COVID-19, ENSAYO HACIA EL
DECRECIMIENTO
Es un buen momento para
repensar la producción y el consumo, quién y qué nos sostiene, que nos hace
felices y qué se puede aprender de todo esto.
Estos días parece que lo miramos todo con extrañeza: las cosas que hacemos
ahora, pero también las que hacíamos antes. Hemos salido de nosotras mismas, de
nuestros hábitos, de nuestros temas de conversación, de nuestros espacios
comunes en pueblos y ciudades. Y, sin embargo, desde esta mirada medio foránea
es desde donde nos podemos pensar. Quién y qué nos sostiene? ¿Qué nos hace
felices? ¿Qué se puede aprender de todo ello?
Mirar de lejos
Para olvidar que las paredes se nos caen encima, hacemos una lista de lo
que siempre hemos querido hacer en casa. El tiempo se ha hecho profundo como un
agujero y ahora cabe dentro todo lo que antes no cabía. Un tiempo al ritmo de
la vida, que toma la forma de las cosas pequeñas: los juegos de mesa, cocinar
con calma, cuidar las plantas, coser el agujero de un pantalón, reproducir en
bucle la canción favorita y bailar como si se acabara el mundo, llamarnos y
charlar durante horas, limpiar aquellas manchas de la pared, que hace años que
nos miran; leer cada noche (sin dormirnos extenuadas en la tercera página).
Tiempo para aburrirnos, y, también, para dejar salir el miedo, la angustia, la
desesperanza. Tiempo para organizarnos y tomar impulso colectivo para parar los
golpes que vendrán y los que ya están viniendo. Tiempo para preguntarnos qué
clase de vida llevábamos, que no nos dejaba tiempo para todo esto.
El parón obligado por el Covid-19 ha hecho patente la fragilidad de un
modelo de sociedad profundamente desigual e individualista, que no valora y
precariza a quienes realmente la sostienen (las trabajadoras del hogar y los
cuidados, la agricultura y la ganadería, el personal sanitario, las educadoras,
el personal de limpieza…) y donde los servicios públicos se han ido recortando
hasta debilitarlos.
El otro virus
Se ha escrito mucho, estos días, sobre cómo la crisis económica desencadenada
por el coronavirus es, en realidad, un aviso de la crisis profunda que enfrenta
el capitalismo. De hecho, no sólo ha puesto sobre la mesa la vulnerabilidad de
una economía que ya estaba en crisis, como explicaba Iolanda Fresnillo, sino que ha revelado, como recordaba Alba Rico, la dependencia que la
economía tiene de los cuerpos y de los cuidados.
Pero, y si además de un aviso, ¿la situación provocada por la Covid-19
fuera un ensayo? Para Salvador Lladó, doctor en microbiología ambiental y
biotecnología, autor de La Bossa o la vida, la situación provocada por la pandemia
podría ser la antesala de lo que se vivirá con el colapso ecológico y
civilizatorio, un futuro no muy lejano del que ya nos han llegado los primeros
bocetos (los efectos del cambio climático, la crisis de biodiversidad , la
crisis energética y de recursos …).Los informes del IPCC vaticinan el inicio real del
colapso del planeta dentro de treinta años. El colapso ecológico es
un virus que avanza más lento que el coronavirus, pero sus efectos pueden ser
mucho más devastadores.
Según Lladó, “no somos ni la primera ni la última civilización que
colapsará, pero debemos tener un plan B, porque el plan A se hunde.
Necesitamos reorientar la tecnología y la ciencia hacia un
sistema que, colapse o no, permita organizarnos hacia el postcrecimiento”
Hacia un decrecimiento justo o
injusto
Uno de los efectos involuntarios del confinamiento ha sido la reducción de
la actividad industrial y de los desplazamientos y, por lo tanto, de las
emisiones de C02. Sin embargo, “las previsiones sobre el impacto ecológico del
coronavirus es que se reduzcan las emisiones de C02 a nivel global un 1.5%. La
ONU, había pedido, a principios de este año, la reducción de las emisiones en
un 7.6% de forma anual y sostenida hasta 2030, para frenar la emergencia
climática” comenta Lladó. El propio secretario general de la ONU, António
Guterres, en plena crisis por el coronavirus, ponía sobre la mesa que “el cambio climático es más mortal que el coronavirus“. De
hecho, el informe anual que Ecologistas en Acción publica
sobre la calidad del aire, subrayaba que, en 2018, 30.000 personas murieron de
forma prematura en España por afecciones derivadas de la contaminación
del aire.
¿El frenado de la producción y del consumo provocada por el Covid-19 es una
buena noticia desde la perspectiva ecológica? Desde el ecologismo social, la
respuesta es un no rotundo, porqué el parón está dejando a muchas
personas atrás. Las situaciones de alarma permiten observar la realidad con
una lente de aumento: hoy, hay quien puede hacer teletrabajo y hay quien se ve
obligada a desplazarse por no perder un trabajo. Hay quien tiene un hogar
seguro y hay quien está confinada con su agresor, o en un hogar insalubre. Hay
quien no tiene un hogar. Tal como denunciaban Carmen Juares, de la Asociación de Mujeres Migrantes
Diversas, o las trabajadoras temporeras i migradas en el sur de
España, para muchas personas, especialmente para las migradas, la emergencia
sanitaria ha agravado la falta de suministros básicos, el riesgo de agresiones
o las vulnerabilidades laborales.
La transición ecológica también hará más profundas las
desigualdades si no se gestiona previamente. Una de las claves, para
Lladó, es “disminuir drásticamente la producción y el consumo, pero a
diferencia de lo que ha sucedido con la crisis por el coronavirus, se debe
hacer de forma ordenada. Se perderán puestos de trabajo y, si no hay un plan de
choque, muchas personas verán su vida precarizada. En cambio, si se organiza el
colapso desde los términos de la justicia social y ambiental, nadie debería
quedar atrás “.
Reducir la producción
Uno de los últimos estudios publicados por Ecologistas en Acción plantea
las condiciones del escenario de trabajo en un futuro decrecentista, que
destaca por la reducción de la actividad productiva y la reconversión de
algunos sectores que, a día de hoy, son un pilar para la economía de la
España. Sectores que, estas semanas, ya han parado
máquinas, forzados por la emergencia sanitaria.
La construcción, el turismo o la industria del automóvil son
algunos de los sectores que deberían reducir su actividad. Según el informe, el
sector de la construcción debería reconvertirse hacia la rehabilitación,
enfocando su actividad principalmente en el mundo rural. El turismo debería
reducir de forma drástica la aviación internacional y reorientarse hacia el
turismo interior y los alojamientos más sostenibles, como los campings o los
albergues. En cuanto a la industria del automóvil, habría que detener la
producción de vehículos de combustión interna y producir vehículos eléctricos
únicamente para el uso público o comunitario. “Podríamos tener una movilidad
más reducida porque todo sería más local” apunta Lladó.
También debería frenarse la actividad de la agroindustria, que genera
graves efectos ambientales, e impulsar la transición agroecológica del sector
primario, que garantizara la soberanía alimentaria. Según Salvador Lladó, “con
una economía de proximidad, circuitos cortos de comercialización y la migración
a los pueblos, el sector primario podría ganar población activa y
dignificar su situación”.
El estudio plantea, al mismo tiempo, la transición energética basada
en la desfosilización, la desnuclearización y la implantación de energías
renovables, desde un marco de austeridad y control por parte de cooperativas
energéticas renovables sin ánimo de lucro y del autoconsumo.
Lladó sintetiza las bases de una transición para poner la vida, no sólo la
humana, en el centro de la economía: “Si producimos y consumimos menos, y, al
mismo tiempo, la vivienda se sitúa a unos precios asequibles, se podría reducir
el horario laboral, porqué la gente no necesitaría trabajar tanto para
tener una vida digna. Y trabajar menos horas, permitiría repartir mejor el
trabajo.” El nuevo panorama productivo, laboral y del consumo podría ser
también una oportunidad para configurar los usos del tiempo de forma más
satisfactoria y, al mismo tiempo, para repartir las tareas que sostienen la
vida de una manera más justa, ya que actualmente recaen sobre todo en las
mujeres.
Vivir con menos
El confinamiento y la bajada de persiana temporal de muchos negocios han
forzado a una disminución del consumo. Estos días de paro están dejando
espacio, también, para experimentar nuevos estilos de vida: explorar nuevas
aficiones, pasar más tiempo con las personas con las que se comparte casa y,
sobre todo, vivir con menos. Esta experiencia puede ser una oportunidad
para reflexionar sobre qué se necesita realmente, qué nos hace felices y qué,
en cambio, se ha convertido en superfluo. Probablemente, muchas personas
necesiten mucho más un abrazo o una conversación presencial, que buena parte
de las cosas que solían comprar.
El declive energético y la escasez de materiales requerirá, también, hacer
cambios en los estilos de vida de la población, basados, apunta Lladó, “en la
reducción drástica del consumo de las clases medias y acomodadas”. El informe de Ecologistas en Acción plantea, por ejemplo,
que “para el 2030, habría que reducir el consumo energético, como mínimo, a la
mitad de lo que se consumía en 2017”. También apunta a una reducción
contundente del transporte, basada en la apuesta por la movilidad a pie, en
bicicleta o en transporte público, la descentralización de la actividad en las
ciudades, el teletrabajo, o el flujo migratorio de las ciudades a los
pueblos.
El consumo consciente hace años que plantea que el nivel
de consumo general de la sociedad es superior al que se requiere para
satisfacer las necesidades y, al mismo tiempo, es mucho más elevado de lo que
el planeta puede sostener. Además de reducir el consumo superfluo, el consumo
consciente plantea dos claves básicas, también, en tiempos de confinamiento:
consumir sin comprar y comprar con criterio.
Las alternativas para consumir sense comprar se basan en la ayuda y la
cooperación entre personas, que, por ahora, tendrá que ser telemática. El
estado de emergencia ha hecho emerger muchas redes de apoyo mutuo e iniciativas
vecinales para resolver necesidades desde la ayuda mutua. Se pueden
utilizar estas redes para dejar objetos en préstamo, intercambiarlos o
regalarlos. También se puede aprovechar el tiempo libre para dar una segunda
vida a objetos ya inútiles y transformarlos en bienes útiles otra vez.
Incluso ante la excepcionalidad, comprar
con criterio ayuda a garantizar que el pequeño comercio e iniciativas
transformadoras que ven peligrar su supervivencia sigan existiendo: no comprar
en grandes multinacionales, apostar por los circuitos cortos de
comercialización (mercados o tiendas propias; cestas a domicilio, grupos y
cooperativas de consumo, agrotiendas) y por los proyectos que forman parte de
la economía social y solidaria.
Motores de cambio
De vez en cuando, hay pantallitas que nos arrastran hacia el mundo que hay
fuera de las paredes de casa y de los hospitales, aquel mundo que, aunque
parece desterrado por la agenda mediática, política y personal, continúa
girando. A mediados de marzo, la plataforma Tanquem els CIE denunciaba agresiones policiales en el CIE de la Zona
Franca y varias personas y colectivos denunciaban un aumento del abuso policial en las
calles.
Tras resistir cerca de diez años, comunidades indígenas en México conseguían parar un
megaproyecto financiado por empresas españolas en el centro del país. En las
mismas fechas, las sucesivas agresiones xenófobas en los campos de refugiados de Grecia provocaban el
cierre de varias organizaciones y la retirada de los cooperantes
internacionales. Estas semanas pueden servir, también, para decidir qué
papel se querrá jugar en el mundo post-Covid-19.
Con la emergencia sanitaria han germinado iniciativas
de organización y acción colectiva para hacer frente a las
necesidades que van surgiendo. Del mismo modo, la transición ecológica y social
deberá pasar, también, por las redes comunitarias y por el apoyo mutuo. Según
Lladó, “los movimientos sociales tendrán un papel fundamental
en la próxima década para que, si no hay voluntad política para impulsar el
decrecimiento, la acabe habiendo”.
Algunas de las consecuencias involuntarias de la pandemia son el ensayo y
aprendizaje para la transición ecosocial. Uno de los aprendizajes es que
cualquier transformación estructural requiere organización previa y voluntad
política, para que no ocurra a costa de las personas más vulnerables. Otro
aprendizaje es que somos cuerpos que dependen de otros cuerpos para sobrevivir
y que no podemos seguir haciendo economía de espaldas a la vida.
¿Y si éste fuera un ensayo para inventar otras formas de vida y de relación
con la naturaleza? Una oportunidad para imaginar otras vidas posibles:
más lentas, seguras, viables y enredadas. El mundo post-Covid19 no será el
mismo. Hay que decidir qué nuevo mundo queremos construir.
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