PÀGINES MONOGRÀFIQUES

17/2/20

Crear espacios donde además de comprar se pueden intercambiar experiencias

COOPERAR PARA ALIMENTARNOS

Cuando formar parte de una cooperativa de consumo significa mucho más que tener un lugar en el que comprar.
La vida en los proyectos cooperativos de consumo agroecológico vista desde dentro.

Impulsar un cambio en el modelo de consumo, implicarte en una iniciativa que comporte mejoras sociales, cuidar tu salud y la del medio ambiente, ahorrarte dinero al hacer la compra, consumir productos con unos criterios que has ayudado a definir, pagar lo que consideras que toca a los productores.

Lo que lleva a alguien a unirse a una cooperativa de consumo agroecológico es variado. Pero lo que sí suele ser común entre estas personas es el conjunto de beneficios que obtienen a cambio. Muchas, por lo menos la mayoría con las que hemos hablado, coinciden en asegurar que formar parte de una cooperativa de consumo significa mucho más que tener un lugar adonde ir a comprar. También quiere decir aprender, sentir que se forma parte de un grupo o comunidad, conocer gente, construir y fortalecer vínculos o impulsar la transformación social.


Así nos lo han explicado Gisela y Albert de El Brot (Reus), Hilari, Francesc y Míriam de La Magrana Vallesana (Granollers), Montse, Bea y Jaume de Som Alimentació (Valencia), Jon e Izaskun de Labore (Bilbao y Oiartzun) y Kim, François, Carla y Ann del Park Slope Food Coop (Nueva York). En algún momento de su vida empezaron a preguntarse y a reflexionar, entre otras cosas, sobre el circuito que recorrían los productos que consumían, el precio que pagaban y dónde iba a parar el dinero.

Los motivos que los llevaron a hacer esta reflexión son varios y mientras unos apelan a razones de  toma de conciencia sobre qué y cómo producimos y consumimos, otros están más bien condicionados por cuestiones económicas, motivo especialmente dominante entre las socias del Food Coop  del barrio neoyorquino de Brooklyn. No obstante, sean los que sean los motivos y tanto si es en Reus, Granollers, València, Bilbao, Oiartzun o Nueva York, el momento de apostar por el cambio llegó. Un cambio que en todos los casos ha revertido en una mejora social, económica y también personal.

En este reportaje ponemos el foco en las personas y en sus experiencias a raíz de participar en un proyecto cooperativo de consumo alimentario, sea un supermercado o una cooperativa de consumo agroecológico. Personas que han impulsado el proyecto, que trabajan en él, que colaboran voluntariamente o que consumen nos hablan de las satisfacciones y de las dificultades, de las relaciones personales que se crean en estos espacios, de los lazos comunitarios que se refuerzan o de las peculiaridades y beneficios de formar parte de ello.

Este artículo es un abstracto del reportaje que se publicó en el cuaderno 56 “De la tierra al plato”.
 
Qué hago yo en un lugar como este
¿Por qué se consumen productos ecológicos, de proximidad y de comercio justo? ¿Por qué se unen a una cooperativa? ¿Por qué practican un consumo respetuoso con el entorno? ¿Por qué se apuesta por el cambio de modelo de consumo predominante? Algunas de estas cuestiones las hemos abordado en el artículo “Qué nos lleva al consumo consciente”. Albert Vinyals, profesor de psicología del consumo y autor del artículo, explica que la gente que acostumbra a plantearse este tipo de preguntas y a actuar en consecuencia tiene muy presentes valores como el altruismo, el cuidado del medio ambiente, la justicia, la integridad y el respeto.

Bea forma parte del Consejo Rector de Som Alimentació y de la comisión de actividades. Se unió al proyecto cuando este tenía poco más de un año de vida, la idea enseguida la sedujo. Tenía ganas de participar en un supermercado cooperativo para conocer a gente con inquietudes similares, un lugar donde los criterios de compra fueran la agroecología, la proximidad o la artesanía, y que buscaran cambiar la actitud del cliente convencional para animarlo a ser partícipe de un proyecto: “Me lo imaginé y al ver el sentimiento de felicidad que me producía, la decisión estaba  clara”.

De hecho, nuestras elecciones pasan por el canal de las emociones. Cuando tenemos que tomar una decisión, por muy racional y meditada que nos parezca que es, la mente se acaba inclinando por aquellas opciones que nos tocan alguna emoción. Eso no quiere decir, sin embargo, que la razón no intervenga de ninguna manera ni en ningún momento. Los protagonistas de nuestro reportaje tienen motivos objetivos y racionales que los han llevado a dejar de consumir en grandes superficies y apoyar e, incluso, impulsar cooperativas de consumo y supermercados cooperativos. No obstante, en muchos casos, todo germina en la satisfacción que les produce sentir que están contribuyendo a crear una sociedad mejor.

El boca a boca contribuye mucho a la difusión de este modelo de consumo. Carla, asturiana instalada en el barrio de Park Slope de Nueva York, conoció el supermercado cooperativo Food Coop a través de una amiga que, de vez en cuando, le llevaba productos de la cooperativa y así se dio  cuenta de la mejor calidad de sus alimentos.
Hilari, que transformó su tienda de comestibles convencional en La Magrana, también cree que  explicar qué son las cooperativas de consumo agroecológico, cómo funcionan, qué se puede encontrar, etc. es clave. “Solo se trata de que alguien nos despierte las inquietudes que tenemos adormecidas u olvidadas.”

Cuando nuestro entorno nos necesita

Estamos rodeados de grandes superficies, están aquí todas las principales cadenas de supermercados”. “Aquí” es Oiartzun, un municipio del País Vasco con poco menos de 10.000 habitantes, y quien lo dice es Jon Legorburu, presidente de Labore Oiartzun y miembro del grupo motor que hace dos años decidió impulsar este supermercado cooperativo. Se dieron cuenta que el sector primario de la zona necesitaba ayuda y no consideraba que las grandes superficies fueran la solución, sino al contrario. Sensibilizado por esta causa y teniendo claro que de alguna  manera se tenían que incluir métodos de autogestión, impulsó Labore Oiartzun, que hoy cuenta con casi quinientas personas asociadas en esta  localidad.

El proyecto homólogo de Bilbao tiene un recorrido similar. Empezó de la mano de un grupo de gente motivada por avanzar en la soberanía alimentaria y constituir una alternativa real a los canales habituales de comercialización. Izascun es una de sus socias impulsoras. Se unió al proyecto justo un año antes de la apertura del supermercado, cuando solo era una idea sobre papel. Creyó que era una propuesta muy interesante para una ciudad como Bilbao, ya que no había nada parecido.

Labore de Oiartzun se creó un año antes que Labore Bilbao. Funcionan de manera independiente  pero ambos fueron motivados por la idea de poder disponer de un supermercado donde comprar los productos que habitualmente consumimos en el día a día y con un denominador común: la  proximidad en el origen de los productos. Así, las verduras, el queso, los yogures, el pan, los huevos, el aceite o las conservas provienen de Guipúzcoa, Vizcaya, Álava y, como muy lejos, de Navarra.

Productos ecológicos y con gran impacto social y cultural, al mejor precio

A menudo se asocian los productos ecológicos, de comercio justo y de proximidad con precios más elevados, lo que lleva a pensar a mucha gente que este tipo de consumo puede llegar a ser elitista y prohibitivo. Hay quien confiesa que no está dispuesto a hacer un esfuerzo económico y otros aseguran que no lo pueden hacer. Pero ¿y si la situación fuera al revés? ¿Y si consumir en  supermercados cooperativos resultara más barato?
Eso es lo que pasa en el Park Slope Food Coop de Nueva York. En este supermercado, actualmente referente de este modelo y operativo desde los años setenta, el precio se reduce hasta un 40% si lo comparamos con el resto de supermercados de la ciudad.

Muchos vecinos y vecinas del barrio de Park Slope, en Brooklyn, han visto en el supermercado cooperativo la solución para llegar a final de mes relajadamente. Kim lo tuvo claro cuando nació su tercer hijo, hace doce años. “De golpe me vi con tres criaturas y me di cuenta de las cantidades que llegaban a comer”. También es el caso de François, francés instalado en Nueva York desde hace diecisiete años y que, al llegar a la ciudad, casi en shock por los precios de la fruta, la verdura o la carne, y la baja calidad que tenían, necesitó buscar una alternativa, que encontró en el Park Slope Food Coop.

Tanto Kim como él desconocían la gran labor de este supermercado cooperativo en el barrio, no fue hasta que se involucraron cuando se dieron cuenta de la gran aportación social y  cultural que hace en el territorio. A François le gusta mucho leer el periódico que publica la cooperativa: “Veo que están involucrados en muchos movimientos sociales y políticos, que organizan un montón de acontecimientos, no solo los talleres o las clases de cocina, sino también conciertos y actividades de carácter más lúdico”.

¿Cómo es comprar en un supermercado cooperativo?

Tanto los supermercados cooperativos como las cooperativas de consumo de este reportaje ofrecen la mayoría de productos que se pueden hallar en cualquier otra tienda. En una primera impresión, y sobre todo vistos desde la calle, estos establecimientos no suelen diferenciarse del resto de tiendas o supermercados. Un rótulo que lo anuncia, una puerta de entrada amplia, los productos colocados a lo largo de los pasillos más o menos largos y ordenados por secciones, y un espacio para pagar la compra. Nada excepcional si no nos paramos a observar los detalles: no hay altavoces que anuncien las últimas ofertas y promociones, no se oye música estridente, el espacio es intencionadamente amplio para poder comprar con tranquilidad y poder pararte a conversar con quien te encuentres, la mayoría del mobiliario y complementos son de madera y mimbre en lugar de plástico.

En Labore y en La Magrana, encontramos un pequeño espacio infantil en el interior del establecimientos donde las criaturas pueden estar mientras los adultos compran. En el caso del Park Slope Food Coop, esta zona para las criaturas tiene todavía más entidad: una sala enorme con juguetes, libros, material para hace trabajos manuales, etc. y un grupo de voluntarios que cuidan a los niños. Para Kim y su pareja este espacio es el óptimo para sus tres hijos cuando están haciendo el turno de trabajo en el supermercado o la compra, no solo porque tienen el canguro resuelto, sino porque durante ese rato “interactúan con otros niños y niñas, de su edad o no, se conocen, juegan, aprenden… Y cuando se acaba nuestro turno de trabajo, tenemos un nuevo espacio para conocer a las otras familias que también tienen hijos”.

La experiencia de compra es lo que se percibe y las sensaciones que se producen cuando estamos en el establecimiento. Qué música oímos de fondo (si tiene un ritmo frenético que nos empuja a entrar-comprar-pagar-irse; si nos conecta con un recuerdo positivo que nos generará alegría y, por lo tanto, fácilmente nos conducirá a consumir más, etc.); los olores que predominan en el ambiente (existen ambientadores con olor a pan recién hecho, a fruta fresca o a gofres, que provocan ganas de consumir estos productos aunque no los necesitemos); el diseño y la decoración del espacio  (productos apretados que nos hacen pensar que es más barato; colores blancos o brillantes que nos hacen creer que es más lujoso y por tanto es lógico pagar más por ello), etc. Las grandes cadenas dedican muchos esfuerzos a hacer que esta experiencia sea gratificante para la clientela porque, así, querrá volver a venir a comprar en un futuro. Generar este confort en el momento de la compra, sea en una tienda física o digital, se convierte en una de las principales estrategias de fidelización.

Las cooperativas también consideran necesario fidelizar a la comunidad y generar una buena experiencia de compra. Sin embargo, en estos casos, lo que las mueve no es el afán de lucro, sino aumentar la base social y contagiar esta manera de consumir. Su intención es ofrecer un espacio agradable y confortable donde comprar consista también en una actividad social e incluso política, decidiendo qué se necesita, qué hay que comprar y dónde invertir el tiempo y el dinero. En estos lugares, pues, lo que engloba la experiencia de compra surge de manera espontánea y natural.  Encontrarse a gusto, poder opinar sobre el espacio o los productos que se venden, aportar ideas, sentirse escuchado o poder charlar con el resto de socios forma parte de la genuinidad del proyecto.

Se compra sin prisas, hablas con la gente, te comunicas”, explica Jon, de Labore. En ningún caso se pretende crear simples supermercados para reproducir la secuencia automática de  comprar-pagar-irse; por eso, en la mayoría de los casos se organizan actividades principalmente relacionadas con el sector alimentario y la salud: degustaciones, talleres, charlas, etc. Así es como  consiguen crear espacios vivos y dinámicos donde además de comprar se pueden intercambiar experiencias, y todo el mundo puede sentirlos un poco suyos.

A la hora de comprar cada uno tiene  sus costumbres. Y hacerlo en una cooperativa, no necesariamente altera nada de la organización doméstica. Francesc dice que le encanta “cómo está montado aquí (La Magrana). Dedico una tarde a la semana a venir a comprar y lo puedo conseguir casi todo aquí”. En cambio, Míriam, como es del barrio, reconoce que compra en función de las necesidades que le van surgiendo: “Ahora vengo  a buscar la cesta, pero quizá mañana volveré si veo que me falta algo”.

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