsistemas, en
lugar de comportarnos “como sí” dichos límites no existieran.
El certero y premonitorio análisis de Polanyi
nos permite extraer algunas generalidades que deberíamos tener en
cuenta:
-
La mercantilización del medio natural se funda en el móvil de la
ganancia, pero no es tan fácil fundar la conservación sobre este
móvil. En el pasado, según Polanyi, fueron las relaciones y
derechos sociales (prestigio, obligación, civismo, entre otros) las
que creaban la motivación para la acción. Aunque parezca utópico,
habrá que evolucionar hacia algo parecido. Si miramos bien veremos
muchos comportamientos a nuestro alrededor cuya motivación no puede
reducirse a la simple crematística. Un ejemplo: este blog.
-
La mercantilización del ser humano se funda en la ruptura de la
distinción entre el principio de uso y el de beneficio. Polanyi
insistiría en un libro posterior, El sustento
del hombre,
en la antigua prohibición del regateo sobre el precio de los
productos básicos. En La Gran Transformación cita
a Aristóteles para señalar como este distinguía entre la
producción para uso propio, para distribuir entre el grupo cerrado –
el oikos o
casa griega- y los excedentes destinados al mercado. El ser humano
sólo puede quedar a merced de las leyes del mercado en cuanto se ha
eliminado su capacidad de producción para uso propio
(En
este punto nos gustaría insistir que no sostenemos que el hombre, en
la actualidad, se encuentre completamente a merced del mercado aunque
habría que preguntarle
a las 700.000 familias españolas sin ingresos
Este es el ideal de la filosofía liberal, pero ha sido matizado por
innumerables leyes, que precisamente por su carácter político están
continuamente sometidas a revisión y son fuente de conflicto y lucha
de intereses).
-
En un texto posterior Aristóteles descubre la economía,
Polanyi critica el concepto de necesidades ilimitadas. Para
Aristóteles, una vez cubiertas ciertas necesidades, la escasez
procede del lado de la demanda. Esto nos sugiere que la satisfacción
de las necesidades tiene mucho que ver con el contexto institucional,
y con valores como el ideal de vida buena de una sociedad. Esto abre
una fecunda vía de exploración, que ha sido en parte recorrida por
autores como Manfred Max-Neef, que han establecido una categoría
universal de necesidades humanas, si bien los satisfactores
dependerían de factores culturales e institucionales. Este
conocimiento nos permite desmaterializar la satisfacción de gran
parte de las necesidades humanas, a través de un
Desarrollo a escala humana.
¿Cómo
articular estos principios generales en un programa de cambio hacia
ese nuevo paradigma, ese bienvivir? Para nosotros el concepto clave
es la autonomía,
término que tomamos de Cornelius Castoriadis ¿Partiendo
del reconocimiento de la mutua interdependencia del ser humano con
sus semejantes y con el resto de seres vivos, tiene sentido reclamar
en las presentes circunstancias este concepto?
Dependemos unos de otros, así que la autonomía
sólo puede ser ese espacio instituido socialmente, entre todos, en
el que se le da a cada individuo libertad de acción. Debe incluir,
necesariamente, la participación en la elaboración de la ley por la
que deberá regirse, y el derecho a participar en los costes y
beneficios de la producción, por encima de cualquier racionalismo
económico que pretenda limitar su participación a causa de las
exigencias de un mercado de trabajo.
La
autonomía proporciona el marco para la innovación social, donde
vayan germinando las nuevas prácticas sociales, que privilegien el
acceso y el uso frente al acaparamiento, la satisfacción de las
necesidades por medios inmateriales (cuando ello sea posible) y el
cuidado y mejora de los bienes comunes, además de proporcionar
incentivos para fundar la acción en móviles distintos al beneficio.
Dado que esto tendería también a favorecer la producción para el
consumo propio y de carácter local, se vería también reforzada
la resiliencia.
Si bien Polanyi no sugiere medidas concretas,
un proyecto político que tomase en consideración las implicaciones
de su obra debería concluir que necesitamos una ruptura radical en
los mercados de tierra (recursos naturales), trabajo y dinero, las
tres mercancías que Polanyi definió como “ficticias”, dado que
no habían sido creadas para su venta. La sociedad no es más que un
subsistema de la biosfera, adaptarnos a esta última requiere por
tanto mejorar nuestro conocimiento de ella y gestionar los recursos
según lo aprendido, y una buena dosis de prudencia para lidiar con
la incertidumbre. Los mercados de trabajo y dinero son, por el
contrario, creaciones humanas, deben por tanto ser democratizados. El
proceso en su conjunto debe entenderse como una ampliación de
derechos de los individuos, y sería favorecido con las siguientes
medidas:
SOLUCIONES:
Comprender y redefinir las necesidades de individuo y sociedad
Durante los últimos 200 años se ha producido
un crecimiento acelerado de la población que ha sido acompañado de
un crecimiento aún mayor de la producción que algunos denominan
crecimiento económico, aunque no sea necesariamente así. Podemos
considerar legítimamente que este es el estado “normal” de las
cosas y que, por lo tanto, debe y puede continuar de manera
indefinida. Lo cual, no sería más que una simplificación de
nuestra historia o, peor aún, una falsificación de la misma.
No obstante, la idea de progreso está
firmemente fijada en nuestras mentes y asociada a la economía,
aunque sea un concepto de origen religioso. Es una de esas palabras
que parecen ir siempre adherida a otra, como un hermano siamés, en
nuestro caso a la tecnología, progreso tecnológico, que es la
piedra sobre la que se levanta la iglesia del crecimiento ilimitado.
La
economía parece permearlo todo, de forma que todo parece tener que
pasar por el cedazo del imperialismo económico. Es normal considerar
casi cualquier cosa desde este punto de vista, utilizando los
instrumentos de la economía para su análisis. Así en el famoso
libro Freakonomics,
Steven Levitt y Stephen Dubner la proclaman como “la exploración
del lado oculto de todas las cosas”. Mires por donde mires hay un
aspecto económico relevante. Tal situación no es en absoluto
sorprendente, a diferencia de otras ciencias que se definen por su
campo de estudio, el paradigma neoclásico define la economía por su
método de estudio, por ejemplo la clásica definición de Robbins:
“La economía es la ciencia que analiza el comportamiento humano
como la relación entre unos fines dados y medios escasos que tienen
usos alternativos”. Pero cuando uno tiene un martillo acaba viendo
clavos por todas partes.
Así
las cosas, el crecimiento de la producción se ve como algo necesario
e imprescindible y, en consecuencia, ni se cuestiona. Tal vez, sea el
único punto en común de las más variadas y distantes posiciones
ideológicas, enfrentadas en todo menos en su fe en el crecimiento
sobre la base del progreso tecnológico. Sin embargo, el crecimiento
de la producción indefinido no es posible en un entorno ecológico
que no crece y que se encuentra en un estado cuasi estacionario.
A diferencia del imperialismo económico que
proclama que todo ha de ser visto desde el punto de vista económico,
la realidad nos dicta que nuestro planeta es un sistema termodinámico
cerrado, sin apenas intercambio de materia con su entorno y con un
flujo de energía de baja entropía que proviene del Sol que es
estable, a escala de tiempo humana, y disperso. Lo que no es más que
afirmar que la economía está lejos de ser el todo relevante y que
no es más que un subsistema ecológico y no puede crecer más allá
de sus límites. En realidad no puede alcanzar esos límites pues los
servicios prestados por el capital natural son imprescindibles para
el mantenimiento de la vida humana.
Nuestra realidad es que el crecimiento de la
producción se realiza en grave detrimento del capital natural, lo
que se ha venido en definir como crecimiento antieconómico. Cuando
el crecimiento de la producción provoca más costes que beneficios,
a nivel microeconómico existe una regla de parar, el beneficio
marginal desaparece por añadir una unidad más a la producción y
cada unidad adicional nos sitúa en peor posición. Por desgracia, a
nivel macroeconómico no existe nada comparable, contabilizamos
nuestro crecimiento en una única partida de actividad económica
suponiendo que por regla general sus beneficios son abrumadoramente
superiores a los costes en que incurrimos, por lo que ni siquiera
merece hacer cuentas separadas. En otras palabras a nivel
macroeconómico no existe un concepto tan “económico” como la
escala óptima, no hay regla de cuando parar.
Se
preguntará el lector cómo es posible tal paradoja,
Herman Daly (1999) nos lo explica con meridiana claridad:
¿Por qué
está sencilla extensión de la lógica básica de la microeconomía
es tratada como inconcebible en el dominio de la macroeconomía?
Principalmente, porque la microeconomía trata de la parte y, la
expansión de la parte está limitada por el coste de oportunidad que
infringe al resto del todo el crecimiento de esa parte bajo estudio.
La
macroeconomía trata del todo y, el crecimiento del todo no infringe
costes de oportunidad, porque no existe “el resto del todo” que
sufra el coste. Los economistas ecológicos han señalado que la
macroeconomía no es la parte relevante del todo, es en sí misma un
subsistema, una parte del ecosistema, la naturaleza es más grande
que la economía.
Son en realidad los problemas económicos los
que tienen que ser vistos también con los ojos y los instrumentos de
la física, química, antropología, historia, biología, etc para
darles un contexto adecuado y la real dimensión que tienen, en lugar
del efecto túnel que nos provoca el paradigma neoclásico.
Este efecto túnel es patente en la medición
del bienestar a través de una variable de flujo como es el PIB o el
PNB. Debemos tener muy presente que el bienestar es proporcional a la
riqueza, que es una variable de stock. Si queremos aumentar la
riqueza debemos aumentar el flujo de producción, pero ese aumento
lleva asociado unos costes que soporta el capital natural pero que el
PIB simplemente no contabiliza o los contabiliza como una actividad
económica “positiva”. Por ese motivo Kenneth Boulding denominaba
al PNB como Coste Nacional Bruto. Como explica Daly más allá de
cierto punto los beneficios de aumentar el stock, es decir,
transformar capital natural en capital hecho por el hombre, no
compensan los costes que provoca el flujo.
El paradigma neoclásico nunca se enfrenta a
ese problema, simplemente considera que el capital producido por el
hombre es sustitutivo del capital natural.
Como
llegó a afirmar Robert Solow (1974): si
es muy fácil sustituir los recursos naturales por otros factores,
entonces en principio no hay problema
Tal vez, en principio, cuando los recursos son
abundantes, estamos en un mundo vacío, podemos ignorar los costes y
continuar transformando, que no produciendo, recursos naturales en
productos y servicios para nosotros además de generar residuos. Pero
los recursos no son inagotables y algunos de ellos no son meros
stocks a la espera de ser transformados, sino que son sistemas
complejos e interconectados que proporcionan servicios necesarios
para el mantenimiento de la vida. Además vivimos en el mismo lugar
donde se vierten los residuos, algo que algunos parecen olvidar.
Podemos
afirmar que Solow defiende una economía del Cowboy similar a un
ecosistema joven, que definimos con palabras de Daly (1999): Los
ecosistemas jóvenes (y las economías cowboy) tienden a maximizar la
eficiencia productiva, esto es, el ratio entre el flujo anual de
biomasa producida y el preexistente stock de biomasa que la produjo.
Por
el contrario, las economías astronautas, que habitan un mundo lleno,
son como un ecosistema maduro y estable: Los
ecosistemas maduros (y las economías astronauta) tienden a maximizar
el ratio inverso entre el stock de biomasa existente y el flujo anual
de biomasa que mantiene el stock. Este último ratio aumenta cuando
la eficiencia del mantenimiento se incrementa.
Como
no disponemos de recursos materiales y energéticos ilimitados y
tampoco de sumideros de residuos que no nos afecten negativamente,
nuestra única política posible es mantener el stock de capital
natural y el transformado por el hombre, el realmente útil para
nosotros, y minimizar el flujo de producción. Esto es diametralmente
opuesto a todo lo que hacemos o se nos propone que debemos hacer para
alcanzar mayores cotas de bienestar "antieconómico" para
la inmensa mayoría.
El capital natural es visto por el actual
paradigma económico como una fuente de materias para transformar,
aunque lo llamen producción. Sin embargo, proporciona servicios que
son vitales pero que desgraciadamente no tienen mercado y por ello no
son valorados, desaparecen de la ecuación, lo que no se cuantifica
en dinero no existe. Por ejemplo, un bosque no es sólo fuente de
madera para la industria, también tiene importantes funciones como
bien público, sin querer ser extensivo citemos algunas: a nivel
local evita la erosión de suelo y las inundaciones; a nivel regional
sirve de cobijo y cría a especies animales y; a nivel global es un
sumidero de C02.
Aunque
todas esas funciones son valiosas, el mercado no las valora. El
principal problema es que esos servicios no permiten el ejercicio
claro de derechos de propiedad y el flujo de madera sí. Todos los
incentivos económicos se dirigen a la explotación del recurso
(stock) en su aspecto de flujo y se olvida completamente su
componente de fondo como prestador de servicios. Aunque sean vitales
y crecientemente escasos, nada en nuestro sistema económico está
preparado para lidiar con el problema. Añadir un problema adicional
que también debe soportar el bosque citado en nuestro ejemplo. Los
niveles de decisión que afectan al bosque, su explotación maderera
y los diferentes servicios que presta son completamente diferentes y
tienen intereses contrapuestos difíciles de conciliar, especialmente
si añadimos la existencia de un nivel de decisión
intergeneracional.
El problema es, como decía Bar Materson, que
todos recibimos la misma cantidad de hielo (bienestar); pero los
ricos en verano (económico) y los pobres en invierno
(antieconómico). Incluso algunos de los que reciben hielo en
invierno se ponen del lado de los que lo reciben en verano con la
esperanza de que ellos algún día lo reciban también en esa
estación. Como John Ruskin anticipó, “Lo que parece ser riqueza
podría ser, en verdad, sólo el dorado indicio de la ruina
absoluta...”
El primer paso para revertir esta situación es que el gobierno abandone como objetivo de su política económica el crecimiento
de la producción, y adopte el objetivo de mantener y mejorar tanto el capital natural como el creado por el hombre.
Podemos
ver un ejemplo concreto con el caso de la vivienda. Los españoles
tenemos la necesidad de un techo, y en España había en 2013 más de
26 millones de viviendas. Si pensamos en términos de satisfacer esta
necesidad, y no en el de dar trabajo a la gente, una política
adecuada sería intentar aumentar el ratio de ocupación, dado que en
España hay 3,4 millones de viviendas vacías. Esto nos ahorraría un
coste considerable, en preciosos recursos, energía y materiales, y
en trabajo (que se reflejaría convenientemente en un descenso del
PIB), dado que podríamos ahorrarnos construir las 35.000 viviendas
que iniciamos ese mismo año. Por otro lado, el objetivo de mejora
del capital existente se reflejaría en mejorar el stock de viviendas
construidas para reducir su consumo energético y sus costes de
mantenimiento. El mismo principio podría aplicarse al capital
natural, como por ejemplo nuestras costas y las pesquerías.
Aplicando esa política seriamos más ricos, y
no menos, como estúpidamente se afirma, dado que no tendríamos más
viviendas vacías, pero sí mejores viviendas y recursos de más
calidad para el futuro, y también para el presente, ya que no
destruimos, por seguir con el ejemplo anterior, los servicios que
presta un bosque con la construcción de más viviendas. Quizás
nuestro crecimiento es ya antieconómico, no así el de los países
menos desarrollados, que necesitarían más capital transformado por
el hombre, para mejorar las condiciones de vida de una parte de su
población. Necesidades que les será más complicado cubrir, dado el
creciente deterioro del capital natural.
Gestionar prudentemente los recursos
La gestión de los recursos naturales es un
aspecto fundamental si consideramos que lo que conocemos por proceso
de producción se trata en realidad de un proceso de transformación
de los recursos naturales (baja entropía) en bienes y servicios
destinados a los seres humanos, en función de su dotación de
riqueza y renta, generando a su vez residuos (alta entropía).
En el apartado anterior abogamos por una
política de minimización de flujo y maximización del capital como
la vía para mantener un equilibrio entre nuestras necesidades y la
capacidad de nuestro entorno de mantener no sólo la vida, sino una
sociedad con un bienestar razonable para las generaciones actuales y
para las generaciones futuras. En este apartado profundizaremos cómo
enfrentarnos a esa gestión y cuáles son las diferencias con el
enfoque dominante, que desde nuestro punto de vista es
fundamentalmente erróneo.
Lo primero que hay que señalar es que la
gestión de recursos involucra no pocos aspectos de carácter
normativo, decisiones políticas si lo prefieren, sobre la base de
elecciones éticas. Es importante, en nuestra opinión, resaltar este
aspecto ya que la economía neoclásica se atribuye una cualidad de
ciencia dura libre de valoraciones ideológicas que es no sólo
falsa, sino engañosa, ya que reviste sus consejos de un aura de
objetividad de la que carece.
No
obstante, debemos señalar que los límites físicos no son
debatibles salvo que falsemos las teorías científicas que los
sustentan. Las teorías ciertamente están a la espera de ser
falsadas (Popper), lo que no implica que dejen de ser necesariamente
teorías efectivas, por eso seguimos utilizando la mecánica
newtoniana. Requiere no sólo falseamiento, sino que resulten
invalidadas para aquello para lo que las aplicamos. Por ejemplo, la
mecánica newtoniana es inválida para calcular nuestra posición
mediante un sistema de satélites como el GPS.
Los recursos naturales se pueden clasificar en
renovables y no renovables, sin embargo, no agota las posibles
clasificaciones. Por ejemplo, la clasificación en recursos abióticos
(no biológicos) y bióticos (biológicos) es de gran utilidad para
su estudio. Los recursos abióticos pueden ser no renovables y no
reciclables, esencialmente los combustibles fósiles, o se trata de
recursos prácticamente indestructibles. Los recursos bióticos se
caracterizan por tener una doble vertiente, proporcionan por un lado
un flujo de recursos para su transformación (p.e. madera) y
servicios esenciales para la vida (absorción de C02, evitan la
erosión de los suelos, permiten el desarrollo y mantenimiento de la
diversidad biológica, etc.).
Los minerales y los combustible fósiles son
esencialmente diferentes porque los primeros son reciclables y
diferentes generaciones pueden hacer uso de ellos, son rivales para
la misma generación pero no rivales entre generaciones, y los
combustibles fósiles una vez utilizados como fuente de energía no
se pueden reciclar, son rivales siempre, si yo los uso no los puedes
usar tú, ni tampoco nadie en el futuro, a diferencia de los
minerales. Precisar que la rivalidad es una característica
exclusivamente física. Evidentemente el reciclaje requiere energía,
si no disponemos de ella, el reciclaje se desvanece.
El agua, tal vez el recurso natural más
importante, es el más difícil de clasificar. Los acuíferos son
similares a los minerales, mientras que las aguas superficiales casi
se pueden considerar recursos bióticos, pues tienen la doble
vertiente de flujo y de fondo que les caracteriza. Sin embargo, no
puede ser destruida, como sí ocurre con los recursos bióticos. Sí
que puede ser contaminada lo que le resta valor especialmente como
fondo que proporciona servicios.
Los combustibles fósiles como fuentes de
energía primaria tienen para la sociedad industrial una importancia
extraordinaria, aproximadamente el 85% de la energía que consumimos
proviene de esta fuente. La cuestión esencial en torno a ellos es la
capacidad que tenemos para recuperarlos en sus yacimientos
geológicos, de forma que nos sean útiles para transformar otros
recursos naturales en bienes y servicios.
En
el límite un recurso energético no es recuperable cuando cuesta más
obtenerlo, en términos energéticos, de lo que aporta. La tecnología
puede proporcionar métodos para reducir el coste energético, sin
embargo, esos métodos, como cualquier otra cosa, están sometidos a
límites irreductibles; por ejemplo, al menos cuesta 9,8 julios de
energía elevar 1 kg a
un metro de altura sin importar cuál es
la tecnología
que
usemos.
La
tecnología puede compensar hasta cierto punto los costes, pero como,
por regla general, agotamos primero los mejores recursos, de más
baja entropía, el resultado a largo plazo es un descenso de la
energía neta que nos proporcionan los combustibles fósiles. Ese
declive está comprobado y es irreversible. Además, la utilización
de combustibles fósiles genera residuos, y ese impacto reduce el
total de energía que disponemos, de una forma u otra, cuando se
supera la capacidad de absorción de los recursos bióticos.
Compensar el impacto requeriría energía, aunque no es común
hacerlo. Si no lo compensamos, afecta a los ecosistemas que captan y
transforman energía solar en bienes y servicios imprescindibles para
la vida, reduciendo esa capacidad de transformación, lo que nos
obliga a utilizar más energía para compensar la pérdida, sin ganar
nada. Desde el punto de vista económico esta situación genera mayor
actividad, aunque sea un mero paliativo de los males que hemos
desencadenado y, por lo tanto, aumenta el crecimiento del PIB.
Confundimos costes con beneficios sumándolos todos en la misma
partida o considerando los beneficios, sin contabilizar previamente
los costes.
Los
recursos bióticos son más difíciles de analizar porque partimos de
una ignorancia muy elevada sobre los mismos, ya que forman parte de
sistemas ecológicos increíblemente complejos y dinámicos. Los
niveles de incertidumbre, no confundir con probabilidades
esterilizadas de un casino, o de pura ignorancia, hacen que cualquier
gestión de los mismos deba estar presidida por una prudencia
extrema,casi paranoica ya que los servicios que proporcionan
sustentan la vida en nuestro planeta.
Cuando te enfrentas a problemas con un elevado
grado de incertidumbre, con propiedades no lineales, y las
intervenciones naíf pueden provocar pérdidas catastróficas, que
permanecen ocultas durante un tiempo más o menos prolongado, y sólo
proporcionan unos beneficios limitados aunque visibles a corto plazo,
la prudencia debería ser la regla de oro. La forma de tratar la
incertidumbre es en último término una elección puramente
normativa, una elección que realizamos en atención a nuestro
desconocimiento esencial que no accidental del sistema ecológico.
La
estructura ecológica está formada por los individuos y comunidades
de seres biológicos, así como los recursos abióticos. Estos
elementos forman un sistema complejo y complejizante donde el todo es
más que la suma de las partes y, donde es habitual un comportamiento
no lineal, por lo que no podemos predecir en absoluto los efectos
globales sobre la base de nuestro conocimiento parcial de ciertas
partes o subconjuntos. De esas interacciones surgen, como fenómenos
emergentes, funciones ecológicas como el ciclo del agua.
Podemos clasificar los recursos bióticos en:
recursos renovables; servicios ecológicos; y capacidad de absorción
de residuos. Lo esencial es que aunque se puedan estudiar por
separado forman un sistema complejo, por lo que lo que puede parecer
una afección insignificante de la estructura (los recursos tratados
como flujo para su transformación) puede tener efectos mucho más
importantes en los servicios o en la capacidad de absorción de los
residuos. Los recursos renovables tienen lo que se denomina capacidad
de carga, más allá de ella empiezan a degradarse afectando al
sistema en su conjunto. Sin embargo, debemos abandonar la idea de
poder cuantificar de forma estática esa capacidad de carga, que está
influida e influye en los otros aspectos de sistema.
La idea naíf de que vamos a dar un precio a
las posibles “externalidades” para igualar el coste social y
privado es totalmente absurda por dos motivos: primero, requiere un
planificador omnisciente; y segundo, la idea de la existencia de un
planificador cohabitando junto al mercado, entendido como mano
invisible que opera de forma automática para alcanzar el equilibrio
óptimo, en el sentido de Pareto, son totalmente incompatibles. No es
más que la reedición de los epiciclos del sistema Ptolemaico.
Primero, ignoras los recursos y su transformación, que siempre
genera residuos y, a continuación, los calificas como externos a tu
modelo. Si tu modelo pretende representar un animal sin boca ni ano
tienes un serio problema de comprensión de la realidad.
El paradigma neoclásico afronta la gestión de
los recursos desde el punto de vista del mercado como asignador
eficiente. Sin embargo, es bien conocida la existencia de los fallos
de mercado, por ejemplo, un monopolio natural debido a las altas
barreras de entrada es un caso arquetípico de supresión de la
competencia. Pero existen más fallos de mercado que afectan de forma
crucial a la gestión de los recursos naturales.
Se considera que existe un fallo de mercado
cuando no existen instituciones que establezcan, definan e impongan
derechos de propiedad o por sus características no haya la
competencia que requiere el mercado. El mercado necesita derechos de
propiedad bien definidos y que los bienes sean rivales, que el
consumo o uso por parte de alguien excluya su consumo o uso por parte
del resto, es lo que se define como rivalidad. Ninguno de los
recursos naturales cumple con ambas condiciones, y además existe el
factor temporal, que empeora la situación al considerar a las
generaciones futuras.
El ejemplo típico de la falta de definición
de los derechos de propiedad es la “tragedia de los comunes”
aunque los “commons” eran una propiedad colectiva perfectamente
regulada, totalmente alejada de cualquier “tragedia”. En
realidad, se refiere a los recursos con libre acceso, por ejemplo la
pesca, donde no existen instituciones que puedan imponer unos
derechos de propiedad definidos. La tragedia significa que las
decisiones individuales basadas en el propio provecho no producen el
bien común, sino todo lo contrario.
Es
importante destacar lo que ocurre cuando existe un conflicto entre
los mercados y los bienes públicos, aquellos en los que no puede
haber exclusión y no son rivales. Siguiendo un ejemplo de Daly y
Farley (2004) consideremos la situación en la que aparceros
brasileños son expulsados de las tierras donde trabajan en productos
para el mercado local por el terrateniente, que piensa dedicar sus
tierras a la explotación de un producto como la soja destinado al
mercado internacional y que es altamente mecanizable. La mejor opción
disponible es convertirse en colonos en la Amazonía, donde talarán
un trozo de tierra, vendiendo la madera y, posteriormente, se
dedicarán a su explotación agrícola. Ambas actividades son de
mercado y pueden ser cuantificadas por su valor monetario y
descontadas a su valor actual. Sin embargo, los servicios producidos
por la selva amazónica a nivel local, regional y global, son bienes
públicos sin mercado, no tiene valoración.
Existen intentos de cuantificación, sin
embargo, son vanos pues el valor asignado depende de nuestros
conocimientos limitados y, lo que es peor, son una función no-lineal
que depende de cuantos sean los desplazados para calcular su impacto.
Desconocemos el punto a partir del cual las consecuencias pasan a ser
catastróficas, sólo podemos saberlo en retrospectiva. Desde el
punto de vista del colono su comportamiento vendiendo la madera y
cultivando la tierra es completamente consistente con un
comportamiento económico estándar. Desde el punto de vista global,
las pérdidas, aunque no cuantificadas, superan con mucho el
beneficio individual, pero no hay mecanismos que permitan la
compensación. El choque de los bienes públicos con el mercado nos
conduce a una situación de empobrecimiento por destrucción del
capital natural. Desde el punto de vista económico se reflejará en
un aumento del PIB.
El problema es muy grave, pues no se asignan y
proveen eficientemente los bienes a los que no son aplicables las
condiciones de mercado como es el caso de los servicios que
proporciona el capital natural. La despreocupación hacia estos
bienes y servicios proviene de la hipótesis de sustituibilidad entre
el capital hecho por el hombre y el capital natural. Cuando un
recurso escasea, aumenta su precio, estimulando la innovación y su
sustitución. Las pruebas de ese mecanismo son numerosas en los
últimos 200 años, de lo cual se deduce que funciona.
Hay dos problemas básicos que nos debemos
plantear. Primero, lo que Nicholas Nassim Taleb denomina confundir la
ausencia de evidencia con la evidencia de ausencia: basta un cisne
negro para desmentir la proposición “todos los cisnes son
blancos”, innumerables confirmaciones anteriores no sirven cuando
descubrimos un cisne negro. Segundo, si los bienes que escasean o
comienzan a escasear no cumplen con las condiciones de mercado no
tienen precio, por lo tanto, no hay ningún signo de aviso. Como
dichos bienes y servicios han sido tan abundantes durante gran parte
de los últimos 200 años se deduce que lo van a seguir siendo para
siempre, la hipótesis del mundo vacío. La economía neoclásica
trata con escaseces particulares, pero subyace la hipótesis de la
abundancia general gracias al progreso tecnológico.
El paradigma neoclásico reduce los fallos de
mercado a un problema de externalidades, en el que los costes o
beneficios privados no coinciden con los sociales. En realidad la
denominación de externalidad es totalmente inadecuada ya que son
inevitables e internas al proceso de producción (transformación).
La solución universal es asignar derechos de propiedad para igualar
esos costes, siendo innecesaria la intervención del Estado más allá
de garantizar e imponer el respeto a los derechos de propiedad. Ya
hemos comentado que no siempre es posible asignar esos derechos o
imponerlos, pero a efectos dialécticos vamos a conceder que es
factible.
De
acuerdo con el teorema de Coase desde el punto de vista social es
similar conceder un derecho, por ejemplo, al aire limpio que un
derecho a contaminar ese mismo aire, ambas soluciones conducirán a
una solución idéntica, siempre que no haya costes de transacción y
sepamos valorar cuales son los daños infringidos a la propiedad
(externalidades negativas).El teorema supone que ambas partes tienen
la capacidad de pagar, lo que frecuentemente no suele ocurrir, además
suele ser imposible determinar los daños y los costes de transacción
porqué involucran a una gran cantidad de agentes. Podemos afirmar
que las hipótesis del teorema son completamente irreales y, además,
subyace que considera plausible conceder el derecho a contaminar
Puede parecer que políticamente la regla de, quien contamina paga,
representa una elección normativa, pero es sólo una apariencia. Por
ejemplo, los países ricos se arrogan el derecho de contaminar los
países pobres que utilizan como vertederos de sus residuos.
Sin embargo, el problema más grave para la
gestión de los recursos es que para que cualquier mercado funcione
todos los interesados deben poder participar. En el caso de los
recursos las generaciones futuras tienen indudable interés, pero no
tienen capacidad de participar. Si postulamos que las generaciones
futuras tienen derecho al mantenimiento de los ecosistemas que
proporcionan los servicios imprescindibles para el mantenimiento de
la vida, significa que debemos invertir en recursos renovables a
medida que agotamos los recursos no renovables y, evitar o compensar
el deterioro que estos producen en el suministro de los servicios
naturales que su explotación supone.
Lo
anterior evoca a la renta de Hicks, que es sostenible por
definición, en palabras de Daly (2008):
...la
máxima cantidad que una comunidad puede consumir en un año, y ser
todavía capaz de producir y consumir la misma cantidad el año
siguiente. En otras palabras, la renta es la máxima cantidad que se
puede producir manteniendo la capacidad productiva (capital) intacta.
Cualquier consumo de capital, hecho por el hombre o natural, debe ser
sustraído en el cálculo de la renta. Asimismo, debe abandonarse la
asimetría de añadir al PIB la producción de los anti-males sin, en
primer lugar, haber sustraído la generación de los males que han
hecho los anti-males necesarios. Señalar que el concepto de Hicks de
renta es sostenible por definición. La contabilidad nacional, en una
economía sostenible, debería intentar aproximarse a la renta
hicksiana y abandonar el PIB.
Una vez más, retomamos el concepto de la
economía astronauta, que maximiza el stock de capital minimizando el
flujo, justo lo contrario de lo que hacemos. En el caso de los
recursos el citado comportamiento es equivalente a administrar una
empresa con criterios de liquidación. El principio rector absoluto
en un entorno de incertidumbre es la prudencia, pues acciones que
pueden ser beneficiosas de forma limitada, pero inmediata, pueden
esconder perdidas catastróficas que permanecen ocultas a corto plazo
y sólo se manifiestan a largo plazo.
Las
asunciones básicas del paradigma neoclásico son: maximización del
interés propio; y el criterio de Pareto como un sistema “objetivo”
de asignación. Con esas premisas los intereses de generaciones
futuras se tratan con el instrumento del descuento de flujos para
obtener el valor neto actual y realizar las comparaciones pertinentes
con las alternativas. La citada operación tiene un sesgo contrario a
cualquier criterio de sostenibilidad, cuanto más alto el tipo de
descuento peor, en el sentido de la renta de Hicks antes citada. El
descuento valora sistemáticamente los beneficios y costes futuros
menos que los presentes. 1.000 € ahora tienen un valor mayor que
1.000 € en el futuro, cuando más lejano sea el futuro menor será
su valor presente. La razón es que hay un coste de oportunidad,
puedo invertir 1.000 € ahora con una cierta rentabilidad. Este
criterio del descuento es el que subyace en la regla de Hotelling, no
confundir con la ley de mismo autor, que concluye que en competencia
perfecta el precio de los recursos no renovables debe aumentar
acompasadamente con el tipo de interés de mercado en cada momento.
Sin embargo, los precios de los combustibles
fósiles no muestran el citado comportamiento. En el caso del
petróleo, la serie histórica muestra, en el largo plazo, una gran
estabilidad a precios constantes. En primer lugar, los mercados de
los combustibles fósiles están lejos de ser un mercado en
competencia perfecta. En segundo lugar, los precios no reflejan la
escasez de los recursos en su estado natural, sino la escasez o
abundancia de lo que hemos extraído que depende de nuestra capacidad
de extracción. Como se suele afirmar respecto al crudo, lo relevante
no es el tamaño del barril sino del grifo. Si tenemos un precio
relativamente bajo del recurso se incrementará su ritmo de
extracción, pues la lógica económica nos indica que la mejor
opción es venderlo e invertir el beneficio obtenido en las
alternativas con mayor rendimiento. Además el precio bajo rompe el
estímulo de la sustitución, mediante el uso de tecnologías
alternativas y, por el contrario fomenta las actividades
complementarias, lo que abunda en el agotamiento del recurso.
Las soluciones al problema de la gestión de
los recursos son un reto complicado. La economía ecológica propone
un criterio de sostenibilidad que se traduce en el mantenimiento del
stock de capital natural lo más intacto posible entre las diferentes
generaciones, como lo era antes de la primera revolución industrial.
Es cierto que la explotación de los recursos no renovables implica
necesariamente el agotamiento, pero aquí la tecnología nos permite
tener sustitutos renovables en los que invertir para legar la misma
capacidad que la que heredamos en el contexto de un desarrollo
económico sin crecimiento del flujo. Sin embargo, el mercado no nos
proporciona, como hemos visto, las señales para esa sustitución.
Para ello se propone cambiar el objetivo de la
fiscalidad de aquello que más queremos, añadir valor, a lo que más
detestamos, el agotamiento de los recursos. Herman Daly (2008)
propone para una Economía en Estado Estacionario que se corresponde
con un planeta termodinámicamente cerrado lo siguiente:
1.
Sistema de fijación de límites máximos e intercambio de derechos
mediante subasta para la explotación de los recursos básicos.
Límites biofísicos máximos a escala de acuerdo con la fuente o el
sumidero que los limite, el que sea el más restrictivo. La subasta
captura las rentas de la escasez para una redistribución equitativa.
El comercio permite la asignación eficiente para los mejores usos.
2. Reforma
fiscal ecológica—cambiar la base imponible desde el valor añadido
(capital y trabajo) sobre “aquello a lo que se añade valor”, es
decir, el flujo entrópico de recursos extraídos de la naturaleza
(agotamiento), a través de la economía y, de vuelta a la naturaleza
(contaminación). Internalizar los costes de las externalidades así
como aumentar los ingresos más equitativamente. Apreciar lo escaso
en la contribución de la naturaleza que previamente no tenía
precio.
Desde la visión del crecimiento indefinido
tales propuestas son absurdas ya que limitan el flujo de recursos sin
el cual la economía no puede crecer en términos de PIB, único
objetivo efectivo de la política económica actual. Para nuestra
perspectiva son un paso adelante encaminado a minimizar el flujo de
transformación (producción) y conservar el capital natural y el
hecho por el hombre, permitiendo el desarrollo económico en
contraposición al crecimiento. La principal función de los
instrumentos propuestos es permitir que la provisión de bienes
públicos sea la adecuada. En resumen, se trata de que el subsistema
económico encuentre su dimensión óptima en relación al sistema
ecológico, en función de los recursos disponibles, los límites
físicos ineludibles y la tecnología de cada momento.
Democratizar el dinero
Las sucesivas crisis financieras del periodo de
la globalización han reavivado, durante los últimos quince años,
las críticas a nuestro sistema monetario. A través de una prolífica
serie de libros y documentales algunos ciudadanos hemos ido
conociendo sus características, la más llamativa de las cuales es
la creación, por la banca comercial, del dinero como crédito, por
el procedimiento de realizar una anotación en la cuenta del cliente,
creando un depósito, en el mismo momento en que se concede el
crédito.
Este dinero-deuda o dinero-crédito no explica,
sin embargo, todo el proceso de creación monetaria. Como enfatizan
los teóricos de una reciente teoría post-keynesiana, llamada Teoría
Monetaria Moderna, los estados modernos tendrían el monopolio de
creación de activos financieros netos, es decir, monedas, billetes y
reservas de la banca comercial en el banco central. A partir de este
punto los teóricos monetarios comienzan a divergir:
Las teorías recogidas en los libros de texto
señalan que la banca comercial "multiplica" una serie de
veces los activos financieros netos creados por el banco central. A
través de este proceso de "multiplicación", el banco
central controlaría la creación monetaria, y restringiendo o
aumentando la cantidad de reservas, o fijando su precio, el tipo de
intervención, que a su vez influiría en otros tipos de interés,
conseguiría controlar el todo a través de la parte, incluso aun
cuando la parte, los activos financieros netos creados por el banco
central, es tan minúscula como para oscilar entre el 3 y el 9%.
Por el contrario, precursores de la economía
ecológica como Frederick Soddy y los economistas post-keynesianos
consideran que el dinero es endógeno, es decir, viene determinado
por la demanda de préstamos de ciudadanos y empresas, y por la
habilidad del sistema financiero para conceder nuevos préstamos, que
depende de los préstamos fallidos anteriores.
Recientemente
esta postura ha cobrado mayor relevancia de cara a la opinión
pública merced a un documento del Banco de
Inglaterra,
en el que entre otras cosas se afirmaba: "En situaciones
normales (tradúzcase por: cuando no hay una crisis), el banco
central no fija la cantidad de dinero en circulación, ni el dinero
del banco central es multiplicado en
más préstamos y depósitos".
El multiplicador monetario es un mito,
la mejor analogía para los bancos centrales no es la del controlador
aéreo, sino la del equipo de bomberos que intenta mitigar los daños
y rescatar a los supervivientes de la catástrofe. En realidad, el
banco central no fija, ni por aproximación, la cantidad de dinero en
circulación, intenta influir en esa cantidad de dinero a través de
la base monetaria, esencialmente las reservas que los bancos
comerciales poseen en el banco central con las cuales saldan las
operaciones entre ellos.
Sin embargo, de acuerdo con la teoría del
dinero endógeno la causalidad es la contraria a la que relata la
fábula del multiplicador, la base monetaria se mueve de acuerdo con
los requerimientos del dinero que crean los bancos comerciales cuando
realizan prestamos, primero prestan y luego buscan las reservas (base
monetaria). Eso implica que el banco central no controla, crea las
reservas necesarias mediante préstamos, si el banco comercial no
puede obtenerlas por otros medios (normalmente el mercado
interbancario donde las entidades se prestan entre ellas).
El motivo por el que el banco central acude,
casi siempre, en auxilio de los bancos, no es sólo para evitar
problemas de liquidez en el conjunto del sistema cuando alguna
entidad tiene problemas, sino porque su objetivo fundamental es el
mantenimiento de un determinado tipo de interés. Si el banco en
cuestión no encuentra el dinero en el interbancario a un tipo
determinado y necesita el dinero, se produciría una escalada de
tipos que se transmitiría al resto del sistema. Por eso el banco
central le prestará las reservas al tipo de intervención fijado. En
resumen, la base monetaria se crea a demanda de la cantidad de dinero
en circulación que crean los bancos comerciales, justo lo contrario
de lo que explican los libros de texto de economía.
En períodos de crisis, los bancos centrales
intentan que el sistema funcione tal como cuentan los libros, crean
base monetaria para expandir la cantidad de dinero en circulación.
Los métodos son variados, el más importante es el "Quantitative
Easing", que consiste en la compra en el mercado de activos
financieros para aumentar los depósitos de los vendedores, por
ejemplo, la adquisición de bonos a un fondo de pensiones. La venta
de los bonos aumenta su depósito en un banco comercial. Eso implica
que aumenta la reserva de ese banco en el banco central. Visto desde
el punto de vista del banco central la compra de los activos
financieros supone un aumento de sus activos (cuando el banco central
extiende un cheque no necesita tener el dinero, lo crea ex novo,
fiat) y la contrapartida en su pasivo es el incremento de la reserva
del banco comercial donde el banco central ha depositado el dinero
que ha pagado al fondo de pensiones. Esto quiere decir que tienen las
reservas y no necesitan buscarlas, pueden pasar a prestar.
El problema es que la expansión del crédito
no sólo depende de la disponibilidad de reservas, en realidad la
disponibilidad de reservas es irrelevante, el problema es que no
tiene a quien prestar para compensar la destrucción de dinero que
supone el desapalancamiento del sector no financiero, empresas y
familias, o los impagos que se producen. Finalmente lo que sucede es
que lo dejan en depósito en el banco central, por eso se articulan
medidas para desincentivar ese comportamiento, como los intereses
negativos que constituyen una sanción, o lo que es mucho peor, ante
la falta de proyectos rentables se crean nuevas burbujas financieras,
que dan una cierta imagen de recuperación.
Pero las principales escuelas defensoras de la
teoría del dinero endógeno no llegan a las mismas conclusiones,
para los post-keynesianos los problemas monetarios son políticos, se
deben a una mala operación del sistema, y la solución sería
realizar jubileos o quitas de deuda e inyectar generosas cantidades
de reservas o activos financieros netos en el sistema, a través de
la monetización de cuantiosos déficits públicos.
Para la economía ecológica el problema es
estructural, es el sistema en sí mismo el que es defectuoso, dado
que el dinero es creado de forma artificialmente escasa, al no
crearse el interés de los préstamos, que debe producirse en el
futuro, con nuevos préstamos, o con la inyección de activos
financieros netos a través de déficits del estado monetizados por
el banco central. Ambas soluciones apuntan o bien al desarrollo de
las fuerzas productivas o crecimiento, o bien a la inflación de
activos o la inflación genérica, dado que se han confundido dos
variables que siguen reglas esencialmente distintas: la riqueza real
proporciona los servicios necesarios para el mantenimiento de la vida
y el disfrute de la misma y sigue las leyes reales que rigen nuestro
universo, y su vara medir, el dinero, una abstracción, no ha sido
definido según esas leyes.
En
palabras de Frederick Soddy: Las
deudas están sujetas a las leyes de las matemáticas, más que a las
de la física. A diferencia de la riqueza, que está sujeta a las
leyes de la termodinámica, las deudas no se pudren con la vejez y no
se consumen en el proceso de vivir. Por el contrario, crecen en un
tanto por ciento por año, por las conocidas leyes matemáticas de
interés simple y compuesto [...] Esta confusión que subyace entre
la riqueza y la deuda es la que ha hecho una tragedia de la era
científica.
No se trata de un mero problema de regulación
del sistema financiero, ni se puede resolver haciendo propósito de
enmienda, tal y como es habitual escuchar: “hemos visto lo que ha
pasado y hemos aprendido de los errores, ahora lo vamos hacer bien”.
El problema es de carácter estructural. La creación de dinero
mediante deuda no supone que nadie renuncie a consumo presente por el
consumo futuro, el banco al prestar aumenta la capacidad de compra
total de la economía, no es un mero intermediario. Además como su
ganancia depende de los intereses que cobra por ese dinero (derecho
de señoreaje) provoca que sus incentivos se dirijan a aumentar el
crédito, en épocas de expansión, mucho más allá de lo necesario
para las actividades que añaden valor. La consecuencia es la
generación continua y creciente de burbujas financieras que hemos
experimentado los últimos 30 años.
Se puede
mejorar el desempeño de un coche averiado mediante la búsqueda de
la excelencia en la conducción, pero quizás es hora de pensar en un
cambio de coche, tal y como planteó el propio Soddy en 1924:
La emisión y retirada de dinero deben
ser potestad de la nación, realizarse en función del interés general, y debe cesar
por completo de proporcionar beneficios a
las corporaciones privadas.
El dinero no debe devengar intereses a causa
de su
existencia, tan solo
cuando es realmente prestado por su legítimo dueño, que lo da al prestatario.
Una parte muy importante de la deuda nacional debe ser
cancelada
y la
misma suma de dinero Nacional emitido
para reemplazar el
crédito creado
por los Bancos.
Los bancos deben ser obligados a mantener reservas de 'Moneda Nacional' dólar por dólar por cada dólar
depositado en ellos, a excepción de los depósitos que están
genuinamente 'invertidos', y no están disponibles paraser utilizados como dinero.
No se elimina el interés, sino sólo la
creación monetaria con interés, mediante una separación estricta
entre dinero y crédito. El dinero privado generalmente es creado con
fines de lucro, por ello se emite con interés, pero en el seno de
una comunidad política se puede crear dinero sin interés, para el
interés general, que se inyectaría a la sociedad a través del
gasto público. Los bancos deberían mantener una reserva de caja del
100%, y actuar realmente de intermediarios, prestando sólo el dinero
realmente ahorrado, que dejaría de estar disponible para el
ahorrador, hasta la cancelación del préstamo.
El
sistema de Soddy fue posteriormente refinado por los economistas
Henry Simons e Irving Fisher, y más tarde defendido por académicos
de prestigio como Maurice Allais. En el presente Richard Werner,
Kaoru Yamaguchi, Michael Kumhof o Jaromir Benes continúan su defensa
académica, y se ha creado una asociación con 30.000
seguidores en Reino Unido con
el objetivo de difundir entre el público la reforma,
y el parlamento de Islandia se plantea su implementación.
Es una reforma ampliamente conocida y estudiada, realizable con tan
sólo publicar una norma en el B.O.E. Dado que la creación monetaria
es una fuente de lucro considerable, la reforma tendría un efecto
redistributivo muy importante, que Kumhof y Benes denominaron
"dramática reducción de la deuda pública neta", y
"dramática reducción de la deuda privada".
Entre los aspectos que han oscurecido la
reforma se encuentra la mayor difusión de un sucedáneo posterior de
la misma, desarrollada por economistas liberales, copiando aspectos
esenciales de las reformas de Soddy y Fisher, pero cambiando
completamente el sentido. En la versión liberal se mantiene el
coeficiente de caja del 100%, pero la creación monetaria se
encomienda a un factor exógeno, que puede ser el suministro de oro,
u otro mecanismo que cumpla la misma función. Como de esta forma el
suministro de dinero depende de algo completamente aleatorio, sin
relación con la economía real, se abre una vía para ciclos de
inflación, deflación y crisis de deudas de carácter todavía más
devastador que los actuales.
En otras versiones, y ante el temor a los
brutales efectos de la anterior propuesta, se continúa manteniendo
el dinero-crédito bancario, y por tanto el fallo estructural,
introduciendo un factor exógeno que limite la cantidad de créditos
que pueden crear los bancos (por ejemplo, mantener una relación fija
con una reserva oro) o bien se le asigna la misma función de freno y
control a un factor endógeno (la competencia en un mercado en el que
se elimina la intervención de un banco central).
Esta visión parte de una concepción
filosófica del mundo incoherente, que olvida que el dinero es como
una commodity, algo que necesitamos todos (como el agua o el aire),
el puente por el que debe pasar cualquier transacción. Al igual que
cualquier commodity, la mayor fuente de lucro no se encuentra en su
uso prudente y eficiente, por el bien de todos, sino en la renta que
se podría obtener de su control y acaparamiento. Hay, por tanto, que
revertir la privatización de la creación monetaria y proceder a su
democratización.
Monedas para las necesidades de la comunidad
Volviendo
a citar a Polanyi, en su libro El sustento del hombre definía
el dinero como un sistema semántico, equivalente a los pesos y
medidas o al lenguaje. Si es así ¿Qué información nos da? El
dinero nos permite cuantificar de forma precisa la importancia de un
objeto o un servicio en una situación determinada, en la que
emplearemos el dinero por alguno de sus usos, que según la teoría
económica convencional son el de patrón de valor, medio de cambio y
depósito de riqueza. Polanyi añade un uso más, el de pago, pero lo
más interesante es que basándose en la evidencia etnográfica e
histórica, sostiene que los diferentes usos del dinero habrían
evolucionado de forma separada. En lugar de emplear un dinero “para
todo uso”, se habría empleado dineros distintos para cada uno de
los usos.
Por
ejemplo: En
la antigua Babilonia el dinero era corriente, pero tenía un uso
especial: el grano era el fungible más utilizado como medio de pago,
para los salarios, las rentas y los impuestos; la plata era empleada
universalmente como patrón de valor tanto en el trueque como en las
finanzas de productos básicos muchos de los cuales, como
equivalentes fijos, se usaban para el intercambio sin dar preferencia
a la plata.
Estos hechos arrojan una nueva luz sobre las
teorías del localismo monetario. Incluso en un sistema monetario en
el que hayamos eliminado la emisión de dinero con interés, y
corregido los principales fallos estructurales del sistema actual,
puede ser de gran utilidad separar las funciones del dinero, de forma
que su función de depósito de riqueza no obstaculice su función
como medio de cambio.
Incluso
en una economía más local, será deseable mantener un cierto
volumen de comercio exterior, para adquirir bienes necesarios que sea
difícil producir localmente, incluidas las materias primas. Para
ello será preciso una moneda acumulable, con un valor estable,
definida según los criterios que hemos detallado en el apartado
anterior. Sin embargo, a nivel local sería posible instituir todo un
variopinto ecosistema monetario, de forma que el medio de cambio
local no dependa de las vicisitudes de la moneda nacional, incluso
aunque esta esté definida ahora sobre bases sólidas. Con este fin
Silvio Gesell, en su obra El orden económico natural,
introdujo el concepto de “oxidación” de la moneda, o
depreciación programada en el tiempo, que incentiva el uso de la
moneda y resta sentido al acaparamiento, de forma que la función de
depósito de riqueza no interfiera con la de medio de cambio.
Este tipo de nuevos "ecosistemas
monetarios" se podrían incentivar con unas sencillas políticas
públicas que pueden ir desde una ayuda en su promoción y gestión
hasta la propia participación de la administración pública
incorporando las nuevas monedas en su presupuesto, ya sea a través
de su emisión para financiar una renta básica, el pago a
funcionarios o subvenciones, de modo que provean de financiación
pública gratis, como también mediante la aceptación de éstas en
pago de impuestos o adquisición de servicios y productos públicos
como pueden ser proyectos culturales, instalaciones deportivas,
actividades de ocio, etc… Cabe la posibilidad de dar crédito
barato o gratis a proyectos que de otra manera no lo obtendrían,
promoviendo y recompensando otros valores y modos de vida que no
tienen cabida en el economicismo actual.
La incorporación de las monedas regionales en
los presupuestos de la administración pública daría una mayor
seguridad a las monedas en su inicio y solucionaría la totalidad de
conflictos por problemas de asignación de recursos desde el gobierno
central a las distintas regiones del país, pues las monedas locales
permiten emancipar gran parte del presupuesto del gobierno central,
otorgando una mayor autonomía en la política a nivel regional y
favoreciendo así una administración pública mucho más cercana.
Una economía inclusiva y un marco para la innovación social
Uno
de los temores ante el fin de la economía del crecimiento es que
se produzca
una Gran Exclusión.
Uno de los costes de la producción es el trabajo, por fuerza debe
reducirse si la producción disminuye, o incluso si permanece
estacionaria, pero el empleo es para una gran mayoría de población
la única forma de percibir un ingreso que permita una mínima
autonomía personal.
Por
otro lado, la dependencia económica del mercado (o de un estado que
compense nuestra alienación mercantil) hace imprescindible algún
instrumento que nos proporcione autonomía económica personal, (sin
la cual a menudo se ven anuladas las demás libertades cívicas), y
que nos permita además reducir y transformar los procesos
productivos por otros realmente sostenibles sin que esa
“reconversión” tenga como resultado una Gran Exclusión. ¿Cómo
podríamos recuperar autonomía económica frente a esta necesidad de
crecimiento alienante y devastador o ante su inexorable declive?
En ausencia de los ancestrales bienes comunes
para la autogestión, serán necesarias nuevas formas de empoderar
económicamente a las personas. Todo el mundo debería disponer de
alguna alternativa frente al abandono y la indiferencia propias de un
mercado excesivo en su producción, pero insuficiente para emplear a
todos e insatisfactorio en la forma de hacerlo. Con este fin se
manejan dos alternativas, una Renta Básica de Ciudadanía y una
Garantía Pública de Empleo, para aquellos que son desechados por el
mercado. En la práctica, ambas opciones podrían convivir junto con
otros acuerdos complementarios.
Todo sistema económico debe repartir los
costes y los beneficios de la producción. Es evidente que una
redistribución a través de una Renta Básica es poco eficiente por
el lado del reparto de costes, mientras que resulta muy favorable en
otros aspectos esenciales, en particular al desligar el problema de
la subsistencia del móvil de la ganancia y del mercado de trabajo.
La ineficiencia en la distribución del empleo no deberían pagarla
los ciudadanos perjudicados por ella.
Para mejorar el desempeño de la Renta Básica
por el lado de los costes, y siempre que nos encontremos en un marco
previo de sostenibilidad, y no se use simplemente para redistribuir,
se podrían aplicar diversas modificaciones sobre su diseño
original, con resultados notables:
Frugalidad:
La Renta Básica ha de ser tan reducida como sea posible, aunque
suficiente para cubrir las necesidades básicas. Una forma de hacerla
todavía más frugal, es abonar una parte en forma de cuotas de
energía/alimentos intercambiables. De esta forma, se da un incentivo
para reducir el consumo propio, pudiendo traspasar los excedentes por
un módico precio, que se obtendría en forma monetaria para su uso
discrecional. Hay que señalar que una vez aplicada la reforma
fiscal, habría un gran incentivo para usar ese gasto discrecional de
una forma compatible con la salud del planeta.
Libertad para intercambios autónomos y liberación de tiempo para progreso personal
y social:
La Renta Básica, al ser universal, al contrario que una renta para
pobres, no fomentaría la economía sumergida, dado que la percibe
tanto quien trabaja como quien no. Además, cuando se propone desde
un marco de sostenibilidad, debemos tener en cuenta que al menos 2/3
de los impuestos deberían recaudarse con impuestos al consumo del
capital natural y a la propiedad, en particular de la tierra. Esto
permite suponer que los impuestos al trabajo pueden desaparecer, (si
no se consiguiese este objetivo, se podría buscar el mismo resultado
con el uso de monedas complementarias, como hemos explicado
anteriormente), salvo quizás para salarios elevados, por lo que la
distinción entre economía formal e informal desaparece, al menos
desde el punto de vista del trabajador. Esto podría suponer un gran
incentivo para complementar la Renta Básica con trabajos a jornada
parcial, o con intercambios autónomos entre los ciudadanos.
Supondría también un fuerte impulso a actividades de poca o nula
rentabilidad monetaria, como la mejora de bienes comunes y la
economía solidaria.
También permitiría liberar tiempo, dedicando
una parte al mercado, pero sin la angustia existencial de perderlo
todo por reducir tu participación. Incluso las personas que
decidiesen trabajar a jornada completa podrían plantearse tomar un
año sabático de vez en cuando, y las empresas se adaptarían al
nuevo marco ofreciendo contratos de mayor flexibilidad horaria.
La liberación de tiempo permite evolucionar
hacia una sociedad en la que nuestros verdaderos valores sean
protagonistas, en lugar de dejar que el mercado decida todo por
nosotros, poniendo en valor el tiempo de nuestra vida que no está
relacionado con la mera producción y consumo. Tiempo para la
autonomía personal y social, porque esa autonomía requiere
reflexión, aprendizaje y deliberación. Se abre por lo tanto la
posibilidad de una mejora interior del ser humano, frente al progreso
tan sólo material de los últimos siglos.
Permite cambiar la mentalidad que nos lleva a
que cualquier incremento de productividad se convierta necesariamente
en una mayor demanda de nuevos bienes y servicios, permaneciendo
siempre completamente ocupados en su producción con independencia de
su verdadera necesidad.
Es conocido el ejemplo del indígena que al
recibir como regalo un machete de fabricación industrial no utiliza
esa nueva herramienta para obtener una mayor recolección, acaparando
alimentos y materiales, sino para disfrutar de más tiempo para sí
mismo y para su vida en comunidad. En nuestro caso una equivocada
idea de progreso centrada en el crecimiento material no sólo impide
nuestra maduración como personas y como sociedad sino que exige una
acumulación devastadora. Aun apostando por una ampliación de
posibilidades de la humanidad, distinta de la conformidad con su vida
y su mundo propia del indígena, esta pasaría por una mejora de
nosotros mismos y de nuestro conocimiento, no por una permanente
infantilización de la vida adulta (abandonada en una actividad
laboral heterónoma y en una forma de disfrutar basada en el consumo
de sensaciones).
En nuestro modelo económico la única manera
de compensar los puestos de trabajo perdidos por la mejora
tecnológica y por los ciclos económicos es el crecimiento. Todo se
hace depender de la emergencia de nuevo crecimiento económico. La
dependencia del crecimiento infinito lleva a que una y otra vez las
mejoras en la eficiencia energética no alivien la presión sobre el
medio ambiente sino que incluso la incrementen. Sin embargo, como
muestra el ejemplo de esas otras culturas, la "paradoja de
Jevons" no es un determinismo humano sino que tiene un origen
cultural. El modelo económico es un subsistema de la cultura. En la
medida en que la nuestra sea realmente una "sociedad abierta",
dotarnos de una nueva cultura será la premisa necesaria para poder
librarnos de la sumisión economicista de la vida.
Keynes auguraba que en nuestros días podríamos
vivir trabajando unas quince horas a la semana. Ese es el único
keynesianismo que debemos recuperar, el que el propio Keynes proyectó
para nuestro tiempo. Y lo que falló no fue su predicción sobre los
incrementos de productividad que se darían, sino su predicción
política. No elegimos bien. Probablemente la necesidad de mano de
obra aumentará en algunos sectores económicos básicos como
consecuencia de la crisis energética a pesar del declive económico
medio, pero en cualquier coyuntura podremos elegir el enfoque que
daremos a las mejoras de productividad, y podremos elegir si nos
hacemos depender de un crecimiento infinito o si elegimos otro
modelo. No hay un determinismo sino una responsabilidad. En
consecuencia debemos tomar una decisión sobre este punto crucial
para optar por una economía que no dependa del crecimiento.
Valorar el tiempo de nuestra vida al margen de
las relaciones económicas es un primer paso imprescindible para
poder reivindicar el valor de la vida misma sobre lo que determine la
rentabilidad en el mercado, pero además conduce a una mejor
satisfacción de todas nuestras necesidades, y es lo que realmente
puede ampliar nuestras posibilidades, como individuos y como
sociedad.
Cuidado y mejora de bienes comunes:
Son necesarios cambios radicales a nivel local, en el diseño de las
ciudades, en la movilidad, y en la producción local de alimentos. Se
podría emplear a aquellos que lleven un determinado periodo de
tiempo percibiendo sólo esta Renta Básica en estas labores de apoyo
a la comunidad, en huertos urbanos u otras labores necesarias como
los cuidados, mejora del entorno natural o pequeñas
infraestructuras. Este trabajo comunitario podría autogestionarse
desde asambleas de barrio, introduciendo de forma paulatina los
principios de la democracia deliberativa que más tarde
describiremos.
Esto permite definir una política sobre los
bienes comunes que consistiría en la preservación a largo plazo del
invaluable patrimonio natural del que en última instancia depende
todo lo demás. Por otra, con ella se trataría de preservar también
la sostenibilidad y la resiliencia social, recuperando el vínculo
entre nuestro desempeño económico y la naturaleza de la que
formamos parte, así como las relaciones económicas cercanas,
entendidas como una forma de convivencia y no sólo como un
intercambio.
El
desarrollo de este tipo de economías permitiría además vincular de
nuevo el coste de producir (en tiempo de trabajo) con la obtención
de recursos económicos. En este terreno debe citarse la obra
de Elinor Ostrom y
su vasto estudio empírico sobre el gobierno de los bienes comunes.
Álvaro Ramís Olivos nos reseña su pensamiento en este artículo de la revista Ecología Política:
La tesis
fundamental de su obra se puede sintetizar en que no existe nadie
mejor para gestionar sosteniblemente un «recurso de uso común» que
los propios implicados (1995: 40). Pero para ello existen condiciones
de posibilidad: disponer de los medios e incentivos para hacerlo, la
existencia de mecanismos de comunicación necesarios para su
implicación, y un criterio de justicia basado en el reparto
equitativo de los costos y beneficios.
La novedad
radica en evidenciar que existe una forma colectiva de uso y
explotación sustentable de los campos de pastoreo (y los bienes
comunales en general) que no está sujeto a la lógica de la tragedia
de los comunes. (En referencia a Garrett Hardin).
Ostrom
muestra que las formas de explotación ejidal o comunal pueden
proporcionar mecanismos de autogobierno que garantizan equidad en el
acceso, un control radicalmente democrático, a la vez que
proporcionan protección, y vitalidad al recurso compartido. Por lo
tanto, ante la posibilidad de la sobreexplotación la opción de
Ostrom es «incrementar las capacidades de los participantes para
cambiar las reglas coercitivas del juego a fin de alcanzar resultados
distintos a las despiadadas tragedias» (Ostrom, 2011: 44).
La
ausencia de propiedad individual no implica libre acceso ni falta de
regulación ya que los bienes comunes pueden ser administrados de
forma efectiva cuando no son considerados terra nullius y
se cuenta con un campo de interesados que interactúan para mantener
la rentabilidad sostenible a largo plazo de esos bienes.
La
clave está en los principios de diseño que
se pueden entender como “variables contextuales que tienden mejorar
los niveles de cooperación, mientras su ausencia la desalienta.”
En definitiva
las aportaciones de Ostrom y su escuela superan los análisis
convencionales que se mueven bajo categorías binarias que transitan
entre lo propio y lo ajeno, lo estatal y lo privado, lo de todos y lo
de nadie.
Como concluye David Bollier
“la tragedia de los comunes realmente debería
llamarse la tragedia del mercado. El Mercado/Estado es en gran medida incapaz de establecer límites a
sí mismo o declarar que ciertos elementos de la naturaleza, la
cultura o la comunidad deben permanecer inalienables para poder
garantizar la supervivencia de la especie.”
Por
último, y para aquellas infraestructuras o bienes comunes que
exceden los ámbitos comunitarios, se podría crear
unaGarantía Pública de Empleo,
donde preferentemente se podría emplear a las personas que llevan
mucho tiempo cobrando la Renta Básica y que procedan de comunidades
más pobres, con menos recursos para complementar su renta de forma
autónoma. Como ventaja añadida, este sector también podría
canalizar la aspiración laboral de sus integrantes hacia actividades
que reduzcan el impacto ambiental de la producción, como el
reciclaje, las reparaciones y la oferta de bienes que minimicen su
obsolescencia, (y por tanto el flujo de materiales y energía), una
oferta que podría tener cierta demanda pero que el mercado tiende a
anular porque actuaría contra la renovación de la rentabilidad en
los negocios.
En resumen, en un mundo completamente
acaparado, una Renta Básica vendría a suplir el ancestral acceso a
los bienes comunes necesarios para subsistir, pero, y a pesar de su
carácter asistencial, implementada de forma realista serviría para
ir creando formas de vida autónoma que no dependan de los excedentes
del mercado, mediante la liberación del trabajo libremente
intercambiado y la construcción y mejora de bienes comunes
autogestionados. Por tanto, esta renta no debería ser concebida como
una prestación más hecha posible por los excedentes del mercado
sino como una forma de compartir universalmente una parte de la
producción (suficiente para la subsistencia digna de todos), porque
entendemos que esta nueva forma de organización social es positiva
para el conjunto de ciudadanos.
Garantizar la inclusión económica nos
permitiría desvincularnos de la necesidad de crecer porque las
personas ya no seríamos meros factores de la producción,
dependientes de que esta se mantenga o aumente, sino sujetos de
derechos económicos. Estamos por tanto proponiendo una ampliación
de derechos laborales o productivos, que deberían recogerse en las
respectivas cartas constitucionales de cada unidad política.
Otras formas de producir: Iniciativas en desarrollo
En
la medida en que utilicemos el mercado, este debe verse condicionado
por los verdaderos valores humanos que el frío criterio de la
rentabilidad no puede tener en cuenta. La esclavitud y el crimen
pueden ser rentables, y aun suponiendo que puedan prohibirse y
eliminarse completamente, (cosa que aún no ha ocurrido), estos
ejemplos muestran como el criterio de larentabilidad es
ajeno al de virtud o
simplemente a la idea de un futuro mejor. Así se explica que nuestro
modelo productivo pueda destruir incluso las bases naturales que lo
sostienen. Por ello es necesario que el mercado se vea condicionado
por criterios éticos elegidos entre todos mediante la deliberación
política. El antiguo mercado legal de esclavos no terminó gracias
al propio mercado libre, como es obvio, sino mediante una decisión
política, y nadie duda que fuera un buen paso para la humanidad a
pesar del deterioro que pudo suponer para algunos beneficios.
Una
de las propuestas que intentan introducir verdaderos valores en el
funcionamiento del mercado es la llamada Economíadel Bien Común.
Entre otras cosas, este modelo establece una gradación de incentivos
legales para las empresas de modo que los precios acaben alineándose
con los valores establecidos democráticamente en su Matriz del Bien
Común.
Volviendo
sobre el trabajo de Elinor Ostrom, su estudio
sobre El gobierno de los
bienes comunes no
sólo atañe a la gestión de lo que se considera patrimonio común
sino a una forma de gestionar recursos compartidos por parte de un
número limitado de usuarios, (propietarios o usufructuarios de los
mismos), diferente a la gestión empresarial (cuyo único sentido es
la rentabilidad en el mercado). En este caso los usuarios pueden
producir para sí mismos en primer lugar y decidir hasta qué punto
producir excedentes para el mercado, para libres intercambios o para
una comunidad más amplia.
El
problema, claro está, reside en la obtención de los medios
necesarios para esa autogestión. Y en este terreno quizá es donde
más posibilidades podría ofrecer la definición de una política
para la autogestión en base a bienes comunes. Desde la aprobación
de una ley de balance neto que
nos permita ser prosumidores de energía aprovechando ese bien común
que es el sol (tanto en hogares como en colectivos más amplios)
hasta la concesión de tierras y medios de producción para la
autoorganización a partir de proyectos colectivos que cumplan
ciertos requisitos de seriedad y compromiso.
Otra
forma de llevar esto a la práctica consiste en elegir aquellas
empresas que desde su constitución y en sus estatutos incluyen
criterios éticos o políticos por encima de la rentabilidad. El
ejemplo emergente (y pujante) es el de algunas cooperativas de
consumo energético sin
ánimo de lucro que incluso logran basar gran parte de su trabajo en
el voluntariado. También las cooperativas de producción y
consumo agroecológico son
un buen exponente de esto y quizá el que con más urgencia
necesitamos.
Estas
formas de producción, englobadas en lo que se ha dado en llamar
“mercado
social”,
amplían el número de variables sobre las que podemos influir como
consumidores, (a menudo limitados a una oferta manipulada y a
mercados amañados precisamente por parte de los adalides de la
privatización). Se trata de opciones ya disponibles (que van más
allá de una mera RSC publicitaria) y que por ello permiten hacer
algo útil en favor de un cambio social desde el momento presente.
Dada la urgencia del cambio que necesitamos, creemos que es necesario
aprovechar de un modo inclusivo las diferentes alternativas que se
nos presentan y además explorar otras posibles soluciones que quizá
aún no nos hemos planteado, pero que seguramente surgirán si se
establecen los incentivos adecuados, mediante la serie de reformas
que hemos introducido en los anteriores apartados.
Una democracia a escala humana
Polanyi
termina su obra maestra con un alegato en favor de la
libertad: La libertad
en una sociedad compleja, último capítulo de La Gran Transformación.
Para la ideología dominante de nuestra era, así como la del siglo
XIX, que no reconoce la existencia de la sociedad, y tampoco del
poder y la coacción, la libertad se convierte en un sinónimo de la
libre empresa, que debe funcionar sin trabas, sin ningún tipo de
dirigismo estatal. Por el contrario, para quien reconoce la
existencia de la sociedad y del poder de las instituciones, como ese
mercado autorregulador que convirtió al hombre y la naturaleza en
mercancías, la libertad debe ser instituida, entre todos, para
todos, mediante la ampliación efectiva de los derechos del hombre.
Es evidente como entronca esto con el concepto de autonomía, que
debería incluir, junto a las libertades negativas (de expresión,
asociación, jurídicas) el derecho efectivo a participar en los
costes y beneficios de la producción, por encima de cualquier
racionalismo económico.
Posteriormente, Cornelius Castoriadis continuaría
sacando las conclusiones de estos hechos. Si la institución ejerce
tanto poder, la libertad debe incluir, al menos como ideal, el
concepto de la autoinstitución, el darse la propia ley, lo que sólo
puede suceder en una democracia deliberativa.
El objetivo
de la política no es la felicidad, sino la libertad. La libertad
efectiva (no me refiero aquí a la libertad “filosófica”) es lo
que llamo autonomía. La autonomía de la colectividad, que no puede
realizarse más que a través de la autoinstitución y el
autogobierno explícitos, es inconcebible sin la autonomía efectiva
de los individuos que la componen. La sociedad concreta, que vive y
funciona, no es otra cosa que los individuos concretos “reales.”
La deliberación no es una panacea, pero es la
mejor forma que conocemos de instituir una democracia que no sea
simplemente una agregación de intereses individuales mediante el
voto, sino una búsqueda conjunta y reflexiva del interés general, y
puede ser también un límite y un elemento de control del principio
de la representación, que no será fácil eliminar completamente en
una sociedad compleja.
La
deliberación podría concebirse como una forma de ir mejorando, de
forma pragmática, las prácticas democráticas actuales, a través
de nuevas instituciones,
como el presupuesto participativo de Portoalegre o los sondeos deliberativos de algunos
estados europeos.
En una sociedad más local y con menos tiempo dedicado al mercado, el
principio de la deliberación puede florecer, de forma que vayan
surgiendo nuevas instituciones, completando y mejorando estos
primeros experimentos, que están comenzando a canalizar la por largo
tiempo reprimida pasión del hombre por el autogobierno y la
autoinstitución.
Cabe añadir que en el contexto social de
nuestros días, masificado, complejo e interdependiente a una escala
nunca anteriormente vista, Internet puede resultar imprescindible
para el cambio cultural que necesitamos. Como enseña el sociólogo
Manuel Castells, la autonomía personal y social se ven favorecidas
por la “autonomía comunicativa” y por el procomún inmaterial
constituido por el conocimiento compartido. La red se revela como una
herramienta clave para facilitar ambas cosas así como para hacer
posible una participación política flexible, adaptada a las
diferentes situaciones personales, y adaptada a los diferentes
ámbitos de decisión, desde lo local a lo global.
Si la deliberación es el principio que permite
superar la mera agregación de preferencias individuales hacia un
objetivo compartido de bien común, la participación permite superar
la mediación entre el sujeto y sus preferencias políticas,
realizada por el representante. El sujeto se convierte por tanto en
protagonista, participando en la preparación de la agenda de
opciones, en lugar de limitarse a elegir dentro de una agenda
cerrada, lo que en un contexto de crisis como el actual, donde es
necesario la transición hacia un nuevo paradigma, puede estimular el
florecimiento de soluciones creativas que emanen desde abajo hacia
arriba y resulten, por lo tanto, más congruentes con las
aspiraciones reales de las personas.
y redactado por
los siguientes miembros, ordenados alfabéticamente
Manuel Campos Ruiz, estudiante de 3er curso de
Ciencias Económicas.
Alfredo Carreras Rodríguez, Licenciado en
Sociología.
María Ángeles García Sánchez, Doctora en
Ciencias de la Información.
Manuel Gutiérrez Rodríguez, Arquitecto
Técnico.
Javier Ibarra González, estudios de Ciencias
Empresariales.
Jordi Llanos Mayor, Licenciado en Ciencias
Económicas y Empresariales.
Jesús Nácher Fernández, Ingeniero Superior
de Minas.
Oliver Toro Orozco, Licenciado en Derecho.
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