PÀGINES MONOGRÀFIQUES

6/5/22

Es interesante ver que quienes realmente tienen poder y dinero, no usan WhatsApp

 EL DESENCANTO DEL PROGRESO       

¿Alguien ha dicho luddismo?

Es muy probable que una gran cantidad de personas se alarmen a la vista del último libro de Andoni Alonso e Iñaki Arzoz. Y es que si el título, con más dificultades que parabienes, se ha ido haciendo aceptable –quien más quien menos ya acepta que eso del progreso es un concepto cuestionable–, el subtítulo sigue formando parte del ámbito de las herejías: “Para una crítica luddita de la tecnología”.

Luddita, en nuestras sociedades industriales con aspiraciones posthumanas, es una palabra tabú. Un insulto que, al aparecer públicamente reivindicado, rechina y trastoca. ¿Quién querría ser voluntariamente un irracional opositor a la tecnología? ¿Quién se presentaría públicamente bajo el poco decoroso rótulo de los famosos destructores de máquinas ingleses que, hace ya más de un siglo, han sido sinónimo de estupidez y torpeza política?

A: ¿Cuál fue el disparadero de la redacción de este libro?, ¿qué zona quedó oscurecida en vuestros trabajos anteriores y habéis querido ahora iluminar?

En realidad sentíamos la necesidad de dar respuesta a cuestiones que, con el paso del tiempo, habían quedado desactualizadas. También sentíamos que las cosas iban bastante peor de lo que pensamos a principios de siglo, que los problemas de lo digital se habían acrecentado a niveles estratosféricos y que la cuestión del colapso era importante. Por eso creímos que había que reescribir muchas cuestiones. La digitalización estaba presentando su lado más feo precisamente ahora.

A: Comenzaba hablando del luddismo y su naturaleza tabú. ¿Existe un solo luddismo o varios?

Es ingenuo pensar que la gente no ve los problemas de la tecnología actual. Por eso aparecen luddismos de muchos tipos, muchos de ellos irracionales. Incluso aquellos que han colaborado con este desarrollo se arrepienten de ello. Esto presta un flaco servicio al análisis de la cuestión. Es necesaria la reivindicación de pensadores como Illich, Winner y otros que han trabajado durante décadas para poder entender el luddismo desde la perspectiva racional o posibilista.

A: La importancia concedida al luddismo violento se ha visto claramente sobredimensionada, ¿a qué creéis que se debe?

Creemos que es un caso de sobredimensión interesada. Los ludditas atacaban una filosofía de la industria que contaba con el apoyo del gobierno. Recuérdese que el movimiento aparece durante la guerra napoleónica y resulta que hay más soldados reprimiendo a unos pocos ludditas que luchando en el continente contra Napoleón. Creemos que eso es suficientemente significativo.

A: ¿Qué el luddismo y por qué consideráis que puede juega un papel importante en el momento presente?

El luddismo es, para nosotros, decir no a un estilo de vida que se ha tornado extraordinariamente destructivo. No solo ha acabado con el medio ambiente sino también con arquitecturas, lenguas, culturas, formas de relacionarse con la naturaleza y entre nosotros. La diversidad se ha reducido a Amazon.

A: En vuestro libro se habla de un imperativo tecnológico. ¿Qué papel pueden jugar las humanidades frente al mismo?

Da la impresión de que si se puede hacer algo tecnológico entonces estamos obligados a hacerlo, no importa las consecuencias que esto tenga. Justamente las humanidades deberían contrapesar las ventajas e inconvenientes de ello, en vez de lanzarnos a hacer cosas sin pensar. Claramente la ciencia o la tecnología no van a ofrecer pautas de qué sea una vida decente, qué sea lo bueno o deseable. Son mediales pero insistimos en tomarlas como el oráculo absoluto para todo. En ese espacio, reivindicado miles de veces, sin prestar la mínima atención en esas miles de veces, es donde las humanidades encuentran su espacio.

A: Este libro irradia una enorme erudición. Nos encontramos con afirmaciones muy bien informadas sobre la historia de Internet. ¿En qué sentido defendéis que el buen conocimiento de la misma pude permitirnos valorar mejor las verdaderas innovaciones?

Da la impresión de que existe un determinismo tecnológico, como si la historia de la tecnología fuese más natural, evolutiva, que otra cosa. Sin embargo, está claro que tomamos decisiones, apuestas, rutas diferentes que podrían haber sido tomadas de otra manera. Mostrar con claridad que estamos aquí porque decidimos esto o lo otro permite ver una libertad de elección que se nos escamotea. Estamos determinados tecnológicamente porque creemos que lo estamos, no porque realmente sea así.

A: Una de las nociones que se diagnostica y que requieren ser repensadas con mayor urgencia es la de innovación. ¿En qué términos deberíamos reinterpretarla?

La innovación, tal como dice Benoit Godin, es actualmente una palabra vacía de contenido. Se ha explotado ad nauseam y su significado se ha vaciado. Todo es innovación y además, el hecho de que lo sea, implica que es bueno. Hay innovaciones extraordinariamente nocivas, todos podemos aportar ejemplos de ello. Sospechamos también que al término progreso, denostado en la actualidad, le ha venido a sustituir como algo más amable, más aceptable. En el fondo, como diría Kraus, nuestro siglo hiede a frase hecha.

A: Muchas de las personas que hayan sentido interés en el análisis crítico de la filosofía estarán familiarizados con la noción de neutralidad de la técnica. La neutralidad nos invita a abandonar la centralidad que se le ha solido dar a la dimensión de uso de la tecnología para reflexionar más bien sobre las transformaciones estructurales que ésta conlleva. Vosotros, de la mano de Korr, Illich o Winner, defendéis una idea similar. ¿Cómo interpretar entonces la afirmación de que «El luddismo ilustrado trata de revertir el diseño tecnológico por medio de usos alternativos»? ¿O la conclusión que parece derivarse que apuntaría a que las redes sociales podrían llegar a ser una herramienta y no, como ahora, un fin en sí mismas?

Existe la esperanza de usos alternativos de las tecnologías, lo que Bruce Sterling mencionaba como “la calle da el uso”. Podríamos pensar en que una tecnología compleja deja abiertas alternativas que escapan a sus diseñadores y las compañías que los promueven. No sabemos hasta qué punto, y dadas las circunstancias presentes esto sigue siendo así. Más bien se trataría de una esperanza mínima, precisamente para aliviar un poco las transformaciones estructurales que nos dejan completamente atrapados en ese sistema cibernético desplegado a nuestro alrededor. Esta idea estaría más de acuerdo con Certeau pero, insistimos, es muy difícil ver hasta qué punto esto sigue siendo así, si el paradigma ha conseguido finalmente refutar a este pensador.

A: En Técnica y tecnología desarrollo la diferenciación socio-histórica de técnica y  tecnología. Ésta es un fenómeno reciente y surgido al calor del despliegue del capitalismo industrial. No obstante, en vuestro libro podemos leer: «Cuanta más tecnología hay más neoluddismo habrá, porque se trata de una reacción, de marcar límites o guardar las proporciones respecto a algo que existe y forma parte de la condición humana y a lo cual no tiene sentido renunciar». ¿No podemos renunciar a ningún tipo de tecnología? ¿Cómo se relaciona vuestra respuesta con la apuesta decidida por una propuesta de decrecimiento que atraviesa la obra o a afirmaciones como: «También debe existir la posibilidad de renunciar a una tecnología ya implantada porque se perciben con claridad los efectos perniciosos»?

Totalmente de acuerdo en la apreciación que haces. Somos ambiguos en el término y hay que distinguir entre técnica y tecnología como haces. Sin embargo, lo ideal, y conectando con la pregunta anterior, debería ser la posibilidad de apoderarse socialmente y desde otro contexto de esas tecnologías. En realidad, Internet se presentaba como una utopía que se ha terminado convirtiendo en la distopía más real que podamos imaginar. Entonces, renunciar a ella para reconducirla significaría una claudicación. El software libre es, para nosotros, un atisbo de lo que las cosas podrían haber sido y apostamos fuertemente porque ese espíritu se extienda a las tecnologías concretas que hoy en día básicamente nos acosan.

A: Una parte de vuestros trabajos se ha dedicado a mostrar que nuestras concepciones contemporáneas sobre la tecnología hunden sus raíces hasta alcanzar los orígenes de la cultura occidental. Es por ello que, en paralelo con el pensamiento cristiano, habéis hablado en alguna ocasión de tecnohermetismo. ¿A qué os referís con esta idea?

Cuando planteamos La Nueva Ciudad de Dios nos dimos cuenta de que el hermetismo era un patrón que permitía reconocer los anhelos de una propaganda tecnófila basada en una idea de la magia y lo sobrenatural antigua. Cuando Marvin Minsky, padre de la inteligencia artificial, se reivindica pariente del rabino Löw, mítico creador del Golem en Praga, se nos hacía presente ese hecho. O bien, cuando Arthur C. Clarke afirma que toda tecnología compleja es equivalente a la magia, nos dimos cuenta de que esa era una tendencia entre muchos expertos tecnológicos. La idea de agente inteligente, el deseo de una lengua única, la búsqueda de la inmortalidad, etc. son así formas herméticas traducidas en la tecnología contemporánea, cuya fuerza argumentativa no es otra que la complejidad. Esta forma de religión supersticiosa lastra el desarrollo tecnológico y ser consciente de ello implica poder tener una visión crítica más certera.

A: Una parte del libro la dedicáis a reflexionar sobre el cuerpo y cómo se viene transformando nuestra relación con éste. ¿Estamos ante una nueva forma de tecnohermetismo?

Totalmente. El cerebro es ahora un ordenador de carne y no el ordenador un cerebro de metal. La distancia entre lo corporal, lo sensorial, la realidad tangible crece día a día con la virtualidad informática. Se relega todo lo corporal, tanto lo agradable como lo desagradable, a un rincón oscuro de nuestro cerebro. La mente se convierte cada vez más en la esencia de lo que somos, en un platonismo reactualizado con la tecnología. De ahí todas las fantasías de descargar la conciencia en un ordenador, la vida más allá del cuerpo, el transhumanismo, etc.

A: ¿Qué relación existe entre estas nuevas concepciones del cuerpo y el extendido fenómeno de la precariedad laboral?

Finalmente somos un cuerpo y cada vez más éste es el único medio de comercio, el bien que mucha gente puede poner en el mercado. Así que se monetiza y, dado que existen muchos cuerpos, es fácil entender que es barato conseguir uno, para determinada gente. Así que la precarización es el signo de los tiempos. Cuerpo para trabajar y consumir trabajando, sometido a una oferta baja y una demanda alta.

A: ¿Y entre éste y la pornografía?

Ésta es la forma más clara de precarización total, mejor dicho, brutal. Es la exigencia de una transparencia total para aquellos y aquellas que no tienen otra cosa que ofrecer. Es la expropiación y la colonización radical del cuerpo, insistimos, de aquellos que no pueden intercambiar nada más que su fisiología. En la pornografía, por cierto, no hay sexo, hay otra cosa.

A: Es habitual que tanto los defensores de la tecnología como sus usuarios más acérrimos hagan valer su derecho al placer de su uso frente a los críticos que esgrimen sus impactos nocivos. No obstante en vuestro libro se defiende que «es entonces el miedo y no el placer el que lleva a la absorción digital». ¿Por qué?

Con una visión tan catastrófica del cuerpo, creemos que lo del placer contemporáneo merece una profunda reformulación. Las diversas patologías que los psicólogos han encontrado en el uso de las telecomunicaciones parecen referirse antes al miedo, miedo a la desconexión, miedo a la incomunicación, miedo a perderse algo, como el principal estímulo para estar constantemente conectados. Es interesante ver que quienes realmente tienen poder y dinero, no usan WhatsApp. Cuando el marketing contemporáneo se vende esencialmente como “disfrutar de experiencias”, tanto en lo tecnológico como en otros ámbitos de la vida, uno ha de sospechar si ese disfrute oculta la disciplina del miedo a no pertenecer.

A: En vuestro libro parece que dais por muertas a las muchas utopías comunicacionales  que nos han acompañado durante las últimas décadas, con una conclusión fuerte: «la economía basada en el desarrollo tecnológico funciona como un elemento destructor de los lazos comunitarios» ¿Por qué? ¿Existe todavía alguna manera de usar la tecnología para crear comunidad y sociedad, proyecto al que siempre aspiró el movimiento hacker?

No sabemos si existe pero, de no ser así, no merecería la pena tomarse el esfuerzo de criticar la tecnología actual. En realidad, sabemos que esta tecnología es consecuencia de un modelo económico que se ha convertido prácticamente en metafísico. Por eso es más fácil imaginar antes el fin del mundo que el fin del capitalismo. Cabe preguntarse si ante un modelo económico que no buscase el constante crecimiento las tecnologías de la comunicación serían muy distintas. Quizá una sociedad comunitarista pensaría la comunicación de otra manera y, consecuentemente, sus tecnologías.

A: Continuando con los hackers, en vuestro libro parece hacerse una reivindicación del corto verano de anarquía digital. ¿A qué os referís con esta expresión? ¿No fue éste también inseparable de un metabolismo digital que nunca tuvo nada de libertario y emancipador?

El problema con el movimiento del software libre es que, cuando apareció, nosotros nos encontrábamos dentro, por lo que era difícil tener la suficiente distancia para ejercer una crítica más distante. También, en pleno proceso de transformación y con los ideales comunitarios y anarquistas que presentaban, era extraordinariamente ilusionante lo que nacía alrededor. Claramente, el capitalismo ha sido capaz de absorber todo eso y convertirlo en open source. Facebook, Apple y otros gigantes tecnológicos se han aprovechado hasta la saciedad de esa nueva forma de escribir software. Finalmente, el ejército norteamericano usa Linux para tanques y otras armas. Cierto, era ingenuo pensar que se podría hacer de otra manera lo que se estaba desplegando en ese momento, pero, por decirlo así y en palabras de Chiaramonte, se estaba haciendo historia en ese momento, aunque no sabíamos cuál.

A: A medida que la crisis ecosocial se profundiza y la acumulación capitalista choca con sus límites parece cada vez más evidente que no es razonable dar pábulo a ninguna idea similar a la de desarrollo sostenible. Ante nosotros se abren escenarios de contracción de nuestro uso de materiales y energía y de caos climático. No obstante, ese hecho no nos dice casi nada de lo que está por venir políticamente. ¿Qué perspectiva de futuro creéis que es la más probable?

Pues, como hemos comentado muchas veces, el desarrollo sostenible es un oxímoron. El primer término contradice al segundo, radicalmente. El decrecimiento es inevitable, planificado o no. Es difícil saber qué va a pasar, si planificaremos con sensatez o dejaremos que el colapso llegue por su cuenta. Personalmente somos más bien pesimistas. No hay mucha sensatez a nuestro alrededor ¿cierto?

A: En el libro un autor omnipresente es Illich. ¿Qué puede aportarnos en los futuros que se abren ante nosotros? (La idea es que habléis de su reflexión sobre la libertad)

Illich fue un profeta en un sentido muy concreto. No es que pudiera adivinar los acontecimientos futuros como una pitonisa sino que fue capaz de ver el presente de forma tan profunda que anticipó qué tipo de sociedad nos íbamos a encontrar. En su primera época, su crítica a la escuela, los transportes y la medicina sostuvo una idea perfectamente válida en la actualidad: una sociedad de necesidades empaquetadas y distribuidas industrialmente acaba con la autonomía y, por ende, con la libertad. Es ilusorio creer que somos más libres ahora que en otros momentos históricos, por más que estemos atiborrados de mercancías o vivamos más tiempo. La pandemia ha mostrado cuán incapaces hemos sido la mayoría para hacer algo por nuestra cuenta, fuera de los dictados cuasi militares transmitidos por los medios de comunicación. La libertad no es decir lo que nos dé la gana o tomar cervezas cuando queramos. Es más bien la capacidad para conducir nuestras vidas independientemente. Eso es lo que se pierde con lo digital.

A: ¿A qué os referís cuando habláis de posibilismo razonable?

Debemos buscar equilibrios. Negarnos a ciertas prácticas, ser conscientes de que otras son inevitables y a la vez dañinas e intentar precisamente eso, buscar una proporción entre lo que podemos, lo que no nos queda más remedio que hacer y a lo que nos negamos rotundamente.

A: ¿Cómo definís la ascesis tecnológica? ¿Qué papel político puede jugar?

Sería básicamente buscar una proporción entre la herramienta y su finalidad, ser conscientes de que el empleo de dispositivos, sistemas, métodos, etc., tienen más implicaciones que la pura eficiencia o la comodidad. A veces, a pesar de que cueste más tiempo o esfuerzo, por ejemplo, comprar en una tienda en vez de en Amazon o en un centro comercial, supone tanto un bien para el entorno como estar presente en un lugar, estar incardinado en un contexto más amplio. La voz es un elemento esencial en la interacción humana por lo que es importante hablar y no “resolver las situaciones comunicacionales” con WhatsApp. Hay centenares de ejemplos que podrían añadirse y que, si bien el cambio que produce pueda parecer muy mínimo, cambia formas, comportamientos y maneras de relacionarse.

Eso ya es valioso en el momento en el que vivimos.

ADRIÁN ALMAZÁN

https://www.15-15-15.org/webzine/2022/04/14/alguien-ha-dicho-luddismo-en-torno-a-el-desencanto-del-progreso/  

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