¿Y SI CONTAMOS LOS VIVOS?
A mediados de marzo se decretó la cuarentena por parte del gobierno. Estado de Alarma, como si lo de antes no fuese
alarmante. Confinamiento, como si nuestros espacios y movimientos no
fuesen ya estrictos. Aislamiento social, como si quedasen vínculos. A mediados
de marzo se decretó la cuarentena oficial, que puso fin a la cuarentena
cotidiana.
La lógica invisible que sustenta nuestro mundo parece haberse
mostrado explícita, como si pudiésemos notar cómo nos encierra entre sus
extremidades el Leviatán1.
Creo que se hace presente en el coche que patrulla, en la trabajadora precaria,
en la sanitaria sin protección, en el chivato de balcón, incluso en el aplauso
de las ocho, pero a mí se me presenta en la noción del tiempo.
¿Ha cambiado tanto todo de verdad? Tengo un horario que creo diseñado para
que pase el tiempo rápido. Me duermo de madrugada, entre las cuatro y las
cinco, y me despierto a la que antes era mi hora de comer. Cuanto menos tiempo
despierto mejor, y cuando lo estoy, evadiéndome y dejándome arrastrar por el
vacío negro de alguna pantalla. El tiempo como enfermedad, la tecnología como
'suero'. Si ya estábamos abandonando la piel, el tacto, esta situación no da
otra alternativa que abandonarnos del todo, en una videollamada.
Sobrevivir al tiempo, ¿antes no lo hacía? Cuando empezaba a mover la pierna
en clase de forma nerviosa, cuando también me sumergía en alguna pantalla.
Cuando esperaba una fecha, las vacaciones, un cumpleaños, acabar el cuatri, el
fin de semana, una victoria, a una persona. Antes también esperaba, como ahora
espero, a que nos permitan hacer algo más que trabajar (o hacer trabajos de clase) y ver Netflix (el ocio
prefabricado es tan obligatorio como el trabajo). Una espera de una situación
diferente, que pensamos como una meta, como salir del confinamiento o como independizarse,
existiendo entre medias un tiempo que se desea veloz, rápido, acelerado, para
poder alcanzar el objetivo, siempre provisional (y normativo), pues luego
vendrá otro, como buscar trabajo o formar una familia. La vida como una huida
hacia delante en la que vivimos en el futuro dejando de lado nuestra situación
presente.
Pero el tiempo no ha sido impuesto ahora, el tiempo ya era un problema
antes, en la muñeca del Leviatán está el reloj de pulsera. El horario tampoco
era una cuestión de voluntad. Evadirnos en nuestra cotidianidad tampoco era un
deseo. Si incluso antes también hacía cola, no la veía, era invisible, pero
esperaba un determinado tiempo en una fila imaginaria de personas para hacerme
con una beca, para hacerme con un piso asequible y la haré desgraciadamente
para ser contratado. Es esa espera eterna, un cruce de dedos permanente para
que el tiempo pase rápido hacia alguna fecha o situación que alcanzar. Pienso
en mi padre, que no vive hoy más que como una espera hacia su jubilación, en una
cola de personas agotadas, con callos en las manos y compleja salud mental.
No hay ninguna normalidad a la que volver. Esto es, en esencia, la
normalidad. Siento pena y estoy desorientado ¿y si nos sentimos confinadas al
salir? ¿y si no acaba nunca esta sensación? Todas las mañanas actualizan la
cifra de muertos pero ¿no deberíamos preguntar si queda alguien vivo? Pienso en
todo lo que nos perdemos por seguir el espectáculo, por seguir en su cuarentena (en su tiempo,
que tampoco es suyo), porque nuestros cuerpos y nuestras emociones sean puestas
a disposición del Capital y del Estado. Sentirnos ajenas, fuera de nosotras
mismas. ¿Cuánta vida nos cuesta nuestro salario o nuestros estudios? Pasamos la
vida muertos por vivir, ¿nos dará tiempo a echarnos de menos en esta huida
acelerada?
¿Será que imaginamos poco? ¿Que no deseamos? ¿Por eso queremos volver a la
normalidad? No quiero estar siempre con el ceño fruncido, ni volver al mercado
de bienestar, pues ese mercado nunca estará lo bastante bien para dejar
satisfechos a quienes buscan lo que no está ahí, lo que el mercado precisamente
elimina. Quiero pensar que algún día lograremos sentirnos libres, no en una
espera perpetua, ajenos a la mirada del cálculo jerarquizante, reventar las
estrechas posibilidades de morir en vida, sentirnos de verdad, ser conscientes
de nosotras mismas, vivir, no evadirnos.
No existen hoy las palabras para describirlo, deberían inventarse entonces.
Si bien es cierto que me puedo sentir en espacios y vínculos que hacen coger
oxígeno. Dimensiones de mi vida que considero experimentadas por mí, a voluntad
propia, en positivo, feliz, no creo que estas experiencias puedan ser plenas en
su mundo mediatizado por el valor. Algunxs creemos todavía en una idea que
permita derrotar al invisible, como dice Gata Cattana, todo lo demás es estar
muerto.
1
Monstruo marino fabuloso descrito en la Biblia como inhumano y destructor y que
se toma como representación de demonio. Es el título de la obra más importante
del filósofo inglés T. Hobbes, donde el Leviatán se proyecta como un poder
organizado de forma común cuya función es “regentar” las cosas públicas y que
se funda a partir de la suma de voluntades individuales libres que deciden
actuar para adquirir ventajas comunes. Se proyecta como un Estado, con tanto
poder para sí mismo, que la libertad queda muy limitada.
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