EL
DESENCANTO DEL PROGRESO
¿Alguien ha dicho
luddismo?
Es muy probable que una gran cantidad de personas se alarmen
a la vista del último libro de Andoni Alonso e Iñaki Arzoz. Y es que si el
título, con más dificultades que parabienes, se ha ido haciendo aceptable
–quien más quien menos ya acepta que eso del progreso es un concepto
cuestionable–, el subtítulo sigue formando parte del ámbito de las herejías:
“Para una crítica luddita de la tecnología”.
Luddita, en nuestras sociedades industriales con aspiraciones posthumanas, es una palabra tabú. Un insulto que, al aparecer públicamente reivindicado, rechina y trastoca. ¿Quién querría ser voluntariamente un irracional opositor a la tecnología? ¿Quién se presentaría públicamente bajo el poco decoroso rótulo de los famosos destructores de máquinas ingleses que, hace ya más de un siglo, han sido sinónimo de estupidez y torpeza política?
A: ¿Cuál fue el disparadero de la redacción de este libro?, ¿qué zona quedó oscurecida en vuestros trabajos anteriores y habéis querido ahora iluminar?
En realidad sentíamos la necesidad de dar respuesta a
cuestiones que, con el paso del tiempo, habían quedado desactualizadas. También
sentíamos que las cosas iban bastante peor de lo que pensamos a principios de
siglo, que los problemas de lo digital se habían acrecentado a niveles
estratosféricos y que la cuestión del colapso era importante. Por eso creímos
que había que reescribir muchas cuestiones. La digitalización estaba
presentando su lado más feo precisamente ahora.
A: Comenzaba hablando del luddismo y su naturaleza tabú.
¿Existe un solo luddismo o varios?
Es ingenuo pensar que la gente no ve los problemas de la
tecnología actual. Por eso aparecen luddismos de muchos tipos, muchos de ellos
irracionales. Incluso aquellos que han colaborado con este desarrollo se
arrepienten de ello. Esto presta un flaco servicio al análisis de la cuestión.
Es necesaria la reivindicación de pensadores como Illich, Winner y otros que
han trabajado durante décadas para poder entender el luddismo desde la
perspectiva racional o posibilista.
A: La importancia concedida al luddismo violento se ha
visto claramente sobredimensionada, ¿a qué creéis que se debe?
Creemos que es un caso de sobredimensión interesada. Los
ludditas atacaban una filosofía de la industria que contaba con el apoyo del
gobierno. Recuérdese que el movimiento aparece durante la guerra napoleónica y
resulta que hay más soldados reprimiendo a unos pocos ludditas que luchando en
el continente contra Napoleón. Creemos que eso es suficientemente
significativo.
A: ¿Qué el luddismo y por qué consideráis que puede juega
un papel importante en el momento presente?
El luddismo es, para nosotros, decir no a un estilo de vida
que se ha tornado extraordinariamente destructivo. No solo ha acabado con el
medio ambiente sino también con arquitecturas, lenguas, culturas, formas de
relacionarse con la naturaleza y entre nosotros. La diversidad se ha reducido a
Amazon.
A: En vuestro libro se habla de un imperativo
tecnológico. ¿Qué papel pueden jugar las humanidades frente al mismo?
Da la impresión de que si se puede hacer algo tecnológico
entonces estamos obligados a hacerlo, no importa las consecuencias que esto
tenga. Justamente las humanidades deberían contrapesar las ventajas e
inconvenientes de ello, en vez de lanzarnos a hacer cosas sin pensar.
Claramente la ciencia o la tecnología no van a ofrecer pautas de qué sea una
vida decente, qué sea lo bueno o deseable. Son mediales pero insistimos en
tomarlas como el oráculo absoluto para todo. En ese espacio, reivindicado miles
de veces, sin prestar la mínima atención en esas miles de veces, es donde las
humanidades encuentran su espacio.
A: Este libro irradia
una enorme erudición. Nos encontramos con afirmaciones muy bien informadas
sobre la historia de Internet. ¿En qué sentido defendéis que el buen
conocimiento de la misma pude permitirnos valorar mejor las verdaderas
innovaciones?
Da la impresión de que existe un determinismo tecnológico,
como si la historia de la tecnología fuese más natural, evolutiva, que otra
cosa. Sin embargo, está claro que tomamos decisiones, apuestas, rutas
diferentes que podrían haber sido tomadas de otra manera. Mostrar con claridad
que estamos aquí porque decidimos esto o lo otro permite ver una libertad de
elección que se nos escamotea. Estamos determinados tecnológicamente porque
creemos que lo estamos, no porque realmente sea así.
A: Una de las nociones que se diagnostica y que requieren
ser repensadas con mayor urgencia es la de innovación. ¿En qué términos
deberíamos reinterpretarla?
La innovación, tal como dice Benoit Godin, es actualmente
una palabra vacía de contenido. Se ha explotado ad nauseam y
su significado se ha vaciado. Todo es innovación y además, el hecho de que lo
sea, implica que es bueno. Hay innovaciones extraordinariamente nocivas, todos
podemos aportar ejemplos de ello. Sospechamos también que al término progreso,
denostado en la actualidad, le ha venido a sustituir como algo más amable, más
aceptable. En el fondo, como diría Kraus, nuestro siglo hiede a frase hecha.
A: Muchas de las personas que hayan sentido interés en el
análisis crítico de la filosofía estarán familiarizados con la noción de neutralidad
de la técnica. La neutralidad nos invita a abandonar la centralidad que se
le ha solido dar a la dimensión de uso de la tecnología para reflexionar más
bien sobre las transformaciones estructurales que ésta conlleva. Vosotros, de
la mano de Korr, Illich o Winner, defendéis una idea similar. ¿Cómo interpretar
entonces la afirmación de que «El luddismo ilustrado trata de revertir el
diseño tecnológico por medio de usos alternativos»? ¿O la conclusión que parece
derivarse que apuntaría a que las redes sociales podrían llegar a ser una
herramienta y no, como ahora, un fin en sí mismas?
Existe la esperanza de usos alternativos de las tecnologías,
lo que Bruce Sterling mencionaba como “la calle da el uso”. Podríamos pensar en
que una tecnología compleja deja abiertas alternativas que escapan a sus
diseñadores y las compañías que los promueven. No sabemos hasta qué punto, y
dadas las circunstancias presentes esto sigue siendo así. Más bien se trataría
de una esperanza mínima, precisamente para aliviar un poco las transformaciones
estructurales que nos dejan completamente atrapados en ese sistema cibernético
desplegado a nuestro alrededor. Esta idea estaría más de acuerdo con Certeau
pero, insistimos, es muy difícil ver hasta qué punto esto sigue siendo así, si
el paradigma ha conseguido finalmente refutar a este pensador.
A: En Técnica y tecnología desarrollo la diferenciación socio-histórica de técnica y tecnología. Ésta es un fenómeno reciente y surgido al calor del despliegue del capitalismo industrial. No obstante, en vuestro libro podemos leer: «Cuanta más tecnología hay más neoluddismo habrá, porque se trata de una reacción, de marcar límites o guardar las proporciones respecto a algo que existe y forma parte de la condición humana y a lo cual no tiene sentido renunciar». ¿No podemos renunciar a ningún tipo de tecnología? ¿Cómo se relaciona vuestra respuesta con la apuesta decidida por una propuesta de decrecimiento que atraviesa la obra o a afirmaciones como: «También debe existir la posibilidad de renunciar a una tecnología ya implantada porque se perciben con claridad los efectos perniciosos»?
Totalmente de acuerdo en la apreciación que haces. Somos
ambiguos en el término y hay que distinguir entre técnica y tecnología como
haces. Sin embargo, lo ideal, y conectando con la pregunta anterior, debería
ser la posibilidad de apoderarse socialmente y desde otro contexto de esas
tecnologías. En realidad, Internet se presentaba como una utopía que se ha
terminado convirtiendo en la distopía más real que podamos imaginar. Entonces,
renunciar a ella para reconducirla significaría una claudicación. El software libre
es, para nosotros, un atisbo de lo que las cosas podrían haber sido y apostamos
fuertemente porque ese espíritu se extienda a las tecnologías concretas que hoy
en día básicamente nos acosan.
A: Una parte de vuestros trabajos se ha dedicado a
mostrar que nuestras concepciones contemporáneas sobre la tecnología hunden sus
raíces hasta alcanzar los orígenes de la cultura occidental. Es por ello que,
en paralelo con el pensamiento cristiano, habéis hablado en alguna ocasión de
tecnohermetismo. ¿A qué os referís con esta idea?
Cuando planteamos La Nueva Ciudad de Dios nos
dimos cuenta de que el hermetismo era un patrón que permitía reconocer los
anhelos de una propaganda tecnófila basada en una idea de la magia y lo
sobrenatural antigua. Cuando Marvin Minsky, padre de la inteligencia
artificial, se reivindica pariente del rabino Löw, mítico creador del Golem en
Praga, se nos hacía presente ese hecho. O bien, cuando Arthur C. Clarke afirma
que toda tecnología compleja es equivalente a la magia, nos dimos cuenta de que
esa era una tendencia entre muchos expertos tecnológicos. La idea de agente
inteligente, el deseo de una lengua única, la búsqueda de la inmortalidad, etc.
son así formas herméticas traducidas en la tecnología contemporánea, cuya
fuerza argumentativa no es otra que la complejidad. Esta forma de religión
supersticiosa lastra el desarrollo tecnológico y ser consciente de ello implica
poder tener una visión crítica más certera.
A: Una parte del libro la dedicáis a reflexionar sobre el
cuerpo y cómo se viene transformando nuestra relación con éste. ¿Estamos ante
una nueva forma de tecnohermetismo?
Totalmente. El cerebro es ahora un ordenador de carne y no
el ordenador un cerebro de metal. La distancia entre lo corporal, lo sensorial,
la realidad tangible crece día a día con la virtualidad informática. Se relega
todo lo corporal, tanto lo agradable como lo desagradable, a un rincón oscuro
de nuestro cerebro. La mente se convierte cada vez más en la esencia de lo que
somos, en un platonismo reactualizado con la tecnología. De ahí todas las
fantasías de descargar la conciencia en un ordenador, la vida más allá del
cuerpo, el transhumanismo, etc.
A: ¿Qué relación existe entre estas nuevas concepciones
del cuerpo y el extendido fenómeno de la precariedad laboral?
Finalmente somos un cuerpo y cada vez más éste es el único
medio de comercio, el bien que mucha gente puede poner en el mercado. Así que
se monetiza y, dado que existen muchos cuerpos, es fácil entender que es barato
conseguir uno, para determinada gente. Así que la precarización es el signo de
los tiempos. Cuerpo para trabajar y consumir trabajando, sometido a una oferta
baja y una demanda alta.
A: ¿Y entre éste y la pornografía?
Ésta es la forma más clara de precarización total, mejor
dicho, brutal. Es la exigencia de una transparencia total para aquellos y
aquellas que no tienen otra cosa que ofrecer. Es la expropiación y la
colonización radical del cuerpo, insistimos, de aquellos que no pueden
intercambiar nada más que su fisiología. En la pornografía, por cierto, no hay
sexo, hay otra cosa.
A: Es habitual que tanto los defensores de la tecnología
como sus usuarios más acérrimos hagan valer su derecho al placer de su uso
frente a los críticos que esgrimen sus impactos nocivos. No obstante en vuestro
libro se defiende que «es entonces el miedo y no el placer el que lleva a la
absorción digital». ¿Por qué?
Con una visión tan catastrófica del cuerpo, creemos que lo
del placer contemporáneo merece una profunda reformulación. Las diversas
patologías que los psicólogos han encontrado en el uso de las
telecomunicaciones parecen referirse antes al miedo, miedo a la desconexión,
miedo a la incomunicación, miedo a perderse algo, como el principal estímulo
para estar constantemente conectados. Es interesante ver que quienes realmente
tienen poder y dinero, no usan WhatsApp. Cuando el marketing contemporáneo se
vende esencialmente como “disfrutar de experiencias”, tanto en lo tecnológico
como en otros ámbitos de la vida, uno ha de sospechar si ese disfrute oculta la
disciplina del miedo a no pertenecer.
A: En vuestro libro parece que dais por muertas a las
muchas utopías comunicacionales que nos han acompañado
durante las últimas décadas, con una conclusión fuerte: «la economía basada en
el desarrollo tecnológico funciona como un elemento destructor de los lazos
comunitarios» ¿Por qué? ¿Existe todavía alguna manera de usar la tecnología
para crear comunidad y sociedad, proyecto al que siempre aspiró el
movimiento hacker?
No sabemos si existe pero, de no ser así, no merecería la
pena tomarse el esfuerzo de criticar la tecnología actual. En realidad, sabemos
que esta tecnología es consecuencia de un modelo económico que se ha convertido
prácticamente en metafísico. Por eso es más fácil imaginar antes el fin del
mundo que el fin del capitalismo. Cabe preguntarse si ante un modelo económico
que no buscase el constante crecimiento las tecnologías de la comunicación
serían muy distintas. Quizá una sociedad comunitarista pensaría la comunicación
de otra manera y, consecuentemente, sus tecnologías.
A: Continuando con los hackers, en vuestro
libro parece hacerse una reivindicación del corto verano de anarquía digital.
¿A qué os referís con esta expresión? ¿No fue éste también inseparable de un
metabolismo digital que nunca tuvo nada de libertario y emancipador?
El problema con el movimiento del software libre
es que, cuando apareció, nosotros nos encontrábamos dentro, por lo que era difícil
tener la suficiente distancia para ejercer una crítica más distante. También,
en pleno proceso de transformación y con los ideales comunitarios y anarquistas
que presentaban, era extraordinariamente ilusionante lo que nacía alrededor.
Claramente, el capitalismo ha sido capaz de absorber todo eso y convertirlo
en open source. Facebook, Apple y otros gigantes tecnológicos se
han aprovechado hasta la saciedad de esa nueva forma de escribir software.
Finalmente, el ejército norteamericano usa Linux para tanques y otras armas.
Cierto, era ingenuo pensar que se podría hacer de otra manera lo que se estaba
desplegando en ese momento, pero, por decirlo así y en palabras de Chiaramonte,
se estaba haciendo historia en ese momento, aunque no sabíamos cuál.
A: A medida que la crisis ecosocial se profundiza y la
acumulación capitalista choca con sus límites parece cada vez más evidente que
no es razonable dar pábulo a ninguna idea similar a la de desarrollo
sostenible. Ante nosotros se abren escenarios de contracción de nuestro uso
de materiales y energía y de caos climático. No obstante, ese hecho no nos dice
casi nada de lo que está por venir políticamente. ¿Qué perspectiva de futuro
creéis que es la más probable?
Pues, como hemos comentado muchas veces, el desarrollo
sostenible es un oxímoron. El primer término contradice al segundo,
radicalmente. El decrecimiento es inevitable, planificado o no. Es difícil
saber qué va a pasar, si planificaremos con sensatez o dejaremos que el colapso
llegue por su cuenta. Personalmente somos más bien pesimistas. No hay mucha
sensatez a nuestro alrededor ¿cierto?
A: En el libro un autor omnipresente es Illich. ¿Qué
puede aportarnos en los futuros que se abren ante nosotros? (La idea es que
habléis de su reflexión sobre la libertad)
Illich fue un profeta en un sentido muy concreto. No es que
pudiera adivinar los acontecimientos futuros como una pitonisa sino que fue
capaz de ver el presente de forma tan profunda que anticipó qué tipo de
sociedad nos íbamos a encontrar. En su primera época, su crítica a la escuela,
los transportes y la medicina sostuvo una idea perfectamente válida en la
actualidad: una sociedad de necesidades empaquetadas y distribuidas
industrialmente acaba con la autonomía y, por ende, con la libertad. Es ilusorio
creer que somos más libres ahora que en otros momentos históricos, por más que
estemos atiborrados de mercancías o vivamos más tiempo. La pandemia ha mostrado
cuán incapaces hemos sido la mayoría para hacer algo por nuestra cuenta, fuera
de los dictados cuasi militares transmitidos por los medios de comunicación. La
libertad no es decir lo que nos dé la gana o tomar cervezas cuando queramos. Es
más bien la capacidad para conducir nuestras vidas independientemente. Eso es
lo que se pierde con lo digital.
A: ¿A qué os referís cuando habláis de posibilismo
razonable?
Debemos buscar equilibrios. Negarnos a ciertas prácticas,
ser conscientes de que otras son inevitables y a la vez dañinas e intentar
precisamente eso, buscar una proporción entre lo que podemos, lo que no nos
queda más remedio que hacer y a lo que nos negamos rotundamente.
A: ¿Cómo definís la ascesis tecnológica? ¿Qué
papel político puede jugar?
Sería básicamente buscar una proporción entre la herramienta
y su finalidad, ser conscientes de que el empleo de dispositivos, sistemas,
métodos, etc., tienen más implicaciones que la pura eficiencia o la comodidad.
A veces, a pesar de que cueste más tiempo o esfuerzo, por ejemplo, comprar en
una tienda en vez de en Amazon o en un centro comercial, supone tanto un bien
para el entorno como estar presente en un lugar, estar incardinado en un
contexto más amplio. La voz es un elemento esencial en la interacción humana
por lo que es importante hablar y no “resolver las situaciones
comunicacionales” con WhatsApp. Hay centenares de ejemplos que podrían añadirse
y que, si bien el cambio que produce pueda parecer muy mínimo, cambia formas,
comportamientos y maneras de relacionarse.
Eso ya es valioso en el momento en el que vivimos.
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