INCONSCIENTES
Imaginen que una nave tripulada por seres
procedentes de otra civilización inteligente (distinta a la nuestra, por lo
tanto) se acerca a la Tierra para conocer su naturaleza y cómo vivimos sus
habitantes.
Enseguida descubren que allí se ha propagado un
virus que infecta a millones de personas y que produce docenas de miles de
muertes, en casi todos los lugares y muchas más de las que registran las
estadísticas a las que tienen acceso, gracias a su conocimiento y tecnología,
muy superiores a los de la Tierra.
Para saber la situación más concreta, los efectos
que realmente está teniendo la epidemia y las medidas que estos humanos llevan
a cabo para paliarlos, deciden acudir a la más alta autoridad de la máxima
potencia económica, militar, cultural y política de ese planeta, el Presidente
de Estados Unidos, Donald Trump. Justo cuando van a ponerse en contacto con él,
se encuentra dando una rueda de prensa en la que propone inyectar desinfectante
y luz en el cuerpo de las personas afectadas como forma de acabar con él.
Incrédulos, los visitantes deciden, entonces, recurrir a otras fuentes de
conocimiento.
Comprueban más tarde que, al principio de la
epidemia, todos los líderes y gobiernos de planeta le había quitado importancia
pero que ahora todos sin ninguna excepción la contemplan con sofoco y la
consideran de gran peligro.
Ya saben que se trata de un mal global, cuya
expansión no es posible detener mediante fronteras físicas y que se requeriría
una actuación así mismo global para poder hacerle frente con algún éxito; por
ejemplo, compartiendo recursos sanitarios, investigando en equipo la obtención
de vacunas o poniendo a disposición unos de otros el conocimiento y los medios
materiales, personales o económicos necesarios para evitar una catástrofe.
Los visitantes, sin embargo, comprueban que no se
ha producido ningún tipo de encuentro global porque las instituciones en donde
solían sentarse todos los países del planeta sin excepción, como las Naciones
Unidas, hace tiempo que están devaluadas y apenas si tienen influencia en las
decisiones de los países más poderosos. Es más, el presidente de la gran
potencia mundial había decidido que su país (el más rico del planeta) dejase de
contribuir y colaborar, precisamente en ese momento, con su oficina dedicada
a combatir este tipo de desastres sanitarias, la Organización Mundial de la
Salud.
Los visitantes extraterrestres no pueden
explicarse la actuación de los humanos de la Tierra en materia de prevención
vírica. Los científicos de ese planeta saben que allí hay más de 300.000 virus
que podrían producir un efecto parecido o peor que el Covid-19 y, a pesar de
ello, sus gobiernos siguen dejando el descubrimiento de vacunas y remedios en
manos de laboratorios privados, los cuales, lógicamente sólo tratarán de
descubrir aquello que les resulte rentable a sus propios negocios y no al
interés general. La situación de desarme sanitario les parece tan increíble
como absurda. No pueden entender que Estados Unidos dedique casi 600.000
millones de euros a gasto militar y luego resulte que el 80% de las medicinas
que se consumen en su interior provengan de China que se supone que es uno de
los adversarios que justifican semejante dispendio militar.
Los visitantes se sorprenden especialmente de
esta falta de colaboración global cuando se dan cuenta de que las cadenas
globales de suministro de alimentos están cediendo, algo que ha puesto de
relieve, entre otros muchos investigadores, un economista al servicio de la
FAO, la oficina de las Naciones Unidas dedicada a los problemas de la
alimentación, en
un artículo aparecido en la revista Nature. Allí se señalan
algunos ejemplos de lo que, en realidad, está pasando en todo el país: “En
India, los agricultores están alimentando con fresas a las vacas porque no
pueden transportar la fruta a los mercados de las ciudades. En Perú, los
productores están vertiendo toneladas de cacao blanco en el vertedero porque
los restaurantes y hoteles que normalmente lo comprarían están cerrados. Y en
los Estados Unidos y Canadá, los agricultores tuvieron que tirar la leche por
la misma razón. Legiones de trabajadores migrantes de Europa del Este y África
del Norte están atrapados en las fronteras, en lugar de cosechar en las granjas
de Francia, Alemania e Italia. Estados Unidos, Canadá y Australia dependen en
gran medida de los trabajadores agrícolas temporales que no pueden viajar
debido a restricciones de virus”. Y también se advierte en ese artículo de que
el miedo a la pandemia ha producido “reacciones en cadena caóticas” muy
peligrosas que ya han hecho subir los precios de productos básicos para la
alimentación humana, como el trigo (8% en comparación con los de marzo del año
pasado) o el arroz (25%).
Esa información hace que los visitantes se
interesen por el hambre y descubren también que afecta a 821 millones de
personas, a pesar de que sólo con los productos alimenticios que se
desperdician en todo el planeta se podría alimentar a 1.260 millones de seres
humanos todos los años. Cuando analizan la forma en que los humanos de la
Tierra organizan la producción y el consumo de los productos básicos que
necesitan, los visitantes se sorprenden sobremanera del gran daño que provocan
sobre su medio ambiente natural y, a su vez, del coste tan enorme que esto
lleva consigo, tanto en dinero como en vidas humanas.
Así, la contaminación del aire mata a siete
millones de personas cada año y los desastres naturales causados por el clima a
unas 600.000. El 40% de la población mundial ya tiene problemas con la escasez
de agua y todos los años mueren 2,2 millones de personas por simples diarreas.
Como consecuencia en gran parte del modo de vida existente en la Tierra, el
nivel del mar ha subido el doble de lo previsto en los últimos 25 años, un
tercio de las especies marinas están en riesgo por el cambio climático, las
capas de hielo que cubren la superficie terrestre se están descongelando un 20%
más de lo previsto por los científicos y la del Ártico se ha reducido en un 40%
en los últimos 35 años. La deforestación (que produce la quinta parte de las
emisiones de CO2 que destruyen la Tierra) avanza a un ritmo de 13 millones de
hectáreas cada año (casi la cuarta parte de España). Al ritmo en que se produce
y consume en el planeta que van a visitar, en 2050 vivirán en tierras
desertificadas unos 4.000 millones de personas y la resistencia a los
antibióticos, provocada entre otras causas por los contaminantes vertidos en el
agua y en los alimentos, será la primera causa de muerte en el mundo ese año.
A los visitantes les confunde la forma económica
tan extraña con que los habitantes de la Tierra hacen frente a estos problemas
pues se calcula que podrían evitarse con 19,5 billones de euros, mientras que
el coste de soportarlos supone 47 billones. Y también les resulta
incomprensible que los actuales habitantes de la Tierra no tengan en cuenta que
después de los que viven ahora allí tendrán que venir otras generaciones
futuras, sus hijos, nietos y biznietos, cuyo bienestar y forma de vida no
parece preocuparles. Aunque igualmente les sorprende el escaso cuidado que
tienen con los niños pues, como señalaba el informe Acción humanitaria
para la infancia 2019 de UNICEF que han consultado, “la infancia sufre
la mayor amenaza para su desarrollo en los últimos 30 años”. Algo que también
produce perplejidad a los alienígenas, porque en ese informe se indica que sólo
harían falta 3.500 millones dólares para conseguir que todos los menores del
planeta tuvieran cubiertas sus necesidades básicas, más o menos los
presupuestos de los 20 o 25 equipos de fútbol europeos con mayor presupuesto.
Las cuestiones económicas asociadas con la
propagación del virus llaman extraordinariamente la atención de los visitantes.
En concreto, que tampoco en este campo haya habido una respuesta global a los
cientos de millones de desempleos que va a producir, ni a la pérdida de las
miles de empresas que proporcionan los suministros básicos para la población.
Les sorprende también la imprevisión ante la gigantesca crisis de deuda que
inevitablemente se producirá una vez que se salga de la crisis actual. Aunque
nada les produce tanto estupor como el hecho de que en la Tierra se dediquen
casi 125 veces más recursos a realizar apuestas en una especie de casinos
financieros, para estos visitantes completamente desconocidos y cuya lógica
apenas entienden, que para las actividades directamente encaminadas a
satisfacer sus necesidades reales. Unos casinos a cuyo mantenimiento se dedica
más atención en la Tierra que al cuidado y a la vida de los seres vivos.
Los visitantes, en fin, tampoco pueden entender
que en el planeta que desde las profundidades del espacio se muestra con una
belleza formidable sea, en realidad, un infierno innecesario para una parte tan
grande de sus pobladores. Y no pueden explicarse cómo, a pesar de la existencia
de tantos dioses e iglesias que pregonan la bondad y el amor por todas sus
esquinas, haya tantos conflictos armados, un ambiente tan extendido de odio y
revanchismo y un sentido tan escaso de la solidaridad y de la cooperación
mutua.
Más que nada, en el informe que realizarán de sus
descubrimientos sobre el planeta Tierra, destacarán la falta de conciencia de
sus pobladores sobre su propia existencia y sobre el hecho de que conforman una
civilización que se encuentra en peligro real y cercano de extinción como
consecuencia de sus decisiones.
Ya de vuelta, uno de los alienígenas señaló en su
tableta orgánica una de las páginas de Pensamientos despeinados, un
librito de Stanislaw J. Lec que había escaneado como recuerdo en la biblioteca
de unos pueblos que habían visitado.
– Aquí
está lo que les pasa a estos humanos, dijo: es un planeta que “tiene la
conciencia limpia; no la ha usado nunca”.
JUAN
TORRES LÓPEZ
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