EL PSEUDO-AMBIENTE CONSTRUIDO CON LA TECNOLOGÍA...
... DESTRUYE EL AMBIENTE VERDADERO QUE TENÍAMOS
Sobre cómo internet
creó la ilusión de una red orgánica de conocimiento y relación, de esta manera
substituyendo u haciéndonos desatender a la verdadera red de relaciones, a la
naturaleza, el medio ambiente de seres vivos
Walter Lippman, el fundador de las "relaciones públicas", una ocupación estrechamente ligada con la publicidad, el marketing y la propaganda, observó en su libro de 1922, Public Opinion, que las personas construyen "pseudo-ambientes" El mundo real, dice Lippman, es demasiado complejo para imaginar y manejar por lo que los individuos crean su propia versión reducida.
Esta característica constitutiva, también llamada "construccionismo social", puede ser emulada por los expertos en relaciones públicas que, al proveer imágenes, pueden inducir sus propios pseudo-ambientes con el fin de "manufacturar consentimiento." Como glosa el teórico de medios Douglas Rushkoff, "el objetivo del juego es crear un 'pseudo-ambiente' entre las personas y la realidad simplemente 'colocando imágenes en sus cabezas'. Luego la imaginación de las personas hace el resto". En gran medida este "pseudo-ambiente" entre las personas y el mundo es la tecnología, y de manera más particular, Internet.
Marshall McLuhan, el gran precursor de Rushkoff, anotó una
importante intuición en una carta a Jaques Maritain hace 50 años. Según McLuhan, los ambientes electrónicos creaban la
ilusión de un cuerpo espiritual: en nuestra era la información reemplaza
el espíritu. Debemos recordar que en un principio Internet fue promovido
como un espacio radical, una "supercarretera de información" que
conducía hacia la libertad y el conocimiento, que igualaba la balanza y
favorecía la democracia y la colaboración, incluso hasta un
punto psicodélico (como creía Tim Leary, para quien Internet era algo parecido al LSD).
Incluso se usaban metáforas vegetales: el Internet crecía como un rizoma
orgánicamente, era una red de redes, como la Tierra misma.
Rushkoff, de hecho, fue al principio uno de los grande
entusiastas. Pero también ha sido uno de los más grandes críticos. Y
en un artículo reciente, simplemente señala: lo estropeamos.
Estropeamos Internet y el Internet ahora lo ha estropeado todo. O, como él
mismo dice, parafraseando a McLuhan: "los autos mataron a los
ferrocarriles y los smartphones mataron todo."
Desde la época industrial, la tecnología fue promovida como
un método para liberar al ser humano, para darle tiempo libre y para solucionar
los problemas de la naturaleza (la naturaleza era concebida mecánicamente como
un problema de cálculo). Confundiendo el significado de la teoría de la evolución
y mezclándolo con el milenarismo, se creó la noción de progreso, uniendo
indisociablemente a la tecnología con el crecimiento económico. La economía
debía crecer y la innovación tecnológica era la forma de hacerlo.
Pero en algún punto los recursos naturales empezaban a
agotarse, o simplemente el ritmo de crecimiento necesario para mantener la
economía en marcha perpetuamente ascendente no podía extraerse solamente
del mundo natural. Así pues, a finales del siglo XX, la economía empezó a
volverse digital. Los recursos que se extraían y explotaban pasaron a ser los
mismos seres humanos o, lo que es lo mismo, su atención (transformada en datos
y divisas). La manera de hacer esto fue creando un pseudoambiente, en palabras
de McLuhan, un "facsímil del cuerpo místico".
Ese facsímil, que es también místico o
"pseudomístico", es el Internet, especialmente las redes sociales.
Para el ser humano, lo místico, lo espiritual es esencialmente la conexión, las
relaciones íntimas, la sensación de participar. La misma teología cristiana
recoge esto, pues el Espíritu Santo es lo que transmite el amor y deleite de la
Trinidad, es esencialmente la linfa circulatoria de la relación o
interpenetración. Tempranamente, las redes sociales (y antes los smartphones)
se promovieron justamente como aquello que nos mantenía conectados. De
esta manera se aceleró un proceso de varios siglos que se recrudecía a la par
del aumento de adopción tecnológica. Un proceso virtual, de substitución de
nuestras relaciones y vínculos.
Como ha dicho el escritor Roberto Calasso, lo que
caracteriza a nuestra época es la pérdida de los vínculos. Los vínculos que
son reemplazados con interfaces, "plataformas" y medios de
comunicación electrónica son los vínculos con la naturaleza, con el pasado, con
las raíces de la vida y de la cultura. La tecnología reemplaza a la poesía,
como entendió Heidegger, y se convierte en una religión pero sin
belleza ni verdadero misticismo; como observó Simone Weil, el ser
humano actualmente vive “aturdido” por el “orgullo de la técnica” y ha
olvidado “que existe un orden divino del universo”. El
materialismo y la tecnología se han vuelto religiones, pero “sin misticismo en
el verdadero sentido de la palabra”, iteraciones del “opio del pueblo” que
acusaba Marx.
Esta es la historia de la mecanización del ser humano, de su
deshumanización en favor del mercado o del algoritmo o del poder. En todos
casos hipotecando su ser por una prótesis. Como Narciso enamorándose de la
extensión de su cuerpo, del espejismo de la materia, del gadget.
Como Fausto entregando su alma por poder sobre la naturaleza. Pero por supuesto
el diablo no hace tratos justos y poco después no perdió sólo su
alma, sino también el cuerpo, el cuerpo de todas las almas, la posibilidad de hacer alma en la tierra, como quería
Keats.
Rushkoff dice algo obvio: "el sistema operativo
subyacente del mundo es el capitalismo". Pero incluso el capitalismo es
hardware sobre el software del egoísmo, la ignorancia primordial. El
capitalismo, continúa Rushkoff, "es la forma en la que extraemos tiempo y
recursos de las personas y lugares y los convertimos en capital. Cuando decides
energizar el capitalismo con aparatos digitales, amplificas su poder. Ya no es
solamente la era mecánica de capitalistas versus el trabajo,
sino una era digital, una versión infinitamente escalada que usa a la
atención humana como su superficie".
En otras palabras, este modelo, este mapa, este
simulacro ha reemplazado o devorado el territorio. Nos ha dejado con una
versión que pretende ser infinita, como un videojuego que nunca se acaba, hecho
a la medida, para que de esta manera podamos quedarnos aislados, sin nunca
salir de nuestra habitación, creyendo que estamos realmente conectados.
Desatentos al ambiente real, nos volvemos también impotentes y no podemos más
que contemplar su destrucción como si se tratara de otra forma más de
entretenimiento o la noticia de una guerra, transmitida en televisión, que
ocurre en un país distante.
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