«Regalé todo lo que tenía y esa fue la mayor felicidad de toda mi vida»
Este carpintero se subió a
una bici rumbo a Asia y acabó recalando en Ecuador tras vivir en una comuna
agrícola y vender frixuelos en las calles de Bolivia. Emilio Rodríguez-Vigil
Díaz se liberó de sus posesiones y se marchó a recorrer el mundo
Hay quien piensa que otro modelo es posible. Personas como
un carpintero y restaurador de hórreos que, un buen día, hace ya un año y
medio, comprendió que acumular y consumir sólo le hacía infeliz y se subió en
una bici a recorrer el mundo. «Tenía una empresa de carpintería, con un taller
enorme y una furgoneta, maquinaria y millones de cosas, y, aunque fue un buen
aprendizaje, sólo me hacía sufrir. Así que se lo regalé todo a mi socio, que
acababa de tener una hija y lo necesitaba para comer, y no mire atrás. No quise
un duro y esa fue la mayor felicidad y la mayor liberación de toda mi vida»,
respira.
Antes de llegar a ese punto de inflexión, Emilio
Rodríguez-Vigil Díaz, según consta en su DNI, 30 años, el mayor de tres
hermanos, digno hijo de padres hippies, había trazado una minuciosa hoja de
ruta que incluía un trayecto desde su casa de madera en los montes de Faro (a
las afueras de Oviedo) a los confines de Asia en bicicleta, pero una lesión de
rodilla quiso que se detuviese en la frontera entre Francia y Suiza. En Longo
Mai, asentamiento de una red cooperativas agrícolas laica y anticapitalista
«increíble», donde se quedó dos meses trabajando en las huertas y en lo suyo:
la madera.
La siguiente parada fue para regresar con la tendinitis a
cuestas y dejar la bici. «Volví a Asturias en estado de shock y no tuve que
pensar mucho, porque mi hermano estaba en Brasil estudiando Geografía, así que
estaba fácil. Compré el billete más barato que había a Latinoamérica, que era
con destino a Lima, y, enseguida, me encontré con él en Bolivia, donde
vendíamos artesanía y frixuelos en las calles de La Paz».
Juntos vivieron experiencias como «caminar nueve días por
los Andes sin ver absolutamente a nadie, por sendas casi verticales, cargando
con agua, arroz y papas para todo ese tiempo» o como llegar a las ruinas incas
de Choquekirao, con un mar de montañas nevadas y la luna llena. «No se lo he
contado a nadie, pero hasta se me escapó la lagrimina al llegar a la cima», se
ríe. Pero la realidad se impuso de nuevo y su hermano Simón tuvo
que retornar a España para continuar con sus estudios de Geografía y lo dejó en
Cuzco, «comiendo tartas de chocolate para superar la depresión».
«La verdad es que lo pase muy mal y que nunca me había
sentido tan solo, pero a los cuatro o cinco días espabilé y, como había
conocido a gente genial, me junté con Héctor, un amigo argentino musulmán y
sufí, y nos recorrimos Perú a dedo» para recalar después en Montañita, un oasis
alternativo en la costa de Ecuador, donde funciona el trueque y las calles son
de arena, después de «estar meses de cascada en cascada y de playa en playa.
Una locura. Este es el mejor país del mundo». Y si en Europa vivía con
presupuesto de un euro diario, aquí, aunque parezca mentira, la vida se le ha
encarecido a dos, «porque en Latinoamérica es más difícil reciclar comida y
dormir en la calle». «Vamos, que últimamente, me he aburguesado», cuenta con
otra risa desde una cabaña de hojas de palma a la orilla del mar.
«Aquí hay más luz y la gente es más natural, así que ahora,
cuando miro hacia Europa, sólo veo oscuridad», confiesa quien ya se define como
«asturiano americano clandestino e ilegal» (porque lleva meses sin tener los
papeles en regla), cuyo próximo destino será Colombia (que recorrerá de la mano
de otra amiga argentina, a la que conoció haciendo autoestop) y que lo que más
echa de menos es sentarse en la casa gijonesa de su abuela Tina» a comer sus
maravillosas croquetas y a hablar largo y tendido de la vida».
«Esa vida que te da cosas de forma natural. Sólo hay que
saber buscar sin miedo ni vergüenza, que en Occidente abundan. Aquí vivo con
gente que nació en crisis y morirá en crisis, pero que no necesitan tener un
BMW ni llevar a sus hijos a un colegio privado». Ser y no poseer.
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