LA ROPA BARATA NO ES UN DERECHO
NO CUANDO ES A COSTA
DEL SUFRIMIENTO DE ALGUIEN
La fast fashion nos ha acostumbrado
a que la ropa sea barata… efímera, con un ciclo de vida breve, pero barata. Al
menos en términos económicos: el gasto en recursos y en explotación no figuran
en el ticket de compra. Desde hace años, en sus textos, Marta Riezu (Terrassa,1979)
se propone cambiar esa mentalidad de acumulación no solo contrarrestándola con
datos, sino también ofreciendo alternativas.
Una mudanza fue el cambio definitivo que hizo ver a la periodista de moda Marta Riezu que su relación con la ropa no era la adecuada. Como muchas personas, ella estaba acostumbrada a comprar según las reglas del fast fashion, es decir, adquirir cada temporada nuevas prendas sin preguntarse de dónde venían o a costa de quién tenían un precio tan reducido. Una conciencia que cada vez está llegando a más consumidores. Pero no a los suficientes.
Su ensayo La moda justa (Anagrama) nació
precisamente como una invitación a construir nuestro armario éticamente a
través de datos que nos ayudan a ser conscientes de la explotación laboral, la
contaminación, la destrucción del medio ambiente o el maltrato animal.
Tiene su continuación natural en Agua y jabón (Anagrama), en la que la autora
escribe y aborda la elegancia a la hora de vestir, pero también de vivir.
Estamos acostumbrados a la ropa de usar y tirar, que
compramos a veces para un día y luego tiramos a la basura. La moda justa que
propones es todo lo contrario.
Tengo la impresión de que muchas personas compran con total inconsciencia –y con no poca estupidez, si me permites–, pero también me consta que somos muchos los que fuimos educados por nuestros abuelos y padres en el cuidado, valoración y mantenimiento de las cosas. Ni somos bichos raros ni somos pocos. Lo que pasa es que es lo otro, el consumo voraz, el problema grave que llama mucho la atención.
Tengo claro que los gobiernos deben limitar a las
empresas mediante leyes y multas en lo relativo a la sobreproducción, pero
nosotros como ciudadanos también debemos concienciarnos, informarnos y
comprometernos. Despojar al consumidor de su responsabilidad es infantilizarlo
y negarle un poder que sí tiene.
Hablas de los litros de agua que se gastan para hacer un
vaquero, la explotación que supone que una camiseta valga cuatro euros o que
algunas marcas quemen alrededor del 30% del stock sobrante.
¿Cuál fue el dato que más te impresionó cuando investigaste sobre ello?
Las cifras sirven para entender de un plumazo la dimensión
real del asunto. Es una falta de respeto brutal al planeta, a los trabajadores
y a los animales, un cinismo brutal que arrasa con todo lo que pilla. Como son
realidades que casi siempre nos quedan muy lejos, en otros continentes, creemos
que no van con nosotros. No sé si a estas alturas queda alguien tan inocente
como para defender que un vestido a cinco euros es una buena noticia.
Uno de los peores datos sobre la moda es que en el mundo hay
75 millones de trabajadores que se dedican a confeccionar ropa. Menos del 2% de
ellos gana un salario suficiente para vivir. Dicho de otro modo: el 98
% de los operarios se encuentra en un estado de pobreza sistémica. El libro
es una invitación a liberarse de cierto tipo de moda porque lo que nos venden
no solo daña el ecosistema, sino que encima es un mal producto, una cutrez. Hay
alternativas, pero requieren un esfuerzo y una búsqueda, y entiendo que uno
puede sentirse perdido acerca de por dónde empezar. Así que se empieza de un
modo facilísimo y barato: dejando de comprar y utilizando muchísimo lo que ya
tienes.
Todos hemos escuchado muchas veces lo que esto supone.
¿Por qué crees que no se ha dado ningún cambio en la sociedad?
La moda no siempre fue accesible. Cuando se abarató tanto
gracias a los nuevos procesos de producción eficientes de la fast
fashion, la sensación de poder y placer para muchas personas que antes no
habían accedido a ella fue deslumbrante. De pronto la ropa barata parecía un
derecho. Pero no lo es. No cuando es a costa del sufrimiento de alguien. Por
eso es tan importante estar informado y saber a quién beneficia o perjudica
nuestro dinero. Si se compra tanto en esas cadenas es porque es mucho más fácil
mirar a otro lado y escudarse en excusas económicas.
¿Cómo sería una marca de ropa justa?
Una que conozca bien a todas las personas y empresas
implicadas en su cadena de producción, sepa qué sueldos se les paga, dónde y
cómo se produce, con qué tejidos sostenibles, qué posibilidades de reciclado
tienen las prendas –eso hay que pensarlo desde el momento en que se diseñan– y
venda a precios sensatos con los que pueda ganarse la vida. A este tipo de
marcas les toca hacer mucha pedagogía para que sus potenciales clientes
entiendan qué los hace diferentes.
Otras alternativas interesantes son también comprar de segunda mano o arreglar la ropa
Exacto, son otras de las propuestas mencionadas en el libro.
El vintage ha perdido, afortunadamente, ese estigma que tenía en los ochenta de
que era de pobres, de perdedores, de jóvenes, de freaks de lo
retro o de hippies. La ropa de segunda mano muchas veces está mejor confeccionada
que la nueva y tiene estampados y patronajes muy interesantes. Cuidar
la ropa, lavarla, plancharla y almacenarla correctamente es subversivo –nadie
lo hace–, y es una inversión estupenda. Es un placer llevar
mucho tiempo una prenda a la que tenemos cariño.
¿Debemos empezar a pensar que es positivo pasar mucho
tiempo con nuestra ropa, más sabiendo que no se amortiza su huella ecológica
hasta pasados unos años?
Se calcula que en unos dos años –unas cuarenta puestas– ya
has compensado, pero yo creo que deberíamos empezar a hablar de diez años en
adelante. Si ahorras para un buen abrigo o un jersey de lana, y ahorrar cuesta
mucho, es para darle una vida muy larga y disfrutar esa prenda de calidad.
¿Qué dice la ropa de nosotros?
No todo, pero sí bastante más de lo que algunos creen.
Nuestras aspiraciones, nuestro presente, nuestra atención al detalle, nuestra
posición en la sociedad, lo que nos emociona y lo que nos preocupa. Nuestro
atuendo es una herramienta de comunicación. Explica a los demás qué somos y a
nosotros mismos quién queremos ser.
En Agua y jabón escribes que debemos
elegir ropa que nos valga para toda la vida. Unas prendas que deben ser
«compradas con inteligencia, prudencia y sordera a la tontería».
Sí, una compra es algo muy importante. Como decía, cuesta
ahorrar, cuesta ganar dinero. Trabajamos mucho y no podemos destinar ese
esfuerzo a un producto que no nos hace felices. Excepto los niños y los
adolescentes, que necesitan más rotación de prendas –aunque en mi niñez no
comprábamos, intercambiábamos entre familias–, los adultos deben educarse en un
consumo más sensato y comedido. Si se compra una sola prenda al año, que sea la
mejor que podamos pagar.
En este sentido, defiendes que lo que importa es la ropa,
no la moda. Dieter Rams dijo que un buen diseño es duradero, discreto e
intangible.
Las tendencias y las modas no deben importarnos, son engranajes de un sistema muy seductor y muy ruidoso que nos quiere dentro de la rueda de hámster. Si nos liberamos del yugo de fetichismo de las marcas podemos empezar a ver las prendas por lo que son y por su utilidad: un abrigo de lana, una camisa blanca de algodón, unos zapatos Oxford cómodos y elegantes.
Entrenemos la mirada en el buen diseño y démonos tiempo antes de comprar para
poder investigar quién está detrás de ese objeto que nos gusta. Y si encontramos
una historia honesta y transparente, entonces planteémonos si lo necesitamos y,
solo al cabo de un tiempo, compremos.
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