DESINTEGRAR EL COMETA
Dicen de la película más mencionada de las últimas semanas que es una sátira, pero yo creo que es una película realista y triste. Todos los defectos, mitos y vicios de nuestra cultura quedan reflejados a poco que uno se detenga en los pequeños detalles, gestos y frases de los diferentes personajes.
El guion no deja títere con cabeza y en su primera lectura retrata
como un espejo la política estadounidense, las redes sociales como verdaderas
fábricas de confusión e ignorancia, la tiranía de las audiencias y del trending
topic, la banalización del desastre, el analfabetismo
científico, el gobierno de facto de las grandes multinacionales, el
capitalismo de la vigilancia, el descrédito
de la ciencia en una sociedad que no conoce los límites y la asquerosa
doble moral de los más ricos del planeta. Todo está bien representado en tono
de parodia, con un ritmo vertiginoso y una música insinuante.
El argumento además es poderosamente familiar y es sumamente sencillo asimilarlo al cambio climático o a la COVID: Una gran catástrofe en forma de cometa lo suficientemente grande para acabar con toda vida en la Tierra, se presenta como un desafío a resolver en apenas seis meses, seis meses que es el tiempo de descuento contenido en los 143 minutos del propio metraje.
Todo esto es muy evidente, pero si ahondamos y ponemos mucha más atención nos daremos cuenta que la película lejos de ser un retrato superficial subraya algunas de las trampas culturales y socioeconómicas que nos impiden tomar las decisiones correctas como sociedades amenazadas por una grave crisis existencial.
El mito del progreso
Así no es muy difícil encontrar en varios momentos de la
película una defensa a ultranza del mito del progreso anudado al crecimiento
económico. La encontramos cuando el magnate hace una apología apasionada y
emotiva de la explotación de los minerales del cometa por su propia compañía y
país que supondrá la consecución del definitivo bienestar espiritual y material
para el conjunto de la humanidad. La volvemos a encontrar después, en boca de
los padres de la doctoranda cuando le dicen escuetamente: «estamos a favor de
los trabajos que traerá el cometa». Una frase lapidaria que sintetiza aquella
perversa dicotomía entre el trabajo y el medio ambiente que ha comprado el
discurso sindical desde mediados del siglo XX.
El mito del progreso capitalista llevado al extremo queda
además perfectamente personificado en el delirio del magnate tecnológico cuando
le contesta a Randall Mindy: «esto no son negocios, esto es la evolución». Un
instante de la película que representa fielmente la megalomanía de las élites
de Silicon Valley revestida de filantropía en pos de un nuevo estadio para unos
pocos humanos que trascenderán su condición mortal. Una visión terrible del
mundo alejada de la Gaia que acepta la muerte como parte del círculo perpetuo
de la vida. Una visión que descansa esencialmente en un autoengaño tecnólatra.
Redes sociales
Las redes sociales es otro de los ejes sobre los que gira la
película. Este es un submundo demasiado rápido, agresivo, estúpido como una
torre de babel que funciona por consignas carentes de profundidad. Un submundo
que atrapa la vida pública y secuestra la comunicación. Pero, además, es una
jaula que secuestra nuestra atención y un instrumento básico del capitalismo de
la vigilancia. Los
usuarios somos el producto, mejor dicho, la modificación de nuestro
comportamiento es la mercancía.
Y así comprobamos que la herramienta concebida
—supuestamente— como instrumento de comunicación y conexión se revela
tristemente inútil como altavoz para lanzar ese terrible mensaje que advierte
sobre la extinción cercana de la vida en el planeta. Todo el mundo lo repite,
pero nadie lo escucha. El paralelismo del esfuerzo de los protagonistas con el
ciberactivismo climático en redes de miles y miles de organizaciones
ecologistas, activistas, periodistas y científicos es abrumador. Aún a pesar de
que llevamos décadas poniendo la calavera del cambio climático encima de la
mesa, nadie nos escucha.
Pero no solo eso, además las redes como un teléfono
escacharrado distorsionan el mensaje, lo simplifican, lo pervierten, lo niegan,
lo contraponen y lo vacían de contenido. Es obvio que no es nuestra
herramienta, que las redes sociales, no son una herramienta al servicio de la
comunicación de las personas sino al servicio de los intereses económicos de
corporaciones gigantes. Pero cabe preguntarse si del mismo modo que el
piloto del Enola Gay no estaba preparado para asumir el enorme impacto
de su sencillo gesto, cabe preguntarse, si nuestros cerebros de primates
tribales están preparados para una conversación global con miles y miles de
personas a la vez. Tal vez el entendimiento no es posible. Nuestra tecnología
(en realidad antihumana) sobrepasa nuestra conciencia y excede
con mucho nuestra capacidad de establecer un diálogo verdadero y fructífero que
siempre viene precedido por la necesaria empatía.
Dos caminos: o la asunción o la propaganda
Las múltiples crisis ecológicas que nos amenazan —como el
meteorito a punto de impactar— son tan graves que cuestionan una a una las
bases de nuestro sistema socioeconómico. Mirarlas de frente, asumir la verdad —mirar
hacia arriba— y actuar sobre el problema supone cuestionar la acumulación
de capital y la vaca sagrada del crecimiento. Así que solo quedan dos caminos o
transformar la economía o cambiar la percepción social del desastre ecológico.
El paso del tiempo y el síndrome
de referencias cambiantes, y un discurso
público casi siempre falaz y manipulador a favor del progreso
consiguen que lo que era inadmisible se convierta en deseable. Una dinámica que
queda perfectamente retratada en esta película.
Pero ¿en qué mecanismos psicológicos y sociales se apoya ese
discurso falaz y desarrollista? Llegados a este punto es muy importante ser
conscientes, que la negación es un estado profundamente humano. Es difícil
asumir cuestiones tan trascendentes que te ponen enfrente de tu propia muerte y
de la de tus seres queridos. Cuestiones que son procesos a veces alejados en el
tiempo y en el espacio y que nuestros sentidos demasiados humanos no son
capaces de percibir. Y este es el sentimiento base, el estado mental de buena
parte de la sociedad sumamente propicio para la propaganda desarrollista y en
los casos más extremos para las teorías de la conspiración.
“Y ¿sabéis por qué quieren que miréis hacia arriba? Porque
quieren que tengáis miedo”, clama una magnífica Meryl Streep. Y ahí encontramos
los ecos de los propagandistas predicando en este oportuno terreno y apelando a
dos de los grandes triunfos culturales del capitalismo: la libertad y el miedo
(o la —falsa— sensación de seguridad).
Pero el miedo, como el amor, es un mecanismo de adaptación
evolutivo que nos permite sobrevivir. ¿Qué clase de sociedad es esta que desoye
todas las advertencias de amenaza existencial saltándose los límites de lo
racional, de lo lógico, de lo evolutivo y del planeta? ¿Qué clase de sociedad
es esta que obvia nuestra naturaleza frágil y vulnerable? Deberíamos tener
miedo y afrontarlo. El cambio climático, la Sexta Gran Extinción, la crisis
energética comprometen nuestras posibilidades de vida buena como lo hace el
cometa en la película. Deberíamos tener miedo, pero no ese miedo paralizante
sino ese otro que te empuja a actuar colectivamente con esa conciencia de
especie que tan a menudo invoca Jorge Riechmman o que nos recordaba hace unos
días Juan Bordera en su compendio “Lo que esconde ‘Don’t look up’
en el año del caos climático”.
No son todos los que están…
No sé si esta película será o no un trabajo de
concienciación que se sumará con eficacia al de millones de activistas y
comunicadores. Lo que sí que sé es que es en toda regla un guiño al ecologismo
y por eso todos los que de un modo u otro nos dedicamos a ser altavoces del
desastre climático y ecológico nos sentimos tan identificados.
Pero este retrato es una imagen estrecha, en dos
dimensiones, que invisibiliza lo que el foco no ilumina. La humanidad no es
ese correchismes que se comunica diariamente mediante memes.
Hay millones de personas que sostienen sus vidas, sus familias, sus territorios
con esfuerzo y cariño que no son trending topic. Voces del sur,
pueblos indígenas, comunidades pequeñas esparcidas por todo el globo que son y
serán víctimas, pero que cada vez reclaman con más fuerza un papel en la
historia.
No cabe duda de que abordar estas cuestiones, desintegrar el
cometa antes de que impacte, requiere de liderazgos valientes, requiere de un
esfuerzo mundial y colectivo que cuestione y transforme drásticamente las bases
de la sociedad, que desmonte el capitalismo global de arriba a abajo. Pero no
debemos olvidar que por cada persona que —en vez de lanzar un tuit— planta un
árbol, cuida un huerto, protege una selva, opone su cuerpo a un proyecto
extractivista o colectiviza las necesidades de su comunidad, el cometa se hace
un poco más pequeño.
https://www.15-15-15.org/webzine/2022/01/02/desintegrar-el-cometa/
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