Es cierto que en otras profesiones, por ejemplo en las de la rama
jurídica, la que corresponde a mi formación, la médico-sanitaria o en las ciencias
duras relacionadas con el mundo físico y técnico, también se utilizan conceptos
complicados, una jerga muy particular. Pero procuramos creo, usarlos cuando
hablamos entre nosotros, y no con el público lego en general, con el que
tratamos de explicarnos en términos más llanos. Sin embargo nunca ocurre eso
entre economistas. No los sacas de las
ratios de apalancamiento operativo
ni cuando hablan con la persona más necia y poco preparada que te puedas
imaginar.
También es verdad, y aquí se les ve el plumero, que la discusión económica
es más asequible a quien tiene un poco de formación. Tengo un amigo con la
carrera de económicas, que es director financiero hace muchos años. Pues bien,
he discutido con él muchas veces de economía de igual a igual, e incluso, en
ocasiones, le he hecho recapacitar. Si él intentara hacer lo mismo conmigo en
el campo jurídico en dos minutos le meto dos llaves que lo dejo en el suelo
para tres meses. Parece que, en economía, con sentido común, y aun sin
conocimientos, puedes llegar muy lejos, por la simple razón de que se trata de
algo muy sencillo: tomar decisiones sobre la forma de asignar lo más
eficientemente posible los recursos escasos que precisa la satisfacción de las
necesidades humanas (básicas o más sofisticadas).
Voy a intentar un explicar un par de generalidades económicas que
pueden ayudar a alguno a entender de dónde venimos, dónde estamos y, sobre
todo, hacia dónde vamos. Veréis que fácil es.
Una sociedad determinada, desde el punto de vista económico, puede
encontrarse en situación de crecimiento, de estancamiento (o estabilidad según
se mire) o de decrecimiento.
¿A que esto lo entiende todo el mundo sin necesitar ninguna patochada en inglés
americano entre medias? Bien, sigamos con algo un poco más complicado.
Una sociedad que crece soporta, y no digo necesita, digo soporta,
intereses de capital positivos. Es evidente, sin embargo, que puede existir
crecimiento con un dinero que no genere intereses de ningún tipo, y de hecho
sería lo más conveniente desde el punto de vista de la gestión económica
eficiente.
El dinero,
pensemos en ello fríamente y nos daremos cuenta, la unidad de cuenta destinada
exclusivamente a facilitar la armoniosa circulación de bienes y servicios, a
menos con tal finalidad exclusiva (la más razonable) NO PUEDE GENERAR NUEVO
DINERO (pecunia pecuniam parere non
potest), no puede parir nuevo dinero. Los que paren son los activos
económicos, las vacas que tienen terneritos, la tierra que produce frutos, e
incluso los activos mobiliarios o inmobiliarios que producen rentas. Pero el
dinero en sí, al menos si fuera lo que tiene que ser, no puede generar dinero.
Me diréis, y es cierto, que desde hace mucho tiempo, e incluso diría
que milenios (es curioso leer como los antiguos romanos, incluso de clase alta,
tenían constantes dificultades para devolver sus préstamos con interés) no
ocurre así. Pero os replicaré que también existen curiosos intervalos
históricos, algunos muy cercanos, como por ejemplo la Edad Media,
donde nadie me puede negar que hubo momentos de gran crecimiento, no hay más
que ver las imponentes Catedrales, en que se reconoció el carácter asocial de
la multiplicación monetaria endogámica, penándose gravemente la usura.
Sí, me diréis que vosotros nunca habéis conocido otro sistema que el
de generación de intereses positivos. Pero esto es así porque en los tiempos
modernos “algo o alguien” han querido que así fuera, y ha fomentado
deliberadamente tal convicción en la mentalidad pública. ¿Para qué? Ya expliqué
de soslayo (el tema es peligroso) cuales son tales finalidades de la
implementación de tal dinero usurario: la generación de una oligarquía
plutocrática hacia la que termina fluyendo la totalidad del dinero deuda
creado, así como toda la riqueza de la comunidad saqueada por dicho
procedimiento, a través de la falta de liquidez inducida (quiebras u
liquidaciones) o de la simple operativa del juego de las sillas que termina por
excluir tarde o temprano a los actores económicos menos afortunados, porque si
el dinero se crea a través de la deuda,
¿cómo se crean los intereses?
El dinero, en definitiva, actualmente no solo tiene funciones de medio
de intercambio, medida y depósito de valor, sino una muy concreta y determinada
de control social y generación de una pirámide (invertida) al servicio de una
oligarquía financiera que desde luego no ha surgido de la nada, y sobre la que
animo, al que tenga arrestos para ello, a investigar. Y ya puestos a decir
cosas extrañas añadiré que el lugar donde anida la serpiente (y donde pone sus
huevos) no debe encontrarse muy lejos de la pérfida Albión,
concretamente en la ciudad de Londres, centro financiero mundial por
excelencia.
Observad, a título de simple curiosidad, como los dos únicos bancos
españoles que han sobrevivido, al menos nominalmente, a las sucesivas fusiones
y adquisiciones, llevan el nombre de ciudades muy vinculadas a Inglaterra, y no
sólo por su situación geográfica, con la que están unidas (como dato
suplementario no desdeñable) con líneas de ferrys.
Puede ser que sea una casualidad, pero como todo en la vida, puede que no
lo sea en absoluto. Recordemos además la predilección del Banco Santander por
el mercado anglosajón, y también la caza y captura, llegándose a la persecución
y destrucción personal, de un banco con base industrial muy diferente, ligada
al “madrileñeo” y la clase pudiente de raíces franquistas (menos anglófilas de
lo necesario) que terminó con la satanización absoluta de Banesto y su Consejo
de Administración, con condenas de prisión administradas por los de siempre
(bienaventurados los que crean en la justicia)
y con la adquisición a precio de saldo de la entidad por… bueno ya lo sabéis. A
veces basta tener ojos para ver, aunque de vez en cuando el asco te hace
apartar la mirada bruscamente. Luego, claro, hubo más que sospechas de que casi
todo aquello de que se acusaba a Mario Conde era práctica habitual en alguna
entidad financiera de respetabilísimo nombre. Pero bueno, la operación estaba
finiquitada y los objetivos cumplidos. Así que tierra al agujero. Sigamos.
Pasemos al examen de una sociedad que no crece, pero que tampoco
decrece, a la que podemos considerar en situación de estabilidad (para los adictos a
crecer, de estancamiento). El evento en cuestión puede parecer peregrino, pero
es un hecho que toda entidad viva de normal desarrollo en un momento dado deja
de crecer, al menos físicamente, como sabemos todos los que hace tiempo pasamos
la adolescencia, sin que se considere en absoluto, todo lo contrario, que el
evento tenga nada de patológico.
No ocurre lo mismo con nuestra economía basada en la usura, que se
lleva las manos a la cabeza ante la falta de crecimiento, esperando que se
revierta la tendencia lo antes posible. El estancamiento económico requiere
imperativamente intereses cercanos a cero, pues de lo contrario los impagos se
extienden por la cadena de pagos y el sistema implosiona. Curiosamente son los
que tenemos ahora, pues no es otra nuestra presente tesitura, por motivos
profundamente analizados en relación a la imposibilidad de continuar depredando
al ritmo habitual los recursos energéticos o de otro tipo necesarios para el crecimiento ilimitado
(en el que solo creen, una vez más, los locos y los economistas).
Pues bien en este supuesto analizado, y como ya se explicó en otro
lugar, en una sociedad dominada por la idea del crecimiento y los intereses
positivos, la preferencia por la liquidez se hace absoluta, y el sistema entra
en trampa de liquidez.
Las razones son muy fáciles de entender. Siendo los intereses prácticamente
nulos la inversión productiva no tiene sentido, máxime cuando la situación
descrita presupone la imposibilidad de continuar creciendo. Invertir en bonos
es absurdo, pues su valor (inverso al rendimiento) habrá llegado a máximos y
tales activos sólo pueden bajar. Y como aún no ha llegado el decrecimiento, con
las consecuencias que veremos, los capitales conservan su valor, y los tipos
inexistentes hacen que mantener activos líquidos tenga bajo coste. Esta es ni
más ni menos que nuestra situación actual. ¿Veis como no hace falta ningún
concepto desoxirribonucleico para explicar todo esto?
Pero claro, hemos dicho que partimos de una mentalidad “crecentista”
que exige la multiplicación del capital, por ello, para evitar que el sistema
colapse (por falta de dinero deuda), es necesario inyectarle constantemente
(como a un drogadicto) liquidez masiva, y esta es la verdadera razón de las
continuas Quantitative Easing
que tenéis ocasión de contemplar, y que sólo han empezado, las que por supuesto
no suponen estimulo alguno a la actividad económica real (no así a la
burbujística) por las razones vistas.
Pero tal generación masiva de liquidez sin producción paralela de
bienes y servicios solo puede acabar, lo entiende cualquiera, en hiperinflación
y quiebra del sistema monetario ¿Siempre? No, una aldea gala resiste y
resistirá al invasor desde que Milton Friedman inventó una serie de triquiñuelas
(que pretenden adquirir el inmerecido carácter de teoría económica
solvente) para soslayar la implosión del sistema, consistentes básicamente en
bombear liquidez a las capas más adineradas de la población, que presentan una
importante propensión marginal al ahorro (porque ya tienen de todo), junto a la
pauperización y sometimiento económico del resto de la población, aparato
escénico que, de momento, viene funcionando (¿Os suenan los recortes?).
Pero claro, la gente se enfada porque su nivel de vida cae
inexorablemente mientras se rescata a los bancos (brazos ejecutores del
sistema). Ningún problema. Se genera el caldo de cultivo para que surjan
opciones políticas populistas y se provoca artificialmente un colapso
financiero coincidiendo con su llegada al poder (esperemos que tal no sea el
triste destino de Syriza y de Podemos).
Luego hay otras opciones más drásticas, como la implementación de regímenes autoritarios o
la guerra, que se reservan para situaciones de alarma total (no nuestra sino de
ellos).
Por último contemplaremos una sociedad en decrecimiento. Esta exige,
sí o sí, intereses negativos. Hay que destruir capital. O eso o lo
anteriormente visto. Y cuando ya no hay estancamiento sino franco decrecimiento
ya no se puede recurrir a las maniobras indicadas. Pero los intereses negativos
suponen un handicap terrible para el capital y las finanzas. Imaginemos que la
cantidad que debéis al banco por el préstamo hipotecario descendiera un diez
por ciento al año aun habiendo dejado de pagar las cuotas de amortización. Es
evidente que en tal situación el sistema financiero dejaría de existir. Pero
hay más problemas. Los capitales de los Tíos Gilitos, acumulados en
inmovilizados de paraísos fiscales para que se bañen en metálico y se sequen
con billetes grandes, también empezarían a perder valor a marchar forzadas.
Esta es la verdadera razón de que el decrecimiento no se contemple en ningún
caso, y que el cambio de sistema económico a otro que ponga la atención en las
personas y no en el sucio vil metal (dinero control) encuentra tanta
resistencia. Es el poder, claro.
Una modalidad de intereses negativos, es el dinero libre
de Silvio Gesell, del que ya hemos hablado. Se trata de un dinero con intereses
negativos, pero no con carácter absoluto, sino solo para el caso de su
acumulación ociosa, que permite la pervivencia de un cierto negocio bancario,
probablemente no apto para su gestión privada sino pública (el banco mantiene
el valor del dinero si lo presta, y tiene que evitar generar liquidez en
abundancia porque si no se come paga la tasa). Tal dinero permitiría una
transición armoniosa a un sistema distinto. Pero tiene un problema. Daría
lugar, precisamente por ello, a una sociedad cada vez más localista (justo lo
que precisamos) y afectaría al sistema de acumulación de capital y al poder y
control social implicados en aquél. Esta es la razón por la que se persiguió
como alimañas a quienes intentaron implementar el dinero decreciente en el
periodo entreguerras.
Dicho todo lo que quería decir, que no es fácil de entender pero
tampoco requiere de la utilización de palabros como spread, yield o carry trade,
que si te pones tienen equivalentes en castellano bastante más asequibles, y
tampoco se refieren a conceptos económicos muy profundos, sino a simples
denominaciones convencionales relativas a la negociación o valoración de
determinados activos, probablemente nos encontremos ante un economista
abstruso, cuya función es oscurecer lo que debería ser mucho más claro (¿por
cuenta de quién?) o simplemente con quien quiere hacerse el interesante y en el
fondo no tiene ni puñetera idea de lo que lleva entre manos (caso bastante más
frecuente de lo que imaginamos, no hace falta comprar a tantos).
Solo terminar dando mi enhorabuena una vez más a Juan Carlos Barba por
su excelente análisis reciente en El Confidencial (otro más) titulado “Radiografía de la recuperación económica”.
No se puede decir mucho más sobre la situación que atravesamos, ni dar mejor
consejo que el que contiene la conclusión de su artículo. Y sigue conservando
su columna. ¿Veis cómo se puede?
Saludos, Calícrates
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