EL ACANTILADO DE SÉNECA
Los sectores
económicos vistos desde el acantilado de Séneca
Sería un consuelo para
nuestra debilidad y la de nuestras obras si todas las cosas perecieran con la
misma lentitud que se formaron; pero, tal como es en la realidad, los
incrementos son de lento crecimiento y la ruina es rápida. —Lucio Anneo
Séneca (Epístola XCI a Lucilio)
El acantilado de Séneca
La expresión efecto Séneca o acantilado de Séneca, extendida ya entre investigadores del decrecimiento y de colapsos civilizacionales, expresa la manera en que procesos tan diversos como el desarrollo de comunidades unicelulares, una canción del verano, la irrupción de un nuevo partido político, de un Gobierno que despierta ilusionantes expectativas, un sector económico favorecido por un contexto favorable, una moda o el desarrollo de civilizaciones enteras evolucionan de tal manera que su declive es más rápido que su ascenso. Esta observación originó el concepto del efecto Séneca, un postulado del profesor Ugo Bardi, miembro del Club de Roma, desarrollado tras investigar los colapsos sociales históricos previos al actual: “los comienzos y progresos son lentos y difíciles, las caídas bruscas y temibles”.
Séneca, el filósofo cordobés que nació y vivió un tiempo de
esplendor en su entorno familiar y de Hispania en pleno auge dentro del Imperio
Romano, era un gran orador al que los políticos temían por su atrevimiento a
hacer pronósticos como el que presenta este artículo. También lo aplicaba a los
momentos de gloria y desgracia de aquellos dirigentes. De hecho, en el año 41,
tras la muerte de Calígula y con Claudio recién entronizado, Séneca, siendo una
persona relevante dentro del estamento político romano, fue condenado a muerte
como ya había sucedido bajo el mandato de Calígula. Finalmente, se le conmutó
la pena por el destierro a Córcega.
Aunque las causas reales de esta última condena son
desconocidas, la sentencia oficial lo acusaba de haber cometido adulterio con
Julia Livila, hermana de Calígula y sobrina de Claudio. Varios historiadores se
decantan por otra explicación: que la esposa de Claudio, la icónica
manipuladora y malísima Mesalina, vio su influencia política e intelectual
amenazante tras la muerte del excéntrico Calígula. La subida al trono de
Claudio hubo de escalar la resistencia del Senado y Séneca, uno de los
senadores más influyentes, fue percibido por sus previsiones (bien acertadas)
como un enemigo político en potencia para Claudio. Tras la muerte de este
emperador es Nerón quien sube al trono con 16 años y desde el año 54 al 59
quien realmente dirige el ya decadente imperio es Séneca.
Es en esta época cuando nuestro filósofo fomenta actitudes
más humanitarias hacia los esclavos introduciendo avanzadas reformas fiscales y
judiciales mientras se va vengando de sus enemigos y acumula una inmensa
fortuna que será su ruina personal. Finalmente, hostigado por sus opositores
cae en desgracia ante Nerón. El emperador ordena al filósofo cordobés
suicidarse cortándose las venas e ingiriendo cicuta para acelerar su muerte.
Iberia ante el declive
Desde entonces han pasado dos milenios en los que los
paisajes geológicos de Hispania prácticamente no han cambiado; las que fueran
las montañas más altas que enmarcaron la vida de Séneca y los suelos que
crearon y sustentaron su devenir, vistos de cerca, sin embargo, ya son otros.
El paisaje espiritual de aquellos tiempos, parece, no obstante, repetir sus
pronósticos como metáfora o arquetipo.
Hoy, Europa y el mundo entero viven el inicio de una
transformación que, precisamente por un acantilado de Séneca, comienza a
recorrer la denominada civilización globalizada, y lo hacen enmarcados en las
tres coordenadas fundamentales que no debemos perder de vista, un trinomio que
no determina, pero sí delimita nuestras vidas: la
caída anunciada del capitalismo fosilista, la
intensificación del cambio climático antropogénico y la decadencia
geoestratégica del imperio de los Estados Unidos de América.
La repercusión en nuestras vidas —siguiendo el modelo de lo
que el pensador cordobés consideró arquetípico o paradigmático—, a duras penas
se puede mitigar. Obviamente, el Estado español de inicios del siglo XXI,
dentro de las posibilidades de su gestión, intentaría suavizar o amortiguar la
incipiente e innegociable transición por esa pendiente, poniendo el máximo
empeño en hacerla lo menos inclinada posible, es decir, lo más alejada de lo
que sería un colapso.
Y es en este contexto de tres lustros de crisis (recordemos
que ya salíamos hace una década de brotes verdes, luz al final del túnel, en la
buena dirección…) donde las nuevas leyes y movimientos del primer Gobierno de
coalición de la democracia española juegan, como es lógico, un papel
protagonista. Con aciertos o sin ellos, el propio Gobierno resalta el impacto
favorable de una Ley de Reforma Laboral cuyo balance se
presenta como “positivo”. En mayo de 2022 el paro registrado desciende en Servicios 41.017
personas (-2%), Industria 7.148 (-4%) y Construcción 4.981
(- 2%). Sin embargo, el desempleo aumenta en Agricultura en
8.863 personas (6%) y en el colectivo Sin Empleo Anterior en
1.874 (0,76%). Se constata, por tanto, que incluso cuesta arriba y contra el
viento “España va bien”. O ¿no tanto?.
¿Es (una vez más) tan positiva, en el marco expuesto, la
instantánea de un país lanzado orgullosamente y de cabeza al sector de
servicios? Básicamente se trata del turismo de verano de siempre, de camarero
con servilleta en antebrazo y bandeja de servir el que ha conseguido el
milagro: ¡42.000 personas paradas menos! Un sector, el turístico, que puede
desplomarse en cualquier momento y para siempre ligado al trinomio
arriba mostrado. Y hasta los analistas más afamados
afirman: “¡Claro, es que en verano aumenta el turismo!”
Pero hay un detalle fundamental diluido entre esas cifras y
que aparece casi de tapadillo: que el desempleo en agricultura sube en casi
9.000 personas; que pese a parecer una cifra modesta no encaja demasiado con el
hecho de que también la agricultura está en su periodo de máximo trabajo de
plantación y cultivo y de producción hortofrutícola. ¿Cómo es posible?
Es decir, estamos presumiendo de mucho cambio estructural,
apostando por la raíz que nos sostiene desde el sector primario y seguimos con
cada vez más abandonos personales y colectivos de toda esa base que sustentaba
nuestras vidas, y lo hacemos justo cuando estamos advertidos por las más altas
instituciones internacionales y científicas de una crisis alimentaria mundial en
ciernes “sin precedentes”. Y, sin embargo, vemos que hay gente
apeándose del tractor para poner una de chopitos al guiri de
las sandalias con calcetines.
Parece pues que compensaba más trabajar las doce horas de
camarero a media jornada declarada (y otra media en negro) que recolectar
ciruelas de 6 a 10 y luego de 17 a 22 para evitar la caló… Algunos
hosteleros, sin embargo, afirman
tener dificultades para encontrar camareros y las cooperativas
agrarias y empresas del sector agroalimentario se
quejan de la falta de mano de obra en el campo.
Y es que, parece tan grande la desgracia que, como muestran
los datos del paro de mayo de 2022, debe resultar mejor vivir y dormir en un
camastro de cama caliente en Ibiza, cuyo alquiler de temporada se
lleva hasta el 70% del salario, poniendo cubatas bien cargaditos a canis y
chonis entre grandes masas eufóricas, discoteca a mil decibelios,
que en el silencio estrellado de la casa del pueblo al acabar la jornada. ¿Hay
algo que celebrar?
Si a mediados del siglo XX este funcionamiento comenzó a ser
posible —hasta la actual tasa de urbanismo por encima del 81% (INE 2021) en que
ni dos de cada diez personas viven hoy del sector primario produciendo
alimentos y productos básicos para los otros ocho (y aún no es suficiente
porque España es importadora neta de alimentos)— fue sin duda gracias a la
asequibilidad y versatilidad de los combustibles fósiles. Éstos propiciaron la
desmesura en la construcción, mantenimiento y funcionamiento de toda la
infraestructura de centralización que había emprendido Felipe II en la villa de
Corte. Siglos después, por el mismo motivo, se pudo desarrollar la mayor
industria española de todos los tiempos: el turismo. El primer sector condenado
a caer por su acantilado de Séneca sin la energía barata que permitió su
ascenso, desarrollo y mantenimiento.
Pensemos que al iniciarse el siglo XX, de cada diez
personas, siete trabajaban en el campo manteniendo a las tres que vivían en la
ciudad. Entre 1960 y 1980 la tasa de abandono del campo alcanzó cifras del 1%
de la población a nivel estatal ¡cada año!, coincidiendo con el impulso de las
carreteras (y la irrupción en las familias de clase media del Seat 600 en 1958)
que aceleró el éxodo fosilista y el desarrollo del turismo interno.
Desde poco más de la mitad en 1960 se pasó a que tres de
cada cuatro españoles ya se habían mudado o vivían desde su nacimiento en una
ciudad en 1980. Madrid era la mayor receptora, la mayor y más central de las
mega-urbes españolas. Hasta 1960 España era prácticamente autosuficiente en
materia de alimentos, ya que alrededor de un 90% de estos se producían en el
territorio. Las importaciones de trigo, por ejemplo, se limitaban a los años de
mala cosecha. La red de silos dejó de funcionar a las puertas del siglo XXI. La
importación tomó las riendas.
Fue en la década de 1980-1990 cuando se invirtieron y
consolidaron los papeles con respecto a 1900, hasta el máximo actual que ya da
señales de agotamiento. El elevado precio de la energía fósil nos indica el
nuevo camino de vuelta: Séneca tiene la respuesta. De momento, la energía fósil
es la única capaz de dar respaldo al resto de tecnologías para la tan
preciada Transición Ecológica. Pero recientemente, el impacto
ineconómico de esta inestable estructura, muy anterior a la invasión de
Ucrania, comenzó a pesar tanto o más que la presión y contaminación sobre el
medio que garantiza nuestra existencia. Madrid, Barcelona, Bilbao, Valencia,
Pamplona, necesitan ingentes cantidades de productos básicos cada día y la
extracción de millones de toneladas de desechos. El transporte no puede fallar.
Pero, realmente, que tales dinámicas, tecnologías y procesos
mercantiles iban a apuntalar para siempre una estructura centralizada, cuya
solera secular tenía más de creencia que de ciencia, nos hizo asumir que todo
este progreso era fruto exclusivamente de la inteligencia humana. Lo sucedido
desde 2018 con precios y cortes de suministro ha puesto de manifiesto una serie
de razones por las cuales el mundo no debería dar por sentado el abastecimiento
seguro a medio-largo plazo.
La senadora Cristina Narbona, presidenta del PSOE y
vicepresidenta del Senado de España firmó recientemente un
artículo que decía:
La existencia de los
fondos europeos Next Generation supone una extraordinaria oportunidad para
impulsar la transición ecológica en España, ya que el 40% de los 140.000
millones de euros concedidos a nuestro país tienen que destinarse precisamente
a dicha transición. Y, lo que no es menos importante, la aplicación de la
totalidad de los fondos tiene que cumplir el principio de ‘no regresión
ambiental’, es decir que no podrán financiar inversiones que resulten
perjudiciales para el medio ambiente. Vivimos, por lo tanto, un momento
excepcionalmente positivo en términos de compatibilidad entre economía y
ecología
Sin tocar en absoluto el hecho incontestable de la
limitación de recursos geológicos energéticos e industriales —que es la
principal causa por la que nos deslizamos por el tobogán de Séneca y que los
fondos de recuperación Next Generation intentan paliar—, tenemos una omisión
deliberada de por qué siendo nuestra clase política dominante consciente de
esta colisión con el modelo de transición que intentan impulsar, son las
grandes empresas que propiciaron esta situación por dejar una transición (ya
imposible) para última hora, las que recibirán el montante de los fondos de
recuperación en otro movimiento velado de rescate como el de 2008. Por tanto,
las palabras de la vicepresidenta primera del Senado carecen de contenido.
¿Es ese el concepto de Transición Ecológica que
tienen en mente y para lo que vamos a poner 140.000 millones sufragados por
cada una de nosotras? ¿Es este el momento “excepcionalmente positivo” que va a
compatibilizar economía y ecología? ¿Qué se celebra? ¿De qué se enorgullecen en
el Gobierno con estos datos de empleo y paro? ¿Qué festejan los más célebres
opinólogos oficiales de Brexits, pandemias, volcanes, guerras, olas de calor,
cambio climático y reformas laborales?
La segunda derivada y la valentía ibérica
Pues esa sería la primera derivada. La segunda sería
que de los 140.000 millones de euros no fuese ni un solo euro a las grandes
corporaciones agroindustriales, reinas de los plaguicidas, herbicidas y
nematocidas (Monsanto, hoy Bayer, se las arregló durante años para que los
agricultores llamasen “curamentos” al Roundup). Tampoco para la agricultura
intensiva de monocultivos ni para los grandes centros de distribución
especulativos, ni para la exportación y el “business”. La valentía de hacerlo
sí tendría éxito, porque éste vendría si esas inversiones hubieran ido a parar
a pequeños agricultores de cultivos diversos y ecológicos, orientados a servir
al comercio local y a pequeñas tiendas de cada comunidad o cooperativa en
proximidad, aprovechando las indicaciones como las del Dictamen SC/048 de la UE
para nuevas economías y canales de distribución.
Y todo ello, antes de que tengamos que hacerlo
precipitadamente, como
en Sri Lanka, o vayamos planificando una economía de guerra como nuestros
vecinos del norte, Francia o Alemania, desencadenando una catástrofe doble por falta de medios
y tiempo, para reconvertir los monocultivos (aquí tenemos monocultivos de vid
en algunas zonas, de olivos en otras, de cítrico, de invernaderos… para surtir
a largas distancias a los grandes almacenes y a la Europa húmeda) y pasar del
inmenso y estéril páramo en que se ha convertido el suelo agrícola ibérico en
algo que pueda ofrecer vida.
Mientras, el país actualmente más seco y además el más
amenazado por sequías recurrentes y erosión de Europa, es también el mayor
exportador de agua que podemos encontrar en forma de lechuga, aguacate o pepino
en cualquier mercado de Berlín, Londres o Copenhague. Con cerca de un 70% de
pérdidas en el interior de Catalunya por las heladas o en Aragón por la
ola de calor más intensa de los últimos 1.200 años, la producción de fruta
se da por arruinada.
El cereal castellano, navarro o riojano ha seguido por el
mismo camino y el fuego ha acabado con toda esperanza de quienes aún albergaban
cierta fe en el futuro; y ahora, como las llamas con los ecosistemas, son pasto
de la desesperación y se refugian en el último clavo ardiendo bandeja y
servilleta en mano. Los máximos alcanzados en el último siglo por el Anticiclón
de las Azores presentan frecuencias sin precedentes en los últimos 1000 años.
Sólo pueden haber sido causados por el caos
climático derivado de las emisiones de carbono de la humanidad y la
pérdida simultánea de los ecosistemas (de bosques, ojo, no del monocultivo
industrial maderero) con los que interactúan.
Nada que celebrar
El aumento de los precios de los fertilizantes de hasta el
400% paralelo al de los combustibles para tractores y otra maquinaria agrícola,
han provocado el cierre de cientos de pequeños productores que, en estos meses
estivales, servilleta en antebrazo, ponen cubatas con patatas bravas a los
últimos guiris desorientados mientras lo que sí se labra es la mayor tragedia
ibérica de todos los tiempos. Un sector al completo, el más básico, ha sido
empujado a saltar por su acantilado de Séneca.
Los precios a los que se vieron obligados a vender los
alimentos que nos sustentan, acabaron año tras año, alcanzando la indeseable
meta de que recoger la producción suponía perder, y cuando hablamos de perder
hablamos de todo, no solo dinero, sino del definitivo borrado de un lugar
esencial e irremplazable en el paisaje y en el paisanaje ibérico, suprimiendo
para siempre su imprescindible función en un ecosistema ya perdido y vaciado
que pagaremos muy caro, mientras, además, también pagamos a quienes lo hicieron
posible.
Los grandes distribuidores prefieren seguir siendo
“competitivos” hasta el colapso gracias a la mano de obra esclava de otros
países, la debilidad institucional, la tibieza política normalizada y la
pérdida de arraigo que trajo el desvanecimiento de aquella radicalidad natural
que ya casi no puede radicar ni, por tanto, fijar la tierra y su paisanaje,
porque lo que se le obligó a fijar fue la mirada en las terrazas, las tapas y
las cañas. No queda nada que celebrar. La tierra que hizo posible a Séneca,
aquella fértil Hispania se seca y se abrasa.
¡Ay, Iberia! ¿A manos de quiénes has sido arrojada?
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