PÀGINES MONOGRÀFIQUES

23/6/23

No es más sostenible el que más recicla, sino el que menos residuos genera

LA SOSTENIBILIDAD EN UN SISTEMA INSOSTENIBLE

Intenta pensar en productos etiquetados como sostenibles. Seguramente que lo primero que se te venga a la cabeza sea un coche eléctrico, una botella reutilizable, una camiseta fabricada con algodón orgánico. Pero ¿realmente lo son? La respuesta la encontramos en Contra la sostenibilidad (Arpa), nuevo libro del divulgador ambiental Andreu Escrivà. En ella explica por qué esa palabra omnipresente a menudo se ha vaciado de significado para convertirse en una mera herramienta de marketing. Ante esta mercantilización del término, defiende que es necesario buscar uno nuevo para poder expresar el futuro que realmente queremos.

¿Qué le ha pasado a la sostenibilidad? ¿Por qué escribir en su contra?

Ha perdido todo el significado que pudiera tener. Cuando se empieza a hablar de desarrollo sostenible a finales de los 70 y principios de los 80, ya había críticas a este concepto, aunque en ese momento era una palabra que podía albergar esperanzas.

Pero, a partir de entonces, se ha convertido en un término que se ha vaciado y mercantilizado. A día de hoy es una etiqueta. Por ello tenemos que cuestionar su uso, ya que así podremos buscar otras formas de expresar los futuros que queremos.

¿Cómo debería ser algo realmente sostenible?

Voy a contestarte haciendo trampa: algo sostenible tendría que ser algo no insostenible. La sostenibilidad es algo muy difícil de definir, pero la insostenibilidad no. Por eso la sostenibilidad no debería apuntalar un sistema insostenible, que es lo que actualmente está haciendo. A día de hoy hay determinadas cuestiones que se relacionan con esta palabra, como el coche eléctrico, lo que están haciendo es sostener un sistema insostenible.

¿Y cómo sería un sistema sostenible?

Tendría que apuntar a un bienestar compartido, común y democrático, es decir, que fuera una forma de relacionarnos entre nosotros y la naturaleza con vistas a futuro. Tiene que dejar de ser un reclamo comercial. Por eso creo que la palabra ya no se puede resignificar. Ahora tenemos que hablar de progreso, de gobernanza, de tiempo… cosas que quizá no sean tan exitosas, pero que sí que hacen más justicia al tipo de concepto que intentamos transmitir.

Es más sostenible aguantar con un móvil lo máximo posible a cambiarlo por otro sostenible cada poco tiempo. Algo que pasa con la ropa.

La cuestión es hacer durar las cosas. Yo siempre digo que el móvil más sostenible es el que tienes en el bolsillo. Algo que se puede aplicar a todo. El problema es que nos venden como sostenibles productos para que no paremos de comprar, pero lo realmente sostenible es no comprarlos. Que sea sostenible no nos da carta blanca. Debemos comprar los productos más éticos, pero también usarlos lo máximo posible. Yo arreglo mis zapatos, por ejemplo. Lo que no puede ser es que estrenemos una de cada cinco prendas que adquirimos y el resto nos la pongamos una media de cinco veces. Unos datos de Reino Unido que son similares en el resto de occidente.

Nos prometen un crecimiento infinito en un espacio finito. ¿Cómo encaja todo esto?

Encaja con una cosmovisión que nació con ciertas religiones que nos dicen que el planeta nos pertenece, que tiene recursos abundantes y que lo único que tenemos que hacer es saber gestionarlos. Unas palabras que entroncan con la economía neoclásica, para la que no hay límites. Toda nuestra arquitectura mental está montada para no poder pensar en estos límites. Pero los hay: tanto de las vidas humanas como de recursos de la Tierra.

¿Qué podemos hacer entonces?

Aquí hay dos etapas. La primera es asumir ese cambio de cosmovisión, algo que es complicado porque se nos ha prometido desde siempre. Hay que cambiar lo que entendemos por progreso. Y después, transformar la idea en un horizonte de prosperidad, de bienestar y de empresa compartida entre los seres humanos.

¿Apostar por el decrecimiento?

En parte sí y en parte no. Porque no puede ser la única solución. No hay un botón mágico. Hay que articularlo, por lo que hay que plantearse otro tipo de significantes. Por ejemplo, hablar de postcrecimiento o de prosperidad sin crecimiento. O, lo que creo que tiene más futuro, poner el foco en el bienestar humano. Tenemos que asumir que hay que disminuir el consumo de materiales, pero también saber darle la justicia social que conlleva. No significa que todos vayamos para atrás, sino que hay que recalibrar a nivel global. Es decir, que esa reducción caiga sobre las clases sociales y países que más gasten, pero que a la vez otros muchos sigan creciendo. No es una recesión. Tenemos que saber que vamos a hacer renuncias, pero, sin romantizarlo, que acabaremos viviendo mejor.

Escribes contra la superpoblación y los  superricos. ¿Es otro mantra que nos lleva a la inacción?

Mucha gente usa la superpoblación como causante del cambio climático, algo que es falso. La responsabilidad histórica recae principalmente sobre Estados Unidos, que ha emitido un cuarto del dióxido de carbono. Pero también Europa o Australia. Por lo que habría que hablar de sobreconsumo, no de superpoblación. Y es verdad que hay superricos que consumen más que las capas más pobres. Pero en este punto hay que ser muy críticos, ya que cuando pensamos en ellos, se nos viene a la cabeza gente como Taylor Swift o Elon Musk.

Ese consumo desaforado de recursos proviene del 10% más rico del mundo y, dentro de ese porcentaje, hay muchísima gente con pasaporte español y europeo. Ese 10% son 800 millones de personas, lo que es mucha gente. No es una cuestión de fijarnos solo en los superricos, sino de fijarnos en las estructuras y regular para que no haya estilos de vida tan dañinos con el planeta. También tenemos que evitar que esto se convierta en una excusa y exculpación: como Taylor Swift va a comprar el pan en avión, yo no hago nada. Pero sí, tenemos que ser responsables e intentar cambiar las estructuras.

También escribes contra otros ámbitos como el reciclaje.

No impugno el reciclaje, que tiene un sentido. Como proceso no estoy en contra, sino contra la idea de que es un salvoconducto mental de que aquello que hemos comprado ya no genera impacto. Por ejemplo, cuando reciclamos una botella de plástico. Pero claro que genera impacto: en la distribución, en la producción, en el almacenamiento, en el reciclaje… La idea de una economía circular que elimine todo impacto mediante el reciclaje no existe porque físicamente es imposible. Por ello tenemos que ser críticos con ello. Es un mantra potenciado por la industria y pensamos que cada vez que reciclamos estamos protegiendo el planeta. No es más sostenible el que más recicla, sino el que menos residuo genera.

Nos falta información ambiental.

Mucha. Y eso que es fundamental. Se ha demostrado a través de distintos estudios que el hecho de formar a la ciudadanía provoca una percepción de los problemas reales y más ganas de actuar. Aparte de educación ambiental, también nos falta formación científica, dos elementos que harán que la sociedad sea más crítica.

¿Es sostenible un libro contra la sostenibilidad?

Yo creo que no. Una de las cosas malas de este concepto es que parece que todo tiene que serlo. Yo prefiero un sistema sostenible con cosas insostenibles que al revés. Un viaje en avión nunca lo va a ser, pero a veces vamos a tener que viajar en él. Tenemos que asumir que es insostenible e intentar reducirlo. No pasa nada porque haya cosas insostenibles. Con respecto al libro, yo soy muy insostenible con estos objetos. Me gustan mucho, pero creo que la cultura es uno de los sectores con menor huella de carbono y que al final el impacto del libro es mucho mayor a nivel intelectual. Espero que el mío compense su huella de carbono haciendo que la gente reflexione y actúe en este tipo de ámbitos.

https://igluu.es/entrevista-andreu-escriva/

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