PÀGINES MONOGRÀFIQUES

18/5/21

Emplear nuestra energía en vivir bien localmente y no en llevarnos el mundo por delante

LA ARITMÉTICA DE LA VIDA ENTRE EL HORMIGÓN

Los productos generados por los seres humanos ya superan en peso a la biomasa viva según un complicado análisis con datos por demás revisables (según los autores de la investigación liderada por Ron Milo) pero que dan cuenta de este gran trabajo de paisajismo que dejará por generaciones el Antropoceno.

Sin embargo nuestra generación aún puede añadir mucho a esa antropomasa.

Empresas como Caterpillar, Deutz AG, Baker Hughes o Mitsubishi no piensan quedarse de brazos cruzados recordando los años dorados. El sueño individual de la casa propia los respalda. Algunos (lunáticos) piensan en minar la Luna y Marte o crear complejas maquinarias eléctricas para seguir arrancando verde de la Tierra y poniendo desarrollo sostenible encima.

El desarrollo sostenible o sustentable requiere energías renovables, cuyo principal objetivo es renovar la fe en el crecimiento perpetuo. ¿Sustentable? Supongo que su sustento son los dos siglos y medio de capitalismo industrial. ¿Por qué ahora habría de ser distinto?

Pero la economía desde este 2020 entró en fase de decrecimiento inesperado que siendo colapsistas (o también ecoptimistas) será la norma en estos años post Peak Oil (que para muchos serán simplemente post-COVID) que empezamos a transitar. Sin embargo seguiremos acumulando materiales producidos por los seres humanos y teniendo menos energía, costará bastante más mantener las hectáreas de eucaliptos, de palmas de aceite, de ganado o las piscifactorías que, entre todas, contribuyen a la biomasa viva. A la vez, los animales son seres sintientes y su cantidad de vida se ha vuelto cada vez menos placentera, menos digna de ser vivida y esto empieza a tener peso también.

La matemática de la vida, la métrica de la vida viene dejando, a todas luces, muchas sombras.

La vida contada, parte 1

El Humanismo logró que cada vida humana cuente, que cada niña, viejo, pobre, preso o migrante cuente. La pena de muerte se fue transformando en vetusta y arcaica, tanto fuese por lapidación o en una cómoda silla eléctrica con baterías ion-litio. En esta lógica hay zonas grises: la eutanasia, el disparo de un policía en servicio o, como en mi país [Argentina], la discusión sobre si el aborto debía ser legal o penado. Me detengo en el aborto porque las voces de los legisladores que estuvieron discutiendo durante las sesiones de 2019 y 2020 estaban partidas al medio (a favor y en contra): número de semanas de embarazo, cantidad de muertes en abortos clandestinos, número de abortos vs. número de nacimientos y, a la par, se ponía en el tapete la calidad de vida de las mujeres y de las futuras familias, las convicciones religiosas de los médicos y la función del sistema de salud.

Es que a medida que el Humanismo fue tomando fuerza se asentó la idea que no sólo hay que proteger la vida sino también la calidad de vida y de ahí el planteo de los Derechos Humanos universales. Para poner el ojo en cada región hay que hacer números: los índices de desarrollo humano, el coeficiente de Gini o la ratio de desigualdad según deciles (para esto Oxfam tiene su calculadora de la desigualdad).

El socialismo, el feminismo, el decolonialismo fueron haciendo observaciones al Humanismo mientras las ciencias sociales cualificaban los datos duros y las ciencias económicas los pasaban por encima.

La vida contada, parte 2

A medida que vemos extinguirse a las especies que hasta hace poco nos rodeaban y entendiendo que eso poco tiene que ver con la evolución natural o la supervivencia del más apto, empezó a universalizarse el conservacionismo: parques naturales por un lado y preservación de determinadas especies animales se entretejían con conceptos como maltrato animal (aún con el humano muy afuera de ese término) o sacrificio de forma humanitaria (según la FAO) mientras se divulgaban los beneficios de la biodiversidad.

Empezamos a contar las familias de determinados animales para recabar datos sobre su estado de conservación (el Informe Planeta Vivo es un ejemplo claro de este trabajo que se viene haciendo ya desde hace varias décadas), al mismo tiempo que empezamos a revisar la tasa de extinción a lo largo del Holoceno (y antes también) para compararla con las vertiginosas tasas actuales.

También empezamos a contar las capturas de peces hasta llegar a darnos cuenta de que empezaban a declinar.

Pero el aumento de los niveles de consumo cárnico y la necesidad de ampliar la ganadería superaba todos estos postulados progresistas (paradójicamente conservadores de la fauna y flora). De pronto nos encontramos con animales de primera que hay que proteger (en general mamíferos en vías de extinción), que no hay que maltratar (los animales de compañía o los que se vienen usando para entretenimiento humano) y otros, de segunda, que se modifican genéticamente para que sean más gordos en menos tiempo, esclavizándolos a niveles insoportables para ser narrados en una cena, aunque ya no se los golpea y se les practica un sacrificio digno.

Así crece un ideario antiespecista que, en su modo práctico, se suele reducir en veganismo. Sin embargo la matemática vegana es muy complicada ya que al vivir en ciudades (donde es más fácil llevar estas prácticas) es evidente que dependemos de la destrucción de ecosistemas para la energía, el hormigón, los metales o plásticos que, entre todos, tienen su correlato en la muerte de animales. Pero así y todo, para los que no pueden ni quieren salir de la ciudad, es una opción ética bastante lógica.

Podríamos resumirlo así: dentro del movimiento ambientalista se están configurando las bases para proteger la diversidad de todas las formas de vida, un derecho de las especies sintientes y de los ecosistemas poco o nada antropizados, y de aumentar (o evitar disminuir) la cantidad de vida. Para esto último avanza una aritmética de los seres vivos que nos debería hacer reaccionar como se hizo otrora contra la esclavitud, las muertes civiles en Vietnam, la trata de personas o los femicidios.

Para reaccionar sobre estos asuntos parece importante conocer la magnitud. Un anterior trabajo de investigación de otro grupo liderado por Ron Milo había llegado a conclusiones sobre la cantidad de vida que hay en el planeta y cómo se distribuye.

La vida está medida en ese trabajo en toneladas de carbono, en la masa total (para compararse con los productos humanos). En el Índice Planeta Vivo los animales salvajes se miden por número de individuos de 21.811 poblaciones de 4.392 especies. En ganadería los animales se miden en cabezas de ganado (paradójicamente las cabezas son lo primero que se elimina) o en Unidades Ganaderas (donde la vaca mayor de 24 meses vale 1 y, por ejemplo, una oveja vale 0,15 y un pollo 0,007) mientras que en pesca se miden por millones de toneladas de peso vivo.

La vida contada, parte 3

Pero ¿qué rol juega la materia en estas vidas? El análisis de conceptos como los límites del crecimientocambio climático o Antropoceno nos mezcla a los seres vivos con los ciclos de la energía y de los materiales.

Ya esa corriente de la antropología denominada Materialismo Cultural se había encargado de medir en calorías las diversas costumbres alimentarias para poder relacionar grupos humanos de diferentes lugares y épocas y, lo que estaban haciendo, es contribuir a medir datos de interrelaciones. Las necesidades calóricas humanas son diferentes para nómadas o sedentarios, y las propiedades calóricas de plantas y animales van a depender del modo de cultivo, de las variedades y de sus modos de preparación.

Hoy las preguntas son realmente complejas: cómo interactúa la demografía con la producción de petróleo, cobre o soja, qué datos hay sobre contaminación de las aguas y el deshielo de los glaciares en relación a la producción agrícola y cómo juegan los productos del agro con la escasez de fósforo y potasio.

La dinámica de estos sistemas interrelacionados no parece poder medirse correctamente o tener sentido sin antes fijar un objetivo más o menos claro. Así fue que el Club de Roma puso en el centro el crecimiento económico y las cumbres desde Río en adelante trataron de establecer parámetros para poner límites a la producción de combustibles fósiles pero, lamentablemente, bajo el paraguas de los oxímoron del crecimiento sostenible o el capitalismo verde (ahora remezclados en Green New Deal).

Entonces aparece otra matemática donde lo vivo se analiza como un todo. Esta forma de verlo, junto a lo procesado por el ser humano, es una de las tantas interrelaciones entre vida y cosas no vivas. Es que no nos alcanza con las imágenes que nuestros ojos pueden observar a través de fotos satelitales que demarcan zonas urbanas entre zonas verdes, masas de agua o desiertos. Tampoco alcanzan los documentales o las noticias catastróficas de tal tifón o del estado del Ártico. Queremos tener el panorama completo.

El peso en toneladas de la especie humana en el planeta es ya bastante significativo en relación con el resto de animales pero ínfimo en comparación con la masa forestal. Con todo, el peso de lo hecho o modificado por el ser humano es tremendo. El peso de un pequeño grupo de seres humanos con poder de mando sobre esa producción lo hace aun más exagerado. Pero de algún modo el resultado no nos resulta sorprendente porque la mayoría vivimos en ciudades donde la cantidad de árboles ni se compara con la brutalidad de los edificios. Si es por saber, también sabemos que la quema de combustibles fósiles genera gases de efecto invernadero que modifican un montón de cosas y que nos exponen, entre otros detalles, a la posibilidad de la extinción de nuestra especie. Por supuesto esto aún no es políticamente correcto decirlo en la arena política ni menos en el hormigón del sistema industrial. Un sistema en manos de empresas cuyos números siempre están al borde del rojo. Pero estoy seguro que debe haber muy pocos que descartan la extinción de la especie humana como también hay muy pocos que modifican su vida a partir de este conocimientos (como si fuese tan fácil).

La vida contada, parte 4

Los futuros distópicos supieron caer en la creencia de la energía infinita (los viajes interestelares) o una extracción de minerales sobredimensionada, metrópolis llenas de vida subterránea y aérea y la comida que no se sabe de dónde viene (o bien se produce químicamente). Los materiales tienen un límite en la corteza terrestre y en la paciencia de los pobladores. Siempre vuelvo a mi provincia [Chubut], que es un ejemplo de cómo durante 17 años se viene manteniendo la prohibición de la megaminería que podría extraer toneladas de plata, plomo, oro y de otros minerales estratégicos. A lo que voy es que en algunos lugares los límites del crecimiento quedarán en manos de las comunidades y no de la evaluación económica de expertos en finanzas.

Otros futuros distópicos suponen una vuelta al tribalismo, donde los derechos humanos ya se esfumaron y los preppers tratan de evadir a un sistema neo-feudal despótico. Quienes viven una vida orgánica y austera son siempre invadidos por pandillas violentas.

Es que el reset social es más liberador para los guionistas que intentar proyectar una sociedad en decrecimiento donde el mantenimiento de lo que ya está construido (acueductos, sistema cloacal o carreteras) sea el centro de las políticas públicas, donde domine un comercio de cercanías con re-ruralización, donde quizás haya deflación y tantas otras posibilidades que aún no parecen estar planificándose, ni para las cuales se estén recabando datos, ni proporcionando base para los algoritmos de plataformas ecologistas. Es que la última oportunidad del sistema industrial está en la informática. Pero resulta evidente que a los algoritmos de las GAFAN (o las BAT de China) son parte de la sociedad industrituradora que tiene a la promoción del consumo como uno de sus objetivos distintivos.

Los da(tos)

“Los números no mienten”, oímos a menudo… pero si necesitas otros también los tendremos.

La covid-19 dio luz y cámara a muchos matemáticos y especialistas en estadística. Así y todo, al comparar las muertes (sólo humanas), hay muchas faltantes en muchos países (en comparación con los datos proporcionados por los gobiernos en relación a las muertes de años anteriores) y, por el contrario, en muchos países se desaconsejan los exámenes post-mortem ante casos probables o confirmados de covid-19, por lo que incluirlo o no en la lista queda a criterio de la institución de salud o del médico que hace el acta de fallecimiento.

Nunca hubo un seguimiento tan diario y detallado sobre datos que afecten a la población global pero, al mismo tiempo, nunca fue tan evidente cómo las divergencias en el modo de contabilizar hacen muy difícil conocer la verdad y comparar las parcialidades. Si esto lo extrapolamos a cualquier otro núcleo de interés sobre el gran sistema que da contexto a la vida, nos daremos cuenta del grado de dificultad y del gran margen de error que estaremos manejando.

Pero, a modo de conclusión, poner los esfuerzos en afinar la puntería sobre estos datos macro puede tener un efecto valioso sobre la percepción del estado de la vida en el planeta. Sin embargo, sólo con una ética acorde a los problemas de fondo actuales se puede orientar sobre qué medir, cómo medir, hacia dónde extrapolar los datos y qué políticas pueden hacerse eco de esos números puestos sobre la mesa.

A contrapelo de las imposibilidades de crecimiento perpetuo en los recursos del planeta sentimos ciertas caricias en la cantidad de posibilidades afectivas que se nos abren a medida que reconducimos nuestras energías a tratar de vivir bien localmente en lugar de llevarnos el mundo por delante. La posibilidad de ser una disidencia sexual sin vergüenza nos abre múltiples alternativas antes limitadas por la heteronormalidad, así como ser mujer en una sociedad que abraza al feminismo rompe más límites que la posible escasez de tal o cual mineral y el Black Lives Matter no sólo significa que un afrodescendiente vale igual que un eurodescendiente sino que es una invitación a (volver a) ampliar los límites de las relaciones humanas para cooperar entre más gente en lugar de restar.

Muchas manifestaciones en pandemia con el fin de recuperar los espacios públicos, poder hacer reuniones sociales y sacarse el barbijo, y que son contrarias a las indicaciones epidemiológicas, son la respuesta al miedo de que el sistema tecnoindustrial nos siga limitando y nuestra vida tenga menos horas de vida social que es una parte importante de nuestra matemática de la vida digna de ser vivida, ya bastante limitada por las jornadas laborales intensas y las horas perdidas frente a las pantallas. El abrazo, un baile, un beso tienen como resultante el crecimiento exponencial de esa experiencia llamada vivir tan molesta de comparar con la posible idea de contagiar y poner en riesgo a quienes queremos o a quienes aún no conocemos.

Y, a modo de epílogo, si quieren leer a alguien que propone un modo de “echar cuentas” paséense por el singular texto de Manuel Casal Lodeiro en esta misma revista y, para una opinión basada en cálculos sobre el informe Global human-made mass exceeds all living biomass, lean “Planeta hormigón” de Antonio Aretxabala.

DEMIÁN MORASSI 

https://www.15-15-15.org/webzine/2021/05/17/la-aritmetica-de-la-vida-entre-el-hormigon/  

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