NI LA GANADERÍA, NI EL REGADÍO
LA AGRICULTURA DE SECANO SALVARÁ A LA HUMANIDAD
El Informe Planeta Vivo 2022 de WWF (IPV) dice, literalmente: «La agricultura de secano ocupa el
80% de las tierras de cultivo del mundo y produce el 60% de los alimentos. Por
consiguiente, la destrucción de los bosques podría poner en riesgo la seguridad
alimentaria de miles de millones de personas». Según este informe, cada año
perdemos una superficie de bosques similar al tamaño de Portugal (diez millones
de hectáreas boscosas).
Es bien sabido que los bosques favorecen las lluvias, creando en la atmósfera auténticos ríos de humedad flotante. Por eso la pérdida de bosques en Brasil afecta a las lluvias en Norteamérica. También sabemos que la crisis climática nos regalará sequías más frecuentes y severas, afectando directamente a la productividad agrícola. Esa es solo una de las consecuencias. En Kenia, por ejemplo, ya están sufriendo de forma directa los efectos de sequías persistentes; y África no está tan lejos de Europa como a algunos les gusta pensar.
En España, la gestión
del agua es sencillamente desastrosa. El 85% del agua se usa para
agricultura de regadío, muchas veces permitida aunque sea descaradamente
ilegal. El agua subterránea es intencionadamente separada de
los ecosistemas que dependen de ella y, así, puede saquearse sin remordimientos
y sin protestas, porque el saqueo no se ve (igual que ocurre, por cierto, con
la pesca de arrastre).
España —uno de los países más secos de
Europa— exporta agua a los países húmedos del Norte. Se exporta
agua en forma de hortalizas y, a la vez, se importan cantidades ingentes de
alimentos dedicados al ganado. Esto no es sostenible. Dejando al margen
aspectos éticos o de maltrato animal, el mantenimiento de ganado a gran escala
es una actividad sustancialmente insostenible, incluso aunque
sea de ganadería extensiva. Este tipo de ganadería se defiende con
argumentos tan insustanciales, como que la ganadería intensiva es rotundamente
peor, o que el pastoreo reduce la gravedad de los incendios forestales.
Ambos argumentos son ciertos, pero no sirven para defender
la ganadería extensiva. Tengamos en cuenta que la práctica totalidad de
los incendios forestales son provocados por el ser humano. Ese es el punto
que hay que evitar, y no otros de escasa relevancia como tener los montes
limpios. Quienes afirman que los montes están sucios, no se
refieren a los plásticos y no entienden que los árboles muertos son el hogar de
múltiples hongos o invertebrados en la base de la cadena trófica. Es decir, son
esenciales para que haya poblaciones sanas de aves y otros predadores.
Los rebaños en extensivo evitan que la naturaleza
evolucione de forma natural y los ganaderos establecen barreras que la
naturaleza no entiende. Aunque lo ideal sería no tener que gestionar los
bosques naturales, en el contexto actual de analfabetismo ambiental, tal vez
una gestión mínima y sensata pueda ayudar a evitar grandes incendios
forestales, cuyo daño puede ser peor que el de la «limpieza» del bosque.
Por otra parte, la ganadería y los cultivos de
regadío ejercen una presión importantísima sobre el agua dulce, y eso
afecta directamente a la biodiversidad. El IPV 2022 afirma que los
animales de agua dulce son los que han sufrido un deterioro mayor, con
una disminución media del 83% en sus poblaciones. La vida en agua dulce está desapareciendo a un ritmo vertiginoso y
las causas son tan conocidas como ignoradas: contaminación, extracción de agua
en exceso, modificación de los cursos, sobreexplotación de especies, y también
eso que algunos llaman especies
invasoras. Con ese nombre les cuelgan a ciertas especies la etiqueta
de culpables. Si consigues ante la sociedad un animal chivo
expiatorio, no importa que sea el ser humano el que genera el caos. Hemos visto
campañas para hacernos creer que cierta especie es invasora, seguidas de
grandes cantidades de dinero público dedicadas a matar a esos animales. Por
cierto, esas matanzas suelen tener tan poco éxito como argumentos científicos.
Las presas y los embalses son otro problema. Cortan los
caminos que utilizan cientos de especies para buscarse la vida (no solo peces).
Algunos siguen defendiendo la necesidad de hacer pantanos (porque dicen
que el
agua de los ríos se tira al mar) y, a la vez, se quejan de la reducción de
nutrias o de pesca en los ríos y en las costas, sin entender que estos hechos
están relacionados.
Tenemos que reducir nuestra demanda de agua. En
cambio, entre 2004 y 2021, España ha
elevado la superficie de regadío un 15% y la de invernaderos un
asombroso 25% (miren estas fotos de Málaga, Granada o Almería,
como impactantes ejemplos). Y resulta curioso constatar que los cultivos más
intensivos, más contaminantes y en manos de personas o empresas adineradas, son
también los más rentables —porque contaminar y reducir la biodiversidad
es gratis— y también porque son los que más subvenciones reciben de la UE
(a través de la PAC).
El colmo es cuando se riegan cultivos tradicionalmente de
secano. Se hace, por ejemplo, con olivos y con viñas. Esto es un error
garrafal, porque produce un incremento en la producción y, por tanto, un
hundimiento de precios. Los agricultores que no pueden regar se llevan la peor
parte (producen poco y se les paga menos aún). Esto contribuye a una sociedad
más desigual.
Los precios de la energía ascendiendo, encarecerán aún más
los riegos, porque regar no solo gasta agua, sino también mucha energía. No
reducir la superficie de regadío es una bomba que cada día añade explosivo a su
carga.
Aprendamos algo de los indígenas
El ser humano puede convivir en armonía con la naturaleza.
Para ello, es esencial reducir el consumismo al mínimo. Según el IPV 2022, «las tierras y aguas indígenas se han cuidado
perfectamente durante milenios. En Canadá, Brasil y Australia, por
ejemplo, la biodiversidad de vertebrados en territorios indígenas es igual o
superior a la que se encuentra en zonas formalmente protegidas». Y
resalta: «La población humana
consume tantos recursos naturales como si tuviéramos a nuestra disposición casi
dos planetas». Los principales culpables son un puñado de personas
con mucho dinero y unas leyes que les permiten abusar a su antojo.
La pérdida de biodiversidad y el cambio climático son dos
problemas relacionados, pero bien diferentes. Por ahora, la principal causa de
la pérdida de biodiversidad no es el cambio climático, aunque en un futuro, sin
duda alguna, podría llegar a serlo si seguimos en esta senda de contaminar sin
medida. El IPV 2022 afirma que no basta con mirar las causas directas de
esa pérdida de biodiversidad (deforestación, agricultura intensiva, pesca
industrial…), sino que también hay que apuntar hacia lo que llama causas
subyacentes, las cuales son muchas veces negadas por motivos
ideológicos o interesados. Entre estas causas podemos encontrar:
- el aumento
de la población mundial,
- una
educación deficiente,
- el consumismo,
- el
uso del PIB para
medir el crecimiento,
- la
excesiva contaminación
de los poderosos,
- los
subsidios perversos (subvencionar actividades de altísimo
impacto ambiental, como combustibles fósiles, pesca industrial,
agricultura contaminante, etc.),
- las falsas
soluciones (el greenwashing,
la captura
de carbono, el coche
eléctrico, el reciclaje,
las nuevas
tecnologías, etc.).
Todo eso hace que no se esté logrando proteger
«infraestructuras naturales clave, como los océanos, selvas y humedales, que
proporcionan servicios críticos para las personas».
El IPV 2022 reconoce que nuestra comprensión de la
naturaleza es muy limitada. De hecho, es muy evidente que los humanos modernos
no sabemos gestionar bien los ecosistemas. De ahí, que cada vez se reciban
más apoyos para dejar que la naturaleza se gestione a sí misma en ciertas áreas
(rewilding).
En el IPV se reconoce que la degradación ambiental es un
problema de «voluntad humana» y no de otro tipo (capacidad tecnológica, falta
de recursos…). Por eso, ganan importancia los partidos ecologistas, incluso entre personas que nunca se habían
planteado votarlos, porque aunque no coincidan con todos sus planteamientos, la
población está siendo consciente de que los partidos «tradicionales» nos están llevando a un desastre de
proporciones descomunales. Nuestro modo de vida ha de cambiar
drásticamente, y es mejor que ese cambio sea conducido por
personas que reconozcan el problema y conozcan las bases mismas de lo que hace
posible la vida.
Terminamos con una frase del informe que apunta al
optimismo: «En todo el mundo se están abriendo querellas basadas en el derecho
a un medio ambiente saludable y todo indica que tienen muchas probabilidades de
éxito».
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