PÀGINES MONOGRÀFIQUES

29/5/23

Las funciones del hombre de crear, orar, juzgar, desaparecen en la marea del consumo

EL HOMBRE ECONÓMICO                

Extracto del libro "La sociedad tecnológica"

Nota: "El hombre económico o Homo economicus es una expresión latina que se refiere a un modelo de comportamiento del ser humano utilizado en economía. Así, el hombre económico es una persona racional, que maximiza su utilidad, tratando de obtener los mayores beneficios con un esfuerzo mínimo". 

Jacques Ellul escribía en 1954:

"Soy consciente de que el hombre económico fue una creación del periodo liberal y de los primeros doctrinarios económicos, pero la cuestión es comprender el problema. El término hombre económico se refería generalmente a un concepto puramente teórico. Para los liberales, el hombre económico era una abstracción creada para satisfacer las exigencias de la investigación económica. La concepción era una hipótesis de trabajo. Se elaboró omitiendo ciertas características humanas que el hombre posee innegablemente para reducirlo a su aspecto económico de productor y consumidor. La abstracción correspondía a una antropología completa, corriente a principios del siglo XIX, que sólo puede calificarse de dicotómica.

Uno de los hechos que me parece que domina la época actual es que cuanto más se desarrolla la técnica económica, más se hace realidad la concepción abstracta del hombre económico. Lo que no era más que una hipótesis tiende a convertirse en una realidad encarnada. El ser humano está cambiando lentamente bajo la presión del medio económico; está en proceso de convertirse en el ser sin complicaciones que construyó el economista liberal.

La transición de la imagen puramente teórica a su encarnación es lo que nos ocupa aquí.

Se produce en un momento en que el economista teórico empieza a tener en cuenta la complejidad real del hombre, una complejidad que, sin embargo, el hombre está en vías de perder (si es que no la ha perdido ya del todo). El resultado es que el economista moderno sigue corriendo el riesgo de teorizar sobre una abstracción, porque habla de un hombre concebido filosóficamente o de una imagen histórica y tradicional. No habla del hombre de hoy, el hombre que no nos atrevemos a reconocer porque no soportamos encontrar en él nuestros propios rostros o encontrar en él la prefiguración de nuestro propio destino.

El hombre económico, ese esquema reducido de la actividad económica, fue formulado en la segunda mitad del siglo XIX por un doble movimiento:

  • El primero fue la absorción, cada vez mayor, de todo el hombre en la red económica.
  • El segundo fue la devaluación de todas las actividades y tendencias humanas que no fueran económicas.

De ahí surgió la validación de la parte productora-consumidora del hombre, mientras que todas sus otras facetas fueron borradas gradualmente. Esta reducción del hombre es el primer movimiento que nos trajo el reinado de la burguesía triunfante. No es necesario llegado este punto, recordar la importancia preponderante que asumió el dinero durante este período.

Todo sucedía a través de él, en la estructura económica y social, en el mundo de los negocios, en la vida privada. Nada ocurría sin el dinero; todo ocurría a través de él. Todos los valores se redujeron a valores monetarios, no solo por los teóricos sino en la práctica. La única ocupación humana importante era ganar dinero. Y esto se convirtió, de hecho, en el símbolo de la sumisión humana a la economía, una sumisión interna más grave que la externa. Para el hombre primitivo, la caza representaba igualmente la sumisión económica, pero esta sumisión era más bien una sumisión mágica y acto viril.

La dominación burguesa del siglo XIX era una dominación racional. Excluía todo entusiasmo romántico. No buscaba el paraíso, sino el poder temporal, y maravillada por lo que había sucedido, tomó las fuerzas económicas recién descubiertas como sus instrumentos de elección. Pero utilizar estos instrumentos significaba someterse a ellos. La propia burguesía se sometió y obligó a todos los demás a someterse. El mundo se dividió en dos clases: los que crearon la economía y amasaron sus recompensas, y los que se sometieron a ella y produjeron sus riquezas. Ambas clases estaban poseídas por él. La burguesía, en un doble ataque, construyó una moral económica que consumía la totalidad de sus valores y subordinaba a los hombres al poder económico. Se creó una nueva situación espiritual que, en última instancia, estaba destinada a hacer colapsar la nueva moral burguesa, dejando intacta la primacía de lo económico.

La moral burguesa era y es ante todo una moral del trabajo y la ocupación. El trabajo purifica, ennoblece; es una virtud y un remedio.

El trabajo es lo único que hace que la vida merezca la pena; sustituye a Dios y la vida del espíritu. Más exactamente, identifica a Dios con el trabajo: el éxito se convierte en una bendición. Dios expresa su satisfacción distribuyendo dinero a los que han trabajado bien. Primera de todas las virtudes, las demás se desvanecen en la oscuridad. Si la pereza era la madre de todos los vicios, el trabajo era el padre de todas las virtudes.

Esta actitud se llevó tan lejos que la civilización burguesa descuidó todas las virtudes menos el trabajo. Es comprensible que para el burgués adulto lo único importante pasara a ser el ejercicio de una ocupación, y para el joven, la elección de una ocupación y la preparación para ella. En las grandes familias se estableció una especie de predestinación económica.

El destino humano parecía girar en torno a ganar dinero o no ganarlo. Tal era, y es, el punto de vista de los burgueses.

Para el proletariado, el resultado era la alienación, que también representaba el dominio de lo económico sobre el ser humano. En el proletariado, vemos seres humanos vaciados de todo contenido humano y sustancia real, y poseídos por el poder económico. El proletario estaba alienado no sólo porque era el siervo del burgués sino porque se convirtió en un extraño a la condición humana, una especie de autómata lleno de maquinaria económica y manejado por un interruptor económico. Pero la naturaleza humana no puede tolerar por mucho tiempo tal condición. Al crearla, la burguesía firmó la sentencia de muerte de su sistema.

La situación espiritual del hombre alienado implica la revolución, y su subordinación sin esperanza exigió la creación del mito revolucionario. Podría pensarse que la primacía de la economía sobre el hombre (o, más bien, la posesión del hombre por la economía) se habría puesto en tela de juicio. Pero, desgraciadamente, el proletario real, y no el idealizado, se ha concentrado enteramente en derrocar a la burguesía y en ganar dinero. El instrumento proletario para ganar esta revolución es el sindicato que subordina a sus miembros aún más estrechamente a la función económica en el proceso de satisfacer su voluntad revolucionaria y agotar su voluntad con respecto a los objetos puramente económicos.

El propio burgués está perdiendo terreno, pero su sistema y su concepción del ser humano están ganando. Para el proletariado, como para la burguesía, el hombre no es más que una máquina de producción y consumo. Está obligado a producir. Tiene la misma obligación de consumir. Debe absorber lo que la economía le ofrece. En efecto, ante un consumo de bienes sin parangón histórico, resulta ridículo explicar las crisis de sobreproducción como crisis de subconsumo.

La contrapartida de la necesaria reducción de la vida humana al trabajo es su reducción al atiborramiento de cosas. Si el hombre no tiene ya necesidades, hay que crearlas. Lo importante no es la estructura psíquica y mental del ser humano, sino el flujo ininterrumpido de todos y cada uno de los bienes que la invención permite producir a la economía. De ahí la trituración sin medida del alma humana, cuyo verdadero objeto es la propaganda. Y la propaganda, reducida a publicidad, relaciona la felicidad y el sentido de la vida con el consumo. Quien tiene dinero es esclavo del dinero que tiene. El que no lo tiene es esclavo de un loco deseo de conseguirlo. La primera y gran ley es el consumo. Nada más que este imperativo tiene valor en una vida así.

Esta descripción sumaria nos permite captar rápidamente la forma subjetiva e incoherente en la que el ser humano tiende a dejarse reducir a las dos variables estrechamente relacionadas del hombre económico. Todas las demás dimensiones quedan excluidas en esta concepción idealizada. El dinero es lo principal; la cultura, el arte, el espíritu, la moral son payasadas y no deben tomarse en serio. En este punto de nuevo pleno acuerdo entre la burguesía y los comunistas.

El fenómeno que presenciamos aquí es el nacimiento en la realidad (ya no en la teoría) del hombre económico que postulaban los economistas clásicos. El hombre no es esencialmente homo economicus, pero el concepto es relativamente simple y la presión de los acontecimientos económicos, mayor que nunca, ha hecho necesario someter al hombre a este laminador para obtener el sustrato material indispensable. La operación no siempre ha sido fácil. A veces la máquina se ha atascado.

La burguesía no consiguió eliminar por completo la vida del espíritu. En la clase obrera, se desarrolló una verdadera vida espiritual hacia el cambio de siglo. La literatura con Rimbaud y la pintura con Van Gogh eran enormemente atractivas en comparación con el molino. El hombre permanecía, si no entero, al menos insatisfecho con su castración, tanto más cuanto que las promesas que se habían hecho no se cumplían y las crisis económicas ponían continuamente en peligro las nuevas bendiciones.

La segunda fase de este desarrollo fue el intento del ser humano de encontrar satisfacción espiritual dentro de la propia esfera económica. Karl Marx llevó a cabo la maniobra envolvente, tomando el relevo de la burguesía y continuando su obra. En el plano de lo humano y de la vida espiritual, Marx fue -en un sentido profundo y no meramente formal- un fiel representante del pensamiento burgués. No representaba el pensamiento oficial de la burguesía a la manera de Thiers o Guizot, pero sí representaba el pensamiento corriente del hombre medio, que ideológicamente era materialista y en la práctica lo era aún más. Marx pretendía hacer un objeto de preocupación de lo que, estaba convencido, la burguesía estaba perdiendo.

A la fuerza espiritual del proletariado emergente, añadió la fuerza económica. Integró la revolución, como así también la totalidad de la vida, en el mundo económico. Consagró, teórica y científicamente, el sentimiento común de todos los hombres de su siglo y lo dotó del prestigio de la dialéctica. Proudhon y Bakunin habían puesto las fuerzas espirituales en rivalidad con el orden económico. Contra ellos, Marx defendió el orden burgués de la primacía de lo económico pero no como una primacía meramente histórica, sino como una primacía en los corazones humanos. Si cambian las condiciones económicas, cambian los hombres. Marx hizo un éxito de la terrible confiscación. Los recursos espirituales liberados de la opresión debían ponerse al servicio del opresor, pero no del opresor burgués, sino del opresor económico. (En mi Presence au monde moderne he estudiado en detalle esta mutación de la idea revolucionaria).

La segunda vertiente de este doble movimiento (la subordinación de los hombres al poder económico) no se aplicaba a todos los hombres, sólo a aquellos que se aventuraban a escapar de la creación subjetiva representada por el homo economicus. Hemos estado estudiando cómo este concepto fue introducido lenta y tortuosamente por ciertos modos de pensamiento, condiciones sociales y doctrinas. Su progreso fue insidioso y a veces a tientas. Pero el individuo aún tenía ciertas posibilidades de escapar de él. La vía de escape era cada vez más estrecha. A veces la escapatoria sólo se encontraba en los sueños.

La poesía es útil para este fin. Rostand, por ejemplo, sirvió fielmente para satisfacer al homo economicus dándole una ilusión de lo espiritual. Y Peguy nos enseñó, no en sus escritos sino en su vida, que el hombre completo seguía siendo posible. A medida que el medio se hacía más restrictivo, el mundo económico se acercaba a su compleción. Cada vez era más difícil hacer otra cosa que trabajar para vivir. ¿Pero para qué? Exclusivamente para el consumo. Se concedió al hombre el ocio, pero sólo el ocio del consumidor. Las funciones primordiales del hombre de crear, orar, juzgar, desaparecieron en la marea creciente de bienes materiales. Las condiciones estaban por fin maduras para llevar a cabo la operación decisiva. La técnica completó su movimiento de cerco y puso el broche de oro al hombre económico, de acuerdo con su procedimiento inmutable de transformar lo que es en lo que debe ser y de hacer de los meros tanteos una línea irrefutable y simple. La técnica ya no era un movimiento espontáneo; era una acción concertada para dar forma al hombre económico que necesitaba.

Para que la técnica económica (por ejemplo, la planificación) tuviera éxito, los hombres debían satisfacer sus exigencias. La técnica no existe por sí misma. En su irresistible avance, obligó al individuo humano, sin el cual no es nada, a acompañarla. Por eso el hombre económico, que era sólo una hipótesis de trabajo cuando la economía no era más que una doctrina, se vio obligado a convertirse en realidad cuando la realidad se hizo técnica. Esta mutación (que había sido preparada de la manera que hemos estudiado) no fue completamente una creación de la técnica, pero la técnica encontró en ella lo que necesitaba.

Stalin, al igual que los economistas liberales, consideraba al hombre como "capital". Y Jacques Aventur ha demostrado que, a partir de la técnica, el hombre debe ser valorado como capital. Recular ante esta concepción no es más que una reacción sentimental. No hay eficacia posible para la técnica económica en ausencia de un cálculo exacto de los costes medios de producción humana y de la capacidad humana de obtener beneficios. El hombre es capital y debe adaptarse perfectamente a este papel. Las acciones propuestas por la técnica para educar al hombre para este papel caen en dos categorías distintas. La primera es esencialmente económica y no conduce a una acción inmediata y directa sobre el ser humano. La segunda, en cambio, implica la combinación de diversas técnicas especiales y su intervención en la vida humana. En la primera categoría se encuentra la unión de los dos conceptos, productor y consumidor. Aunque tradicionalmente se hacía una distinción entre ellos, la planificación los reúne. Es cierto que el hombre recupera así una cierta unidad, pero la nueva realidad lo abarca todo. Todas las funciones humanas se movilizan en el complejo "producción-consumo".

Este restablecimiento de la unidad es, en cierto sentido, un paso adelante, ya que sostiene que la producción y el consumo están perfectamente adaptados entre sí y que ya no se pueden separar dos funciones correlativas e interdependientes, como en el capitalismo liberal. Pero lo que en un sentido restablece la unidad representa en otro una circunscripción de todo el ser humano. Para estar en equilibrio técnico, el hombre no puede vivir más que de la realidad técnica, y no puede sustraerse al aspecto social de las cosas que la técnica diseña para él. Y cuanto más se tienen en cuenta sus necesidades, más se integra en la matriz técnica. Puede parecer paradójico sostener que el hombre se tecnifica a medida que se respetan sus necesidades. Pero la propia técnica le enseña que las necesidades no son individuales o, dicho más exactamente, que las necesidades individuales son insignificantes.

Lo que la técnica concibe como necesidades son las necesidades sociales reveladas por las estadísticas. La técnica sólo puede y quiere tener en cuenta las necesidades sociales del hombre. Por supuesto, nadie niega la existencia de necesidades individuales. Pero cuando todas las fuerzas humanas son atraídas por el trabajo de satisfacer las necesidades sociales, cuando estas fuerzas incluyen la educación, la orientación, el medio ambiente adecuado y la higiene, cuando al mismo tiempo los bienes necesarios para la satisfacción de las necesidades sociales son numerosos y fáciles de conseguir, mientras que los que satisfacen las necesidades individuales son raros y difíciles de encontrar, es pura abstracción utópica afirmar que nada impide la existencia de las necesidades individuales. La técnica conlleva la socialización de las necesidades porque sólo tiene en cuenta las necesidades sociales. Esto explica por qué la investigación técnica se ve cada vez más obligada a actuar sobre criterios objetivos de valor. La medida del valor, que se ha objetivado, integra mejor al hombre en su condición económica. Una jerarquía puede establecerse mejor cuando se especifican normas precisas que se basan en el valor económico del ser humano.

Una segunda categoría de acciones técnicas que se dirigen directamente al hombre y lo modifican atestigua con fuerza lo que acabamos de decir. Es necesario actuar sobre el individuo en su calidad de productor para hacerle contribuir con su pequeña parte a la realización del plan -esa parte de la operación, insignificante en sí misma pero indispensable para el conjunto, que la técnica le ha asignado. Las operaciones de centenares de obreros dependen con rigor matemático del trabajo realizado por un solo individuo. La responsabilidad común de todos los obreros sometidos a la misma técnica es rigurosa. En nombre de esta responsabilidad común, cada trabajador está obligado a ejecutar su tarea estrictamente con el tipo de entusiasmo que exige la devoción personal. Los medios técnicos para obligar a esta devoción son bien conocidos, desde las técnicas de relaciones humanas hasta los distintos tipos de propaganda: brigadas de choque, stajanovismo, rivalidad socialista, etc. El estudio de estos medios técnicos queda fuera de nuestro estudio de la esfera económica. Pero cabe señalar de paso que están estrechamente relacionados con la técnica de la economía, que no puede realizarse sin ellos.

También es posible ejercer presión sobre el individuo en su calidad de consumidor. A grandes rasgos, el problema es modificar las necesidades humanas según las exigencias de la planificación. Las presiones que actúan sobre el hombre como consumidor no son tan agudas y brutales como las que operan sobre él como productor. Como he mostrado, la creación "espontánea" de necesidades sociales entre casi todos los hombres de nuestro tiempo justifica la aplicación de la técnica económica. Pero aunque la planificación debe satisfacer a la vez las necesidades y la técnica, no es en absoluto seguro que la correspondencia entre ambas sea perfecta. Lo que se requiere entonces es un pequeño ajuste. Al fin y al cabo, sólo se trata de necesidades sociales. Hay una pequeña causa para que no enojemos los individualistas. Una corriente sociológica pero no la conciencia del individuo. Por otra parte, ¿no deberían tranquilizarnos los medios para alcanzar este fin? Cuanto más se desarrollan las técnicas, más disimuladas se vuelven. El uso de la policía, o incluso de medios más radicales como la hambruna, como en los primeros años de la Unión Soviética, muestra una cierta deficiencia técnica y falta de tacto.

Los ajustes necesarios se efectúan mediante la manipulación de los precios y las relaciones públicas. (El psicoanálisis ha demostrado la maleabilidad de las necesidades bajo la influencia de las relaciones públicas). Sobre las necesidades sociales actúan las mismas influencias que en la economía liberal. La única diferencia radica en la orientación de los medios y en la persona que los utiliza. La utilización científica y voluntaria crea sistemática y definitivamente al hombre económico, que en última instancia viene a ser nada más que el "complejo necesidad-rendimiento". Pero el ser humano ya no se siente particularmente angustiado por ello, porque los resultados casi mágicos de la técnica económica provienen de un ajuste perfecto.

El hombre que sufría bajo el capitalismo a causa de sus arrebatos espasmódicos y su insatisfacción espiritual, los individuos que sufrían bajo un régimen comunista a causa del miedo y la restricción, se ven liberados del sufrimiento mediante esta adaptación, cuando en uno u otro régimen la técnica asume la primacía. En ambas situaciones, las necesidades espirituales del hombre son parcialmente gratificadas por la propaganda y, en ambas, la técnica exige la participación activa del hombre. Incluso le exige que se haga inteligente, para servir mejor a la organización y a la máquina.

La etapa en la que el ser humano era un mero esclavo del tirano mecánico ha sido superada. Cuando el hombre se convierte en máquina, alcanza la maravillosa libertad de la inconsciencia, la libertad de la propia máquina. Se le exige una vida espiritual y moral porque la máquina tiene necesidad de tal vida: ninguna técnica es posible con hombres amorales y asociales. El hombre se siente responsable, pero no lo es. No se siente objeto, pero lo es. Ha sido tan bien asimilado al mundo económico, tan bien adaptado a él por su reducción a homo economicus, en una palabra, tan bien condicionado, que la apariencia de la vida personal se convierte para él en la realidad de la vida personal. Así, el desarrollo de las técnicas económicas no destruye formalmente lo espiritual, sino que lo subordina a la realización del Gran Designio. En adelante, ya no es necesaria la hipótesis del hombre económico. Toda la vida del hombre se ha convertido en una función de la técnica económica. En su realización, la técnica.

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