LA CORONACIÓN (Epílogo)
Esta es la séptima y
última parte del relato “La
coronación”, de Charles Eisenstein. La primera
parte habla de la crisis de la COVID-19 y los primeros cambios que
supuso en nuestras vidas, la segunda sobre del desarrollo
inicial de la pandemia y las cifras reales, la tercera sobre
las teorías de la conspiración y las libertades de la población, la cuarta sobre
los sacrificios que debemos realizar, la quinta sobre
las decisiones que debemos tomar ante esta nueva realidad y la sexta
sobre las repercusiones de las medidas de seguridad y control impuestas a
la población.
¿Qué puede guiarnos, como individuos y como sociedad, mientras recorremos este jardín de senderos que se bifurcan? En cada cruce podemos ser conscientes de lo que perseguimos: el miedo o el amor, la supervivencia o la generosidad. ¿Viviremos atemorizados y construiremos una sociedad basada en el miedo? ¿Viviremos para preservar nuestros yoes aislados? ¿Usaremos la crisis como un arma contra nuestros enemigos políticos?
Hay una alternativa al paraíso de control perfecto que nuestra civilización ha perseguido durante tanto tiempo y que retrocede igual de rápido que nuestro progreso, como si fuera un espejismo en el horizonte. Sí, podemos actuar como antes y continuar por el camino hacia un mayor aislamiento, reclusión, dominación y separación. Podemos normalizar el aumento de los niveles de separación y control, creer que son necesarios para mantenernos seguros y aceptar un mundo en el que nos asuste estar cerca unos de otros. O podemos aprovechar esta pausa, esta ruptura de la normalidad, para tomar un camino de reencuentro, de holismo, de restauración de conexiones perdidas, de reparación de la comunidad y de reincorporación a la red de la vida.
¿Redoblamos la protección del yo separado o aceptamos la
invitación a un mundo en el que todos nosotros estamos juntos en esto? No nos
encontramos esta pregunta únicamente en el campo de la medicina: también
aparece en nuestra política, nuestra economía y en nuestras vidas personales.
Tomemos por ejemplo el tema de la acumulación compulsiva, que encarna el
pensamiento de “no habrá suficiente para todos, así que voy a asegurarme de que
haya suficiente para mí”. Otra respuesta podría ser: “algunos no tienen
suficiente, así que compartiré lo que tengo con ellos”. ¿Vamos a ser
supervivientes o solidarios? ¿De qué sirve la vida?
A mayor escala, la gente se está haciendo preguntas que
hasta ahora habían permanecido en la esfera activista. ¿Qué deberíamos hacer
con los sintecho? ¿Qué deberíamos hacer con las personas encarceladas? ¿En las
chabolas del Tercer Mundo? ¿Qué deberíamos hacer con los desempleados? ¿Y qué
hay de las camareras de pisos, los conductores de Uber, los fontaneros, los
conserjes, las conductoras de autobuses y los cajeros que no pueden trabajar
desde casa? Y ahora, por fin, ideas como el alivio de la deuda estudiantil y la
renta básica universal están floreciendo. “¿Cómo protegemos a las personas
vulnerables ante el coronavirus?” nos lleva a preguntarnos: “¿cómo cuidamos de
las personas vulnerables en general?”
Ese es el impulso que nos remueve por dentro, a pesar de la
superficialidad de nuestras opiniones sobre la gravedad, el origen o la mejor
forma de abordar el coronavirus. Se trata de ponernos serios sobre cuidar los
unos de los otros. Recordemos lo valiosos que todos somos y lo valiosa que es
la vida. Hagamos un inventario de nuestra civilización, vayamos a sus raíces y
veamos si podemos construir una más bella.
A medida que el coronavirus despierta nuestra compasión,
cada vez somos más los que nos damos cuenta de que no queremos volver a una
normalidad en la que la compasión brilla por su ausencia. Ahora tenemos la
oportunidad de forjar una normalidad nueva y más compasiva.
Hay muchos indicios esperanzadores de que esto está
ocurriendo ya. El gobierno de los EE.UU, que durante mucho tiempo parecía ser
prisionero de los desalmados intereses corporativos, ha arrojado cientos de
miles de millones de dólares en pagos directos a las familias. Donald Trump,
que no es conocido precisamente por ser un adalid de la compasión, ha
establecido una moratoria en las ejecuciones hipotecarias y desahucios. Podemos
adoptar un punto de vista cínico respecto a ambos sucesos, desde luego. Sin
embargo, encarnan el principio de cuidar de los vulnerables.
Escuchamos historias de solidaridad y curación en todas
partes del mundo. Un amigo me contó que había enviado 100 dólares a diez
desconocidos que estaban pasando verdaderos apuros. Mi hijo, que hasta hace
unos días trabajaba en Dunkin’ Donuts, me dijo que los clientes estaban dando
propinas cinco veces superior a lo normal (y estamos hablando de personas de
clase trabajadora, muchos de ellos camioneros hispanos que también atraviesan
dificultades económicas). Las médicas, enfermeras y “trabajadoras esenciales”
de otras profesiones arriesgan sus vidas para servir al público. Estos son
algunos ejemplos más de este estallido de amor y generosidad, cortesía de la
página web ServiceSpace:
“Quizás estamos a medio camino de vivir esa nueva historia.
Imagina a la fuerza
aérea italiana tocando la música de Pavarotti, a los militares españoles
realizando un servicio público y a la policía local tocando
la guitarra… Para *inspirar* a los demás. A las corporaciones ofreciendo salarios imprevistos. A los canadienses comenzando una
campaña de “propagación de la amabilidad”. A una adorable niña de seis años de
Australia regalando el dinero del ratoncito Pérez, a un niño de primaria de
Japón confeccionando 612 mascarillas y
a universitarios de todo el mundo comprando comida a ancianos. A Cuba enviando
un ejército de “batas
blancas” (médicos) para ayudar a Italia. A un casero permitiendo que sus
inquilinos permanezcan en su hogar sin pagar el alquiler, un poema de
un sacerdote irlandés viralizándose, a activistas discapacitados fabricando gel
desinfectante de manos. Imagina (todo eso). A veces una crisis refleja nuestro
impulso más profundo: el hecho de que siempre podemos responder con compasión.“
Como Rebecca Solnit describe en su maravilloso libro
titulado Un paraíso construido en el
infierno, a menudo el desastre libera la solidaridad. Un mundo más bello
brilla justo bajo la superficie, emergiendo cada vez que los sistemas que lo
mantienen bajo el agua disminuyen su control.
Durante mucho tiempo, hemos permanecido impotentes como
colectivo ante una sociedad cada vez más enferma. Ya sea por el deterioro
constante de la salud, el declive de las infraestructuras, la depresión, el
suicidio, las adicciones, la degradación ecológica o la concentración de la
riqueza, los síntomas del malestar civilizacional en el mundo desarrollado son
evidentes, pero nos hemos quedado atascados en los sistemas y patrones que los
causan. Ahora el coronavirus nos ha regalado un botón de reinicio.
Nos esperan un millón de encrucijadas. La renta básica
universal podría significar el fin de la inseguridad económica y la prosperidad
de la creatividad, ya que liberaría a millones de personas de un trabajo que el
coronavirus nos ha demostrado que es menos necesario de lo que pensábamos. O,
con la destrucción de los pequeños comercios, podría traducirse en una
dependencia del Estado por un estipendio con unas condiciones estrictas. La
crisis podría llevarnos al totalitarismo o a la solidaridad, a la ley marcial
médica o a un renacimiento holístico, a un mayor miedo al mundo microbiano o
una mayor resiliencia por su participación activa, a unas normas permanentes de
distanciamiento físico o a una voluntad renovada de reencuentro.
¿Qué puede guiarnos, como individuos y como sociedad,
mientras recorremos este jardín de senderos que se bifurcan? En cada cruce
podemos ser conscientes de lo que perseguimos: el miedo o el amor, la
supervivencia o la generosidad. ¿Viviremos atemorizados y construiremos una
sociedad basada en el miedo? ¿Viviremos para preservar nuestros yoes aislados?
¿Usaremos la crisis como un arma contra nuestros enemigos políticos? Estas
preguntas no son cuestiones de todo o nada, todo miedo o todo amor. El próximo
paso hacia el amor está ante nosotros. Es emocionante, pero no imprudente.
Atesora la vida, al mismo tiempo que acepta la muerte. Y confía en que, con
cada paso, el siguiente se hará visible.
No creas que elegir el amor en vez del miedo se puede lograr
únicamente por mera voluntad y que el miedo también puede conquistarse como un
virus. El virus al que nos enfrentamos es el miedo, ya sea a la COVID-19 o a la
respuesta totalitaria hacia él, y este virus también tiene su medio. El miedo,
junto con la adicción, la depresión y un montón de enfermedades físicas,
florece en un campo de separación y traumas: traumas heredados, traumas
infantiles, violencia, guerra, abusos, negligencias, vergüenza, castigo,
pobreza y el trauma normalizado y silenciado que afecta a casi todos los que
viven en una economía monetizada, los que están sujetos al sistema escolar
moderno o los que viven sin una comunidad o una conexión con el lugar que
habitan.
Este caldo de cultivo se puede cambiar mediante
la curación del trauma a nivel personal, mediante un cambio sistémico hacia una
sociedad más compasiva y mediante la transformación de la narrativa básica de
la separación: el yo separado del mundo de los demás, el yo separado del tú, la
humanidad separada de la naturaleza. Estar solo es un miedo primario y la
sociedad moderna nos ha aislado cada vez más y más. Pero ha llegado el momento
del Reencuentro. Cada acto de compasión, amabilidad, valentía o generosidad nos
cura de la historia de la separación, porque asegura tanto al actor como al
testigo que estamos juntos en todo esto.
Acabaré mencionando una dimensión más de la relación entre
los seres humanos y los virus. Los virus son un elemento integral de la
evolución, no solo de los humanos sino de todos los eucariotas. Los virus
pueden transferir
ADN de un organismo a otro, a veces insertándolo en la línea germinal
(convirtiéndose entonces en hereditario). Conocido como transferencia genética
horizontal, este es un mecanismo primario de evolución que permite que la vida
evolucione de una manera mucho más rápida que mediante la mutación aleatoria.
Como dijo Lynn Margulis una vez: “somos nuestros virus”.
Y ahora permíteme aventurarme en el terreno especulativo.
Quizás las grandes enfermedades de la civilización han acelerado nuestra
evolución biológica y cultural, confiriendo información genética clave y
ofreciendo una iniciación tanto individual como colectiva. ¿Podría la actual
pandemia ser sólo eso? Nuevos códigos de ARN se están extendiendo de humano a
humano, introduciendo nueva información genética en nuestro genoma. Al mismo
tiempo, estamos recibiendo otros “códigos” esotéricos que van a la zaga de los
biológicos, interrumpiendo nuestras narrativas y sistemas de la misma forma que
una enfermedad interrumpe la fisiología de nuestros cuerpos. El fenómeno sigue
el modelo de la iniciación: separación de la normalidad, seguida de un dilema,
ruptura o suplicio, seguido (si es que llega a completarse) por la
reintegración y la celebración.
Y es entonces cuando nos preguntamos: ¿iniciación a qué?
¿Cuál es la naturaleza y el propósito específicos de esta iniciación? El nombre
popular de la pandemia ofrece una pista: coronavirus. Una corona. “La nueva
pandemia de coronavirus” significa “una nueva coronación para todos”.
Ya podemos sentir el poder de las personas en quienes
podríamos llegar a ser. Un verdadero soberano no huye atemorizado por la vida o
la muerte. Un verdadero soberano no domina ni conquista (ese un arquetipo
sombrío, el Tirano). Un verdadero soberano sirve al pueblo, sirve a la vida y
respeta la soberanía de todos los pueblos. La coronación marca la aparición de lo
inconsciente en la conciencia, la cristalización del caos en el orden, la
transcendencia de la obligación en la elección. Nos convertimos en los
gobernadores de lo que nos había gobernado.
El Nuevo Orden Mundial que los teóricos de la conspiración
temen es una sombra de la gloriosa posibilidad que se nos abre a los seres
soberanos. Despojados de nuestra función de vasallos del miedo, podemos poner
orden en el reino y construir una sociedad intencional sobre los cimientos del
amor que ya está brillando a través de las rendijas del mundo de la separación.
Escritor y
conferenciante en cumbres de economía alternativa, decrecimiento. Ensayista y
articulista en publicaciones como Reality Sandwich, The Guardian o Shareable.Ver
bio completa
https://www.elsaltodiario.com/guerrilla-translation/charles-eisenstein-y-la-coronacion-(epilogo)
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