MENOS ES MÁS: Cómo salir del capitalismo sin colapsar
Estamos ya en esa fase en la que no se pueden silenciar las tesis del decrecimiento porque son una realidad biofísica innegable en un planeta finito.
El mundo está perdiendo el norte. Literalmente, si miramos
al Ártico o a
la ralentización de la corriente marina más importante del planeta. La
globalización está mostrando sus carencias y debilidades. El fin de la historia
que nos prometía el capitalismo no solo no se ha cumplido, sino que el sistema
económico actual se ha confirmado como el depredador más eficiente de la
naturaleza, absolutamente incompatible con los límites del propio planeta. Las
crisis se suceden y solapan: económicas, sanitarias, y con el ruido de fondo de
la emergencia ecológica, audible y visible ya en cualquier parte. Esperemos
que pese
a los últimos informes, al menos siga siendo reversible.
Ante este panorama de locura planetaria, en el que la humanidad parece no saber hacia dónde dirigirse, un joven y prestigioso antropólogo -quizá el gremio que más luz puede arrojar sobre en qué punto perdimos el rumbo- plantea una receta transformadora e ilusionante en su último libro, que ojalá fuera leído por todos aquellos que ostentan cargos de poder en países y grandes empresas.
Eso sí, no bastaría con que la élite política y empresarial
entienda qué cuenta esta obra -de hecho, muchos de ellos estarán más que bien
informados- , lo necesario es que el conocimiento desgranado por Jason Hickel,
llegue a una buena parte de la sociedad, que debe desear y demandar los cambios
que se proponen para que puedan ser implementados. En un proceso de
realimentación positiva, sería crucial la aplicación sin más demora de las
asambleas ciudadanas con carácter vinculante, capaces de ejercer una presión
disruptiva en el lento y anquilosado discurrir de la política de partidos, cada
vez más ligada al dictado de los mercados.
Volviendo al libro y a su autor, la biografía de Hickel,
está llena de particularidades e incluso simbolismo. Los padres de este doctor
en Antropología, miembro de la Royal Society of Arts, eran doctores en
Suazilandia en la peor época del SIDA. Allí nació y pasó su infancia. De la
misma manera que la humanidad, su camino empezó en África, lo cual -junto a su
especialización en economía- le permite tener una visión muy detallada de la
desigualdad, de los procesos de colonización que aún siguen vigentes a través
del sistema económico, y cómo habría que desmontarlos.
Su libro: How deworth will save the world [Menos es más: Cómo el decrecimiento salvará
el mundo] (Penguin Random House, 2020)– tranquilidad, afortunadamente lo
peor es el título- es una maravilla de poco menos de 300 páginas aún pendientes
de traducción al castellano, en las que con un innegable talento literario, el
autor repasa la historia de los últimos seis siglos y cómo el capitalismo se ha
ido sosteniendo siempre en busca de un “algo externo” que le permitiese seguir
su expansión y acumulación: los cercamientos de tierras y la expropiación
original de los bienes comunales, la esclavitud masiva, el imperialismo o el
colonialismo, simplemente han sido las maneras de proseguir con la inercia, el
endiablado ritmo del Juggernaut, que ahora ha llegado al final de una
encrucijada: o se sigue poniendo a la totalidad de los ecosistemas en peligro
de mutación irreversible, y comprometiendo hasta la vida misma tal y como la
conocemos, o se frena el crecimiento. No hay más caminos.
There Is No
Alternative. Aquellos que aún pretenden ver un camino mágico de crecimiento
verde sostenible necesitan gafas nuevas. O quizá el camino verde al que se
refieren es el que asfaltan los billetes, que seguirán creciendo en sus
bolsillos mientras digan lo que se espera que digan para mantener su posición
dentro de un sistema que agoniza.
Además, el autor rebate con claridad absoluta el habitual
discurso del “progreso” y de “mejoras en la calidad de vida”, que ya no se
sostiene por ningún lado. Al menos no en lo referente al capitalismo. Durante
los primeros 400 años no provocó otra cosa mayoritariamente que genocidio,
esclavización masiva, colonización y desigualdad creciente. Solo a partir de
1870 comenzaron a verse mejoras en la esperanza de vida en Europa, producto del
movimiento obrero, las luchas democráticas, y de la vuelta de los “comunes”,
con la emergencia de los bienes públicos como la sanidad, la vivienda y la
asistencia. Este proceso revela la importancia para el verdadero progreso, no
tanto del crecimiento, como de la distribución justa de las oportunidades y los
recursos. Y ahí radica la clave de la receta que nos transmite el libro, la
redistribución radical -a través de muchas medidas concretas, detalladas al
final- y la potenciación de los bienes públicos y comunes, como la única manera
de evitar el descalabro ecológico sin perder en exceso calidad de vida. Eso es
decrecimiento, crecer en calidad de vida y oportunidades para evitar un futuro
que, de seguir la inercia actual, va a ser una distopía para la mayoría.
La única gran crítica que le haría al autor es referente al
aspecto energético, en el que apenas entra. Probablemente conocedor de la
complejidad del asunto, lo resuelve especificando que un descenso en el consumo
energético hará más fácil la transición energética ineludible. Pero no queda
claro cómo se va a dar eso en un mundo en el que la escasez es y será más real
de lo que probablemente quiere reconocer. Es un manual que no es para expertos,
es para cualquiera. Tal vez no sea esa mala estrategia para que al menos la
propuesta decrecentista rompa la barrera del gueto intelectual y activista en
la que sigue algo encorsetada. Y para el tema energético simplemente mejor
documentarse en otras
fuentes. Sin embargo, su receta económica es prometedora y muy detallada.
Definitivamente cerrando el debate sobre si el decrecimiento tiene un programa
concreto. Si no lo tenía, ya lo tiene.
La otra gran crítica que se le suele hacer a las tesis
decrecentistas es la ridiculez de asociarlo con un retroceso brutal que se
resuelve con la típica expresión de “proponéis volver a las cuevas”. Como le
leí a la maravillosa -y antropóloga también- Yayo Herrero hace poco: “Si hay
algo que propone volver a las cuevas -o a los búnkeres- es el capitalismo
marciano que representan Elon Musk y su séquito de creyentes en la Iglesia del
Perpetuo Crecimiento, que en busca del enésimo 'algo externo' creen que en
Marte sí podremos lograr la supervivencia de los más aptos -esto en el
capitalismo es, de los más ricos-, aunque sea volviendo a las cavernas, en esta
ocasión del planeta rojo”.
A estos planteamientos, entre otros muchos errores de bulto,
les falla la comprensión histórica que Hickel desvela. El capitalismo no es el
problema tanto como el síntoma de los verdaderos problemas: la falta de
mentalidad de especie, de respeto y conocimiento de la interdependencia con los
ecosistemas, de capacidad de autolimitación. Problemas que el capitalismo ha
compartido con la mayor parte de proyectos socialistas, basados en las recetas
del dualismo, el mecanicismo y la modernidad, verdaderos cimientos del
Antropoceno.
Decía Víctor Hugo que no hay idea más peligrosa que aquella
a la que le ha llegado su tiempo. El decrecimiento no es tanto vivir con menos,
como sobre todo repartir mejor. Macron, el presidente de la tierra que vio nacer
estas ideas, al menos ya habló explícitamente a los
“decrecentistas” en una rueda de prensa reciente. Ya saben, aquello
de: primero te ignoran, después se ríen de ti, después te atacan, ¿y entonces…?
Entonces estamos ya en esa fase en la que no se pueden
silenciar las tesis del decrecimiento porque son una realidad biofísica
innegable en un planeta finito. Nada puede crecer para siempre. La cuestión ya
no es otra que, si descenderemos suavemente y de forma planificada o dejaremos
que el mercado lo haga tan “eficientemente” como acostumbra.
https://www.elsaltodiario.com/laplaza/menos-es-mas-o-como-salir-del-capitalismo-sin-colapsar
No hay comentarios:
Publicar un comentario