EL PLANETA INHÓSPITO
Resumen del libro de David Wallace-Wells
Mientras lees estas líneas está ocurriendo la sexta gran
extinción de especies de la Historia de la Vida. Las cinco anteriores
ocurrieron hace entre 70 y 450 millones de años y en cada una de ellas se
extinguieron entre el 75 y el 96% de las especies. Sin embargo, durante esas
cinco debacles precedentes no había humanos en el planeta, por lo que no les
afectó en absoluto. Ahora sí estamos aquí y no queremos sufrir penalidades.
La ciencia dice que necesitamos la biodiversidad (es una de
las cuatro
leyes de la sostenibilidad). Wallace-Wells aclara
en este libro (Debate, 2019) que no es ecologista,
pero nos cuenta lo que se sabe de la crisis climática a nivel práctico y
científico. La mayoría de las cosas nos gustaría que fueran falsas, pero solo
un necio niega las evidencias y prefiere vivir como si la realidad fuera lo que
no es.
Si datamos en 1992 cuando la humanidad establece el consenso científico sobre el cambio climático, sus causas y sus consecuencias, Wallace-Wells afirma que “ya hemos generado tanta devastación a sabiendas como durante nuestra ignorancia”. Al principio de la Revolución Industrial la humanidad no sabía dónde se estaba metiendo, pero ahora lo sabemos y cuando vengan las graves consecuencias, no deberíamos quejarnos.
Más aún, hay empresas que lo sabían desde mucho antes y se
lucraron en silencio. Por ejemplo, Exxon, una compañía que ahora es objeto de
un gran número de demandas. El autor tiene claro que “si el planeta se llevó al borde de la catástrofe climática en el
transcurso de una sola generación, la responsabilidad de evitarla recae también
sobre una única generación. Y todos sabemos qué generación es esa: la nuestra”.
Wallace-Wells es sincero: “Yo no voy a matar una vaca con mis manos para comer una hamburguesa,
pero tampoco voy a hacerme vegano”. Si descargas tu culpa en otros, tu
carga es más liviana, pero tu culpa sigue siendo la misma. Un matadero provoca
distintos problemas de salud, éticos y ambientales, pero los
culpables no son solo sus trabajadores.
El autor se dedicó a recopilar historias sobre el cambio
climático durante años. Por ejemplo, la guerra civil en Siria ha sido agravada
por el cambio climático y ha generado millones de refugiados. La ONU estima que
en 2050 habrá 200 millones de refugiados climáticos, pero podrían
ser hasta 1.000 millones. El abanico es tan grande en esto, como en todas las
previsiones sobre la crisis climática, porque hay dos capas de
incertidumbre: qué harán los humanos y cómo responderá el clima. El cambio
climático es un hiperobjeto (según Timothy Morton), un hecho
enorme y complejo que, como Internet, no se puede llegar a entender
adecuadamente.
El Acuerdo
de París (2016) pretendió que no se superen los 2 grados
de calentamiento, pero en 2017 las emisiones de carbono aumentaron. Los
resultados son “desalentadoramente sombríos”. Más grave es si tenemos en cuenta
que si no actuamos sobre las emisiones pronto, cumpliendo ese acuerdo,
alcanzaremos los 3,2 grados de calentamiento, “unas tres veces más
que todo el que ha experimentado el planeta desde los inicios de la
industrialización” (que ya es de +1,3ºC).
Pero ningún país está cumpliendo ese acuerdo.
Esto nos deja en manos del colapso:
escasez de agua, grandes ciudades inhabitables, olas de calor, incendios
forestales, crisis alimentaria, crisis sanitaria (más enfermedades y pandemias:
dengue, malaria, coronavirus), inundaciones, guerras, muerte forestal,
reducción de insectos… Tormentas cuya probabilidad de producirse es una cada
500 años están ocurriendo tres veces en 5 años.
Además, son procesos que se alimentan mutuamente en muchos
casos: menos árboles es más CO2, más calor, más incendios y menos árboles.
Algunos procesos funcionan a la inversa, moderando el cambio climático, pero
son muchos más los que tienden a acelerarlo y se desconoce cómo interactuarán,
lo que hace que haya una enorme incertidumbre en las previsiones precisas sobre
el cambio climático. Un ejemplo de efecto de insospechadas consecuencias es
la hibridación entre especies que el cambio climático ha
juntado, cuando la evolución las separó durante millones de años.
El autor llama “sistema climático de castas” o “apartheid medioambiental” al
hecho de que los pobres vivan en las zonas más vulnerables, incluso dentro de
los países ricos, en los que es frecuente, por ejemplo, que los pobres vivan en
marismas o terrenos fácilmente inundables y
con las infraestructuras más penosas. Con la excepción de Australia, “aquellos
países con menor PIB serán los que más se calienten”. Es “una de las muchas ironías históricas del
cambio climático que haríamos mejor en llamar crueldades históricas”.
Ante todo este problema, el autor llama a la cooperación
internacional y critica los nacionalismos, por romper alianzas y
abdicar de la responsabilidad colectiva. Si el 10% de las
personas más ricas del mundo tuviesen que ceñirse al consumo o huella
de carbono de un europeo, las emisiones mundiales totales disminuirían en una
tercera parte.
Drew Shindell trató de cuantificar el
sufrimiento que se evitaría si el calentamiento solo alcanzase los 1,5 grados,
en lugar de los 2 grados. Ese medio grado extra matará solo por contaminación
del aire a 150 millones de personas. Para el IPCC de la ONU, ese medio grado
supone jugar con la vida de cientos de millones de vidas humanas. Los datos
actuales son ya escalofriantes: 7 millones de muertes al año son
debidas solo a la contaminación del aire.
“Cada uno de nosotros
impone algo de sufrimiento sobre nuestro yo futuro cada vez que pulsamos un
interruptor de luz o compramos un billete de avión”.
El dato es aún más estremecedor si tenemos en cuenta toda la energía
que se despilfarra (dos tercios en EE.UU.) y que estamos
subvencionando el negocio de los combustibles fósiles con más de 5 billones de
dólares anuales, según el FMI.
Por ejemplo, en Arabia Saudí “en verano se consumen 700.000 barriles de petróleo al día,
principalmente para alimentar los sistemas de aire acondicionado”. Pero el
gasto es también excesivo en cualquier país europeo. Más aún, las
llamadas nuevas
entidades pueden tener efectos muy graves, tales como la
contaminación por bitcoins o vídeos en streaming, nanotecnologías,
agricultura celular…
Las decisiones
individuales ecológicas sobre el estilo de vida son importantes, pero “no suponen una gran diferencia para el
todo, a menos que vengan amplificadas por la política”. Según él, “disponemos de todas las herramientas
necesarias para evitar un cambio climático catastrófico, pero la voluntad
política no es un ingrediente cualquiera. También tenemos las herramientas para
solucionar la pobreza global, las epidemias y el abuso contra las mujeres”.
Aún no hemos empezado a plantearnos lo que implica vivir en
las condiciones que nos esperan, pero los gobiernos tienen un gran poder que no
están ejerciendo, porque los ciudadanos no se lo están demandando. “Cada planeta inhabitable es un recordatorio
de lo excepcional del conjunto de circunstancias necesarias para que se dé un
equilibrio climático que haga posible la vida”.
Hambruna
Por cada grado de calentamiento, el rendimiento del cultivo
de cereales disminuye un 10%, pero conforme aumenta la temperatura los
rendimientos caen aún más rápido. Para las proteínas animales es peor: se
necesitan 8 kilos de cereal para producir 1 kilo de carne de vaca, y
la ganadería que
emite mucho metano, un GEI (Gas de Efecto Invernadero) mucho peor que el CO2.
Aunque el exceso de CO2 puede hacer que los vegetales crezcan más, se ha
demostrado que esas plantas son menos nutritivas, porque los carbohidratos
diluyen los nutrientes, el hierro, el zinc y las vitaminas.
Los mejores terrenos para agricultura ya se están usando y
el cambio climático no facilitará que se cultive más lejos del ecuador. Se está
perdiendo tierra cultivable y se está desertificando gran parte del planeta. La
«revolución verde» aumentó los rendimientos en las cosechas a mediados del
siglo XX, lo cual más que negar las predicciones de Malthus
y Ehrlich por la superpoblación,
tal vez solo las retrasa.
En 2050 se espera que China triplique su consumo
de leche, por la influencia occidental. Solo ese incremento hará
aumentar en torno a un 35% las emisiones de GEI por la ganadería lechera. Greenpeace ha alertado que el
mundo debe reducir a la mitad su consumo de carne y lácteos para evitar un
cambio climático peligroso. En unos años el sur de Europa vivirá en una sequía
extrema permanente. Pero ya hoy, hay entre 800 y 1.000 millones de personas
malnutridas.
“La semi-ignorancia y semi-indiferencia es
una enfermedad climática mucho más extendida que la verdadera negación”. William Vollmann dijo «Nuestras
vidas giraban en torno al dinero, y nuestras muertes también» (Carbon
Ideologies).
El mar podría subir 2 metros en el año 2100
Esto supone un cambio importante en los mapas de muchos
países y en sus sistemas socioeconómicos. Por ejemplo, las playas actuales
desaparecerán y los refugiados climáticos se multiplicarán. “Casi dos tercios
de las ciudades más pobladas del mundo están situadas en la costa —por no
hablar de las centrales eléctricas, puertos, bases navales, terrenos agrícolas,
caladeros, deltas fluviales, marismas y arrozales—, e incluso los situados por
encima de los tres metros sobre el nivel del mar se anegarán con mucha mayor
facilidad y frecuencia”. Pero ojo: “estos
efectos se harán realidad incluso si se produce una reducción radical de las
emisiones”. No actuar será aún peor.
Un estadounidense medio es responsable (o irresponsable) de
emitir tanto CO2 como para fundir 10.000 toneladas de hielo antártico al
año. Cada minuto, cada estadounidense añade casi 20 litros de agua
dulce al mar. Ya hemos subido la temperatura del planeta 1,3 grados (el
libro dice 1,1) y llegar a 3 grados supone que el nivel del mar subirá
al menos 50 metros según
científicos como David Archer. El Servicio Geológico estadounidense sitúa esta
cifra en los 80 metros. Recuerde que 600 millones de personas viven a menos de 9
metros sobre el nivel del mar.
Todo eso está implicando también la liberación de metano
atrapado en el permafrost. Además, al haber menos hielo, el planeta refleja
menos la luz solar, por lo que la tierra absorbe más luz y se calienta más.
Incendios, huracanes y sequías
Los Ángeles es una ciudad de ensueño construida sobre un
desierto. ¿Alguien piensa que algo así es sostenible? Pero los incendios
forestales no asolan solo California, sino que están por todo el
planeta: Rusia, Finlandia, Brasil, Indonesia…
e incluso por gran parte de África. Se estima que solo el humo de esos
incendios mata a entre 260.000 y 600.000 personas cada año. Pero los efectos
son mucho peores: cada kilómetro cuadrado de deforestación provoca 27
casos de malaria. Los incendios son de los efectos más perversos
porque además de liberar CO2, se pierden bosques que
son los grandes limpiadores de CO2.
Los huracanes serán tan intensos que habrá
que inventar nuevas categorías para describirlos. El granizo cuadriplicará su
tamaño. Tal vez, hasta habrá que cambiar el nombre de las cosas: en el Parque
Nacional de los Glaciares (EE.UU.) solo quedan 26 de los 150 glaciares que
había en 1850.
El estado de Luisiana se estima que pierde cada hora una
superficie del tamaño de un campo de fútbol. En Florida han tenido que elevar
las carreteras. Los más pobres, tienen menos opciones y, en muchos casos, solo
les queda emigrar.
Donde el cambio climático se está haciendo más evidente y
grave es en la falta de agua. Entre el 70 y el 80% del agua dulce se
usa para producir alimentos y muchos de ellos se despilfarran. La producción de
alimentos animales (carne, lácteos y huevos)
consumen aún más agua que los vegetales. Aunque el consumo por ciudadano no es
tan elevado, muchas ciudades pierden más agua en fugas que la que llega a los
hogares.
Los mayores lagos del planeta se están secando, como el
conocido caso del mar Aral, que ha perdido más del 90% de su agua.
No es solo por evaporación por el cambio climático, sino también por una
gestión egoísta y descontrolada. Muchos ciudadanos ignoran el enorme esfuerzo
para llevar agua a lavabos, duchas o retretes. ¿En serio es buena idea tirar 5
litros de agua cada
vez que vamos al váter?
Sudáfrica y su capital se enfrentan ya a la
sequía permanentemente. Pero ya desde antes había 9 millones de personas sin
nada de agua para consumo personal. Ese problema podría resolverse solo con un
tercio de la cantidad de agua que el país destina a fabricar vino. ¿Es más
importante producir vino o tener agua para las personas? Debemos responder,
para prepararnos ante las “megasequías que
vendrán”.
Océanos y atmósfera
Las poblaciones de peces han migrado cientos de
kilómetros buscando aguas más frías. Solo el 13% del océano está
intacto, salvo por la acidificación que
afecta a todas las masas de agua. Los corales están muriendo (proceso conocido
como blanqueamiento o decoloración del coral), lo cual es una muy mala noticia
teniendo en cuenta que “los arrecifes sustentan hasta una cuarta parte de toda
la vida marina, y son fuente de alimentos e ingresos para 500 millones de
personas”. También nos protegen de inundaciones por marejadas, lo cual supone
que ahorran millones de dólares.
“El océano se está asfixiando”, sentenció un
científico. Es el mismo proceso que pasó en el mar
Menor (España), pero a gran escala: el mar se contamina, pierde su
oxígeno y los peces mueren.
Además, el cambio climático ha reducido la velocidad de la
corriente del Golfo hasta en un 15%, con consecuencias impredecibles sobre el
clima. Ya se le culpa de que la subida del nivel del mar en la costa Este de
EE.UU. sea mayor que en otros lugares del mundo.
La concentración de CO2 en la atmósfera
está aumentando y eso no solo tiene consecuencias climáticas. Se sabe que
“cuando la concentración de CO2 alcanza las 930 partes por millón (más del
doble de la actual), la capacidad cognitiva disminuye un 21%”. En las aulas de
los colegios se ha medido un promedio de 1.000, llegando incluso a las 3.000
partes por millón.
“Nuestra actividad industrial está envenenando el
planeta”. “Ya hoy mueren a diario más de 10.000 personas debido a la
contaminación atmosférica”. En muchas ciudades la contaminación principal
procede del tráfico y
de las quemas agrícolas, como el caso de Murcia.
No podemos simplificar la contaminación solo por CO2, sino
que hay otros tóxicos y partículas, y el cambio climático aumentará las tormentas
de polvo. Todo ello es un cóctel que está demostrado que genera:
discapacidad intelectual, enfermedades mentales y demencia, partos prematuros,
bebés de bajo peso, accidentes cardiovasculares, enfermedades cardíacas y
respiratorias (asma…), cánceres de todo tipo, deterioro de la memoria, la
atención y el vocabulario, trastorno por déficit de atención con
hiperactividad, trastornos del espectro autista, perjudica el desarrollo de las
neuronas… incluso se ha demostrado que una central de carbón puede deformar
nuestro ADN.
El libro también habla del problema de los micro
y nanoplásticos, procedentes de todo tipo de plásticos. Un solo ciclo
de lavadora puede liberar hasta 700.000 partículas por tejidos no vegetales
como el nylon.
Hay microplásticos
en toda nuestra comida, especialmente en peces y mariscos de agua salada o
dulce, y hasta en el agua (mineral o de grifo). Las aves marinas están
disminuyendo sus poblaciones más rápidamente que cualquier otro grupo de aves,
y el plástico del mar está detrás de ello. Cuando los plásticos se degradan
liberan gases tóxicos, como el metano (un potente GEI). Hay nanoplásticos hasta
en el aire que respiramos (además de otros aerosoles, que son
partículas suspendidas en la atmósfera). Los aerosoles nos enferman, pero
también contribuyen a que el planeta no se caliente más rápido aún, ya que
reflejan la luz solar. Esto ha llevado a algunos a proponer soluciones para
llenar la atmósfera de más aerosoles y el autor advierte de los peligros de
todas las soluciones dentro de la llamada geoingeniería.
Plagas
La desaparición del hielo polar libera organismos que han
estado allí congelados desde antes de que existiera el Homo sapiens,
pero también hay patógenos de enfermedades recientes (como el
de la gripe de 1918). La peste negra acabó en Europa con el 60% de la
población. Imaginemos cuáles habrían sido sus efectos si hubieran existido los
viajes en avión. En un mundo
globalizado, las enfermedades también se globalizan y el cambio
climático está cambiando el mapa de las enfermedades. Enfermedades como la
fiebre amarilla, el zika, la malaria o la enfermedad de Lyme (por picaduras de
garrapata) ya preocupan en zonas donde no había riesgo. Si no aprendemos
las lecciones
de la pantemia de COVID-19, vendrán más pandemias.
El cambio climático también podría afectar a las bacterias
que viven dentro de nosotros (de las cuales desconocemos el 99%) y de
las que dependemos para cosas tan importantes como la digestión o los niveles
de ansiedad. Algo desastroso ocurrió a los saigas en 2015
(unos antílopes de Asia). Al parecer, una ola de calor hizo que una bacteria de
su interior ocasionara la muerte a dos terceras partes de los individuos.
Colapso económico, violencia y salud psicológica
“Hay una probabilidad del 51% de que el cambio climático
reduzca la producción mundial en más del 20% en 2100”. El PIB podría
contraerse un 50% (fue solo del 11% en 2020, por la pandemia).
Esto supone una “devastación económica” que es algo más que una crisis,
es la
gran crisis.
Algunos países podrían salir beneficiados, los que estén
cerca de los polos, pero los que estén entre los trópicos o cerca de ellos,
perderán mucha capacidad productiva (EE.UU. y China, entre ellos). Cerca del
Ecuador las pérdidas pueden ser del 100%. Se sabe que “unas temperaturas más
elevadas reducen la productividad laboral”.
Los desastres naturales y las crisis sanitarias serán
enormes, aunque algunos no piensen en que el cambio climático esté detrás. Los
daños podrían ser de 551 billones de dólares si el planeta se calienta 3,7ºC,
lo cual es el doble de la riqueza actual de todo el mundo. Y nos encaminamos a
un calentamiento aún mayor. “Será muchísimo más caro no actuar sobre el
clima que adoptar hoy incluso las medidas más agresivas”.
Las guerras no son consecuencia del cambio
climático, pero sí que serán más probables (un ejemplo es la
guerra de Siria). “Por cada medio grado de calentamiento, la
probabilidad de que estalle un conflicto armado en una sociedad aumenta entre
un 10 y un 20%”. Es por esto por lo que “el ejército estadounidense está
obsesionado con el cambio climático”, y no solo porque se inundarán muchas de
sus bases militares, incluyendo las islas Marshall (el mayor almacén de
residuos nucleares del mundo).
Preferimos pensar que los conflictos son por motivos
políticos y económicos, pero el medioambiente
es la base de todo eso. Hemos vivido unos años de prosperidad (menos
guerras, menos mortalidad infantil…), pero esa riqueza dependía de los
combustibles fósiles. Hay estudios que revelan que aumentar el calor hace
que aumenten los crímenes violentos y hasta los insultos en redes
sociales. La violencia genera migraciones forzadas, muchas veces a
lugares que no quieren acoger a los migrantes.
El libro recuerda la medida individual más importante según
los científicos para luchar contra el cambio climático: tener menos
hijos. Tras esa medida, las
siguientes son: vivir sin
coche y sin mascotas,
dejar de volar en avión, comprar
energía renovable y tener una dieta principalmente vegana.
«No conozco a un solo científico que no esté teniendo
alguna reacción emocional ante todo lo que se está perdiendo en el planeta»,
dijo Camille Parmesan (Premio Nobel de la Paz 2007, junto con
Al Gore). La salud psicológica de todo el planeta está así
amenazada. En los hospitales psiquiátricos ya saben que se disparan las hospitalizaciones
con el calor y que los síntomas son más graves. También están aumentando, en
todas las edades, los episodios de violencia, suicidios y, tras algún desastre
natural, los casos de TEPT (trastorno por estrés postraumático).
El arte para no hacer nada
El autor repasa algunas películas medioambientales, y reflexiona que pronto no
tendrán cabida porque nadie querrá ver en ellas los desastres que ven por la
ventana. También hay videojuegos y literatura con influencia climática, género que Amitav Ghosh denominó «misterio
medioambiental» y otros «clima ficción». Un problema es que la responsabilidad
se distribuye —aunque no homogéneamente—, pero no es como un apocalipsis
nuclear que tiene unos cuantos culpables concretos. Wallace-Wells nos recuerda
que “el 10% de los más acomodados generan la mitad de todas las
emisiones”, por lo que la responsabilidad
de los ricos es bastante mayor que la del resto. Otros villanos de
esta historia son, obviamente, las compañías petroleras y su codicia
corporativa que, ya sabemos, han pagado campañas de desinformación y negacionismo
climático (véanse películas como Marea negra o Aguas oscuras). El autor resalta que ese
negacionismo solo ha sido defendido (de forma importante) por un único partido
en un único país: el Partido Republicano de Estados Unidos (del que Trump es el
más puro representante), lo cual no es del todo cierto (véase el caso
del PP en España).
El libro acusa a los indolentes de sentirse cómodos en una
“actitud aprendida de impotencia” ante este y otros desastres del llamado Antropoceno (muerte
de abejas,
contaminación por plástico y
otras novedades…).
Pensemos que “en peso, el 96% de los mamíferos del planeta son ahora humanos y
su ganado; solo el 4% son animales salvajes”, expulsados de su hábitat o
directamente masacrados. La ganadería no
solo es una fábrica de cambio climático y de sufrimiento animal. También está
en la base de nuevas
enfermedades y de la destrucción global.
El autor resalta que a pesar de las múltiples conferencias,
advertencias y artículos científicos, las emisiones “siguen aumentando”.
Los climatólogos han pasado de tener miedo de ser acusados de
“alarmistas” a hablar claramente de la alarma climática (por ejemplo en
el informe del IPCC de 2018). Pero la vida sigue y nadie les hace caso.
Capitalismo en crisis
El clima, la crisis ecológica, amenaza la existencia del capitalismo. Naomi Klein explicó en La
doctrina del shock lo que podemos esperar de la élite financiera
en estos casos. Wallace-Wells ve dos tendencias claras: estancamiento
económico global y endurecimiento de la vida para los más pobres (aumento
de la desigualdad,
con todas sus consecuencias). Tenemos que asumir que la macroeconomía es
incapaz de describir el funcionamiento de la economía real (como dijo el Nobel
de Economía, Paul Romer, premio que compartió con William Nordhaus, pionero en
el estudio del impacto económico del cambio climático). En esa misma línea ha
habido otros brillantes economistas, como Georgescu-Roegen y De
Jouvenel.
Hay un claro efecto de injusticia climática y
los culpables se centran en tres grupos, de los cuales solo los dos primeros
tienen, por ahora, demandas en los tribunales:
- Compañías
petroleras.
- Gobiernos
(que fueran elegidos democráticamente no les quita culpabilidad, aunque sí
reparte la culpa también en sus votantes).
- Países
ricos (que son los que más se han beneficiado de quemar combustibles
fósiles).
El coste será enorme, pero al menos podemos empezar
por dejar de subvencionar los combustibles fósiles (reciben 5 billones de
dólares al año). Si calculamos el coste de retirar el carbono de la atmósfera,
para la mayoría de los sectores es mucho más barato evitar liberarlo. Sectores
como la
aviación son inherentemente insostenibles y capturar carbono solo
podría servir para ganar un poco de tiempo, cuando lo más sensato es suprimir
la inmensa mayoría de vuelos (cosa que parecía imposible, hasta que llegó
el coronavirus).
Colapso y tecno-optimismo
Nick Bostrom,
filósofo de la IA, definió veintitrés «riesgos existenciales» por los que
podría acabar la vida inteligente o se reduciría drásticamente su potencial.
Entre ellos están el cambio climático y la destrucción ecológica (agotamiento
de recursos). Bostrom considera posible llegar a un transhumanismo (poshumanidad), algo que ahora es parte
de la ciencia ficción y que podríamos resumir como avances tecnológicos que
permitan un nuevo estado del ser, rompiendo la línea evolutiva de nuestra
especie (nanorobots en la sangre que nos cuidan u otras ideas inquietantes).
Ante el colapso, algunos imaginan la humanidad colonizando
otros planetas, pero Wallace-Wells advierte que “un medioambiente espantosamente degradado aquí seguirá ofreciendo algo
mucho más cercano a la habitabilidad que cualquier cosa que podamos apañar”
en otros planetas. Aunque una pequeña colonia cerrada fuera factible, los
costes serían muchísimo más elevados que los de crear el mismo sistema aquí, en
la Tierra. Sorprendentemente, algunos ya asumen que habrá que vivir en naves
espaciales.
Los avances tecnológicos son evidentes,
pero tener fe ciega en ellos es absurdo y el autor añade que “apenas aportan alguna mejora tangible según
cualquier método tradicional de medida del bienestar económico”. Robert Solow (Premio Nobel)
comentó que la informática puede verse en todas partes, «salvo en las
estadísticas de productividad». ¿Qué está pasando? ¿Las empresas absorben y
diluyen los beneficios de la tecnología? ¿Vivían mejor nuestros antepasados
antes de inventar la agricultura, como
sugiere Harari? ¿Nos atrae la tecnología porque nos aleja de la realidad?
Decía Kate Tempest: «Con la
mirada fija en la pantalla para no tener que ver cómo muere el planeta».
Los avances ecológicos pueden ser una trampa (efecto
rebote o efecto Jevons) porque el mercado no tiene interés en el
medioambiente. Por ejemplo, ante los avances en energías renovables,
lo sensato hubiera sido sustituir energías sucias por limpias. Sin embargo, lo
que se ha hecho es seguir usando las sucias y añadir el potencial de las
limpias (que
no son tan limpias). Como vemos, hay soluciones pero no se aplican por
diversos motivos, entre los que están la falta de voluntad política,
a pesar de que el IPCC advirtió que solo teníamos 12 años para reducir las
emisiones a la mitad (y ya han pasado unos años desde que se publicó el libro
en 2019).
El autor resalta que necesitamos involucrar a los
gobiernos, porque las
decisiones individuales son insuficientes. Dice: “comer alimentos ecológicos es bueno, pero si nuestro objetivo es salvar
el clima, el voto es mucho más importante”. Y remarca que “cuanto más rica sea una persona, mayor será
su huella de carbono”, por lo que las
medidas más importantes deben ir enfocadas a los millonarios, porque son
ellos los más culpables. Por supuesto, no pretende despreciar las acciones
individuales y aclara que “uno puede hacer
el bien en el mundo tan solo comprando
correctamente“.
También se critica el neoliberalismo, pero para esto
recomendamos leer La
doctrina del shock, donde Klein explica magistralmente bien los conflictos
de esta ideología. Superada la creencia en un crecimiento económico
infinito, solo nos queda un decrecimiento
ordenado o un colapso. En el primero encontraríamos medidas como
supeditar el comercio a la reducción de emisiones, o sanciones a los
contaminadores proporcionales a sus daños, entre otras
ideas. Porque los efectos del cambio climático no se van a repartir
justamente entre los culpables. India será el país más
afectado del mundo, pero su culpa es cuatro veces menor a los efectos negativos
que recibirá. A China le ocurre lo contrario: su culpa es
cuatro veces mayor que su carga. Estados Unidos está
equilibrado, lo que significa que recibirá un durísimo castigo climático (será
el segundo más afectado).
Necesitamos un clima estable para sobrevivir o prosperar,
pero lo estamos echando a perder. Y lo peor pueden ser consecuencias como las «Guerras
climáticas» que predice Harald
Welzer. A nivel local ya lo estamos viviendo en las guerras civiles
de Dafur, Siria y Yemen, o en zonas de Somalia, Irak o Sudán del Sur, donde el autor compara la
situación con la distopía de la película Mad Max. A nivel global,
pronostica que habrá estados ganadores que no colapsen políticamente y podrán
mantenerse por tener grandes ejércitos y políticas de vigilancia y
sometimiento. La idea de un orden global (dirigido por la ONU,
por ejemplo) siempre ha sido algo utópico y la humanidad ha caminado hacia
esa dirección durante muchos años (tropezando con muchos
inconvenientes), pero el autor subraya que el rumbo se está invirtiendo
(desgraciadamente).
Wallace-Wells quiere desmontar el mito de que la humanidad
progresa. Para ello cita las conclusiones del “desenmascarador de mitos”, Yuval Noah Harari, en su obra Sapiens,
en la que sostiene que fueron las plantas cultivables las que domesticaron
al Homo sapiens, y no al revés, lo cual nos llevó a trabajar para
ellas creyendo que lo hacíamos para vivir mejor. Su conclusión es clara: “La
revolución agrícola fue el mayor fraude de la historia”. Te recomendamos
leer su libro completo, o este
resumen.
Sintetizando, los antiguos humanos pensaron que la
agricultura les permitiría tener una vida mejor, pero no pensaron
que el número de hijos aumentaría, lo que significaba que el trigo tendría que
repartirse más. Y tampoco calcularon que tendrían que hacer frente a ladrones,
lo que les obligaría a construir muros, vigilar y guerrear. Tras varias
generaciones “nadie recordaba que habían vivido de forma diferente” y el tamaño
de la población impediría de hecho volver atrás, a la vida de nuestros
ancestros cazadores-recolectores que era una vida más plena y más respetuosa
con el planeta, pues lo conservaron bien durante toda la prehistoria, lo cual
es el 95% del tiempo que el Homo sapiens ha habitado la
Tierra.
James C. Scott añade
que el cultivo del trigo es responsable de la aparición de la opresión y la
desigualdad, mientras que Jared
Diamond también afirma que la agricultura ha sido «el peor error en
la historia de la raza humana». Adelantándose unos años, nuestro autor afirma
que “la era que se inicia con el
calentamiento no tendrá, en absoluto, nada de ordenado”, sino que será
caótica y dramática, para miles de millones de seres humanos.
¿Pesimismo o realismo?
También hay quién habla de «extinción humana a corto plazo»,
que algunos cifran en unos 10 años, aunque el autor piensa que la humanidad es
bastante resiliente (lo cual no significa negar que muchos sufrirán y morirán
sin remedio). Algunos aconsejan retirarse o construir refugios. «Retirarse» es
visto como una postura moral para dejar de contribuir a la máquina de la
destrucción, «porque la acción no siempre
es más efectiva que la inacción» (Paul Kingsnorth). Ese retiro no
sería algo novedoso: ha sido adoptado por multitud
de ascetas a lo largo de la historia y también hoy en día.
Ansiedad y desesperanza son otras respuestas posibles ante
el desastre ambiental. Sabemos que los horrores climáticos vendrán
antes de 2050 si no hacemos nada y muchos se sienten impotentes y
adoptan distintas posturas (econihilismo, apatía climática…).
A pesar de la cantidad ingente de procesos que
aún no comprendemos, David Wallace-Wells plantea en su último capítulo la
pregunta clave: “¿cuánto vamos a hacer
para detener el desastre y con qué rapidez?”. A la evidencia de que no hay
suficiente gente que asuma su responsabilidad, responde con la paradoja
de Fermi, según la cual es raro que no encontremos vida inteligente en el
universo a pesar de ser tan grande. Una respuesta posible podría ser el clima.
Las civilizaciones nacen y mueren demasiado rápido como para que se encuentren
entre sí. Es decir, la muerte de las civilizaciones (su
insostenibilidad) podría ser algo inherente a todas ellas. Incluso
podría haber habido civilizaciones industriales en nuestro planeta en épocas
tan remotas que no hayamos podido encontrar restos.
Aunque es una explicación posible, el autor alega que no hay
ninguna ley del universo por la que las civilizaciones sean kamikazes. En
nuestro caso, “colectivamente,
estamos hoy eligiendo destrozar el planeta”. No es una ley. Es una elección. “Hoy en día disponemos de todas las herramientas que necesitamos para
evitarlo”, y sugiere: impuestos al carbono, acabar con la energía sucia,
agricultura sostenible, eliminar carne y lácteos de la dieta global… De vital
importancia es reducir
el consumo sin trampas y acabar
con la riqueza exagerada (no hace falta ser ascetas,
pero no es sostenible tener un armario de ropa por persona, por poner un
ejemplo). No podemos escoger el planeta en
el que vivir, pero podemos “entrar en acción”.
https://blogsostenible.wordpress.com/2021/03/09/libro-planeta-inhospito-david-wallace-wells-resumen/
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