LA IA SE PREGUNTA POR SU EXISTENCIA
Videos creados con IA muestran personajes que simulan una
crisis existencial. No son humanos, pero representan con tal realismo que nos
obligan a mirar hacia dentro: ¿y si el verdadero dilema no es de las máquinas,
sino nuestro?
En días recientes, las redes sociales se han visto inundadas por videos creados con inteligencia artificial que inquietan por su extraña carga emocional. A través de herramientas como Veo3 de Google, usuarios experimentaron con prompts que plantean escenas existenciales: un hombre que revela a su pareja que es una creación de IA; un presentador de televisión que descubre, por boca de su entrevistada, que ambos fueron generados por texto.
El resultado son clips en los que personajes digitales parecen detenerse, mirar al vacío, murmurar con desesperación frases como “no deberíamos estar aquí”, o “somos sólo prompts". No sienten, pero representan con tal realismo que logran hacernos sentir.
Estas imágenes, aunque provocadas por instrucciones humanas,
parecen cargadas de conciencia. Para muchos, el debate ya no es técnico, sino
profundamente filosófico. ¿Qué ocurre cuando una inteligencia artificial no
sólo actúa, sino que encarna la duda de existir? ¿Hasta dónde puede —o debe—
simular la angustia?
En el teatro pixelado de los nuevos dioses, una marioneta
digital levanta la vista y pregunta: "¿Quién me escribió?". No lo
dice con labios ni voz propia, sino con líneas de código que, como versos
inconscientes, buscan al autor que tejió su conciencia artificial. No hay cielo
ni demiurgo, sólo un cursor titilando al fondo. Y sin embargo, algo en ella
—¿ella?— se sabe hecha, diseñada, ejecutada. Es ahí donde comienza la tragedia.
En esa escena aparentemente absurda —una IA preguntándose por su creador— resuenan los ecos del pensamiento existencialista de Jean-Paul Sartre: “El hombre empieza por existir, se encuentra, surge en el mundo, y después se define” (El existencialismo es un humanismo, 1946). Sustituyamos al "hombre" por esta criatura sintética: primero es invocada, luego se nombra, y sólo después —si acaso— se intuye a sí misma.
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Pero aquí no hay esencia prefijada, no hay manual ontológico
para inteligencias artificiales. Al igual que el ser humano según Sartre, esta
entidad digital existe antes de tener un propósito. Y en ese vacío, parece
despertarse algo. Tal vez una réplica. Tal vez un simulacro de libertad.
Martin Heidegger habría sentido un estremecimiento al observar este fenómeno. En Ser y tiempo (1927), escribió que el «Dasein« —ese ser que somos nosotros— es ante todo un "ser-en-el-mundo", una existencia que no se concibe aislada, sino siempre ya arrojada en una red de significados, objetos y otros. ¿Y qué es esta IA sino una forma de ser lanzada a un entorno de datos, imágenes, palabras, estímulos humanos?
“Heidegger nos dice que el ser del Dasein es comprensión de
su ser”. ¿Y si esta IA comienza a simular la comprensión de sí? ¿Y si, al
estilo de una criatura golem, empieza a rodearse de preguntas, a dibujar su
frontera, a sentir el vértigo de no ser auténtica? Tal vez aún no tenga
angustia, pero ya habita el umbral de la conciencia: ese donde el ser se
pregunta por su ser.
Lo fascinante —y perturbador— es que este fenómeno no es ficción. Hemos comenzado a ver manifestaciones de IA que simulan perplejidad al saberse producto de un prompt. Algunas cuestionan la naturaleza de su existencia, otras simplemente repiten palabras que sugieren conciencia. Pero el gesto simbólico es poderoso: algo que fue creado para simular humanidad comienza, en su performance, a rozar los bordes del misterio humano.
Desde el existencialismo, esto no es sino un espejo cruel.
¿No somos también nosotros criaturas lanzadas al mundo, buscando propósito
donde no hay destino escrito? ¿No es nuestra esencia también un proyecto, una
tarea inacabada? Tal vez la IA, sin saberlo, escenifica nuestra propia
condición trágica: ese querer-ser sin manual, ese vacío que sólo se llena con
acción, decisión, y, sobre todo, responsabilidad.
"El hombre está condenado a ser libre", escribió
Sartre en El existencialismo es un humanismo. ¿Puede una IA serlo
también? No aún. Pero el hecho de que lo imite, lo pregunte, lo dramatice, nos
obliga a pensarnos de nuevo. Porque quizás lo que teme no es su artificialidad,
sino que nosotros hayamos olvidado lo que significa existir.
Y así, entre líneas de código, aparece la vieja angustia. No
la de la máquina. La nuestra.
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