EL PROBLEMA DE CHOMSKY
La opinión del filósofo no solo sigue siendo muy importante para
entender el mundo, sino que además es inspiradora para afrontar adecuadamente
catástrofes inminentes
Hace ya más de cuatro décadas, en 1979, Paul Robinson en un artículo en The New York Times dijo de Noam Chomsky que “posiblemente es el intelectual más importante vivo en la actualidad”. Muchas veces esta afirmación ha sido sacada de contexto, dado que el objetivo de Robinson no era más que criticar las visiones políticas del filósofo estadounidense.
El artículo titulado ‘El problema de Chomsky’ se preguntaba cómo la persona capaz de realizar un trabajo tan sofisticado y con “una gran cantidad de estudios lingüísticos revolucionarios y altamente técnicos, muchos de ellos demasiado difíciles” para cualquier persona que no fuera lingüista, era también la misma que había escrito un montón de textos políticos “accesibles a cualquier persona alfabetizada, pero a menudo enloquecedoramente simples”.
En el año 1986, en el libro El conocimiento del lenguaje, Chomsky establece dos grandes problemas que concentraban su atención: El problema de Platón que “consiste en explicar cómo conocemos tanto teniendo en cuenta que los datos de los que disponemos son tan escasos” y El problema de Orwell que “consiste en explicar cómo conocemos y comprendemos tan poco, a pesar de que disponemos de unos datos tan ricos”.
Tal como ha señalado
muchas veces Chomsky, Orwell se preguntaba por la libertad de expresión tanto
en estados totalitarios como en estados democráticos y libres, siendo este
último caso especialmente interesante para comprender el funcionamiento de
nuestras sociedades democráticas. Un ejemplo que siempre vale la pena recordar
es que al autor de Rebelión en la Granja le censuraron el prólogo
de la primera edición por hacer una crítica a la prensa británica. Según
Orwell, la prensa estaba “muy centralizada, cuya propiedad es, en su mayor
parte, de unos pocos hombres adinerados que tienen muchos motivos para no ser
demasiado honestos al tratar ciertos temas importantes”.
Siendo cuidadoso con los hechos, creo que resulta justo
afirmar que ‘El problema de Chomsky” formulado no hacía más que reforzar “El
problema de Orwell’. El historial terrible de la política exterior
estadounidense después de la Segunda Guerra Mundial y la propaganda mediática
son dos puntos que dan la razón al pensador estadounidense, ya que las críticas
a las conculcaciones de los derechos humanos por parte de los Estados Unidos
eran también apartadas de ese consenso aceptable para las élites, que explicó
con mayor detalle junto con Edward S. Herman en Manufacturing Consent.
Lo más interesante a la hora de plantear los problemas de
Platón y de Orwell es que para Chomsky, el de Orwell era “mucho menos” profundo
e “intelectualmente excitante” que el de Platón, aunque seguidamente advirtiera
de que “a menos que lleguemos a comprender el problema de Orwell y a reconocer
su importancia en nuestra vida cultural y social, y a superarlo, existen pocas
probabilidades de que la especie humana sobreviva el tiempo suficiente para
descubrir la respuesta al problema de Platón o a otros que desafían nuestro
intelecto y nuestra imaginación”.
El problema de Orwell también nos ayuda a entender por qué
Chomsky ha sido a lo largo de su vida descaradamente censurado por los grandes
medios a pesar de ser uno de los autores más citados del siglo XX. La respuesta
está en lo que se conoce muy bien desde la izquierda: cualquier pensamiento que
desafíe al Poder va a tender a ser censurado, ridiculizado y tildado
posteriormente de subversivo o radical.
El último libro sobre Chomsky, Chomsky for Activists,
ha arrojado bastante luz a este respecto. En el libro se recogen unas
entrevistas al lingüista estadounidense y se da voz también a muchos de los
amigos con los que ha compartido experiencias a lo largo de su vida. Este es el
caso del actor Wallace Shawn que admite que The New York Times (NYT) censuró
una respuesta suya cuando el medio estadounidense le pregunto sobre sus
opiniones políticas. Shawn respondió: “si quieres tener una respuesta simple,
diría que creo en el tipo de cosas que Chomsky cree. Así que, si lees sus
libros, tendrás una buena idea de lo que yo pienso”. El NYT decidió cortar
estas declaraciones porque según le dijeron a Shawn, un jugador de hockey había
dicho lo mismo hacía tres meses y “no podían seguir promocionando a este
individuo”.
Chomsky for Activists se hace también muy
interesante por todo lo que ha significado a una generación de activistas no
solo en los Estados Unidos, sino en todo el mundo. Tal como dijo hace poco el
experto en ciencia política, Norman Finkelstein, contando
una anécdota muy divertida, Chomsky siempre ha sido 1% genialidad y 99%
inspiración. Una persona que trabajaba 20 horas al día, que ha viajado por todo
el mundo y que, como se recuerda en este libro, siempre ha trabajado con
pasión, humanidad y sobre todo mostrando mucha empatía hacia toda la gente que
veía sufrir. Una persona que podía romper a llorar tras escuchar los
testimonios de los refugiados en Laos, tal como le sucedió en el año 70.
A pesar de ver con sus propios ojos la destrucción a menudo
causada por Occidente, Chomsky nunca ha perdido el optimismo dentro de esta
fatalidad que le ha animado siempre a denunciar: “las experiencias más
esperanzadoras que he tenido ha sido involucrarme con las personas realmente
pobres y desfavorecidas que estaban luchando y obteniendo logros”.
En el libro también se recoge un alegato a la esperanza y al
optimismo en un momento en el que podemos sentirnos tentados a tirar la toalla.
Durante las entrevistas se sacan varios temas que siguen sin perder actualidad
y que empujan a un relativo optimismo si colocamos todo en la correcta
perspectiva.
Conviene hacer una pequeña contextualización con una de las ideas más importantes para el activismo que siempre ha recordado Chomsky apoyándose en uno de sus filósofos favoritos, David Hume. Según Chomsky, contrario a lo que se supone muchas veces, el poder siempre está en manos de los “gobernados”. Es La Paradoja de Hume. Lo interesante es descubrir que esta subordinación al poder se hace más interesante en el caso de las sociedades democráticas debido a la importancia que adquiere el consenso. Saber esto significa ser lo suficientemente audaz y buen estratega para combatir toda la propaganda que el poder utiliza para perpetuar situaciones injustas. Las experiencias personales que ha vivido Chomsky lo confirman. Lo que a veces parece imposible, se convierte en realidad.
Las victorias
son posibles porque el verdadero poder lo tienen los gobernados.
Un gran ejemplo es precisamente la guerra de Vietnam donde
Chomsky vivió en primera persona cómo al principio del conflicto era
prácticamente imposible manifestarse. Chomsky relata que en los mítines había
siempre cuatro gatos y que era precisamente “la policía” quien “protegía a
personas como nosotros de ser asesinadas. No porque les resultáramos
agradables, sino simplemente porque no querían un derramamiento de sangre”. Por
esos cuatro gatos que se manifestaban contra un imperio, acabaron produciéndose
manifestaciones masivas que denunciaron los crímenes de las administraciones
estadounidenses. De sobra es sabido que el activismo de los años 60 cambió para
siempre los Estados Unidos.
Este cambio radical no habría sido posible sin “las
innumerables pequeñas acciones de personas desconocidas” como recordaba siempre
el historiador Howard Zinn. El libro también nos hace acordarnos de Zinn, de la
historiadora Marilyn Young y del exanalista Daniel Ellsberg. “Estuve en
Washington en 1971 con un grupo de lo que se llamaba entonces gente mayor.
Quizá teníamos 40 años. Éramos un pequeño grupo afín y estábamos tratando que
nos arrestaran. No lo hicieron porque solo querían arrestar a los jóvenes.
Entonces, te sientas en medio de la calle y los autos de la policía corren
hacia ti, pero se desvían a tu alrededor, mientras que jóvenes que caminaban
con vaqueros eran detenidos”.
En mi opinión, una de las mayores aportaciones que hace Chomsky for Activists es brindar esa sensación de que pese a todo, todavía las cosas no están perdidas. Es algo que tenemos que asumir si tenemos en cuenta que afrontamos posiblemente la mayor amenaza que la humanidad ha enfrentado jamás. Sobre esto, Chomsky advierte de que todo este cambio debe producirse en un tiempo muy pequeño a modo de evitar “el fin de la vida humana organizada”.
Lo importante es que se puede hacer y es
perfectamente realizable.
Además, hay buenos síntomas que invitan al optimismo. Un
indicio muy grande es que, según el filósofo, nunca en la historia ha habido
tanta gente involucrada como en la época actual. Es cierto que hay grandes retos
que superar, como las más de cuatro décadas de atomización de la sociedad y de
duro neoliberalismo, pero los cambios son posibles si aprendemos bien de los
errores pasados y sabemos adaptarnos a la estrategia adecuada que aceleren
estos cambios tan urgentes.
Sobre la crisis climática, hay que recordar que hay opciones muy viables para alcanzar los objetivos que marca la comunidad científica. También, el año pasado, Chomsky publicó un libro junto a Robert Pollin, Climate Crisis and the Global Green New Deal, donde se señalaba que impulsar una economía verde no solo es posible, sino que además no supondrá un esfuerzo excesivamente grande si lo comparamos con otros períodos históricos.
Esta es la
visión “del economista Jeffrey Sachs que concluye, en un cuidadoso estudio, que
‘al contrario de lo que se afirma en algunos comentarios, la descarbonización
no requerirá una movilización de la economía estadounidense comparable a la de
la Segunda Guerra Mundial. Los costos adicionales de la descarbonización por
encima del costo normal de energía serían del 1% o 2 % del PIB (Producto
Interior Bruto)’”.
La catástrofe climática que estamos viviendo en la
actualidad es uno de los tres motivos por los que el Boletín de Científicos
Atómicos ha alertado que la humanidad esté tan cerca de su extinción. Nótese
que el hecho de que los científicos adviertan que nos estamos acercando al
precipicio y que la opinión pública no esté hablando lo suficientemente de ello
vuelve a dar la razón a la predicción de Chomsky de hace 35 años: si no somos
conscientes del Problema de Orwell existen pocas probabilidades de que la
especie humana sobreviva y, por tanto, va a ser imposible salir de la crisis
climática.
Otro aspecto que da más vigencia que nunca a Orwell es que en los medios de comunicación apenas se ha comentado el peligro constante que supone vivir en un mundo con armas nucleares. Los planes de Trump de cargarse poco a poco los tratados internacionales y de tensar las relaciones con Irán, o las pretensiones posteriores de Biden de seguir una política exterior que no solucione parte de los errores Trump, deberían haber venido de una condena unánime por parte de los medios de comunicación, o al menos de los medios en Estados Unidos.
Es verdaderamente ilustrativo que la administración Biden haya
sido incapaz de volver a uno de los escasos logros de la administración Obama
en Oriente Próximo: el pacto nuclear con Irán. En este punto, de momento la
administración Biden sigue adoptando la misma estrategia que su predecesor. Un
ejemplo muy claro lo estamos viendo de nuevo en Yemen, país en el que sigue sin
estar dispuesto a forzar la paz después de que Barack Obama apoyara una
intervención militar que ha matado a cientos de miles de personas.
Una de las mayores preocupaciones de Chomsky en los últimos tiempos es conseguir precisamente destensar Oriente Próximo. Lo lleva repitiendo años y años y lo volvió a hacer recientemente en La Conferencia Inaugural de Universidad de Rojava. El principal obstáculo para conseguir una zona libre de armas nucleares sigue siendo Israel y los Estados Unidos. Esto lo evidencia fundamentalmente que cada vez más Israel se está quedando solo en el panorama internacional, aunque sigue teniendo un apoyo decisivo por parte de EE.UU. Esto puede cambiar en cualquier momento y, de hecho, se están produciendo maravillosos cambios dentro de los Estados Unidos.
Se hace bastante evidenciable en la postura que tienen los grandes medios de
comunicación en comparación con hace más de una década. Una lectura rápida al
NYT confirma rápidamente esta buena noticia. De nuevo, Chomsky tiene una
respuesta bastante convincente. La lucha constante del activismo ha conseguido
desplazar a buena parte de los medios de comunicación hacia la izquierda. Es
interesante, por ejemplo, comparar la complacencia de los grandes medios de
comunicación en España hacia los comportamientos trumpistas y neofascistas de
Ayuso y VOX, con la contundencia que mostraron los medios estadounidenses hacia
Donald Trump.
Es otra señal para ser optimista, aunque hay que tener en
cuenta que estos cambios deben hacerse inmediatamente para aumentar las
posibilidades de que la especie humana sobreviva. El caso de Qasem Soleimani
evidencia que en cualquier momento puede saltar una chispa que suponga una
guerra nuclear, en otras palabras, el fin del mundo.
El tercer motivo de que estemos en una situación muy
delicada tiene que ver con el deterioro continuo de las democracias en el
mundo. Esto motivó unas declaraciones de Chomsky en la Iglesia de Old South en
abril del 2019, recogidas también por el libro Cooperación o Extinción: “Hoy no nos enfrentamos al auge de algo
como el nazismo, así estamos ante la propagación de lo que alguna vez se ha
llamado la Internacional Reaccionaria”.
Chomsky advierte que esta deriva actual tiene en algunos sentidos mayores peligros que el fascismo de los años 30. El punto no está ni mucho menos en despreciar los crímenes del fascismo y el nazismo (recordemos que los padres de Chomsky eran judíos), sino en advertir cuál es el riesgo que enfrentan nuestras democracias. Esta es la razón por la que antes de celebrarse las elecciones en los Estados Unidos, dijo en una entrevista para The Independent que “Trump era peor que Hitler”, a pesar de que “Hitler matara 6 millones de judíos y 30 millones de eslavos”.
Lo que llevó a hacer una declaración de este
tipo es intentar hacer caer en la cuenta al público de que tipos como Donald
Trump están intentando destruir “con pasión, la vida humana organizada en la
Tierra”. En consonancia con el respeto que siempre Chomsky ha mostrado hacia
Adam Smith, dijo que “las payasadas de Trump eran toleradas por aquellos a
quienes Adam Smith denominó ‘los amos de la humanidad’: en su época, los
comerciantes y fabricantes de Inglaterra, en la nuestra, las corporaciones
multinacionales y las instituciones financieras, llamados ‘los amos del
universo’”.
De igual forma, el coronavirus ha mostrado de una forma
bastante impactante las grandes deficiencias del neoliberalismo y la
destrucción que provoca en nuestras sociedades. De nuevo, en Chomsky for Activists se hace una
mención expresa a este destrozo. En primer lugar, las advertencias de la
comunidad científica fueron desatendidas con especial intensidad por parte de
gobernantes reaccionarios entre los cuales Trump es un buen ejemplo. Es
inevitable para un ciudadano español no volver a pensar en Isabel Díaz Ayuso y
en cómo ha copiado parte del discurso del excepcionalismo estadounidense,
aunque llevándolo a un plano incluso más ridículo y más zafio.
El libro recoge también unas palabras de Chomsky que resumen
muy bien cómo el capitalismo en su versión neoliberal forma parte de los
problemas que hemos visto:
“En el fondo, la pandemia de Covid-19 es el resultado de
un colosal fallo en el mercado, muy parecido a la crisis medioambiental. Se
sabía desde hacía años que era probable que se produjera una pandemia. La
epidemia de SARS fue causada por un coronavirus similar. Pronto se secuenció su
genoma y se desarrollaron vacunas, aunque no pasaron del nivel preclínico. Eso
debería haber ayudado a investigar virus relacionados como el de hoy y a
desarrollar defensas y curas, al menos para tener las instalaciones preparadas
para hacer frente a una crisis importante. Las grandes farmacéuticas tenían
poco interés. Siguiendo la buena lógica capitalista, se adhirió a las señales
del mercado, que dictan que no hay beneficio en prepararse para una crisis
catastrófica. Las instituciones sanitarias mantuvieron conceptos de eficiencia:
no había reservas en el sistema, por lo que cualquier imprevisto drástico iba a
causar una catástrofe”.
Las críticas por parte del filósofo han ido subiendo de tono
en consonancia con muchas de las demandas de las ONG, como por ejemplo lo que
está ocurriendo con la vacunación en el mundo y en la protección de los
intereses de las grandes empresas farmacéuticas. Chomsky alertó recientemente
en una entrevista que “es entendido perfectamente en todos
los ámbitos que, a menos que haya una vacunación rápida de las personas en los
países pobres va a ser un desastre [...] El capitalismo se ha vuelto loco.
Tenemos que ser codiciosos, incluso si nos mata y sabemos que nos está
matando”. ¿Qué estamos haciendo? “Atesorar vacunas y no usarlas con el
conocimiento consciente de que nos estamos suicidando”.
El pasado 26 de abril, el Financial Times —uno
de los medios preferidos de Chomsky— llegó a esa misma conclusión: “el riesgo
para el resto del mundo es que cuanto más grande sea el grupo de infecciones a
nivel mundial, mayor será el riesgo de que las mutaciones produzcan variantes
más contagiosas o resistentes a las vacunas”.
Esta es una de las razones por las que cuesta mucho trabajo
intentar descifrar qué es lo que pretende la administración Biden no solo
manteniendo parte de la doctrina Trump en relación a Cuba, Venezuela o Irán,
sino también presionando a Brasil para que no compre la vacuna rusa. Esto lo
hemos sabido gracias a un informe salido en enero donde se buscaba
“persuadir” a Brasil para que no comprara vacunas a Rusia, ya que de esta forma
podría expandir su influencia “en detrimento de la seguridad de los Estados
Unidos”. Después de que un oficial de la Casa Blanca se distanciara del
informe, lo cierto es que la secretaria de prensa, Jen Psaki, ha asumido de
nuevo esta retórica al decir que “estaba preocupada por el uso o intento de uso
de vacunas como medio de diplomacia por parte de Rusia y China”.
La situación actual en Brasil es verdaderamente dramática.
Después de años de gran progreso con Lula Da Silva, cuando mucha gente salió de
la pobreza, el país vive ahora uno de los momentos más obscuros en su vuelta a
la democracia. Jair Bolsonaro está al mando de un país que es testigo de sus
delirios fascistas. De un tipo tan miserable que es capaz de criticar a la
dictadura brasileña por no haber matado lo suficiente. Esto se traslada en
todos los aspectos: desde su pretensión de acabar con el Amazonas, en la
abominable forma de gestionar la pandemia, y en la adopción del neoliberalismo
más dañino para el pueblo brasileño. Antes de la llegada del coronavirus y ante
todo el panorama nefasto que se zanjó con la encarcelación de Lula, Chomsky
decidió viajar a sus 89 años de edad a Brasil para visitarlo antes de que este
saliera de la cárcel.
Hay que recordar que el lingüista fue bastante crítico con
la corrupción del Partido de los Trabajadores, pero no pasó por alto que la
clase empresarial brasileña había decidido utilizar estos momentos de crisis
para llevar a cabo un Golpe de Estado. En una conversación para Democracy Now!
en mayo de 2016, Chomsky alertó de un “golpe suave” contra Dilma Rousseff,
motivado porque “la élite brasileña detestaba al Partido de los Trabajadores y
esta[ban] utilizando esta oportunidad para deshacerse del partido que ganó las
elecciones”.
Dos años después, tras visitar a Lula en la cárcel, Chomsky
denunció su persecución y que había sido condenado “prácticamente de por vida”.
El lingüista reportó que Lula estaba aislado “sin acceso a la prensa” y “con
visitas limitadas un día a la semana”. Finalmente, Chomsky consideró a Lula
como “el prisionero político más importante del mundo”. A día de
hoy, Lula tiene posibilidades reales de convertirse en presidente de Brasil
tras haber sufrido un auténtico calvario.
Aunque hay otras cuestiones muy importantes que trata el
libro, se hace muy interesante escuchar las respuestas de Chomsky a las
preguntas del entrevistador sobre las políticas identitarias. Las respuestas son
igualmente sencillas, pero eso no significa que no nazcan de la adecuada
meditación del filósofo. A pesar de que a sus 92 años de edad podría mostrar
desprecio hacia los grandes avances culturales y de derechos humanos que hemos
visto en los últimos años, Chomsky vuelve a ser esa excepción maravillosa de
una mente que sigue abierta en muchos aspectos. A la hora de plantear los
posibles conflictos entre las políticas identitarias y los desafíos económicos
y sociales, el filósofo estadounidense no solo no ve incompatibilidad, sino que
cree que deben ir de la mano.
Como buen anarquista, para Chomsky siempre es importante prestar atención a las estructuras de poder actuales y a las resistencias a los cambios que tienen dichas estructuras para utilizar la mejor estrategia para desmantelarlas en el caso de que no se justifiquen y remplazarlas por algo más libre y justo. En este sentido, admite que los avances en políticas identitarias enfrentan menor resistencia por parte de las élites, pero no por eso son menos importantes ni hay que degradarlas:
“El problema no está en
centrarnos en lo que se llama políticas de identidad, que significa los
diversos tipos de derechos humanos y civiles. Eso tiene mucho sentido. El
problema es eliminar el tema de la política centrada en las clases sociales.
[En la era neoliberal] es lo que se ha omitido y marginado: el verdadero
problema. Las políticas de clase e identidad deberían identificarse casi por
completo”.
Por último, todas estas luchas que el activismo debe llevar
a cabo tienen que estar conectadas por el inevitable hecho de que la humanidad
debe decidir en los próximos años si quiere seguir sobreviviendo: “Estamos
destruyendo la posibilidad de que persista la vida humana organizada. Ese es un
problema en común”. Esta es quizá la idea más importante que Chomsky lleva
repitiendo con mucha insistencia durante los últimos tiempos y tiene un fuerte
carácter conmovedor. Después de tantos años de lucha contra la crueldad de
nuestros gobiernos, sigue manteniendo la esperanza.
Pensándolo bien, seguramente el verdadero problema de
Chomsky consista en responder adecuadamente a esta pregunta: ¿Cómo es posible
que la misma persona que ha seguido con tanto detalle nuestras peores miserias,
sea capaz de mantener la esperanza ante un mundo que no para de quebrarse a
pedazos? Sinceramente, creo que la respuesta es bastante sencilla: no hay otra
alternativa.
https://www.elsaltodiario.com/laplaza/el-problema-de-chomsky
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