ESCRIBIR SOBRE UNA UTOPÍA QUE NO ES
PERFECTA
La veterana autora de ciencia ficción Lola Robles habla de ‘Más allá de Concordia’, su novela sobre un mundo convertido en utopía pacifista, ecologista y queer a la que encuentran las costuras los refugiados de otros planetas que llegan allí.
La primera vez que Lola Robles (Madrid, 1963) imaginó
Concordia aún no tenía ese nombre. Era una adolescente e imaginó un planeta en
el que todo el mundo era “muy inteligente e incluso muy guapo” y donde todos
sus habitantes eran capaces de negociar y ponerse de acuerdo pacíficamente en
cada medida. Estaba vagamente inspirado en Los desposeídos, de
Ursula Le Guin, y fue su primera idea de una utopía, una que guardó en un cajón
durante décadas.
Su utopía llega ahora mucho más afilada que cuando tomó las primeras notas sobre ella, como una sociedad perfecta en construcción, a la que aún le queda un trecho, con pinceladas de Le Guin, pero también del universo de Star Trek y de su propia novela El árbol de Sefarad (2018).
Y, sobre todo, en un momento donde el género dominante, no solo en la ciencia ficción sino en la cultura mainstream en general, es su reverso tenebroso, la distopía.“En los últimos años hay un repunte de las utopías, en parte
para contrarrestar las distopías, pero también porque tras la pandemia, la
realidad nos ha superado y se ha visto que había que ir hacia otro lado”,
explica a El Salto. “En mi caso, lo que me parecía interesante era escribir
sobre una utopía que no es perfecta, pero está en proceso de serlo”. En este
caso, la historia de Concordia, un planeta que recibe a refugiados de otros
mundos más atrasados tecnológicamente y que mantienen costumbres inspiradas en
las vírgenes juramentadas de Albania —mujeres que renuncian al sexo y se
convierten a efectos prácticos en hombres y cabezas de familia— que resultan
bárbaras a ojos de los concordianos.
En El árbol de Sefarad, Robles imaginó los
asentamientos, comunas autosuficientes y pacifistas distribuidas por todo el
mundo, que funcionaban a modo de refugios climáticos colectivos y servían de
escenario a un hipotético proceso de paz entre Israel y Palestina. En Concordia
lo escala a un planeta entero, uno que desde nuestro punto de vista se podría
considerar una utopía pacifista, ecologista y queer, pero que
resulta extraño y hostil a los protagonistas. “No sé si las utopías son
imposibles, pero lo que me interesaba era ver cómo se intenta avanzar hacia
ellas y cómo se va consiguiendo, pese a todo”, explica.
Robles es autora de novelas como El informe
Monteverde, Flores de Metal o la mencionada El
árbol de Sefarad. Por su ensayo En regiones extrañas: un mapa de la
ciencia ficción, lo fantástico y lo maravilloso (2016) ganó el Premio
Ignotus, uno de los más prestigiosos de la ciencia ficción en España. En 2019
recopiló junto a Teresa López-Pellisa, Distópicas y Poshumanas, una
antología de relatos de ciencia ficción de autoras españolas del pasado y del
presente. Sin miedo a la polémica, aunque siempre con la paciencia de la
divulgadora, en 2021 publicó el ensayo Identidades confinadas. La
construcción de un conflicto entre feminismo, activismo trans y teoría queer.
Desde comienzos de siglo imparte el taller Fantastikas, en
el que divulga la contribución de las autoras y las lectoras a la fantaciencia.
Es también el nombre de su blog, que actualiza al ritmo de sus lecturas y en el
que lo mismo reseña las últimas novedades del género que disecciona El
paraíso de las mujeres (1922), de Vicente Blasco Ibañez, y se pregunta
si la intención del valenciano fue escribir una utopía feminista o más bien una
distopía antifeminista y casi misógina.
Desde el conocimiento profundo del género en que se mueve,
lo mismo cita como influencia a Le Guin que a la Trilogía de Marte de Kim
Stanley Robinson —otro autor clásico del género que baila entre el optimista y
el pesimismo en obras como El Ministerio del Futuro (2020)— y,
sobre todo, relativiza la distopía. “Es lógica su proliferación en estos años
de crisis, pero también es un poco moda literaria. Se ha convertido en un
género transversal, que va más allá de la ciencia ficción y que el público ni
siquiera identifica como tal en las series”, explica. “También porque es muy
cómoda, es fácil decir ‘qué horror, el mundo es espantoso, no podemos hacer
nada’. La utopía es más difícil de escribir”.
Si una utopía sale demasiado perfecta, o es poco creíble o
parece acartonada. Por eso me gustan novelas recientes como Newropía,
de Sofía Rhei, donde se plantea una Europa en la que existen muchos tipos de
utopías y cada uno elige la que más le gusta. Es quizás un ejemplo más parecido
a cómo vivimos en la sociedad actualmente que muchas distopías”. Uno de los
problemas que ve a que se aborde el género es precisamente “que para que exista
una utopía es necesario ponerse de acuerdos, crear consensos, lo que significa
ceder en algo. Eso no está para nada en el espíritu de esta época, donde el
momento social y político va en otra dirección”.
Al mismo tiempo, Concordia vuelve a estar salpicada por las
preocupaciones políticas de la actualidad que han influido en otras obras de la
autora: protagonizada por cuatro refugiados, tres de una cultura poco tolerante
con las identidades sexuales no normativas y la cuarta de un planeta en guerra,
tiene ecos de la decolonial Primera Directriz de Stark Trek, la norma de la
Federación de Planetas —sí, otra distopía, una ONU galáctica idealizada— que
impide a los Capitanes Kirk, Picard y compañía intervenir en el desarrollo de
otras culturas con diferente desarrollo tecnológico para imponer sus valores.
“Es algo que vale para nuestra actualidad: hay que dejar que
cada sociedad tenga su propio desarrollo y su propia liberación. Si de verdad
eres una civilización tan avanzada, en cualquier sentido, no deberías
intervenir ni imponer tus valores. Puedes apoyar a los movimientos que hayan
allí, pero no imponer, porque eso no va a funcionar. Eso vale para Concordia y
para nuestro mundo real, para muchas cosas que hacemos desde Europa”, afirma la
autora.
Lola Robles publicó su primera novela en 1999, cuando los
referentes visibles de autoras femeninas de ciencia ficción en España eran
escasos, con la veterana Elia Barceló a la cabeza. Ahora el género popular
hipermasculinizado del pasado es historia y celebra encontrarse rodeada por
editoras, traductoras, críticas, investigadores, autoras con un dominio tecnológico
y naturalidad en tratar los temas de género e identitarios que cree que quizás
a su generación le faltaba, y lectoras. “Se están escribiendo grandes novelas,
como El peso del humo, de Tania Tamayo; TransXYQ, de
Irene Robles, sobre transespecismo, o La Luna para damas, de Conchi
Regueiro”.
Pero lo considera el avance natural del género: “La
literatura avanza porque el mundo avanza, ahora la ciencia ficción es cultura
masiva, general, no un producto de gueto, porque vivimos en ella. El sábado se
me estropeó el wi-fi y no podía hacer nada: ni usar el móvil, ni el ordenador,
ni ver una película… ¡Fue horrible! Estamos condicionados por desarrollos que
hace pocas décadas eran ciencia ficción, y eso no es bueno ni malo, es nuestro
mundo”.
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