PÀGINES MONOGRÀFIQUES

10/3/20

La libertad que te regala la soledad es un ejercicio de responsabilidad individual


SOMOS DEMASIADOS Y DEMASIADO IGNORANTES


Confucio defendía que existen tres caminos para alcanzar la  sabiduría: a través de la imitación, el más sencillo; por vía de la reflexión, el más noble; y mediante la experiencia, el más amargo.

Joaquín Araújo  (Madrid, 1947) conjuga las dos últimas: la tercera, entre otras cosas, por edad, pero también y sobre todo por trayectoria; la segunda, por vocación.

Ferviente defensor de la soledad buscada (vive en un lugar remoto de Extremadura), este reconocido naturalista, escritor, director, guionista y un largo etcétera explica que la naturaleza le ha enseñado muchas cosas. Entre ellas, a morir.

Se define como un campesino que dedica la mayor parte de su día a día a la agricultura ecológica. Pero siempre ha encontrado tiempo (todavía lo hace) para compartir toda su sabiduría. Lo ha hecho a través de las 2.500 conferencias que ha dado por España, y por una decena de otros países, o mediante los 340 programas de televisión o los 5.700 espacios de radio en los que ha estado, y está, presente. También ha escrito más de 100 libros. El último, Laudatio Naturae (Elogio de la Naturaleza), acaba de ver la luz.


¿De dónde le nace este amor tan genuino por la naturaleza
Es complejo, debería haber algún gen escondido en mi cuerpo que me impulsó a ello [risas]. Yo no tenía ni antecedentes familiares ni ninguna inducción ni pedagogía que me pusiera en contacto con la naturaleza, pero desde muy pequeño me sentía extraordinariamente atraído por ella. Me atraía mucho la cultura rural, la vida en contacto con la agricultura y la ganadería. Incluso de niño, jugaba a cultivar la tierra.

¿De veras?
Y eso que nací en el centro de una capital, en una familia de clase media, con cuatro o cinco generaciones anteriores totalmente desvinculadas del mundo rural.

Y sintiendo, como siente usted, ese cariño por el bosque, por lo viviente, ¿cómo digiere la inacción de los poderes políticos frente al desafío del cambio climático?
Con absoluto desgarro emocional, es el gran tropiezo de la inteligencia, el desvarío de la racionalidad. Se nos olvida algo tan sencillo de entender como que el soporte de cualquier actividad literalmente exclusiva del ser humano tiene como base la naturaleza, que es nuestro propio organismo. A mí me gusta mucho afirmar que antes del primer sentimiento, del primer recuerdo, nuestro cuerpo era exactamente igual al día después de empezar a tener recuerdos, emociones y pensamientos.

Entiendo.
Sin soporte vital no hay ninguna posibilidad incluso de excluirse de la naturaleza. La civilización ha decidido excluirse a sí misma de ella, pero para eso también la necesitamos. Y voy más allá: la naturaleza nos da todo, incluso los medios para destruirla.

Interesante reflexión.
Pero no sólo estamos ante un tropiezo intelectual, sino ante una ignorancia en la que se milita a pesar de que se tiene algo de conocimiento. Sabiendo los políticos, como saben, que el cambio climático lo pone todo absolutamente en peligro, el no hacer nada se asemeja a un delito. El mundo tiene límites pero ellos juegan al crecimiento ilimitado.

Parece algo temerario, sin duda.
Estos políticos ignoran que están vivos, ignoran que el aire necesita respirar, que el agua necesita beber, ignoran que estamos quemando al aire. Y no es una visión de un enamorado de la naturaleza, es algo absolutamente constatado por la comunidad científica. Los políticos deben de ser de otro planeta, deben vivir de las sustancias químicas contaminantes, deben comunicarse solo con el ruido.

A la civilización actual no se le puede indultar del crimen de destruir el clima”, asegura usted.
Exacto. El clima es la vida de la vida. En el ordenamiento jurídico no está el clima como objeto de derechos, pero se está haciendo una absoluta atrocidad que de momento no merece indulto porque para colmo, sabiendo lo que saben los políticos, repito, no actúan. El mundo de la política es el sometimiento a las leyes que se han generado democráticamente. Pues tenemos las leyes de defensa del medioambiente, tenemos los tratados internacionales, y tenemos el compromiso además ante el conjunto de la humanidad de hacer unas cosas que luego no se hacen.

Exacto.
Como soy campesino, para mí el cumplimento de la palabra dada es estrictamente sagrado. Pero la política es la permanente traición a la palabra dada. Los políticos prometen algo que saben que no van a cumplir, y si en algún caso se acercan al cumplimiento parece que se arrepienten.

Usted asegura que estamos utilizando la inteligencia para distanciarnos de la vida.
El principal propósito de la inteligencia emocional debería ser apostar por vivir con la vida, disfrutar de lo que es absolutamente inmejorable y en la inmensa mayoría de los casos gratis. Justo ahora, acabo de parar de arar mi huerta para escuchar a una docena de especies, pájaros y anfibios. Desafío a cualquier ser humano a que se lo esté pasando mejor que yo. ¿Y eso quién me lo ha enseñado? Mi propia inteligencia, que sirve para todo lo peor y para todo lo mejor.

Tiene usted razón.
Hay que intentar que con inteligencia nos inclinemos por lo mejor, y yo no conozco nada mejor que la propia vida.

¿Estamos a tiempo de revertir el daño que le estamos infligiendo al planeta?
Eso no lo sabe nadie. Y casi es un alivio. El diagnóstico oficial es que hace ya mucho tiempo que es demasiado tarde, pero yo me niego a aceptar eso. Mantengo que todavía estamos a tiempo. Y aunque fuera verdad lo otro, no habría que cambiar ninguna de las conductas que tienen como propósito la reconciliación y el disfrute de la vida.

Le he escuchado decir que “somos demasiados y demasiado ignorantes”…
Sí, somos descaradamente demasiados. El debate sobre la superpoblación estuvo muy en auge en los años 80. Si en estos momentos necesitamos planeta y medio para el mantenimiento de lo que necesita la humanidad, cuando seamos 9.000 millones necesitaremos dos planetas. Este mundo funcionaría infinitamente mejor siendo muchos menos.

Y más cultivados…
Si todos fuéramos moralmente como San Francisco de Asís, intelectualmente como Goethe y económicamente como Joan Martínez Alier, un economista ecológico que ha estado durante muchos años como catedrático en la Universidad Autónoma de Barcelona, podríamos ser 10.000 millones perfectamente. Pero hay demasiados Trump por el mundo, demasiados ignorantes, ambiciosos, acumuladores, esclavos de la codicia y la ambición, ese es el problema.

Seguro.
Nadie es más libre que el que es consciente que tiene poco y sabe disfrutarlo, nadie es más inteligente que el que no pierde un minuto en acumular.

¿Cuántos árboles se destruyen cada día en el mundo?
Según los expertos, unos 40 millones.

¡Qué barbaridad!
Sí, lo es. Plantamos aproximadamente la mitad. En nuestro país incluso tenemos más árboles que en ningún otro momento de los últimos dos siglos, pero eso se debe a que se han abandonado casi seis millones de hectáreas dedicadas a la agricultura. En España hay más de 2.000 iniciativas vinculadas a la plantación de árboles.

Quiero entender que esta destrucción masiva diaria duele al común de los mortales, pero especialmente a alguien como usted que ha plantado 25.000.
Sí, he plantado 25.000 con mis propias manos, pero he fomentado de forma directa con proyectos míos la plantación de más de dos millones, pero esos los plantaban otros [risas].

Usted califica a los árboles “como la mejor ocurrencia de la historia de la vida”.
Así es. He escrito 8 o 9 libros sobre los árboles y el bosque. Para mí, el bosque es la exclusión absoluta de la xenofobia, es el modelo de participación en lo más público, los bosques son siempre para el conjunto de la vida, son los que fabrican la mayor cantidad de diferencias desde el punto de vista biológico, son el hogar más nutrido y afable que hay en el mundo, nos dejan comer, respirar, divertirnos e investigar, es el lugar donde seguir alimentando el asombro y la fascinación, y además lo hace gratis.

¿Qué le ha enseñado a usted la naturaleza?
A vivir. Y algo muy importante, también me ha enseñado a morir, que es lo más difícil que hay en este mundo para la condición humana. Pero cuando entiendes el lenguaje de la naturaleza y convives con ella… es una extraordinaria doctora de defunción propia, es insuperable en ese aspecto. En cambio, esta civilización de la prisa y la codicia es la que más te distancia de saber morir, es la antítesis total de lo que la naturaleza, sabia doctora, te enseña.

Usted vive en un lugar remoto de Extremadura, emboscado como le gusta decir. ¿Hasta qué punto aprecia la soledad?
Mucho. He pasado miles de días de mi vida solo en la naturaleza. Pero esa soledad es absolutamente nutritiva, pedagógica, aliviadora. La ignorancia está basada en no usar nuestra propia dotación intelectual y física para comprender el mundo, pero cuando estás solo los ojos ven más, los oídos escuchan más, la piel siente más, el olfato huele más…

Usted asegura que si uno no sabe estar solo, nunca será libre del todo.
La soledad impone un máximo riesgo, pero el premio es la mayor libertad posible desde el momento en que no te ves obligado a hacer nada por imperativo legal, ordenamiento, urbanidad o sencillamente por buena educación. La convivencia resulta imprescindible pero exige miles de obediencias para que sea posible. La libertad que te regala la soledad, en cualquier caso, está plagada de un ejercicio permanente de tu responsabilidad individual. No puedes delegar en nadie.

Eso es verdad.
Todo lo que logras depende de tus exclusivas decisiones e incluso de tus destrezas para la supervivencia sin ir al supermercado. En soledad no es raro llegar a desempeñar un par de docenas de oficios diferentes. Es más, te impele a pensar más y mejor en las consecuencias de tus actos que llevas a cabo cuando te parece bien y no cuando algún otro te ordena, sugiere o manipula para que hagas esto o aquello. La soledad te descubre a ti mismo ya que eres el único espejo disponible. La soledad es una de las mejores compañías.

Maravillosa contradicción.
Sobre todo combato esa especie de absoluta y delirante tortura que es el amontonamiento, porque éste se convierte en ruido, suciedad y fealdad. Pero para la mayor parte de la gente resulta que eso es insustituible. Pues no, mire usted. Lo que es insustituible es la naturaleza. Todo lo que hacemos los humanos se puede hacer infinitamente mejor sin ruido y amontonamiento. Yo soy un ser social, y aunque tenga una magnífica relación con la soledad, en absoluto soy un eremita ni nada parecido.

Por Josep Fita
Ecoportal.net

No hay comentarios:

Publicar un comentario