PÀGINES MONOGRÀFIQUES

26/4/23

Celebrar la vida en el que consideran el último lugar libre de los Estados Unidos

SLAB CITY: LA CIUDAD LIBRE         

SIN IMPUESTOS (Y SIN INODOROS)

Hay un lugar en el desierto de Sonora que fue bombardeado por artillería y ahora lo habitan pájaros de nieve en caravanas de metal, okupas moteros y ultracristianos anarquistas. Se llama Slab City y no es una verdadera ciudad, es un trozo de historia.

En 1942, el cuerpo de Marines de los Estados Unidos inauguró un campo de entrenamiento de artillería al sur de California, en pleno desierto de Sonora, entre Calexico y el Parque Nacional de Joshua Tree. El campo se llamaba Camp Dunlap, en honor al general Robert Dunlap, y se usó para las maniobras y el entrenamiento de los marines que después irían a combatir en el Pacífico durante la Segunda Guerra Mundial.

Camp Dunlap sí que parecía una pequeña ciudad: calles asfaltadas, agua corriente, saneamiento, tendido eléctrico, un montón de barracones prefabricados que servían de dormitorios y comedores para los soldados y también varios edificios más sólidos para los oficiales.

Sin embargo, las construcciones más definidoras de Camp Dunlap no eran las arquitectónicas, sino las exclusivamente militares, concretamente veintiséis estructuras cilíndricas de hormigón armado que servían como puesto de colocación de las piezas de artillería y, en algunos casos, también como dianas de los proyectiles. A esas estructuras las llamaban slabs, que podría traducirse como placas o losas.

Tras el fin de la guerra, el campo, en realidad, ya no tenía sentido y fue desocupándose poco a poco hasta que se desmanteló por completo en 1956. Todos los edificios se desmontaron y todas las instalaciones se recuperaron. Allí no quedó nada. Bueno, nada no; quedaron las slabs, porque, como estaban construidas con hormigón in situ, no había manera de retirarlas, y destruirlas con explosivos o piquetas era más caro que dejarlas ahí, así que allí se quedaron abandonadas durante más de una década.

En el 61, el cuerpo de marines renunció legalmente a cualquier derecho de propiedad sobre los terrenos del antiguo Camp Dunlap y los dejó a su suerte. Para finales de los 60, eso era otro trozo de desierto más. Pero a finales de los 60 también llegó la contracultura, Easy Rider, los  hippies y los snowbirds, los pájaros de nieve.

En terminología yanqui, los snowbirds son personas seminómadas que viven en el norte de Estados Unidos durante el verano (esencialmente en los estados de Washington y las Dakotas), pero que viajan al sur en el invierno. Sí, como un pájaro migratorio. Sin embargo, a diferencia de las golondrinas o las cigüeñas, los pájaros de nieve no cambian de casa; viajan en su casa. Caravanas,  mobile homes, camionetas customizadas y todo tipo de vehículos que parecen extraídos de una peli de Mad Max.

Cuando los pájaros de nieve llegaron a los antiguos terrenos del campo de los marines, se encontraron con las slabs  cilíndricas de hormigón y decidieron que era un buen sitio para anidar en los meses fríos. Y claro, llamaron a su nueva ciudad temporal Slab City.

Durante casi sesenta años, Slab City se ha ido poblando cada invierno con estas casas rodantes, conformando una  unincorporated community, una suerte de pequeño pueblo habitado, pero sin legislación de la que dependa. Por eso, en algunos círculos estadounidenses, se lo considera un mito del anarcocapitalismo. Lo cual no es precisamente algo de lo que enorgullecerse porque, aunque, efectivamente, el terreno pertenece legalmente al estado de California, en Slab City no hay impuestos, pero tampoco hay saneamiento, ni agua caliente, ni policía, ni bomberos, ni centro de salud. Sus pobladores lo llaman “el último lugar libre de América” y, bueno, libre es, pero un poco dejado de la mano de Dios, también.


Y pese a que esa dejadez divina se aprovecha por más de un habitante que quiere «desaparecer» (y lo entrecomillo por razones evidentes), la ciudad de los pájaros de nieve no es precisamente un lugar desconocido: aparece en vídeos musicales, en videojuegos y hasta en la película Into de Wild, de Sean Penn. De hecho, tampoco quiere ser un lugar abandonado por Dios. O al menos, sus habitantes no quieren que lo sea, y por eso han llenado los más de seiscientos acres que ocupa de referencias cristianas, empezando por una iglesia de chapa azul que nos da la bienvenida, continuando por las decenas de vehículos recordándonos que en la Biblia está la solución a todos nuestros problemas, y terminando por Salvation Mountain, una montaña artificial construida con adobe y pintura multicolor por Leonard Knight, uno de los primeros snowbirds de Slab City.

Salvation Mountain es la estrella turística de la ciudad, tanto por fuera como por dentro. Una de esas atracciones folclóricas que tanto gustan, con sus cúpulas y sus extravagancias arquitectónicas, muy hortera pero no exenta de una cierta fascinación kitsch. Y a pesar de la naturaleza escondida del lugar, Salvation Mountain no es la única atracción de Slab City; en un extremo se levanta East Jesus, una instalación artística multisoporte creada por un tipo sin ninguna relación con el arte llamado Charlie Russell, pero que se podría llamar perfectamente Walter White por las similitudes de su peripecia vital con las del protagonista de Breaking Bad (aunque sin tráfico de drogas de por medio).

Hasta 2007, Russell trabajaba como ingeniero informático en Los Ángeles, vivía en un apartamento normal y tenía una vida normal. Entonces le diagnosticaron un cáncer y él lo abandonó todo, vendió sus pertenencias y se fue a vivir a Slab City. Allí hizo lo que, en secreto, siempre había querido hacer: ser artista. Con coches tuneados, con televisores viejos, con madera y acero, desplegó todo un parque temático de lo imprevisible donde hay desde una casa inclinada hasta una cúpula geodésica.

Russell murió cuatro años después de llegar a la ciudad y Leonard Knight lo hizo en 2014. Se dice que, sin ellos, Slab City está condenada a la desaparición, pero aún cada invierno allí se encuentran nómadas y visitantes. Suelen reunirse en The Range, una sala de conciertos al aire libre donde las butacas son sofás destartalados y donde, pese a todo, la gente canta canciones para celebrar la vida en el que consideran el último lugar libre de los Estados Unidos.

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