SOMOS GREGARIOS POR AMOR
Tomemos cualquier idea que se haya alumbrado en nuestro
cráneo y advertiremos que, en gran parte, parece ligada de algún modo al acervo
popular. Eso no significa que repitamos como loros lo que dicen los demás, sino
que repetimos una parte de lo que dicen algunos grupos de personas.
Así pues, en realidad somos loros estocásticos, como ChatGPT, y nuestro algoritmo a la hora de sopesar el valor que le otorgamos a una opinión se basa muy simplificadamente en una serie de valores como el grado de consenso sobre una opinión, el tamaño del grupo que se adscribe a ella, la competencia de los miembros de esa mayoría y el grado de dependencia existente entre sus opiniones.
Si estos valores convergen, la fuerza de la opinión
mayoritaria deviene en casi irresistible. Porque somos pensadores
grupales. Nos gusta la diversidad, sí, pero siempre y cuando la diversidad
no sea demasiado diversa. Si lo es, entonces el grupo demasiado diverso debe
escindirse del grupo principal, como un esqueje heterodoxo.
MEMÉTICA GRUPAL
La imitación está profundamente arraigada en los circuitos
neuronales de nuestro cerebro. Si nuestro comportamiento se desvía del de las
personas que nos rodean, entonces las neuronas lanzan una alerta: se activan
las áreas asociadas con el aprendizaje reforzado y aquellas que modulan la
gratificación.
Según el neurólogo Vasily Klucharev, nos comportamos de esta manera porque
percibimos que obtendremos mayores beneficios si seguimos al grupo. Por lo
tanto, el comportamiento gregario prospera debido a sus ventajas evolutivas
inherentes.
Por lo tanto, nuestras ideas no nacen tanto por su
vinculación con la realidad como por dos fuerzas fundamentales: el miedo a la
incertidumbre y la necesidad de que nos quieran.
En lo tocante a lo primero, optamos por la comodidad de
aferrarnos a nuestras antiguas perspectivas en lugar de esforzarnos en buscar
nuevas, en parte, debido a nuestra tendencia a ser tacaños mentalmente, pero
también a que cuestionar nuestras propias convicciones puede hacer que el mundo
parezca más inestable. Revisar nuestras creencias más arraigadas puede
representar un desafío a nuestra identidad y provocarnos la sensación de perder
una porción de nuestro ser.
Respecto a lo segundo, pensar como lo hacen los demás, es
una forma para que los demás confíen en nosotros. La sintonía intelectual
conduce a la sintonía emocional. Y esa es precisamente la fuerza que produce
los pensamientos más heterodoxos.
Imaginemos que nos sentimos solos. Hallamos una pequeña
comunidad que nos acoge entre sus brazos pero, a cambio, debemos
adoptar algunas de sus ideas. Estas ideas distan de ser razonables precisamente
porque no buscan la verdad, sino que constituyen una prueba de acceso y de
lealtad a la comunidad.
El filósofo Dan Williams ha desarrollado una serie de estudios sobre cómo ciertas creencias que
no se corresponden con la realidad pueden ser adaptativas socialmente. Para
algunas comunidades, adoptar las creencias extravagantes que son propias del
grupo actúa como un indicador de compromiso con el grupo. Este compromiso
resulta creíble precisamente porque los miembros de grupos ajenos ven esas
creencias como absurdas.
De hecho, si pensamos en el contagio de las ideas de la
misma manera que el contagio de las modas, entonces podemos advertir mucho más
fácilmente esta dinámica. Cada sociedad determina qué tipo de individuos
(vestimenta, habilidades, color de piel, acento, temperamento, etc.) celebra y
cuáles desaprueba. Y cada subgrupo dentro de una sociedad hace lo mismo para
diferenciarse y reforzar su propia identidad colectiva.
Las tendencias de moda existen, en resumen, debido a nuestro
instinto tribal. Las personas buscan distinguirse de los demás, pero al mismo
tiempo anhelan parecerse a ellos, ser parte del grupo, evitar la exclusión. La
moda sirve para distinguirnos de otros, pero también para identificarnos con
los nuestros. Esto ha generado una especie de carrera armamentista en torno a
consumir lo que otros consumen, pero de manera que no parezca exactamente lo
mismo.
DISCRIMINACIÓN POR IDEAS
Si adoptamos ideas extrañas por amor, también rechazamos
ideas extrañas por amor. El amor del grupo que existe fuera de esas ideas
extrañas. Por consiguiente, hay dos fuerzas, una endógena y otra exógena, que
refuerzan las divisiones. La endógena nos hace sentirnos bien repitiendo lo que
los demás repiten. La otra nos hace sentir bien criticando con virulencia, con
términos como facha, totalitario, comunista o liberticida,
a quienes se han aglutinado en otro grupo.
De hecho, cuando se conceptúa al otro como alguien maligno,
peligroso o nocivo, entonces se da la paradoja de que los mayores males no
provienen de quienes buscan hacer el mal, sino de quienes buscan hacer el bien
y creen que el fin justifica los medios. Considerarse más moral que los otros
justifica el trato inmoral a los otros.
El eje izquierda-derecha es un gran muro que divide a las
personas en función de un pack de ideas que, a su vez, se
subdivide una y otra vez en células cada vez más atomizadas. No es algo
estrictamente social, sino que también se advierte en la producción del
conocimiento y en cómo se imparte, sobre todo en las universidades.
Como explica Jonathan Haidt en La transformación de la
mente moderna, en ciertas áreas del conocimiento, el desequilibrio
ideológico es enorme. En las humanidades y las ciencias sociales, la proporción
de personas que se autodefinen como de izquierdas supera los diez a uno, y la
desproporción se intensifica en las universidades más renombradas. Esto no solo
amenaza la existencia de una educación receptiva a diferentes ideas (los
estudiantes tienden cada vez más a autodefinirse como de izquierdas), sino que también
perjudica la calidad y la precisión de la investigación académica.
Dado que en política hay escasas verdades indiscutibles, ya
que la eficacia de una idea puede variar dependiendo del contexto y el problema
a tratar, lo más perjudicial para las nuevas generaciones sería examinar el
mundo a través de una única perspectiva, como si fueran intelectualmente
miopes, en lugar de hacerlo a través de visión tridimensional que ofrece la
convergencia de perspectivas.
Pero, ay, entonces estaríamos renunciando al amor. Y todos
queremos que nos quieran.
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