ENTRETENIMIENTO TÓXICO
Décadas de telenovelas han llenado horas y horas de gente
corriente en muchas partes del mundo, en particular en Hispanoamérica. Pronto
aparecieron los expertos para advertirnos de lo sexistas y racistas que
eran sus argumentos, sus tramas y personajes. Según los entendidos, sus
espectadores consumían diariamente estos culebrones, que no solo procuraban
evadirlos de su realidad, sino que también les impedían “problematizar” su
vida, su realización personal, su identidad. Estos dramas eran considerados
productos que combinaban amor, celos, pasiones, venganzas hasta llegar al final
feliz, es decir, un sueño irreal.
Se produjeron cientos y cientos de artículos en las décadas de los setenta, ochenta y noventa del siglo pasado, la inmensa mayoría tasados por los estudios culturales, que catalogaban estos contenidos como alienantes para gentes sin cultura, y aquí está lo importante, sistemáticamente publicados en revistas (que se denominan científicas) de gran impacto, en los que se planteaban las hipótesis previas desde sesgos establecidos.
Análisis que proceden en su gran mayoría los estudios
culturales, bien sembrados y esparcidos por el mundo anglosajón, dado que son
los que detentan las editoriales dominantes, también controlan el circuito de
publicaciones “científicas” que, al fin y al cabo, son las que sacan tajada de
las revistas mejor posicionadas en el trampolín académico, dictan los
parámetros por donde tiene que ir la ficción y el entretenimiento.
La sorpresa es que hoy, frente al aluvión productivo de
información, ficción y entretenimiento censados y marcados por lo establecido
como correcto, apenas existen publicaciones, apenas revistas de impacto que ni
están ni se les espera, con una escasa bibliografía que sostenga un ángulo crítico
y discrepante con la dogmática imperante.
Estas ficciones recurren con frecuencia a un esquema
colectivo en el que los individuos están determinados por el ambiente y el
entorno, incluso interesantes series como “Mad Men”, sus personajes, y en
particular Don Draper, que es el principal, se convierte en un producto de la
ambición, un desecho de ese mundo machista y adinerado. Lo mismo ocurre con los
cientos y cientos de series con psicópatas y asesinos en serie que son el
resultado de una sociedad injusta y depravada.
La ficción ya no es la oportunidad para expresar los sueños,
las aventuras del héroe, la lucha por la supervivencia, por decir algo que
algunos quisiéramos. Se ha
convertido en una “realidad paralela”, al igual que ocurre con el escenario político,
o académico, la ficción se traviste de relato oficial, donde se predica el
catecismo de la posmodernidad.
“Sense8” de las Wachowsky, que tiene un nutrido y
militante grupo de fans propone el sexo como identidad polimorfa, una galería
multicultural que manifiesta abiertamente sus inclinaciones sexuales, ya no se
trata de aceptar o no la diversidad sexual, se es diverso y basta. Pero algo
incomodó a Netflix que canceló la tercera temporada. De inmediato la web porno
XHamster abrió sus puertas “Sabemos que una serie sobre
perversidad polimorfa es un producto complicado de vender para una red
mainstream como Netflix. Nosotros no tenemos ese tipo de limitaciones, y además
entendemos sin reservas la interconexión de la sexualidad más allá de sus fronteras.”
Esta ficción de catálogo se extiende por todos los
sectores y formatos, también llega a la animación. Juan Sklar describe
en sus “Ideologías animadas” algunas películas de Disney como “La
Sirenita” con mensaje feminista de una mujer que se rebela contra el
padre, ”Mulan”, presenta la diversidad de género con un personaje que se
traviste y rompe el canon de género, o “Bichos” que aprovecha su metraje
para lanzar un mensaje contra el imperialismo europeo, raíz de todos los
males. Recordemos aquellas generaciones instruidas en los estudios
culturales con autores como Dorfman y Armand Mattelart, que en los años
70, publicaron “Para leer al Pato Donald”, en el que alertan de los
peligros del imperialismo capitalista, con una notable aceptación del mundo
académico.
Sklar emprendió un viaje de vuelta, preocupado por la
“educación” que recibía su hijo, en el que indica “los dibujos animados de
consumo popular producidos en Estados Unidos y consumidos en todo el mundo
son progresistas en lo relativo al género, racismo, discapacidad, belleza
hegemónica, colonialismo, orientación sexual y ecología”.
Resulta ocioso preguntarnos por qué todas las series de
Netflix y el resto de plataformas promueven ideología de género y
multiculturalismo, Sex Education, Elite, Cuatro Lunas, y un largo y cansino
etcétera son algunos ejemplos. Pero no es suficiente con establecer la agenda
de ficción de actualidad, hay que revisar lo producido, hacer un ejercicio de
“memoria histórica”. “Lo que el viento se llevó” ha sido víctima del
papanatismo presente, HBO Max decidió retirarla temporalmente e incrustó un
aviso sobre el contexto histórico con sus “prejuicio étnicos y raciales”. No
es anecdótico lo ocurrido en “Paradise PD”, en el capítulo 3 de la primera
temporada, se observa un policía negro que por accidente se dispara a sí mismo,
inmediatamente se abre un debate racista que corre como la pólvora,
en el que lo importante es que la “víctima” sea negra, y que el agresor sea un
policía.
Así llegamos a determinados autores como Regina Austin,
profesora en la Escuela de Leyes de la Universidad de Pensilvania, que defiende
la creación de leyes específicas para cada etnia porque las leyes que existen
en la actualidad son el resultado de la opresión del hombre blanco. Por otro
lado nos encontramos el testimonio de Joe Feagin, también profesor de una
universidad anglosajona, en este caso de Texas, que propone que Estados Unidos
esté obligado a pagar una indemnización equivalente al 25% del PIB (sí, han
leído ustedes bien), a sus ciudadanos afroamericanos para compensarles de sus
remotos antepasados esclavos.
Sin entrar de lleno ahora en la distorsión histórica que
supuso la leyenda negra, un relato no solo desfavorable para el imperio
español, también favorable para los países protestantes, al fin y al cabo lo
que no pudieron hacer por tierra y por mar, lo hicieron con propaganda, como ha
explicado dilatadamente Elvira Roca Barea y otros autores. Por eso no extraña
que se omita que Stanford, fundador de esta “prestigiosa” universidad de
California, se hizo rico con el ferrocarril que construyeron en régimen de esclavitud
los culíes (esclavos chinos), al morir sin descendencia dejó su legado a esta
universidad, convertida hoy en adalid de la multiculturalidad, justificando la
decapitación de fray Junípero, cuando las misiones franciscanas que había
fundado salvaron a miles del hambre, la marginación y de otros colonos con
muchos menos escrúpulos que los religiosos.
DIVERTIRSE HASTA MORIR
He traído varias veces a colación el libro “Divertirse hasta
morir” de Neil Postman, que me parece una referencia necesaria, no solo por lo
que dice, también porque fue una rara avis en el mundo académico anglosajón, en
cuanto que no forma parte de las corrientes más estandarizadas de los estudios
culturales, lo cual es un mérito para él y un regalo para sus lectores. En su
libro se atreve con una arriesgada hipótesis, que resulta al final, coherente,
a saber: quien tuvo más razón fue Huxley y no Orwell.
En un intercambio
epistolar, Orwell le pide a Huxley su opinión sobre “1984”, que cierra con
lo siguiente: “me parece que la pesadilla de 1984 está destinada a ajustarse a
la pesadilla de un mundo que se parecerá más al que imaginé en Un mundo feliz.
El cambio será resultado de la necesidad de incrementar la eficiencia. Mientras
tanto, ni que decir tiene, puede que se produzca una guerra biológica y atómica
a gran escala -en cuyo caso nos sobrevendrán pesadillas de otro tipo,
imposibles de imaginar” Con estas palabras no solo se aprecia la visión
de Huxley, también se observa la postura que mantiene Postman en su libro.
Los once capítulos transitan una revisión de los medios de
comunicación a lo largo de la joven historia estadounidense y su influencia en
el denominado discurso público. Dicho de otro modo, doscientas páginas
que repasan la decadencia sociocultural de Estados Unidos, en las que el autor
se pregunta “de qué nos reímos y por qué hemos dejado de pensar”. A
renglón seguido, y sin esperas, encuentra sus respuestas en la
televisión, la política, la educación, la ciencia, el periodismo, a lo que
habría que añadir Internet y sus redes, algo con lo que apenas trató pues
falleció en 2003.
En esta línea ya hemos indicado en
Disidentia, que en las dos últimas décadas la industria audiovisual ha creado
un mega género llamado infoentretenimiento, con los hechos y los datos como excusa para
distraer, donde se prioriza el formato sobre el contenido, quién lo dice sobre
lo que se dice, el impacto emocional que produce frente al análisis racional.
Las emociones no tienen valor porque todo es muy emotivo. Ya no se trata de que
la información se convirtió en ruido debido al exceso, es un interminable
reality show, con risas grabadas al fondo, y el contador de soma colgado del
techo en los paneles de audiencia, espectadores sonrientes y contentos, como lo
vio Huxley y recuerda Postman. ¿Alternativas? Modestamente creo que pensar y
enseñar a pensar, que es lo que procuramos hacer en Disidentia y lo que se debería
hacer en la familia y en la escuela.
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