El poder subversivo de los comunes
Los comunes son un marco social que permite a las
personas ser libres sin reprimir a otras, promulgar la equidad sin control
burocrático. Vistos desde dentro, nos revelan que podemos generar valor de
formas distintas y, de paso, crear sentido en nuestra vida.
A continuación presentamos la introducción del libro Libres,
dignos, vivos: el poder subversivo de los comunes, de David
Bollier y Silke
Helfrich. Traducido por el equipo de Guerrilla Translation, es una
reconceptualización fundacional del procomún, que ofrece una visión evocativa
de futuro más allá de las carencias del binario capitalismo/socialismo.
Firmado por dos de las figuras más prominentes del ámbito
del procomún, el libro está repleto de experiencias vitales surgidas del
pluriverso de los comunes. Entre ellas:
* Las dinámicas internas de la práctica del procomún
* Pensar, sentir y actuar desde los comunes como
catalizador del cambio
* El papel del lenguaje a la hora de dictaminar nuestras
percepciones y estrategias políticas
* El potencial omnipresente de los comunes en todos los
ámbitos
Libres, dignos, vivos presenta
una vital y original síntesis de los comunes contemporáneos para un público
comprometido y activista. El mensaje empoderador del libro demuestra que somos
personas libres y creativas, capaces de autogestionarnos mediante instituciones
justas y responsables, que somos capaces de crear conjuntamente una experiencia
humana auténtica y colmada de vida.
En colaboración con las compañeras de Icaria editorial, el libro se publicará en
septiembre del 2020. El texto se irá serializando, capítulo a capítulo, en la
web española del libro, de próxima creación (de momento podéis consultar la web
en inglés aquí). Para estar al tanto de Libres,
dignos, vivos y otros materiales relacionados con los comunes, suscribiros
a La Comunal, nuestra newsletter.
El objetivo de este libro es superar una pandemia de
miedo con una ola de esperanza basada en la realidad. Nunca encontraremos las
soluciones necesarias para construir un mundo nuevo mientras permitamos que
nuestros propios temores nos paralicen. Sí, existen muchas razones por las que
tener miedo: la pérdida de nuestros empleos, el gobierno autoritario, los
abusos corporativos, el odio étnico y racial y, sobre todos ellos, el calentamiento
global, una amenaza existencial para la propia civilización.
Observamos entusiasmados cómo las sondas espaciales
detectan agua en Marte cuando las autoridades competentes luchan por encontrar
agua potable para los habitantes de la Tierra. Es probable que muy pronto la
tecnología nos permita editar los genes de nuestros futuros hijos tan
fácilmente como editar un texto en el ordenador, pero todavía seguimos sin
concretar los medios para cuidar de las personas enfermas, mayores y sin hogar.
Esa sensación de impotencia aviva el miedo y la
desesperación, y creemos que, como individuos, nos es imposible alterar el
curso actual de la historia. Sin embargo, nuestra impotencia tiene mucho que
ver con la forma en que concebimos esta difícil situación: como individuos,
solos y por separado. El miedo y la comprensible búsqueda de la seguridad
individual están paralizando nuestra búsqueda de soluciones sistémicas y
colectivas, las únicas soluciones que verdaderamente funcionarán. Necesitamos
replantearnos la situación preguntándonos: ¿qué podemos hacer de forma
colectiva? ¿Cómo podemos hacer todo esto dejando a un lado las instituciones
convencionales que nos están fallando?
La buena noticia es que ya están germinando innumerables
semillas de transformación colectiva. Podemos ver brotes verdes de esperanza en
las granjas agroecológicas de Cuba y de los bosques comunitarios de la India,
en sistemas de Wi-Fi comunitarios en Cataluña y en equipos comunitarios de
enfermeras a domicilio en barrios de los Países Bajos. Están surgiendo decenas
de monedas locales alternativas, nuevos tipos de plataformas web cooperativas y
campañas que reclaman las ciudades para los ciudadanos.
Lo bueno de todas estas iniciativas es que satisfacen las
necesidades de forma directa y empoderante. La gente está dando un paso
adelante para crear nuevos sistemas que operen ajenos a la lógica capitalista,
para beneficio mutuo, con respeto por la Tierra y con un compromiso a largo
plazo.
En el año 2009 un grupo de amigos de Helsinki veía con
frustración cómo fracasaba otra cumbre internacional sobre el cambio climático.
Se preguntaron qué podrían hacer ellos para cambiar la economía y, tras mucha
planificación, el resultado fue la creación de un “intercambio de créditos”
local en el que los participantes acordaban intercambiar servicios entre sí,
desde traducciones y clases de natación hasta jardinería o corrección de
textos. Dale una hora de tu tiempo a un vecino y obtén una hora de los talentos
de otra persona.
El Banco de Tiempo de Helsinki —nombre que recibió más
adelante— ha crecido hasta convertirse en una economía paralela sólida con más
de 3000 miembros. Sus intercambios ya cuentan con decenas de miles de horas de
servicios y se ha convertido en una alternativa socialmente convivial a la economía
de mercado, formando parte de una gran red internacional de bancos de tiempo.
Las verdaderas fuerzas para la transformación surgen de grupos pequeños de
personas en sitios pequeños, fuera del radar del poder
En Bolonia (Italia) una anciana quería un simple banco en
el lugar de reunión favorito de su barrio. Cuando los residentes preguntaron en
el ayuntamiento si podían colocar un banco ellos mismos, la burocracia local
contestó perpleja que no existían trámites para hacer tal cosa. Este incidente
desencadenó un largo periplo para crear un sistema formal que coordinara la
colaboración ciudadana con el ayuntamiento de Bolonia.
Finalmente la ciudad creó el “Reglamento de Bolonia para
el cuidado y regeneración de los comunes urbanos” para organizar cientos de
“pactos de colaboración” entre ciudadanos y Gobierno con el fin de rehabilitar
edificios abandonados, gestionar guarderías y cuidar los espacios verdes
urbanos. Desde entonces la iniciativa ha impulsado un movimiento cociudadano
(Co-City) en Italia que orquesta colaboraciones similares en decenas de
ciudades.
Aun así, ¿no son todos estos esfuerzos demasiado pequeños
y locales al considerar el cambio climático y la desigualdad económica a la que
nos enfrentamos? Creerse esto es el error que cometen los tradicionalistas.
Están tan centrados en las instituciones de poder que nos han fallado y tan
obsesionados por la coyuntura global que no son capaces de reconocer que las
verdaderas fuerzas para la transformación surgen de grupos pequeños de personas
en sitios pequeños, fuera del radar del poder. Los escépticos de “lo pequeño”
se burlarían de los granjeros que cultivan arroz, maíz y alubias: “vais a
alimentar a la humanidad con… ¿¡semillas!?". De hecho, pequeñas apuestas
con capacidades adaptativas son poderosos vehículos para el cambio sistémico.
El procomún es un marco social que permite a las personas ser libres sin
reprimir a otras, promulgar la equidad sin control burocrático
Ahora mismo existe un inmenso universo de iniciativas
sociales de base -familiares e innovadoras, en todos los ámbitos de la vida, en
entornos rurales e industrializados- que están satisfaciendo necesidades que ni
la economía de mercado ni el poder del Estado pueden cubrir. La mayoría de
estas iniciativas siguen siendo en gran medida invisibles o desconocidas, ya
que el público las subestima, ignora o considera como algo marginal. Después de
todo, existen fuera de los márgenes de los sistemas predominantes del poder: el
Estado, el capital y el Mercado.
Las mentes convencionales siempre se basan en cosas
demostradas y no tienen la valentía de experimentar, a pesar de que las
fórmulas supuestamente ganadoras del crecimiento económico, del fundamentalismo
mercantil y de las burocracias nacionales se hayan vuelto descaradamente
disfuncionales. La pregunta no es si una idea o iniciativa es pequeña o grande
sino si sus premisas contienen el germen de un cambio sistémico.
Pero no nos equivoquemos: los comunes no son únicamente
proyectos a pequeña escala que mejoran nuestro día a día, sino que conforman un
enfoque germinal para reimaginar nuestro futuro de forma conjunta y reinventar
la organización social, la economía, las infraestructuras, la política y el
propio poder estatal. El procomún es un marco social que permite a las personas
ser libres sin reprimir a otras, promulgar la equidad sin control burocrático,
promover la solidaridad sin coerción y afirmar la soberanía sin nacionalismos.
El columnista George Monbiot resumió muy bien las
virtudes de los comunes: “Un común proporciona un enfoque claro a la vida
comunitaria. Depende de la democracia en su sentido más genuino. Destruye la
desigualdad. Brinda incentivos para proteger el mundo vivo. En resumen: crea
una política de pertenencia”.
Todo esto queda reflejado en el título de nuestro libro,
que describe los cimientos, la estructura y la visión de futuro de los
comunes: Libres, dignos y vivos. Toda emancipación del sistema
existente debe respetar la libertad en el sentido humano más amplio, no solo el
libertarianismo económico del individuo aislado. La imparcialidad, elegida de
mutuo acuerdo, debe ser el eje central de cualquier sistema de sustento y
gobernanza y debe reconocer nuestra existencia como seres vivos en una Tierra
que también está viva.
La transformación no puede tener lugar sin la realización
simultánea de todos estos objetivos. Esa es la finalidad del procomún: combinar
las grandes prioridades de nuestra cultura política que a menudo se encuentran
enfrentadas: la libertad, la igualdad y la vida misma.
La gran ambición de los comunes es romper con esta historia interminable de
políticas de disuasión y manipulación que “empobrecen al vecino”
El procomún es mucho más que una estrategia de
comunicación: es una cosmovisión subversiva y por eso precisamente representa
una nueva forma de poder. Cuando las personas se unen en pos de un objetivo
colectivo y conforman un común, se crea un nuevo impulso de poder social
coherente. Cuando convergen varias de estas burbujas de energía ascendente,
surge un nuevo poder político. Y dado que los comuneros están comprometidos con
toda una serie de valores integrados filosóficamente, su poder es menos
vulnerable a la cooptación.
El Mercado/Estado ha desarrollado un variado repertorio
de estrategias basadas en el “divide y vencerás” con objeto de neutralizar los
movimientos sociales que buscan generar un cambio. Aunque satisfaga
parcialmente un determinado grupo de reivindicaciones, lo hace únicamente
imponiendo nuevos costes a otra persona. Por ejemplo, el sistema aplaude una
mayor igualdad de género y racial ante la ley, pero únicamente en el marco de
este sistema capitalista extremadamente injusto e ineficaz. O accede a una
mayor protección medioambiental, pero únicamente subiendo los precios o
saqueando los recursos naturales del Sur global. O aprueba una mayor atención
sanitaria y políticas laborales orientadas a la familia, pero únicamente si
están regidas por modelos inflexibles que protejan los beneficios corporativos.
La libertad se ensalza como rival de la igualdad y viceversa, y ambas en contra
de las necesidades de la Madre Tierra. Por eso, el baluarte del capitalismo
frena una y otra vez cualquier exigencia que plantee un cambio de sistema.
La gran ambición de los comunes es romper con esta
historia interminable de políticas de disuasión y manipulación que “empobrecen
al vecino”. Su objetivo es desarrollar una economía social independiente y
paralela, ajena al sistema del Mercado y el Estado, que aplique una lógica y
valores distintos. El comuniverso no persigue la libertad, la igualdad y el sustento
ecorresponsable como objetivos independientes que se hacen peligrar unos a
otros. El procomún busca integrar y unificar estos objetivos como prioridades
simultáneas que conforman un plan de ruta indivisible. Es más, este programa de
trabajo no es meramente una aspiración, sino que ocupa un lugar central en la
creación de procomún como práctica social subversiva.
No es de extrañar que la imagen de los comunes que
estamos exponiendo aquí sea muy diferente de la presentada (y ridiculizada) por
la economía moderna y la derecha política. Para ellos, los comunes son recursos
sin dueño de los que cualquiera se puede aprovechar y, por lo tanto,
constituyen un sistema de gestión fallido —idea popularizada por el famoso
ensayo de Garrett Hardin “La Tragedia de los Comunes”, de la que hablaremos más
adelante—. Nosotros discrepamos con esta visión parcial del asunto. El procomún
es una categoría sólida de prácticas sociales autogestionadas dirigidas a
satisfacer necesidades de forma justa e inclusiva. Es una forma de vida, un
marco que describe una manera distinta de desenvolverse en el mundo y
diferentes formas de saber y actuar.
Lo verdaderamente necesario hoy en día es la experimentación creativa y la
valentía para crear nuevos patrones de acción
El sistema Estado/Mercado habla con frecuencia de cómo
lleva a cabo determinadas cosas para las personas o, si la participación está
permitida, de cómo trabaja con las personas. Pero los comunes consiguen cosas
importantes mediante las personas. Es decir, son las propias personas normales
y corrientes las que proporcionan la energía, la imaginación y el esfuerzo, y
las que se organizan para sustentarse y gobernarse.
Los comuneros son quienes idean los sistemas, diseñan las
normas, ofrecen sus conocimientos, realizan el trabajo difícil, supervisan el
cumplimiento y se ocupan de los infractores. Todo esto implica que vivir el
procomún supone un cambio de identidad. Necesita que las personas evolucionen
hacia roles y perspectivas diferentes. Requiere nuevas formas de relacionarse
con los demás. Exige que reconsideremos quién es importante en nuestra economía
y sociedad y la forma en la que el trabajo esencial se lleva a cabo.
Vistos desde dentro, los comunes nos revelan que podemos
generar valor de formas distintas y, de paso, crear sentido en nuestra vida.
Que podemos escapar de las cadenas de valor capitalistas mediante la creación
de redes de valor de compromiso mutuo. Que un cambio efectivo de los
micropatrones en nuestras relaciones sociales nos permitirá comenzar a descolonizarnos
de la historia y la cultura en la que nacimos. Que podemos escapar de la
sensación de aislamiento impotente que define gran parte de la vida moderna.
Que podemos desarrollar alternativas más dignas, justas y saludables.
Como es lógico, los guardianes del orden predominante —ya
sea en el ámbito gubernamental, empresarial, universitario, filantrópico o
mediático— prefieren trabajar con los marcos institucionales ya existentes. Se
conforman con operar acorde a unos patrones de pensamiento muy cerrados y a
unos conceptos muy endebles sobre la dignidad humana, especialmente en cuanto a
la narrativa del progreso a través del crecimiento económico se refiere.
Prefieren que el poder político se consolide en estructuras centralizadas como
el Estado nación, la corporación o la burocracia. El objetivo de este libro es
derribar esas presunciones y abrir la puerta a opciones realistas.
Nos negamos a dar por hecho que el Estado nación es el único sistema de
poder realista para hacer frente a nuestros temores y ofrecer soluciones. El
Estado nación es más bien un vestigio de una era en decadencia
Sin embargo, este libro no es una nueva crítica al
capitalismo neoliberal. Aunque a menudo sean valiosas, las críticas perspicaces
no siempre nos ayudan a concebir los cambios que nuestras instituciones
necesitan y a construir un nuevo mundo. Lo verdaderamente necesario hoy en día
es la experimentación creativa y la valentía para crear nuevos patrones de
acción. Debemos aprender a identificar patrones de la vida cultural que puedan
provocar cambios a pesar del inmenso poder del capital.
A los activistas orientados a los partidos políticos y
las elecciones, las leyes y las normativas, les aconsejamos involucrarse a un
nivel más profundo y significativo de la vida política: el mundo de la cultura
y de las prácticas sociales. Las formas convencionales de hacer política junto
con las instituciones convencionales sencillamente no pueden propiciar el tipo
de cambio que necesitamos. Tal y como apunta sagazmente Greta Thunberg, la activista
sueca de dieciséis años contra el cambio climático, “no podemos salvar el mundo
siguiendo las normas”. Necesitamos elaborar una nueva serie de reglas.
Como es lógico, no podemos ignorar el arcaico sistema
que, a decir verdad, a menudo ofrece beneficios necesarios, pero no nos
engañemos: los sistemas existentes no producirán un cambio transformador. Por
eso debemos estar abiertos a los vigorizantes vientos de cambio de la
periferia, de sitios inesperados y descuidados, de zonas sin caché ni credenciales,
de la propia gente.
Por lo tanto, nos negamos a dar por hecho que el Estado
nación es el único sistema de poder realista para hacer frente a nuestros
temores y ofrecer soluciones. Porque no lo es. El Estado nación es más bien un
vestigio de una era en decadencia. Lo que pasa es que los círculos respetables
rechazan considerar alternativas desde la periferia por temor a ser tildados de
ofuscados o locos. No obstante, hoy en día las deficiencias estructurales del
Estado nación y de su alianza con los mercados impulsados por el capital son
más que evidentes y es algo que a duras penas puede negarse. No tenemos más
remedio que abandonar nuestros temores y empezar a considerar ideas frescas
desde los márgenes.
Pero, tranquilidad: ir más allá del Estado nación no
significa sin el Estado nación. Significa que debemos alterar
significativamente el poder del Estado introduciendo nuevas lógicas operativas
y actores institucionales. De hecho, gran parte de este libro está enfocado en
esa necesidad. Modestia aparte, consideramos la creación de procomún como una
forma de incubar nuevas prácticas sociales y lógicas culturales que, aunque se
encuentran firmemente arraigadas en la experiencia cotidiana, pueden federarse
para aunar fuerzas y enriquecerse mutuamente y así germinar una nueva cultura
que pueda adentrarse en las camarillas del poder estatal.
Cuando hablamos de comunes y de la creación de procomún
nos estamos refiriendo a prácticas que van más allá de las formas
convencionales de pensar, actuar y comportarse. Hay quien podría considerar
este libro como un manual didáctico. Esperamos ofrecer una mejor comprensión de
la economía como algo que va más allá de la economía monetaria que enfrenta mis
intereses a los intereses colectivos y contempla el Estado como única
alternativa al Mercado, por ejemplo. No es tarea fácil ya que el Estado/Mercado
ha inoculado sus premisas en lo más profundo de nuestra conciencia y nuestra
cultura. No obstante, si realmente queremos escapar la lógica sofocante del
capitalismo debemos investigar a fondo sobre todo esto.
¿De qué otra forma podemos escapar de la aberrante lógica
por la que primero agotamos el medio ambiente y a nosotros mismos al producir
cosas y luego debemos llevar a cabo un trabajo hercúleo de reparación,
simplemente para que la rueda siga girando una y otra vez por toda la
eternidad? ¿Cómo van a tomar iniciativas independientes los políticos y los
ciudadanos si todo depende del empleo, del mercado bursátil y de la
competencia? ¿Cómo podemos emprender nuevos caminos cuando las directrices
básicas del capitalismo están constantemente presentes en nuestras vidas y
nuestras conciencias, erosionando todo cuanto tenemos en común? Nuestro
objetivo al escribir este libro no es solo esclarecer nuevas pautas de
pensamiento y de conducta sino ofrecer un manual de actuación.
¿Y cómo podemos empezar a abordar un cambio tan profundo?
Primero debemos desentrañar nuestra concepción del mundo: la imagen de lo que
para nosotros significa ser humano, nuestro concepto de propiedad y las ideas
predominantes sobre la existencia y el conocimiento (Capítulo 2). Cuando
aprendamos a contemplar el mundo desde un nuevo punto de vista y a describirlo
con palabras nuevas, una emocionante visión entrará en juego y podremos
adquirir una nueva comprensión de la “buena vida”, de nuestras dinámicas
sociales, de la economía y de la política.
Es crucial abrazar una revolución semántica de vocablos
nuevos (y el abandono de los antiguos) para comunicar esta innovadora visión,
por eso, en el Capítulo 3 introducimos toda una serie de términos que consiguen
escapar de las oposiciones binarias engañosas (individual/colectivo,
público/privado, civilizado/premoderno) y designar las experiencias de creación
de procomún que actualmente carecen de nombre (Lógica Ubuntu, Libertad
interdependiente, Soberanía de valor, Gobernanza P2P).
En cualquier caso, la teoría es una cosa y la práctica,
otra. ¿Cómo procedemos entonces? Consideramos la sección de “instrucciones de
uso” (Parte II, Capítulos 4, 5 y 6) como el corazón de este libro. La Tríada
del Procomún, como la hemos designado, describe de manera sistemática la forma
en la que el mundo del procomún respira, es decir, cómo vive y cómo es su
cultura. La Tríada nos proporciona un nuevo marco para comprender y analizar
los comunes. Este marco surge de una metodología asociada al “lenguaje de
patrones” en el que se lleva a cabo un proceso de cosecha o revelado de
patrones para identificar los patrones recurrentes en las prácticas sociales de
diferentes culturas a lo largo de la historia.
A continuación viene la Parte III, que examina las
arraigadas premisas del concepto de propiedad (Capítulo 7) y cómo desarrollar
un nuevo tipo de propiedad relacionalizada que apoye la creación de procomún
(Capítulo 8). Nos dimos cuenta rápidamente de que estos conceptos y otros
patrones de creación de procomún, si llegan a buen término, suelen colisionar
con el poder del Estado. Los Estados no vacilan en usar leyes, derechos de
propiedad, políticas estatales, alianzas con el capital y prácticas coercitivas
para imponer su visión del mundo, desaprobando por regla general la realidad de
los comunes.
Aun así, ante estas realidades perfilamos varias
estrategias generales para la construcción del Comuniverso (Capítulo 9) y
concluimos con una exposición de varios enfoques específicos (cartas sociales
de los comunes, tecnologías de contabilidad distribuida, alianzas
público-comunes o APC) que pueden expandir el mundo del procomún al mismo
tiempo que lo protegen del sistema Estado/Mercado (Capítulo 10).
Como texto que intenta reorientar nuestra comprensión
sobre los comunes, nos hemos percatado de que apuntamos a varias líneas nuevas
de investigación que simplemente no podemos abordar aquí. Cuanto más extensa es
la orilla de nuestro conocimiento, mayor es el océano de nuestra ignorancia.
Nos habría gustado explorar una novedosa teoría del valor que contrarrestara
los conceptos tan insatisfactorios de valor y sistema de precios que utiliza la
economía convencional.
La gran trayectoria del derecho de propiedad contiene
muchas doctrinas jurídicas fascinantes que son dignas de estudio, así como
nociones no occidentales de gestión y control. Las dimensiones psicológicas y
sociológicas de la cooperación podrían arrojar una nueva luz y ofrecer un mayor
calado a nuestras ideas sobre el procomún. Los investigadores modernos, los
historiadores de los comunes medievales y los antropólogos podrían ayudarnos a
comprender mejor las dinámicas sociales de los comunes contemporáneos. En
resumen, aún queda mucho por tratar sobre los temas que planteamos.
Algunas de las cuestiones más relevantes y menos
estudiadas tratan la forma en que los comunes pueden atenuar las conocidas
dificultades geopolíticas, ecológicas y humanitarias. La migración, los
conflictos militares, la crisis climática y la desigualdad se ven afectados por
la existencia de los cercamientos y la relativa solidez de los comunes. Los
comuneros con unos medios de subsistencia estables y localmente arraigados no
suelen sentirse forzados a huir a otras regiones del mundo más ricas.
No hay duda que la destrucción de los comunes piscícolas
somalíes por la industria de la pesca de arrastre contribuyó al aumento de la
piratería y el terrorismo en África. ¿Podría una protección estatal de los
comunes marcar la diferencia? Si estos pudieran sustituir a las cadenas de
abastecimiento mercantil globales se podría reducir de forma significativa las
emisiones de carbono producidas por el transporte y los productos químicos
agrícolas. Estos y muchos otros asuntos merecen una investigación, análisis y
propuestas más profundas.
Queremos destacar el interés de los cuatro Apéndices: el
Apéndice A explica la metodología que hemos utilizado para identificar los
patrones de creación de procomún en la Parte II del libro; el Apéndice B describe
el proceso de conceptualización que ha utilizado Mercè Moreno Tarrés para
dibujar las veintiocho preciosas imágenes de los patrones en la Parte II; el
Apéndice C enumera los sesenta y nueve comunes activos y las herramientas
funcionales para la creación de procomún que se han mencionado en este volumen;
el Apéndice D lista los ya conocidos ocho principios de diseño de Elinor Ostrom
para gestionar comunes de forma eficaz.
Autor, activista,
bloguero y consultor y dedico casi todo mi tiempo a explorar el procomún como
nuevo paradigma económico, político y cultural.
Activista independiente,
escritora, académica y oradora. Cofundadora del COMMONS STRATEGIES GROUP y
el COMMONS
INSTITUTE. BIOGRAFÍA COMPLETA.
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