PÀGINES MONOGRÀFIQUES

27/12/19

Caminar, ligeros de equipaje, hacia el ideal. Salirnos de lo que damos por sentado

EL OFICIO DE VIVIR EN TIEMPOS DE EMERGENCIA CLIMÁTICA


Un amigo me ha pedido que participe en unas jornadas que organiza en su pueblo hablando de cambio climático, decrecimiento o lo que sea. El caso es que yo no tengo una formación reglada con respecto a estos temas. Solo tengo una gran curiosidad y la herencia con la que mi padre y madre me soltaron al mundo. Mi padre me prestó el amor a la naturaleza y mi madre una inacabable pasión por los libros. Así que supongo que mi disposición hacia la ecología y esta falta de pereza intelectual que me empuja a leer sobre cualquier tema que me inquiete, me preocupe y me interese, son los desencadenantes de mi activismo y también de estas parrafadas que escribo. Supongo que por estas razones, mi amigo me pide que participe.

El tema que trataré será La buena vida en tiempos de emergencia climática y para hilvanar mi exposición y ordenar mis ideas escribo este texto.

Reflexionaré desde el borde hacia el núcleo. El cambio climático y el descenso energético son el Auryn, las dos serpientes que se muerden la cola y que conforman el marco de nuestro presente y nuestro futuro inmediato. Después abordaré la tendencia política y económica mundial y, finalmente, hablaré de ti, de mí, de nosotros. En este texto solo trataré de soslayo la Sexta Gran Extinción de las especies, pero me gustaría expresar que el resto de seres vivos que nos acompañan en este planeta son nuestros compañeros de viaje, que es dudoso que podamos sobrevivirlos y que aunque pudiésemos, un planeta así vacío no merecería la pena ser vivido.


Emergencia climática

Esta semana entonábamos un réquiem por el mar Menor. Ayer mismo, a través de un contacto en mis redes que está en Ecuador pude ver cómo en la revuelta indígena abatían a tiros a un hombre. Este verano ardía sin tregua el bosque primario más valioso del planeta y contemplamos por primera vez cómo Groenlandia perdía todo su hielo. Hoy hemos visto un río de sangre en las calles de una ciudad de Siria. Estamos viviendo tiempos interesantes y la gran mayoría no lo sabe.

Ahora mismo estoy leyendo Planeta Inhóspito, la traducción de algunos informes del Grupo Asesor Científico de la Cumbre de Acción Climática de la ONU recientemente publicados y de otros climatólogos, y la imprescindible serie: “Peor de lo esperado” en el blog de Ferran Puig. Lecturas que aplastan cualquier sueño de futuro. Cuando los adolescentes de Friday For Future dicen que es una “emergencia climática” es que lo es. Estamos desatando procesos de retroalimentación que nos llevarán a un aumento de las temperaturas de más de 2 o 3 grados antes de que termine el siglo y que convertirán buena parte del planeta en inhabitable. Procesos que seguirán más allá del 2100 y que con toda seguridad acabarán con nuestra civilización y con gran parte de la biota. Reproduzco algunas de las notas al pie de uno de los informes:

1) La probabilidad de que exista una capa de hielo marino en el Ártico después de 2022 es prácticamente nula… “¿Podemos perder el 75-80% del hielo permanente y recuperarnos? La respuesta es no“, dijo el 15 de enero de 2019 James Anderson, académico de química atmosférica en la Universidad de Harvard, a Forbes, (McMahon, J, 2015, “We have five years to save ourselves from climate change, Harvard scientist says“, Forbes, 15 enero 2018).
2) A medida que se deshielan los glaciares de las regiones que rodean al Indo y al Ganges, los ríos sufrirán graves inundaciones, pero esa tendencia posiblemente cambiará a la contraria en la segunda mitad de siglo y las inundaciones se verán remplazadas por una disminución en el flujo de agua para aproximadamente 1.900 millones de personas que viven a lo largo de esos ríos (Temple, J, 2019, India’s water crisis is already here. Climate change will compound it“, MIT Technology Review, 24 Abril 2019). La intrusión marina, causada por niveles de mar más altos, contaminará las regiones fértiles del delta. Imágenes desclasificadas de un satélite espía de EE. UU. de mitades de los 70 han permitido a los investigadores determinar que los glaciares pueden haber perdido hasta un cuarto de su masa durante las últimas cuatro décadas, el ritmo se está acelerando, y la pérdida anual desde el 2000 ha sido alrededor del 1%. Si estas tendencias continúan y el ritmo de pérdida continúa creciendo, más de la mitad de la capa de hielo se habrá perdido para el 2050, quizá hasta dos tercios (Maurer, J.M, et al., 2019, “Acceleration of ice loss across the Himalayas over the past 40 years“, Science Advances, 5, eaav7266; ABC/AP, 2019; “Cold War spy satellite images show Himalayan glaciers are melting fast“, ABC News, 20 junio 2019)
3) El escenario hipotético de la “Tierra Invernadero” es uno en el que las retroalimentaciones sistémicas y su interacción mutua podrían llevar al Sistema Climático del Planeta a un “punto de inflexión” en el cual un aumento del calentamiento podría llegar a ser autosuficiente (sin más perturbaciones humanas). Este límite podría darse con un aumento de temperatura de apenas 2ºC (Steffen, W, et al., 2018, “Trajectories of the Earth System in the Anthropocene“, Proceedings of the National Academy of Sciences, 115, 8252-8259). Steffen dijo a The Guardian; “Creo que el marco lineal y determinista dominante para evaluar el cambio climático tiene fallos, especialmente en niveles más altos de aumento de temperatura. Así que, sí, las predicciones a partir de modelos que no incluyen estos procesos son realmente menos útiles en niveles de temperatura más elevados. O, como dice mi coautor John Schellnhuber, estamos cometiendo un tremendo error cuando pensamos que podemos “aparcar” el Sistema Planetario en cualquier subida de temperatura, por ejemplo 2ºC, y esperar que se quede ahí” (Readfearn, G, 2018, “Earth’s climate monsters could be unleashed as temperatures rise“, The Guardian, 6 octubre 2018). [1].

¿Cómo podemos leerlo y permanecer impasibles? En la práctica estos escenarios, significarán un ecocidio y un genocidio como nunca, nunca, nunca ha vivido la humanidad. Si tienes hijos, si a tu alrededor hay pequeños a los que quieres, ¿cómo puedes permanecer impasible? Y si no los tienes pero amas la vida, ¿cómo puedes permanecer impasible?

No hay tiempo que perder, no podemos seguir quemando combustibles fósiles y sin embargo, solo en las tres últimas décadas –cuando ya éramos conscientes y conocedores de lo que es el cambio climático- arrojamos a la atmósfera más de la mitad del CO2 atmosférico debido a la quema de hidrocarburos. Jamás en la historia de nuestra humanidad la atmósfera que nos envolvió tuvo esta cantidad de dióxido. No podemos seguir quemando combustibles fósiles, tenemos que dejarlos bajo tierra.

En la senda del descenso energético

No hace mucho leía en un comentario de un contacto que la transición energética es impensable sin una transición social previa. Esta afirmación que comparto y entiendo plenamente, tiene una esencial explicación. Nuestro modo de vivir es inviable, no se puede sostener solo con energías renovables. La civilización industrial tal cual la conocemos solo es y ha sido posible gracias a los combustibles fósiles. Los combustibles fósiles y su casi sobrenatural poder energético nos han dotado de un excedente tan inimaginable de energía que en gran parte de nuestra historia contemporánea hemos vivido como si tuviéramos 100 esclavos energéticos a nuestra disposición. Y hemos crecido así, dando por sentado acciones que nos permiten extralimitar los estrechos condicionamientos de nuestros cuerpos humanos y los límites del planeta.

Movernos de parte a parte del globo en pocas horas, comer todo aquello que nos apetezca independientemente de la época del año, sumergirnos en un hedonismo oscuro que socava al apurar el presente, los cimientos del futuro. Encontrar la sola satisfacción en los bienes materiales, relegando los bienes relaciones. Vivir bajo la ley del mínimo esfuerzo, disociando las terribles consecuencias que tienen algunos de nuestros actos para no mirarnos en el terrible espejo de la culpa y la responsabilidad. Vivir al margen de las leyes naturales, tomando por derechos aquello que en el fondo son privilegios porque vulneran el delicado equilibrio en el que la biosfera propicia la vida.

Todo esto, esta manera de vivir y sentir ha sido posible gracias a los combustibles fósiles, pero la era del petróleo accesible, abundante y barato se acaba. Estamos descendiendo por la pendiente de la campana de Hubbert y cada año que pasa tenemos menos energía disponible para nuestras actividades humanas con todo lo que eso significa. La realidad material nos alcanzará y no podremos quemar más petróleo y aunque pudiéramos no deberíamos hacerlo. Tenemos que dejarlo bajo tierra.

Revolución sí, pero por lo importante

Todo empezó en noviembre de 2018, los chalecos amarillos tomaron las carreteras y las calles de París con determinación para protestar por el alza del precio del diésel. Este pasado octubre, hemos presenciado revueltas por razones muy parecidas en Ecuador, Haití y en Chile. Según el FMI es necesario repercutir en los ciudadanos este recargo a los combustibles fósiles para contener las emisiones de gases GEI y aunque la excusa parece ser el cambio climático, hay otra lectura directamente relacionada con la escasez de petróleo. Somos tan dependientes estructuralmente de los combustibles fósiles que este tipo de medidas, si no van acompañadas de otras encaminadas a ayudar a los más pobres y necesitados, siempre harán pagar el precio de la transición a quienes más ayuda necesitan.

Así que voy a hacer un esfuerzo por argumentar sobre el decrecimiento y la necesaria transición descarbonizada de nuestra sociedad. Y sobre cómo el plan neoliberal es precisamente empobrecernos para mantener el margen de beneficios a costa de los ejes principales de nuestras vidas.

Vivimos en un mundo finito, de recursos finitos. Nuestra economía, globalizada y que extiende sus tentáculos hasta el rincón más remoto del planeta (recuerdo la reciente foto de los escaladores haciendo cola en el Everest) se basa en el crecimiento indefinido. Si alguien ha trabajado para alguna empresa de las del IBEX, lo sabrá en sus propias carnes: no basta con dar beneficios año tras año, hay que crecer.

La economía —aun la especulativa— tiene una base material que depende directamente de los recursos del planeta. En especial del petróleo, puntal del que depende absolutamente la extracción de todos los demás (incluidas las energías renovables). El petróleo está sujeto a un pico de extracción que ya hemos superado. Es decir, de ahora en adelante la energía barata se termina; esto en la práctica tiene un nombre: recesión.
Esta realidad es bastante ignorada por (o mejor, ocultada a) el ciudadano de a pie, pero no es ignorada por las grandes transnacionales; no solo no lo desconocen sino que además están tomando posiciones para mantener sus negocios. De hecho, es un proceso que lleva varias décadas.

Empezó con la deslocalización a países subdesarrollados en los años 80, donde era más sencillo aumentar la tasa de ganancia a costa de los salarios y derechos laborales de los ciudadanos del tercer mundo que a costa de los ciudadanos europeos protegidos por una regulación laboral proteccionista. Y continúa actualmente en nuestra Europa del bienestar con esa ofensiva neoliberal a todo lo público: educación, sanidad, redes de transportes, energía, etc. El objeto final de ese modelo en el que se está profundizando, lo tenemos en Estados Unidos y tiene como fin mantener a costa de las personas, los márgenes de beneficio del capital. El crecimiento en este planeta de recursos decrecientes siempre es un juego de suma cero[2].

Esto me lleva a la siguiente premisa: efectivamente despojarnos de los servicios públicos esenciales, precarizar el empleo y encarecer la vivienda, nos conducen a decrecer materialmente. Y esto exige de nuestra contestación, exige sacudirnos la indiferencia. Pero, en la civilización de la desmesura, tenemos que ser conscientes de que vivimos en un mundo de recursos menguantes y amenazado por diferentes crisis ecológicas. En un mundo de recursos cada vez más escasos en el que la atmósfera está ya a 410 partes por millón de CO2[3], en el que los acuíferos del planeta están sensiblemente menoscabados y amenazados por el cambio climático, con un modelo de agricultura industrial dependiente de los fosfatos que son finitos y también están sujetos a su pico de extracción, recorriendo ya la senda del descenso energético, en un proceso de deterioro global de las tierras fértiles del planeta. En un mundo de estas características, la economía debería ser la ciencia que gestiona la escasez y debería gestionarse con criterios de justicia social.

Pero no está siendo así y no lo será si no lo impedimos. Yayo Herrero lo explica muy bien en un breve vídeo. La ultraderecha está incorporando con naturalidad la escasez material de los recursos a su discurso y cuando dicen “aquí no cabemos todos” tienen razón: dentro de un sistema económico basado en el crecimiento indefinido, “no cabemos todos”. Pero otro paradigma ha de ser posible. Y para ello nosotros mismos tenemos que ser capaces de ordenar nuestras prioridades. Nuestras prioridades no serán los viajes en avión, el smartphone último modelo o el coche eléctrico en la puerta de nuestra casa. Nuestras prioridades han de estar en lo esencial: alimentación saludable, un aire para respirar sano, agua potable, un sistema de salud público, educación, un tren convencional que una los territorios, vivienda digna y nuestros paisajes de referencia floreciendo en su esplendor. Hay una lucha política que disputar, pero no debemos confundirnos, nuestra lucha está en lo esencial.

Mientras, el capital avanza hacia formas cada vez más ecofascistas. Muchos autores advierten: frenar y reducir las emisiones de dióxido de carbono en un tiempo lo suficientemente breve como para poder contener el aumento de la temperatura a 1,5 grados supone implantar una economía de guerra que racionalice (en el más puro sentido de la palabra) las actividades económicas, cerrar sectores enteros de la producción, relocalizar la economía, fomentar la agroecología y reforestar a un ritmo nunca visto. Y hacerlo, por supuesto, con criterios ecosocialistas y ecofeministas.

Pero como bien dice Jorge Riechmann[4]:
Lo ecológicamente necesario es cultural y políticamente imposible. Y lo políticamente posible no sale de la trayectoria mortal en la que nos hallamos: ecocidio más genocidio. Lo que tiene potencial de mayorías no nos saca del atolladero ecológico. (Es el modelo del borracho buscando las llaves bajo la farola, en el chiste). Y lo que nos sacaría del atolladero ecológico no tiene potencial de mayorías.

En los últimos meses estamos siendo testigos de diversas revueltas populares en distintos puntos del planeta; que nadie se engañe, se van a multiplicar. El sistema tenderá a mantener los privilegios de una minoría a costa de lanzar a los arrabales de la exclusión a una cantidad creciente de personas, grupos sociales y hasta países. La dignidad no estará junto a los tibios, los neutrales ni los indiferentes. El futuro exigirá de nosotros, nuestro compromiso social, político, colectivo y comunitario.

Caminando sin equipaje a la utopía

¡Qué difícil es hablar de una vida con sentido cuando la ciencia nos está diciendo que vamos abocados al desastre! Intentaré reflexionar sobre esto, pero no es tanto un ejercicio intelectual sino puro sentido común y, además, las acciones sencillas y cotidianas que hago y que hacen los que amo y admiro. Sé que muchos me leerán utópica e idealista, pero por no perseguir la utopía vamos de cabeza a la más devastadora distopía jamás imaginada y mucho menos vivida. Tendremos que hacer un esfuerzo y caminar, ligeros de equipaje, hacia el ideal. Salirnos de lo que damos por sentado y atesorar esa pequeña esperanza contrafáctica que tantas veces menciona Jorge Riechmann en sus textos[5].

El reloj

No hace mucho, debatiendo sobre la controvertida sostenibilidad del patinete eléctrico, un contacto de mis redes virtuales comentaba que usarlo le permitía dormir cuarenta minutos más todos los días —ni que decir tiene que yo, ciclista empedernida, defiendo la bicicleta como vehículo feliz e ideal de movilidad urbana—, pero las razones que aducía mi contacto no dejan de tener peso: no hay que obviar que en ciudades monstruosas conciliar los tiempos del cuidado y la familia con los del trabajo requiere, en demasiadas ocasiones, usar un coche. No obstante, lo que me llama la atención, es que intentemos avanzar hacia un modelo de sociedad sostenible sin cuestionar las bases, simplemente cambiando una herramienta por otra un poco (solo un poco) más sostenible. Y me explicaré: necesitamos bajar el ritmo, jornadas laborales de menos horas, trabajar más cerca de casa, minimizar las necesidades de transporte, necesitamos tener tiempo para nuestras familias y también para encontrar aquellas actividades que nos procuren bienestar físico, mental y espiritual, necesitamos tiempo para la vida.

Y en una sociedad así ordenada, hecha para satisfacer las verdaderas necesidades humanas, ir en bicicleta o caminando al trabajo serían actividades que nos proporcionarían no solo una vida más saludable sino además un íntimo placer. No en vano, evolutivamente, seguimos siendo los mismos nómadas que nuestros tatarabuelos que con sus solos pies llegaron hasta los rincones más remotos del planeta. Nos hace mucha falta reinventar el transcurso del tiempo. Despegarnos de los ritmos mecánicos de los relojes y abrazar el ritmo natural de la luz del día que se imbrica dentro del ritmo interno de las propias estaciones. Sentir la fortaleza de nuestras piernas. Reclamar la lentitud. Y frente al ritmo frenético, abanderar la pereza.

Lujosa pobreza

Mi hermana a veces me cuenta tristemente que Leo y Laila tienen demasiados juguetes y que van tanto a los parques temáticos infantiles, que apenas lo valoran. A cambio de nuestro tiempo, a cambio del aire limpio de las ciudades, a cambio de nuestros bosques, montañas y playas, a cambio de nuestras relaciones con los demás, el sistema nos devuelve cosas y más cosas, artefactos, cachivaches que muchas veces tienen una huella social y ecológica de sombra insoportable para nuestras frágiles conciencias. Una huella que permanece oculta y que casi siempre no queremos mirar. Es un pacto con el diablo terrible: vendemos nuestra alma, aquello que nos permite vivir con dignidad a cambio de cacharros y experiencias empaquetadas en un alto uso de la energía.

Si hay una vida buena, no está en una habitación llena de juguetes, está en una infancia de exploradores, de cuevas secretas, de cabañas en los árboles. Está en la lujosa pobreza de no tener parchís, pero tener amigos, amigos que saben hacer círculos perfectos y que aman colorear el mundo. Y con tus amigos, una tristona chapa de madera y unas viejas témperas, pasar la tarde de diciembre fabricando el parchís. Y al final del día no saber si fue más divertido comerte todas las rojas o los entresijos de la diversión. Si hay una vida buena, está en la lujosa pobreza de subir a un tren y desear que el viaje sea lento, tan lento que puedas escribir esa carta de amor que te arde en las entrañas. Está en la lujosa pobreza de disputar el almíbar de una breva a las avispas. Si hay una vida buena, está en la lujosa pobreza de llegar caminando con un libro de poesía amarillento en la mochila hasta tu lugar secreto donde hay un nisperero, una vieja cruz y un banco. Y que el nisperero, la vieja cruz y el banco te reciban impacientes y alegres porque saben que les leerás en voz alta algún poema. Si hay una vida buena, está en la plaza de un pueblo o de un barrio donde en una mesa larga a la sombra de los plataneros toda una comunidad comparte pan, un guiso, dulces manzanas, sueños, chismorreos, risas y canciones.

El mejor espejo, las pupilas del otro

Unos párrafos más arriba, he afirmado que en el futuro cercano tendremos que comprometernos social, política y colectivamente. Lo cierto es que nuestras sociedades son sumamente individualistas, y nuestras necesidades (y como mucho las de nuestros más allegados) continuamente se ponen por encima del bien común. No es —creo— un proceso consciente: es la manera en las que nos han socializado, tratándonos como consumidores y mercantilizando casi todos los aspectos de nuestras biografías. Todo es posible si lo puedo pagar, así que si tienes dinero solo tienes que desearlo. Además, durante mucho tiempo, se nos ha ocultado que los costes reales de muchas de nuestras acciones y hábitos banales los estaba asumiendo el planeta que propicia la vida. Pero tendremos que comprometernos política, social y colectivamente porque tendremos que defendernos y es organizados y cooperando como damos siempre lo mejor de nosotros mismos. Nos prefieren atomizados, en frente de la estantería del supermercado, con las gafas de la presbicia puestas, intentando adivinar qué marca de galletas no utiliza aceite de palma. Nos prefieren así y no en la calle, coordinados y cooperando, haciendo del activismo y del compromiso social, el leitmotiv de nuestras vidas.

Tendremos que organizarnos para defendernos. Sin embargo, cuando trabajas codo con codo con tus vecinos, cuando compartes objetivos y visiones, mesa y mantel, cuando cosechas pequeños éxitos, te das cuenta de que el camino se convierte en meta porque los vínculos con las personas que nos rodean dan sentido a nuestras vidas. Así que una vida con sentido es una vida con otros, haciendo cosas para otros.

Sempre caro mi fu quest’ermo colle

El otro día en Twitter alguien hablaba de recuperar la patria chica. Aquellos lugares en los que crecimos y fuimos felices como en aquella canción de nuestra admirada Mercedes Sosa. Recuperarla porque la cosmovisión generalizada nos empuja a cruzar el mundo en tiempos y velocidades sobrehumanas y a olvidarnos de los lugares que nos rodean y forman parte de nuestra historia. Pero entendámoslo, dejar de emitir CO2, dejar el petróleo bajo tierra, frenar el aumento de la temperatura, supone no viajar y si lo hacemos, hacerlo despacio, con tiempo, con el impulso de nuestras piernas o en bicicleta. Supone recorrer lentamente una comarca y conocer sus rincones. Y aunque pudiera parecernos que el mundo se vuelve pequeño, aun así, el viejo, querido y conocido cerro, nunca nos decepciona y nos presta cada día un atardecer diferente e irrepetible, el eco de otras estaciones y la inmensidad del infinito:

L’INFINITO
Siempre querido me fue este solitario cerro
y este seto que tanta parte
del último horizonte la mirada excluye.
Mas, sentado y mirando interminables
espacios de allá lejos, y sobrehumanos
silencios y su hondísima quietud,
me quedo enmimismado hasta que casi
el corazón se teme. Y como el viento
cuyo tráfago escucho entre las hojas, a este
silencio sin fin esta voz
voy comparando: y me acuerdo de lo eterno
y de las muertas estaciones y la presente y viva,
y sus sonidos. Así a través de esta
inmensidad se anega el pensamiento mío;
y naufragar me es dulce en este mar.

Leopardi

Referencias
Pido disculpas por las imprecisiones si las hubiese, aquí van sitios y recursos que leer y sobre los que cimento mi opinión:

Sobre cambio climático:
Sobre el descenso energético:
Libros:
  • Planeta Inhóspito. David Wallace
  • Moderar Extremistán. Jorge Riechmann
  • En la espiral de la Energía (dos volúmenes). Ramón Fernández Durán y Luis González Reyes
  • Cambiar las gafas para mirar el mundo. Autores varios.


Notas:
[1] Para los desacostumbrados a esta lectura… Retroalimentaciones positivas significa que se desatan procesos que refuerzan el efecto invernadero. Hay dos muy preocupantes y que hoy pueden estar ya complicándose:
  1. Debajo del permafrost y del hielo del Ártico hay bolsas de metano. El metano es un gas de efecto invernadero mucho más potente que el CO2 (sin embargo se mantiene durante menos tiempo en la atmósfera). El deshielo que ya hoy está en curso, tiene como consecuencia que esas bolsas de metano se liberen como chimeneas mortíferas a la atmósfera reforzando el efecto invernadero.
  2. El albedo es el porcentaje de radiación que cualquier superficie refleja respecto a la radiación que incide sobre ella. Las superficies claras tienen valores de albedo superiores a las oscuras, y las brillantes más que las mates. Dicho de otro modo, el hielo que recubre los polos refleja la radiación solar impidiendo que el planeta se caliente. Si el hielo de los polos desaparece… el planeta absorberá mayor radiación solar y por consiguiente se calentará. Estamos perdiendo glaciares a pasos agigantados… así que podemos temer que esté proceso está ya en marcha.
[2] En teoría de juegos cooperativos, un juego de suma cero describe una situación en la que la ganancia o pérdida de un participante se equilibra con exactitud con las pérdidas o ganancias de los otros participantes.
[3] Hoy estamos alrededor de 410 ppm CO2 en promedio anual. Contando con el poder calorífico de los demás gases de efecto invernadero además del CO2, estamos ya en alrededor de 500 ppm en CO2eq. Por ahora, el valor más aceptado de la sensibilidad climática, a saber, lo que se calienta la Tierra cuando se duplica la concentración de CO2, es de +3 ⁰C (-2-4,5ºC). Y nótese que 550 ppm es casi 280 x 2, siendo 280 la concentración preindustrial. Luego son prácticamente +3 ºC garantizados, que es lo que esta gente ha dado por aceptable. vergonzante Premio Nobel incluido. Cita extraída de: Peor de lo esperado. 4: Ejemplos climáticos. (2): Concentración atmosférica máxima admisible de 550 a 350 ppm. 05/11/2019 por Ferran P. Vilar
[4] La palabra es aporía. Es decir, una paradoja o dificultad lógica insuperable.
[5] En lógica, más particularmente en lógica modal y en otras disciplinas (historia, linguística, física, economía, cosmología, etc.) se denomina contrafactual o contrafáctico a todo acontecimiento o a toda situación que no ha sucedido en el universo actualmente observable por la investigación humana, pero que podría haber ocurrido (la situación o acontecimiento fácticos o fenoménicamente existentes son llamados por este motivo, algo ambiguamente, actuales). Se dice que el acontecimiento o la situación forman parte de un universo posible, mientras que el acontecimiento o situación actuales forman parte del universo fáctico o universo actual o universo real. Por ejemplo, en el mundo actual Aristóteles fue discípulo de Platón, pero en varios universos posibles Aristóteles puede no haber sido discípulo de Platón.



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